Cinderel estaba observando el interior del pozo, mientras que Rúrik se acercó a la tumba. El pozo conservaba su negrura, mientras que la tumba estaba tapada con la losa de la inscripción rúnica enana. El caso es que tanto uno como otro, así también Aewyn, vieron que con el fulgor de vuestra antorcha, algo brillaba en la sala; algo que no habíais percibido hasta ahora y que crepitaba a la luz de vuestra iluminación: era el ojo, el ojo de la criatura de los tentáculos. Ésta yacía allí, a vuestros pies, y los tentáculos estaban desperdigados en derredor. Pero el ojo central rojizo parecía sobresalir de su cabeza como algo que os atraía. Tras acercaros un poco vísteis que era... ¡una joya! Era como si su órgano hubiese petrificado tras su muerte y ahora teníais una bonita piedra preciosa, muy grande, como el puño cerrado de Rúrik a lo sumo. Era un rubí, brillante y pulido, al alcance de vuestra mano.
Rúrik, te das cuenta de que abrir la tumba es imposible, está perfectamente sellada. También comprobáis que bajar a ese pozo (que para que os hagáis una idea es como el que sale en la película de 300, en la ciudad de Esparta), es practicamente imposible con lo que lleváis en vuestro equipo.
Haced una último post de partida.
La mediana abrió los ojos como platos y se acercó corriendo a la piedra brillante.
- Madre de los dioses... esto debe valer una fortuna -musitó Cinderel-. Amigos, creo que voy a retirarme una temporadita en cuanto vendamos esto, creo que me lo merezco. Estoy segura de que en muchas tabernas encontraré un hueco acorde a mis hazañas y seguramente en algunas me encontraré contigo, Rurik, siempre tendrás una jarra convidada. A Aewyn no tengo la certeza de verla por esos lares, pero te garantizo, amiga, que tienes aquí una leal compañera para lo que necesites. Te debo la vida. Pero ahora, vayámonos y pensad por el camino si no debería tener una parte más grande del botín por aquello de haber dado muerte a tal criatura - bromeó mientras salía de la sala.
Las heridas y el miedo bien había merecido la pena. Y quién sabe lo que los descendientes de esta época contarían de la singular sociedad del enano, la elfa, la mediana y sus épicas aventuras.
Aewyn seguía apoyada en el sarcófago cuando Cinderel se acercó corriendo al cefalópodo muerto, entonces vio ella el rubí y también se acercó.
- ¿Cómo...? - musitó. El ojo del monstruo se había convertido en ese enorme rubí. Sin duda era digno de estudio. Debía anotarlo para profundizar luego.
Cinderel parloteaba sin parar. Como había previsto, la cercanía de las riquezas, aún sin ella saberlo, le había dado unas fuerzas casi sobrenaturales. Quién diría que momentos antes había estado cerca de la muerte. Aewyn no pudo evitar reír cuando la mediana dijo que no esperaba volver a verla por estos lares:
- Cuánta razón tienes, mi pequeña amiga. Creo que pasará un tiempo hasta que vuelva a tener ganas de bajar a un sitio así. - le puso una mano afectuosa sobre su hombro - Pero ten por seguro que si alguna vez vuelvo a necesitar aplastar un calamar gigante, iré en tu busca.- añadió riendo. - Ahora mi intención es volver a la biblioteca de la Ciudadela, hay mucho que anotar sobre esta expedición.
Cogió de nuevo su bastón y se dirigió a la salida: - Vamos Rúrik, creo que te has ganado una jarra o dos. Hay mucho que celebrar. Hemos limpiado la tumba de tu antepasado de la criatura que lo perturbaba, sin caer en la maldición. ¡Tal vez no acabes como tu primo Rórik, después de todo! - terminó con una risita.
Subió la escalera con sus amigos. Aunque el aire seguía cargado y estaba oscuro, con la compañía de sus amigos se sentía segura. Y aunque aseguraba lo contrario, pronto volvería a internarse en las entrañas de la tierra en busca de nuevos misterios que desentrañar, siempre en compañía de su siempre jovial protector enano y la pequeña y ambiciosa (pero adorable a su manera) Cinderel.
A Rúrik, quien pertenecía a un pueblo amante de la orfebrería y con una insana tendencia a caer en la fiebre del oro, se le quedaron los ojos como platos al ver el rubí. Era un botín digno de los peligros a los que se habían enfrentado y, en cierto modo, agradecía no haber profanado demasiado la tumba de aquel antiguo miembro de su raza.
—¡Vaya! ¿Quién lo diría? Al final vamos a poder sacar algo bonito de semejante criatura.
Dejó que sus compañeras contemplasen la joya, pero su buen ojo, innato para la joyería, ya le había dicho que valdría una pequeña fortuna. Nada mal.
—¡Pienso tomaros la palabra! —dijo riendo—. Los enanos tenemos muy buena memoria para tres cosas: los agravios, el honor y la promesa de cerveza. Ahora en serio: habéis sido unas formidables compañeras. No podría imaginar mejores aventureras con las que volver a ponerme en peligro.
El enano se dio un golpe a la altura del estómago, orgulloso. Recordaba finales amargos, pero aquel no solo terminaba con un tesoro radiante, sino también con la promesa de más aventuras. El futuro y la fortuna le sonreían. Y él, haciendo gala de sus modales, les devolvió la sonrisa.
Allí estábais, delante de la criatura, planteándoos no volver allí abajo, incluso tratar de reencontraros para próximas aventuras; pero ninguno de vosotros alzó la mano para tomar el rubí impoluto al principio. Los tres probasteis a extraerlo con las manos, pero fue imposible (estaba engarzado en su totalidad). Luego tratásteis de clavar el filo de vuestras armas sobre lo que debía ser el párpado de la criatura, para luego hacer palanca y que el rubí saliese despedido.
Ni por esas. Nada de lo que probásteis funcionó. Solo os quedó una opción (al menos la opción que se os ocurrió allí abajo): cortásteis la cabeza de la criatura, separandola de todos sus tentáculos, y os la llevasteis a rastras. Si. Allí no podía quedarse ese precioso rubí que valía demasiado como para ser olvidado en la tumba de Phargroth.
Y por ende, recorrísteis de vuelta vuestros pasos, desandándolos por los pasillos y galerias, no sólo de aquel último tramo, sino de todas las cavidades de la Montaña Mutilada hasta que la luz del sol golpeó en vuestri rostro.
Finalmente, volvístes tras vuestros pasos cruzando de nuevo los páramos cenagosos al norte de Vaath, y llegásteis hasra la posada de Arethen, el viejo posadero que os había hablado de la Montaña Mutilada. Sobre una de sus mesas lanzásteis la cabeza de la criatura a modo de trofeo y el tipo se maravilló.
Luego os sirvió su mejor caldo antes de escuchar vuestra gran aventura vivida.
FIN