Partida Rol por web

Las Crónicas del Acero

Circo de Sangre.

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16/08/2019, 16:26
Oggo

Oggo avanzó por los túneles intentando escrutar las sombras, viendo movimientos allí donde no podía haberlos. Avanzaba cerca del sargento. No era un hombre que hubiera sobrevivido tanto por no prestar oído cuando alguien pedía una condición aparentemente tan simple como llevar una antorcha en la mano. Él mismo había visto cosas que no tenían explicación lógica, mas allá de la intervención de los dioses, y caminaban con alguien de quien el manco no estaba del todo seguro que fuera la misma persona que había conocido en la taberna.

La actitud de Bria encendía en él toda clase de alertas, su instinto de supervivencia. Sin embargo, de momento no parecía haber problemas. Cuando llegaron a su destino, mas que una solución encontraron un problema. Esclavos, no gladiadores. Despojos, no guerreros. El plan de liberar esclavos para aumentar sus filas ante un conflicto se hundía en las tinieblas que los rodeaban. Ahora Bria quería alimentarlos, lo que era algo humano y decente, pero también era un atraso en sus planes. Las fuerzas del falso emperador podían notar su ausencia de un momento a otro, un cambio de guardia, un patrullaje de rutina, alguien que escuchase un grito de los guardias que habían quedado en la celda podían acelerar las cosas en su contra. Separarse era una opción que no lo atraía en lo mas mínimo tampoco.

- Podrían notar nuestra ausencia en cualquier momento -comentó inseguro. La presencia de Bria y el recuerdo de la decapitación seguían presentes en su memoria. Tenemos que buscar primero a los gladiadores y armarlos.

Habló sin mirar a la brythuna, no le causaba gracia contradecirla. Él mismo tenía en sus planes una venganza contra el principal ejecutor de su cautiverio, pero tenían que establecer prioridades. De cualquier forma, si ella insistía con su plan ya no opondría resistencia

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21/08/2019, 02:45

Los guardias se miraron extrañados ante la petición de Bria. El sargento Balimir les dio el empujón que necesitaban.
—Haced lo que dice —ordenó.
—Pero...
—Haced lo que dice. ¡Abrir esas puertas, diablos!

Los guardias no llegaban a entender el motivo de la total sumisión de su sargento. Consternados, comenzaron a abrir las puertas de todas las celdas. Los prisioneros no tardaron en salir de ellas, la mayoría arrastrándose, cojeando, cargando con familiares, amigos o compañeros de penurias. Ancianos, mujeres, niños, unos pocos jóvenes. Sucios, con las ropas rasgadas, los pies descalzos, de miradas hundidas.
—El coliseo se construyó como una fortaleza. La entrada es la salida, tanto para guardias, esclavos y gladiadores. Por eso se pelea en la arena, la salida se encuentra allí. Hay una piedra con un águila grabada sobre ella. No es ningún secreto—respondió Balimir, visiblemente tenso al percibir que toda la atención de Bria se centraba en él—. No sé como llegar a los túneles inferiores. ¿Cómo saberlo? Todo aquel que se pierde por los corredores no vuelve a ser visto. Nadie querría ir abajo. Si buscáis una salida, los dioses saben que ahí abajo solo hay muerte.
Alrededor del pequeño grupo se había formado uno más grande. Cien personas, seguramente más. Heridos, enfermos, ancianos. Mujeres que sollozaban, abuelos tratando de calmar a sus nietos, o a los nietos de otros, enfermos que apenas podían caminar con la determinación grabada en la mirada, heridos cuya piel aún presentaba las lacerantes medallas por haber combatido en la arena o por haberse rebelado contra los guardias.
—Los aposentos de Glothus se encuentran cerca de la arena—indicó Balimir. Aliviado, agradeció que Oggo se sumase a la conversación —. Los gladiadores se encuentran justo en el lado opuesto del coliseo, salvo algunas excepciones, como vosotros. La armería está a medio camino entre la salida y las celdas de los gladiadores.
Tenía cierto sentido, las armas en el punto más distante de la zona de gladiadores, igual que la salida. Si los gladiadores escapaban tendrían que elegir, entre buscar la salida o la armería, ambos lugares igual de distantes. Y si deseaban armarse para escapar debían recorrer casi la totalidad del coliseo.

Los prisionero estaban fuera. En sus miradas había necesidad, hambre, penuria y dolor. Miraban a sus salvadores con extrañeza, devoción, admiración y cierta necesidad de petición. Todos ellos demandaban atención.
—Mi esposo tiene fiebres, por favor, necesita un médico...
—¿A dónde vamos a ir?
—Agua, necesitamos agua o moriremos de sed.
—¡Comida! ¡Hay que buscar comida!
—Necesitamos camillas, hay enfermos que no pueden moverse por si mismo.
—¿Qué haremos si nos encuentran los guardias? ¡Nunca he empuñado un cuchillo, menos un arma!
—...las heridas de Porter llevan varias días supurando, por favor, ¿Pueden echarle un vistazo?
—¿Nos llevarán afuera, verdad?
—Hace tres días que no veo a mi hermana, ¡Tienen que encontrarla!
—¡Y nuestras cosas!
—Tengo hambre…

El tímido murmullo pasó a convertirse en una cacofonía de voces temerosas y asustadas que demandaban, pedían, suplicaban o exigían por algo.

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21/08/2019, 03:21

Una parte de ella; una parte nueva y antigua a la vez, sabía que no necesitaba de la guía del sargento para encontrar a su víctima. Los túneles eran como puertas, podría recorrer el coliseo en cuestión de segundos, encontrar a Glothus y volver allí tras solo unos minutos, con su justa venganza cumplida. Lo único que tenía que hacer era adentrarse en la oscuridad y dejar que sus instintos la guiasen.

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22/08/2019, 18:01
Edgtho

¿Cómo dejar a toda esa gente allí? Nada más llegar, Edgtho había mirado con cierta rabia a Balmir. No sabía si los demás se habían dado cuenta, o si estarían de acuerdo con él, pero pensaba que el sargento no les había llevado allí por equivocación. Conduciéndoles a los esclavos en peores condiciones en lugar de a los gladiadores, les retrasaba mucho. Como Oggo había dicho, antes o después alguien se daría cuenta de su ausencia. Si eso ocurría con unos cuantos luchadores más a su lado, tal vez habría alguna posibilidad. Por eso Balmir les había conducido allí primero. Tratar con veteranos siempre complicaba las cosas.

El camino no se le había hecho precisamente agradable. Aunque Bria parecía encontrarse en su elemento, a él aún le daba escalofríos al intentar recordar la última vez que había recorrido los túneles. Oggo y Jah’Tall no debían sentirse mucho mejor. Aún así se esforzó por apartar esos pensamientos de su mente. No tenía sentido dar cada paso con temor, así que también hizo su mejor esfuerzo para no apartarse de su compañera. Ella no había pedido aquella marca ni lo que quisiera que significase. Seguía siendo su aliada. Ignorar así el peligro, poner en juego su propia seguridad por confiar en alguien tocado por la oscuridad, era una estupidez. Sin embargo por encima de todo seguía siendo su compañera. Si algo habían enseñado a Edgtho era a tener fe en sus hermanos de armas, no iba a empezar a hacer excepciones. En cierta forma era reconfortante pensar que incluso si ocurría lo peor, eran nuevamente dueños de su destino. Caer en una trampa, volver a adentrarse en el reino de oscuridad, ser abatidos de camino a la entrada; cualquiera de esos resultados serían consecuencia de sus decisiones. La muerte puede llegar en cualquier momento, pero al menos habían vuelto a tomar el control de sus vidas, o eso pensaba.

Fue entonces cuando llegaron ante los esclavos y el dilema. Aunque Oggo tenía razón, Edgtho contemplaba a esos pobres diablos, escuchaba sus súplicas, y no podía ignorarlos. Pensó, no por primera vez, que en el campo de batalla todo era más fácil. Incluso cuando ves a tus aliados en peligro, sabes que estos pueden luchar y morir. La mejor forma de proteger a los compañeros es seguir luchando con más fuerza. Sin embargo no se encontraba en un campo de batalla, ni siquiera en la arena. Esa gente no eran soldados ni luchadores. Eran desgraciados a los que los caprichos de otras personas habían privado de su libertad, incluso de sus vidas. ¿Cómo dejarlos allí?

-Si los dejamos atrás, no podremos volver a por ellos. Vayamos al comedor
Se giró entonces hacia los esclavos. Quizás estaba a punto de guiarlos a todos hacia una muerte segura. Quizás fuese mejor dejarlos allí encerrados.
-No tenemos respuestas a todas vuestras preguntas- les dijo alzando la voz. –Somos prisioneros, como vosotros, pero hemos decidido escapar. Llevaremos con nosotros a todo el que quiera seguirnos, y liberaremos a todo el que encontremos por el camino. Cuidaremos los unos de los otros, pero es todo lo que podemos prometeros. Será peligroso, los guardias intentarán matarnos y quizás haya que luchar. Si preferís eso a quedaros encerrados, esperando a que algún loco decida qué hacer con vosotros, seguidnos. Que quienes aún conserven algo de fuerzas ayuden a los demás. Quienes se vean capaces de sostener un arma, que agarren un palo, las espadas de estos dos - añadió mientras señalaba a los guardias -[B] o lo que tengan a mano.
Volvió a mirar a sus compañeros.
-[B]No deberíamos parar en los comedores. Cargamos cuanto podamos llevar y que los hambrientos y sedientos se alimenten por el camino. Es cuanto podemos hacer. O los movemos ahora o están condenados, como los pobres diablos a los que no pudimos ayudar en la arena. No podemos permitir algo así. Otra vez no…

Notas de juego

Lamento el retraso compañeros. La semana pasada no fui capaz de escribir nada en condiciones :(

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24/08/2019, 16:08
Bria

Balmir fue inteligente y rápidamente les ayudó a liberar a los esclavos ordenando a sus hombres que abieran las celdas. La desarrapada muchedumbre salió de las mismas en su mayoría en un estado tan lamentable que serían más un estorbo que una ayuda a la hora de escapar de allí. Pero no podían dejarlos atrás sin más.

El sargento les habló también de la disposición detallada del Circo. Aquél laberíntico lugar sin duda estaba bien construido, sin duda, y tendrían que recorrer mucho camino antes de poder dirigirse a la salida. Por desgracia, Balmir desconocía donde se encontraba aquella que llevaba hacía los túneles inferiores, pero algo le decía que no les costaría mucho tiempo encontrarla.

Cuando Balmir mencionó los aposentos de Glothus, la sonrisa de Bria se ensanchó. Sentía de lo que era capaz, de lo que le permitía hacer aquél control que tenía sobre las sombras que impregnaban el subsuelo del Circo... Pero miró a sus compañeros. A pesar del recelo, quizás incluso miedo, que podía sentir proveniente de Oggo, estaba decidida a acabar aquello junto a ellos. No podía dejarlos solos por cumplir una pequeña venganza que no influiría en el destino de lo que tuviera que suceder. Además... quizás se lo encontraran por los corredores.

El desesperado clamor de aquellos que acababan de liberar llenó la estancia cuando entendieron que no les sacaban de allí para someterlos a más penurias, sino para liberarlos. Edghto rápidamente se hizo cargo de la situación dirigiéndose y tratando de calmar a la muchedumbre, mientras ella se encaró con Balmir - Llevanos hasta el comedor, y luego hasta las celdas de los gladiadiores. Sin trucos - lo advirtió, muy seriamente.

Se giró hacia Oggo y Edghto cuando este se dirigió a ellos - Estoy de acuerdo. Las patrullas regulares no serán mucho problema, pero no podemos detenernos demasiado o se reunirán demasiados guardias. Tendremos que salir de aquí con lo que podamos coger por el camino.

Bria todavía no conocía el alcance de sus nuevos poderes, pero pensó que quizás podría utilizarlos para ayudar a los suyos de paso que probaba hasta dónde podían llegar. Intentaría que las sombras ocultasen al grupo para que los guardias no pudieran detectarlos, o si aquello asustaba demasiado a la gente, lo que intentaría sería apartar las sombras todo lo que pudiera de ellos y concentrarlas en los extremos con el mismo objetivo, cegar a las posibles patrullas que pudieran salirles al paso.

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27/08/2019, 17:33
Oggo

Las esperanzas de Oggo de salir de allí con vida se diluían, sumergidas en el coro de lamentos de los esclavos liberados. Comenzó a mirar a un lado y a otro, por un lado esperando alguna sorpresa de un momento a otro, ya sea de los guardias o de lo que sea que había visto Edgtho. También porque no sabía cual debía ser el próximo paso, cualquiera podía ser en falso y precipitar el peor destino.

El manco iba a mandarlos a callar a los gritos, pero por suerte su compañero se adelantó, explicando la situación con bastante mas calma y razón. Luego Bria decidió tomar el desvío al comedor antes de liberar a los gladiadores. Oggo consideraba que estaba bien primero liberar a los gladiadores y luego armarlos, si se podía. 

No aprobaba ir al comedor, pero no diría nada. Sólo permanecería atento, en la retaguardia, a posibles sorpresas. Si sus suposiciones eran acertadas, un grupo tan grande sufriría extravíos inexplicables andando por aquellos túneles. No podía entenderlo, pero aceptaba que esas eran las condiciones en aquel reino subterráneo. Indicaría a alguno de los esclavos que tomara una antorcha y se caminara con él en la retaguardia. La idea de tener una luz cerca era mas necesaria que opcional a esas alturas. Por lo demás, estaba seguro de que algo saldría terriblemente mal, ya fuera por la brythuna, por las sombras que los rodeaban, por la posible reticencia de los gladiadores a abandonar el coliseo o por algún as en la manga del taimado Glothus. Debía prepararse y estar atento a lo que pudiera surgir, pero no sería un obstáculo para los planes de sus compañeros.

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29/08/2019, 02:55

Edgtho tuvo que gritar varias veces para hacerse oír y lograr algo de silencio. En muchas ocasiones, como explorador, había tenido que informar sobre un ataque repentino a un grupo de soldados ociosos que bien estaban dormitando o bebiendo, y a oficiales huraños, desconfiados y agotados, por lo que tenía cierta práctica a la hora de manejar a las masas. Su tono de voz autoritario fue mermando en cuánto logró la atención deseada. Los prisioneros pudieron percibir entonces la piedad que había en sus palabras y más aún en sus intenciones. Tras ellos, el sargento contemplaba la escena sin dejar que sus emociones aflorasen. Edgtho le había calado a la primera y no pudo evitar pensar en que Balimir les había llevado por donde él quería. La fuga ahora tenía el añadido de contar con más de cien personas y no en las mejores condiciones precisamente. Si habían querido pasar desapercibidos, aquella opción se había diluido en las aguas de la clemencia.
Ser justo tenía un precio. El mal ascendía cuando se apoyaba sobre los demás, cuando hundía al débil en el fango. Mientras, el noble se ahogaba en la mierda tratando de sacar al débil de aquella mugre llamada sociedad.
Hubo consenso entre los prisioneros. Nadie quería quedarse atrás. Empezaron a organizarse. Fue un caos. Algunos no sabían que hacer, otros eran egoístas y pedían ayuda, consuelo, apoyo, la mayoría estaba demasiado cansados para tomar la iniciativa y quienes lo tomaban era, como solía pasar, los más ignorantes e inadecuados. Bria, Oggo y Edgtho organizaron al numeroso grupo, tratando de que los más fuertes apoyasen a los enfermos, a los ancianos y a los niños. Fue complicado; discutieron, tuvieron que imponerse, organizar, estructurar el grupo para que pudieran moverse de la forma más rápida posible. Hubiera sido más fácil dejando a los enfermos y ancianos atrás. Algunos de los prisioneros así lo sugirieron. Pero nadie quedó atrás.
Metieron a los dos guardias en las celdas*y entregaron las armas recuperadas. Una a un anciano que decía haber sido soldado en las legiones de Quinto Veridio, hace más de veinte años y a quien el arma le pesaba más que la vida, y la otra a un joven imberbe que, por la forma que tenía de sujetar el arma, se rompería la muñeca al primer golpe. Otros se armaron; antorchas, útiles de limpieza, platos de madera, cualquier cosa valía.
Al no haber luz diurna era imposible saber cuánto tiempo habían pasado organizando al grupo. Edgtho estaba sudando, igual que Oggo. Ambos empezaron a notar hambre y sed. El agotamiento de los últimos días y las penurias pasadas les estaban pasando factura. Por el contrario, Bria se mostraba llena de fuerza. Incluso se podía ver el efecto que el coliseo había tenido sobre Jah'Tall, un coloso de piedra que empezaba a mostrar sus primeras fisuras. Pero no en Bria. Ella parecía más fuerte a cada momento, más esbelta y segura. En la arena la habían bautizado como a una diosa. Allí, su efigie tenía el mismo efecto que contemplar a una; rallando entre la devoción y el miedo.
Bria informó al sargento de lo que querían; llegar al comedor, sin trucos. Luego a las celdas de los gladiadores. Un escalofrío recorrió su espalda.
—Así haré —contestó, parco, el sargento, sin dejar que el miedo aflorase en sus palabras.

El grupo se movía todo lo rápido que podía. Balimir en cabeza, iluminando los corredores con la antorcha. Edgtho junto a él, vigilando el paso y al sargento. Atrás, Oggo, acero en mano, escudado por la antorcha que uno de los esclavos había tomado en su nombre. El flanco izquierdo era cosa de Jah’Tall. Sus ojos de cazador escrutaban las sombras igual que lo harían con una jungla o una tierra llena de hierbas altas; era terreno apropiado para depredadores. Bria se encargaba del otro flanco.
La marcha no fue sencilla. Tuvieron que detenerse en varias ocasiones. Los ancianos y enfermos querían seguir el ritmo pero no podían. Algunos desfallecían, caían y se desmallaban. Había que cargar con ello o despertarles. No había hombres fuertes entre los presentes. Los niños lloraban de vez en cuando. Los gruñidos del bárbaro no lograban hacer que enmudeciesen. Paraban entonces y los calmaban, porque sus llantos podían atraer a los guardias. Aunque resultaba extraño que aún no se hubieran topado con ninguno de los hombres de Glothus.
Las sombras les rondaban. ¿Y no parecían acaso más densas, más vívidas? ¿Más hermosas? ¿Acaso no sería reparador abandonase a la noche eterna que sugerían para olvidarse del dolor, el sufrimiento y el agotamiento? Toda la tristeza que sentían sus corazones; sus batallas perdidas, sus familiares muertos, sus malos recuerdos, serían barridos por la noche eterna. Y todo terminaría. O no. Edgtho había descubierto lo que escondían las sombras y no era precisamente el fin del dolor. Oggo, como buen ladrón, era desconfiado. No había promesas buenas más allá de las sombras. Jah’Tall sencillamente no se rendiría. Y respecto a Bria. A ella no la llamaban. Ella no sintió ese impulso.
Pasaron desapercibidos. Fue un milagro. No podía ser de otra manera. El sargento quedó sorprendido.
—El comedor —indicó, mientras buscaba la llave en su cinto.
Niños llorones, maldiciones, gritos de miedo, los llantos de una mujer. Más de cien pasos temblorosos. Un grupo torpe, lento, ruidoso. No habían llamado la atención. Pero lo harían. En cuanto el sargento abrió la puerta el grupo de esclavos se desparramó dentro.
Hambrientos, sedientos, volcaron las mesas, corrieron hacia la despensa. A golpes, rompieron el grueso candado que la cerraba y empezaron el saqueo. Al principio sacaban los alimentos para aquellos que se encontraban fuera. Pero encontraron vino, cerveza, agua. Bebida caliente para llenar sus barrigas vacías. Algunos compartieron. Otros se volvieron recelosos, codiciosos. Unos empezaron a pelear. Muy pocos, pero lo hacían por la comida. Jah’Tall controlaba a los más violentos, con la mano abierta e insultos en su lengua nativa.
El cocinero y doctor que los había remendado después de la batalla era la única persona que encontraron allí. Por lo visto debía dormir en la despensa. Le habían sacado en volandas y arrojado contra una de las mesas. Sin emitir ningún gesto de dolor se había sentado a esperar. Una mujer le llevó agua y trató de convencerle para que marchase con ellos. Él jorobado se negó a todo. No iría con ellos. Tampoco bebió el agua.
Reorganizar al grupo les llevaría más tiempo del deseado. No querían cargar con los alimentos. Querían comer, saciarse, beber. Algunos, que en verdad no habían creído en poder escapar, se conformaban con los licores y la cerveza que escondía la despensa. Desesperación, necesidad, mezquindad. Humanidad.
Jah’Tall les reunió a los tres. Señaló al grupo, hizo un círculo con las dos manos y luego las cerró un poco. Comprendieron. Habían dejado la zona de celdas siendo más de cien. Pero allí no había cien personas. Y si uno se fijaba en los detalles podía encontrar una desgarradora verdad que, no sabían cómo, se les había pasado por alto. Una mujer buscando a su anciano padre sin dar con él, un niño de seis años, desconsolado, llorando, llamando a su hermana, que no acudía. Había más casos, una muestra, una señal de que en su paso por el corredor alguien se había quedado atrás. Quizás habían desfallecido o se habían alejado del grupo buscando un nuevo camino en los túneles. O puede que algunos hubieran decidido regresar a las celdas, pese a todo. En cualquier caso, el grupo había mermado.
—La zona donde retenemos a los gladiadores no está muy lejos —les informó el sargento—. Solo un túnel más. Podéis detener esta locura cuando queráis. Enather os quería a los cuatro en la arena. Glothus no podrá haceros nada. Creo que en la arena tenéis más posibilidades que en los túneles —tragó saliva —. Salvo ella. Ella seguro que prefiere los túneles.

Notas de juego

*O podéis cogerlos de rehenes, o matarlos. Como queráis.

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04/09/2019, 20:35
Oggo

El sigiloso escape se había convertido en una procesión multitudinaria. El humor de Oggo se había tornado negro como los túneles que recorrían. Por un lado, fastidiado por los incesantes murmullos mientras recorrían los pasadizos, y por otro tenía una espina clavada en la nuca, una sensación de oscuridad que envolvía la figura de Bria, que a sus ojos había pasado de una brythuna salvaje despojada de su libertad a la misma Kalipso por la que la nombraban. Por momento la observaba receloso de que por un capricho del destino o de algún ser mas macabro pudiese desatar sobre ellos la fuerza que había desplegado contra el guardia.

Antes de dejar a los guardias en las celdas donde antes habían estado los esclavos, hizo despojarse a uno de ellos del cinturón donde portaba el arma, necesitaba tener la facilidad de poder sostener una antorcha y recurrir a la espada en poco tiempo.

Cuando llegaron a la despensa todo empeoró antes de mejorar. Oggo se acercó a tomar un mendrugo de pan y algo de agua, lanzando una mirada amenazante ante quien cuestionara su prioridad para hacerlo, demasiado había soportado ya para que alguien lo pusiera en duda. Luego se dirigió a la puerta, observando los pasillos, esperando ver aparecer a una multitud de guardias como la que los había apresado en el Cerdo Volador, hacía tanto tiempo que parecían décadas.

Por un momento había descuidado sus sospechas acerca de la naturaleza oscura de los túneles hasta que comprendió lo que les decía Jah `Tall. Miró alrededor. Era cierto, eran muchos menos y tenía lógica. O no la tenía. Sea lo que fuere que reptara al cobijo de las sombras había decidido que era su día de suerte. Recordó que había sentido el impulso de recorrer los pasillos cuando caminaban. Había descartado la idea casi por completo, aunque la sensación de acudir al llamado seguía siendo fuerte en su recuerdo. Pero él sospechaba que lo que se escondía allí no era dulce ni era calma.

En medio de los lamentos de quienes habían perdido a alguien, de las miradas de sospecha y las advertencias del sargento, debían tomar una determinación. Si los motivara la practicidad, no había opción posible. Sin embargo, sabían que ninguno de ellos era tan sádico ni desalmado para condenar a muerte a toda aquella gente, ni siquiera un superviviente como Oggo. En realidad maldecía su propia suerte por tener aquella responsabilidad, pero no iba a sugerir abandonar a todos.

- Vamos a buscar a los gladiadores -propuso. Y le diremos a esta gente que camine tomada de la mano. No debemos perder un minuto mas -apuró a sus compañeros para ponerse en marcha cuanto antes.

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08/09/2019, 00:39
Bria

Tardaron un rato en organizar lo mejor que pudieron a los prisioneros, aunque al final lograron lo más parecido a una cohesión entre ellos que alguien podría conseguir de un grupo así. Aun así, llevaban demasiado retraso, y encima, cuando empezaron a moverse, avanzaron con mucha más lentitud que antes. Pero Bria no estaba dispuesta a dejar atrás a aquellos a los que intentaba salvar, incluso si suponían más una molestia que otra cosa.

El camino fue arduo, pero lograron llegar hasta el comedor sin ser avistados, por sorprendente que pareciera. Bria sentía que las sombras los ayudaban, los cubrían... o quizás es que se arremolinaban a su alrededor, hambrientas, al sentir a un grupo tan grande de gente junta. Recordaba las palabras que le había dicho la Dama de Negro, nadie que fuera con ella sufiría daño, por lo que siguió caminando como si lo hiciera por las calles de una ciudad a plena luz del día.

Consiguieron su objetivo, y una vez en el comedor, la gente se dispersó por toda la sala, buscando algo que llevarse a la boca. Los dejaron hacer al principio, pero pronto lo peor de la humanidad cuando estaba desesperada salió a la luz en algunos puntos. Bria recordó la visión de Ponthia que había visto en las profundidades del Circo... pero también vio bondad, y como unos pocos ayudaban a los demás de manera desinteresada. Como estaban haciendo ellos tres, en realidad.

Y cuando Jah'Tall les señaló lo que había descubierto, también vio más cosas. Vio que no eran pocos los que se habían quedado por el camino, siendo fácil adivinar que destino habían acabado sufriendo, o al que se habían entregado. Vio como la gente buscaba a los suyos con vana esperanza, ya que era imposible distinguir a nadie entre aquél gentío. Pero no podían hacer más por ellos tampoco, no eran los suficientes como para vigilarlos.

Al escuchar las palabras de Balmir, se acercó al mismo con paso decidido — Desde luego que prefiero los túneles — dijo, visiblemente molesta — No nací para ser usada como un mero divertimiento para otros que se creen con derecho a todo solo porque pueden hacerlo. ¡Ninguno de nosotros! ¡Ni ninguno de ellos! — dijo, señalando hacia los antiguos prisioneros — Prefiero los túneles aunque solo sea por que va a joder al Falso Emperador y a todos los que esperan algo de esa maldita profecía. ¡Yo elijo mi propio destino, muchas gracias!

Asintió ante la sugerencia de Oggo. Sentía que el hombre tenía recelo de ella, a pesar de lo que habían pasado juntos, pero no podía culparlo después de lo último que habían vivido. Ella misma notaba el cambio que estaba experimentando, aunque la Bria de siempre seguía teniendo el control... la mayor parte del tiempo, al menos. En cualquier caso, podía vivir con el recelo de Oggo mientras siguieran colaborando para salir todos de allí. Se giró hacia la gente, todavía ocupada en saquear el comedor a consciencia.

— ¡Escuchad!— gritó, para llamar la atención de la muchedumbre — ¡Tenemos que seguir moviéndonos! Coged todo cuanto podáis, y seguidnos como hasta ahora. Cogeos de la mano y manteneos cerca los unos de los otros, para que nadie se pierda. ¡Y antes de que nos demos cuenta, nos veremos libres de estas paredes! — se volvió hacia Balmir, mirándolo tan seriamente como antes — Guíanos hasta los gladiadores. Y si lo haces sin intentar nada, podrás volver junto a tus hombres y sobrevivir a esta noche.

Notas de juego

Perdón, estos días he estado teniendo problemas con internet en casa

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09/09/2019, 11:04
Edgtho

Para Edgtho no era la primera vez, ni esperaba que la última, guiando a un gran grupo de gente a través de un paraje inhóspito. Avanzaban demasiado lento, claro. Lo normal en esos casos. Aquella debía ser la peor fuga de la historia, una gesta con demasiado pocas garantías de salir bien. Aún así el explorador no se planteaba cambiar de opinión o dejar al grupo atrás. Recordaba demasiado bien lo ocurrido con el otro grupo de esclavos en la arena. Abandonarlos era condenarlos a morir, y la lógica podía dictarle que eso era precisamente lo más razonable, a fin de cuentas no era culpa ni responsabilidad suya, pero no estaba dispuesto a hacerlo. Tal necedad podía costarle la vida, costárselas a todos, lo cual tampoco le parecía algo tan aterrador. ¿Qué diferencia había con cualquier otro día? Podía haber muerto unas pocas jornadas atrás caminando por el desierto, hacía un par de años haciendo lo propio a través de la fría estepa del norte, unas horas antes en la arena, o absolutamente cualquier día de su vida una vez llegaba el momento de dejar hablar a las espadas. Cuando decidió seguir empuñando un arma en lugar de aprovechar la libertad para asentarse, para cambiar de vida, aceptó jugarse el cuello a cada instante. Si ayudar a unos desdichados indefensos suponía correr un riesgo demasiado grande, le daría la bienvenida al peligro y al destino, fuese cual fuese. Una estupidez. Suponía que en el fondo era justo esa clase de estúpido.

La llegada a la despensa fue tan caótica que estuvo a punto de gritar de frustración. Entendía que todos tuviesen hambre y sed, de verdad que lo entendía, pero estaba tan acostumbrado a una forma más marcial de abastecerse, que aquello le pareció una maldita pesadilla. Vio cómo sacaban en volandas al curandero, tirándolo al suelo con cierto desprecio, y como este rechazaba el agua que le ofrecía una mujer. Edgtho se acercó a él.
-¿Está seguro de no querer venir? Lo entiendo, en los túneles hay algo horrible, las sombras. Por si eso fuese poco están el emperador y Glothus. Quizás quedarse aquí sea la mejor idea, pero ya sabe lo que le espera a cambio. Día tras día de oscuridad, de soledad, de remendar los cuerpos maltrechos de quienes han luchado para la diversión de otros. ¿Fuera?, fuera no lo sé. Libertad. No es mucho, solo la capacidad de poder elegir su propio destino, lejos de estas paredes y de esta oscuridad. Si decide correr ese riesgo, será bienvenido con nosotros-
No podía decirle más. No iba a secuestrar a nadie. La libertad tenía que empezar con una elección dentro de uno mismo. ¿Quién sabía? A fin de cuentas tal vez fuese más sensato no intentar escapar.

Pronto empezaron las discusiones, las peleas. Alguien había encontrado alcohol, otros eran simplemente felices con la comida. Edgtho se acercó a Jah’Tall, le dio un par de palmadas en el hombro para llamar su atención, y le gesticuló para que le siguiese. Se acercó al primer grupo que empezaba a disfrutar del alcohol. Golpeó con la pierna el barril más próximo, vertiendo su contenido por el suelo, y se plantó en mitad de estaban peleando por algo tan nimio como un par de tragos. No gritó, pero elevó la voz para hablar con firmeza.
-Quien beba una sola gota de licor, se queda atrás. Podéis intentar escapar con nosotros o esperar aquí a los guardias, vosotros elegís, pero si venís con nosotros, ¡no voy a consentir que nadie ponga en peligro al grupo! ¡Nadie! Siempre podemos encontrarnos con problemas, pero morir por culpa de un borracho sería estúpido ¡y no voy a permitirlo!-

Estuvo de acuerdo con Oggo en cuanto a ir a por los gladiadores, y con Bria en cuanto a que la gente fuese de la mano. Para él estaba bastante claro que la gente no se había extraviado sin más. Miró a sus tres compañeros. Todos sabían de un modo u otro lo que estaba ocurriendo.
-Hagamos más antorchas y repartámoslas más. Que no haya un solo punto en toda la cadena sin luz. No sé hasta qué punto nos ayudará, pero al menos estaremos al tanto si ocurre algo más. Niños y ancianos deberían ir en mitad.
Sumado a que fuesen todos cogidos de la mano, era cuanto podían hacer. Por eso simplemente esperó a que Oggo y Bria acabasen de dar instrucciones al sargento. Justo después se acercó a este.
-[B]Balmir, de verdad que respeto lo que has hecho aquí. Estás ganando todo el tiempo que puedes. Yo haría lo mismo si fuese tú. También estás protegiendo a tus hombres. Creo que es lo que más respeto. Por eso permíteme una pregunta, de soldado a soldado. Si eso que acecha en las sombras, eso que de vez en cuando se lleva a alguien cuando nadie está mirando, eso que te hizo poner como única condición darle antorchas a los tuyos, apareciese en mitad de la arena tal como tu emperador espera. Si mañana tras el combate resulta que las sombras dejan de limitarlo, ¿Quién crees que le va a hacer frente?, ¿Enather?, ¿El público?, ¿Los esclavos?, ¿Los gladiadores quizás? No, sargento, nada de eso. Serán tus hombres los primeros en caer.

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10/09/2019, 02:25

Los prisioneros estaban descontrolados. Su propia desesperación jugaba en su contra. La libertad era un sueño dorado que pocos podían ver. Para algunos, era un trofeo oxidado que quedaba lejos de sus manos retorcidas y ajadas por el hambre y las penurias. Para otros, mero mito, un animal que contemplar únicamente en sueños. En ocasiones, ni eso. Comida, agua, alcohol. Era suficiente paraíso para esos pobres desgraciados. No podían pensar en el mañana; ancianos, enfermos, heridos, niños y mujeres. No había fortaleza en ellos, tampoco mesura. Solo necesidad.
Edgtho, escucado por Jah'Tall derramó el contenido de una barrica de vino tinto sobre el suelo. Su color se le asemejó al de la sangre aún caliente, recién extraída del cuerpo de un hombre vivo. Escuchó lamentos, incluso algún insulto. Jah`Tall les gruñó y cuando un hombre mayor dio un paso al frente, retrocedió dos al contemplar las intenciones del norteño. Al bárbaro se le veía claramente disgustado, y no precisamente por el derramamiento de alcohol.
—¡Nunca conseguirás escapar del coliseo! —se quejó el anciano—. Déjanos al menos disfrutar de un último trago antes de que nos maten.
Algunos le apoyaron.
—Mi prima Sacli se queda aquí —explicó un hombre con una fea mutilación en su brazo derecho —. Está extenuada, como muchos. Los túneles son demasiado largos. Y aunque lográsemos salir afuera. ¿A dónde iríamos? Sin dinero, sin comida. Ni siquiera podemos correr.
Edgtho miró a sus interlocutores. Ancianos, tullidos, jóvenes que aún no sabían lo que era la vida. Carne de cañón para el coliseo. Carne de cañón para la vida.
Algunos dejaron de lado al alcohol con la esperanza de ser guiados por los túneles, pero otros dejaron claro que no iban a aventurarse en las sombras, donde otros habían desaparecido, o hacia los túneles, donde no tenían ningún futuro. Los guardias, Glothus, o los soldados del patricio, en la ciudad, los alcanzarían tarde o temprano. No tenían esperanza.
Edgtho no tuvo mejor suerte con el jorobado. A mitad de su charla, el hombre le detuvo enseñándole su lengua; un apéndice cortado al ras con una fea cicatriz. Luego se levanto de su sitió y se alejó renqueando sin mirar atrás. Edgtho ya había visto antes gente así, en campos de prisioneros especialmente. Sin esperanza, sin sueños, debilitados por el hambre, el frío, el maltrato y el tiempo. Al ver como se alejaba el jorobado supo que este no aguantaría una carrera por los túneles, así como tampoco una huida de la ciudad de Ponthia. Igual que muchos de los prisioneros que habían liberado, su destino estaba sellado sin importa si era un hombre libre o no. Al no participar, al no escuchar si quiera Edgtho, el jorobado quería minimizar cualquier castigo por la fuga. No se trataba de tener o no buenas intenciones, se trataba de que allí nadie tenía poder para respaldar tales hechos.

Habían liberado alrededor de cien prisioneros. Algunos se habían perdido en los túneles, otros se quedarían ahí. Cobardes sin esperanzas que preferían morir con el estómago lleno o desquitarse con la bebida. Débiles ancianos o niños que no podían más, mujeres temblorosas que no se veían capaces de seguir adelante. Gente sin fortaleza, sin voluntad. Enfermos que habían agotado las pocas fuerzas que les quedaban, jóvenes que dudaban de todo, de sus líderes, de sus familias. Y unos pocos, sacudidos por el miedo, que habían prometido no adentrarse en esos túneles nunca más.
Oggo lo tuvo claro. Seguiría con aquellos que querían escapar. Era una locura. Pero no dejaría a nadie atrás. Caminarían de la mano, todos juntos. No era una mala idea. O quizás era el atisbo de la peor ideas de todo. ¿Cómo saberlo? Peleaban contra Enather, contra Glothus y sus guardias, pero aún no habían visto a ninguno de su hombres y ya habían perdido a la mitad del grupo. La duda reptaba entre sus pensamientos.
Bria estuvo de acuerdo. Incluso enfrentó a Balimir cuando éste había tratado de hacerles recapacitar. El sargento no dijo nada. No es que no tuviera palabras. Desde el primer momento el veterano había evitado todo enfrentamiento con la mujer. Y aquel comportamiento era algo que seguiría repitiendo.

Jah'Tall se negó. Miró a los prisioneros, los señaló y escupió. Tocó las armas de Edgtho y de Oggo, luego la suya. Ellos eran fuertes, soldados. Los prisioneros no. Eran una carga. Eran un lastre. Jah´Tall no quería llevarles con ellos. Era evidente que prefería tratar de fugarse solo con sus compañeros de armas. Era la fría lógica de los bosques y de las montañas, el espíritu natural de la supervivencia que no ha sido domado por la sociedad. No estaba contento. Gruñó, el ceño fruncido como un gigante enfurecido.
Luego hizo otro gesto. Su mano, eran ellos, y luego la otra cerrándose sobre ellos. Una trampa, quizás, de los soldados, o algo cerniéndose sobre ellos, en los túneles. No supieron que quería decir, salvo que repitió aquella palabra que era común en todos los idiomas. "Muerte". Para él era más fácil enfrentar a la muerte entre guerreros que siendo una niñera.

Edgtho habló con el sargento. Trataba de obtener una respuesta positiva de él. Para ser su carcelero, le habían tratado relativamente bien. Estaba vivo, sin ningún rasguño, y habían respetado la vida de sus hombres, así como el deseo de dejarles con antorchas en las celdas. Como soldado, se sabía que la guerra era un juego y que a veces enfrenta a hombres similares que habían tenido la desgracia de caer en bandos rivales. Se enfrentaban a pesar de que sus motivos no eran suyos. Es lo que hacían los soldados.
—Como soldado sabes que le debo lealtad a mi general —durante unos momentos parecía que no iba a decir nada más, pero sin duda algunas de las palabras de Edgtho habían removido algo dentro de él —. Cuando llegamos aquí, los ataques sucedían casi a diario, eran más violentos. ¿Sabes quién los frenó? ¿Sabes quien descubrió que el fuego era un aliado? ¿Sabes quien nos ayudó a interpretar los símbolos grabados en la piedra para no perdernos? Fue Enather. Puede que este loco. ¡O puede que no, joder! Tú has visto algo. En los túneles. Ahí abajo. Eso es una locura demencial. Nadie sabe que ocurre ahí abajo. O qué mora en sus profundidades. Pero el único que pudo hacer algo entonces, y que podría hacerlo ahora, es él —respiró hondo, calmado —. Falso Emperador le llaman. Pero en este juego tan sombrío que estamos viviendo ¿Quién sabe? Puede que el loco sea el único hombre sabio, y nosotros los necios.

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10/09/2019, 02:27

"Viene", dijo la voz. Sensual y fría, caliente como una ramera zamoria, helada como el cadáver de un hombre. "Ya viene", el tono se tornó imperante, fuerte, salvaje. Exigía, pedía, demandaba. Podía percibir el hambre detrás de aquella voz. El ansía que quería devorarlo todo. Y tras ello, la muerte. El cascarón vacío y podrido de algo antiguo y carcomido, deteriorado por el paso del tiempo. "Nacerá esta noche, nacerá hoy. Tú serás quien le traiga al mundo. Volverá a ser uno. Volveremos a ser uno."
Bria se dio cuenta de que la mayor parte del tiempo la voz parecía venir de un punto alejado, incapaz de determinarlo, pero lejano. Otras veces la voz parecía provenir de dentro de su cabeza.
"Necesitamos un huésped. El mejor. Encuentra al anfitrión, dale la vida. Danos la vida. Fue tu palabra. Es tu promesa. Tu sangre es la nuestra. El no nacido ya viene."

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19/09/2019, 22:37
Oggo

- Quien quiera quedarse, que se quede -escupió Oggo como una sentencia, un poco para quienes lo habían manifestado, un poco más a sus compañeros. Estaba dispuesto a jugarse el pellejo como un maldito demente por gentes que no conocía de nada, pero no iba a arrastrar a nadie a un destino del que él no estaba tan seguro que fuera mejor que una muerte rápida en el coliseo.

Golpeó amistosamente el pectoral derecho de Jah´Tall, y le mostró el puño. 

- Guerra -volvió a repetirle. Luego señaló a un hipotético cielo, o tal vez el bárbaro lo interpretase como montañas. Libertad.

Esperaba que el mensaje fuera lo suficientemente claro. Estaba bastante de acuerdo con él, aunque no diría ni una palabra acerca de abandonar a los esclavos, y si tenía que defenderlos lo haría. Pero eso de convencerlos estaba muy alejado de sus deseos. No dijo nada acerca de la trampa que acechaba en las sombras, no habría sabido que decir.

Quería preguntar a Bria acerca de las sombras. Las que estaban allá afuera, y las que la rodeaban a ella. Pero no se animó. Aún quedaba mucho del Oggo vencido, del superviviente, del cobarde. En cambio evaluó la situación, calculó distancias, estuvo atento a los sonidos mas allá del comedor. Pero volvió su atención luego a la conversación con el sargento.

Aquel hombre estaba convencido de lo que decía. El maldito sádico que regaba regularmente de sangre la arena de Ponthia era tomado como una especie de salvador, o de visionario, o vaya Bel a saber que diantres. Oggo se pasaba su lealtad por el culo. Todo lo que quería era salir de ahí y respirar el aire libre. Pero el pensamiento del destino al que se había sometido la pequeña Lyra iba creciendo, junto con las intenciones de rescatarla. Quería hacer algo, pero solo sucumbiría sin remedio.

- Vamos a buscar a los gladiadores -intentó que su frustración no se notara mucho. Antes de que sea demasiado tarde. 

Imaginaba "algo" reptando hacia ellos, lento pero inexorable, imparable, sin clemencia. Debían moverse.

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20/09/2019, 23:26
Bria

La situación se les había descontrolado un momento, pero el discurso de Edghto y la amenaza de Jah'Tall sirvió para calmar los ánimos de nuevo, al menos momentáneamente. Pero tenían que moverse ya, o pasaría de nuevo y en otra ocasión seguramente no pudieran convencer a los suficientes solo con palabras. Buena parte de los esclavos ya había decidido quedarse y tener un ultimo momento de paz antes de que inevitablemente les llegara la muerte. Quizás aquello era todo a cuanto podían aspirar, incluyéndoles a ellos.

Viendo el panorama, Jah'Tall se volvió reacio a seguir cargando al grupo consigo. Ellos solos tendrían más posibilidades, sin duda, pero habían tomado una decisión y ya no iban a dejar a esa gente atrás. Oggo trató de convencerlo, pero cualquier ocasión para discusiones prolongadas había sido dejada atrás hacía tiempo. Bria se acercó al bárbaro norteño y lo miró fijamente mientras señalaba a los esclavos — Se vienen — se llevó el puño cerrado al pecho — con nosotros — zanjando así el asunto. Que la llamara Muerte todo lo que quisiera mientras hiciera caso.

Escuchó la conversación entre Edghto y el sargento y prestó especial atención a las palabras de Balmir. ¿Enather había sido el que había logrado aquello? ¿Y si después de todo tenía razón y todo debía darse a la mañana siguiente en la arena? ¿Y si sus acciones lo estaban deshaciendo todo y condenando a todo el mundo sin remedio? Y entonces...

Bria se quedó quieta, como paralizada, como si no escuchara ni viera nada de lo que ocurría a su alrededor. Escuchaba de nuevo la voz de la Dama, de la criatura, proveniente de su alrededor, de dentro de ella, de las profundidades del Circo... y entonces habló — Lo siento... — dijo, para nadie en particular — Siento que viene. Se acerca la hora — la hora en la que el no nacido nacería, y en la que se decidiría todo... casi sonrió cuando pensó en que la profecía de Enather había errado en varias horas respecto al momento en el que se cumpliría, pero la situación no acompañaba a las sonrisas. Y si el Falso Emperador había fallado en eso... Se giró hacia Oggo y Edghto — Seguimos el plan. Tenemos que movernos. Ya.

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23/09/2019, 18:26
Edgtho

Bria tenía razón. Debían moverse cuanto antes. Al igual que Oggo, Edgtho tampoco iba a intentar convencer a nadie de seguir adelante. Ya había decidido por Lyra tan solo un día o dos atrás. No era necesario echar mucha memoria para recordar cómo había terminado aquello. Cada uno de los esclavos era libre de quedarse en esta habitación, de llenar las panzas antes de ser capturados de nuevo. ¿Por qué no? Tampoco tenían ninguna garantía de ir a escapar con vida. Para Edgtho el hecho de tener la oportunidad de luchar, aunque estuviese condenada al fracaso, era casi tan importante como conseguir fugarse o no. Si le mataban en esos corredores al menos sería fruto de sus propias decisiones, con una espada en la mano. No podía esperar que todas esas personas opinasen igual. Simplemente asintió.
-Entonces deseadnos suerte-
Los dioses sabían que iban a necesitarla.

Las palabras de Balmir fueron contundentes. Quizás el sargento tenía razón, ya lo había pensado antes. Quizás Enather había encontrado la forma de evitar que el No Nacido llegase. Quizás solo quería intentar controlarlo. El explorador no lo sabía, no podía esperarse de él, de ninguno de ellos, que tomasen las decisiones correctas cuando tan solo los estaban usando como peones en sus juegos. Solo sabía lo que le decían sus ojos. Aquello no estaba bien. Esos esclavos sacrificados por diversión, aquellas personas encerradas para alimentar los caprichos de hombres y mujeres que se sentían capacitados para decidir el destino de los demás. Gente matándose en la arena por nada, por diversión. Sí, su visión podía ser muy simplista, lo sabía. Era, a fin de cuentas, la única visión que se le permitía tener.
-Enather puede estar en lo cierto- acabó respondiendo. –Nosotros podemos estar equivocados. Puede ser al revés. Puede que las sombras estén jugando con él para obtener lo que quieren. Solo sé que vamos a intentar sacar de aquí a toda esta gente. No porque nuestro rey se encuentre entre ellos, ni porque les hayamos hecho ningún juramento. Es tan solo porque nadie merece morir así. Lo que les hicieron a esos pobres diablos en la arena… -[b] Negó con la cabeza. -[b]Se supone que hay honor en alguna parte de la guerra, que si escarbas bastante puedes encontrarlo. ¿Dónde está el honor en eso?, ¿Dónde está el honor en enfrentar a parias hambrientos contra luchadores expertos? Admiro tu lealtad y lamento que estemos en bandos opuestos, pero ya que te aseguraste de salvar a tus hombres sé que también entiendes esto. Yo no voy a dejar morir a esos esclavos.

No había más que decir. Tenían que moverse pronto. Bria decía que el momento casi había llegado. Edgtho asintió ante sus palabras. Se giró hacia el resto de esclavos.
-Quien quiera venir con nosotros que se mueva. Buscad cualquier cosa que pueda servir como antorcha. Nos vamos ya. Entrelazad las manos y moveos los más rápido que podáis- Luego miro a su compañera. –Dinos cualquier cosa que presientas en cualquier momento. Lo que tenga que ocurrir, que nos encuentre lo más preparados posible.

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24/09/2019, 14:37

—No hay honor en la guerra, solo muerte. Dolor, sufrimiento, codicia, traición, cobardía, crueldad. Eres demasiado joven aún. Lo único bueno de la guerra es haber sobrevivido a ella. Y a veces eso también es una penitencia —respondió Balimir, la boca seca, el ceño fruncido —. La diferencia es que mis hombres tratarían de salvarme a mí como yo he hecho con ellos. Estos esclavos no son mejor que animales. La mayoría te vendería por una comida caliente. ¿Honor? Apuntas demasiado alto —una sonrisa descreía se dibujó en su rostro —. La suerte está echada.
No intervino más. Bria si. Tuvo que "explicarle" a Jah'Tall porque no iban a dejar a esa gente atrás. El lado práctico, e inhumano, del bárbaro, topó con las intenciones de la sacerdotisa de Modron. Durante unos momento la muralla de músculos y acero que era el bárbaro se mantuvo tensa, como un tigre a punto de saltar sobre su presa. Todo su ser pedía violencia, su corazón pedía sangre. Apartó la mirada de Bria. En otro momento, ante otra persona, el bárbaro hubiera solucionado aquello a golpes. Pero no allí, no con Bria. Le tenía miedo.

Recogieron antorchas, se unieron los unos a los otros. Los esclavos entrelazaron sus manos sudorosas, tirando uno de otros, formando un bloque compacto que avanzaba lenta y torpemente. En los túneles, la oscuridad se veía más amenazadora que nunca. Era como contemplar un cielo sin estrellas, la profundidad del mar, donde el ojo humano no ha llegado nunca. El poso del corazón de un tirano. Si se quedaban quietos, contemplando la negrura, esta parecía moverse, como una marejada, insinuándose, hiptónica. Cautivadora. Las llamas apenas eran pequeños puntos de luz que les permitían ver más allá de sus narices. La mayoría solo veía sombras y el cogote del que tenía enfrente.
Se movían en silencio. De vez en cuando alguien tosía, se lamentaba o caía. Una maldición. No supieron cuanto tiempo pasaron en los túneles. Una eternidad condensada en unos minutos. Al final, igual que la visión de un paraíso, contemplaron una zona fuertemente iluminada. El sargento, que había tenido problemas para encontrar el camino debido a la densidad de la noche, les señaló la puerta como la zona de acceso a las celdas de los gladiadores. Allí estaban todos los combatientes, expertos y novatos. Y el león de Ponthia. Pero la puerta estaba cerrada. Y no estaban solos.
Al mirar atrás pudieron ver que no todos los esclavos habían sobrevivido. A pesar de que todos estaban en contacto con alguien, algunos habían desaparecido. Cuando interrogaron a algunos de los compañeros, estos no supieron que decir. Algunos estaban helados, petrificados, incapaces de pronunciar palabra. Otros tenían los ojos desorbitados, caminaban ya por inercia pues era evidente que lo que habían presencia en las sombras les había hecho perder la cabeza. Unos pocos se habían orinado encima pero no se habían dado cuenta de ello. Al mirar atrás, a la oscuridad, casi les pareció escuchar un sonido, distante, siniestro. El de algo grande sorbiendo una sustancia viscosa. Algo con apetito.

El único acceso a las estancias de los gladiadores estaba cerrado por una regia puerta de madera. No se veía cerradura, por lo que debía tener una pesada tranca por la parte de atrás. Estaba pensada para evitar que la gente entrase, no que saliese. Algunos gladiadores tenían permisos y la confianza de los guardias. Los gladiadores vivían relativamente bien y solían amar el combate. No había motivos para tratarlos como a presos a pesar de que cada noche echaban la llave a sus celdas individuales. Seguramente convencerles de escapar no sería fácil, aunque la mayoría guardaba en su corazón el recuerdo, y el anhelo, de la libertad.
En cualquier caso, la puerta estaba cerrada. El ancho pasillo estaba bien iluminado, había incluso demasiada luz. Alguien había colocado el doble de antorchas en las paredes, igual que si deseasen espantar a las sombras. Y, de alguna manera, estaba funcionando. En fila, en formación de zig, zag, se encontraba la guardia nocturna. Doce hombres armados, las miradas torvas, las espadas y las lanzas prestas, afiladas. Escudos, grebas, petos de cuero, yelmos abiertos. El equipo ligero de la guardia nocturna. Atléticos o musculosos, dos veteranos, el resto jóvenes, quizás demasiado. La guardia nocturna en toda su plenitud menos los hombres que habían dejado atrás y el sargento Balimir, que era su prisionero. Y al frente, el número trece, su jefe.
Glothus, orondo y fornido, con el pelo graso pegado a la cabeza, sus ojillos de marrano que escondían la malicia de un niño, la astucia de un zorro y la disciplina de un soldado. Iba armado con una pesada hacha, un arma que parecía casar mejor en sus manos que una espada o una lanza. Indudablemente había elegido la herramienta más adecuada para él y su tarea.
De su cinto pendía su látigo. No lo necesitaba y era, en aquella situación, inútil. Para él era algo más que una herramienta. Era una accesorio de su personalidad, una promesa de tortura y crueldad, un recordatorio de quien era y lo que hacía allí. Glothus, en verdad, era un látigo humano. Había armas que habían sido diseñadas para atacar y defenderse, por lo que su moralidad dependía del portador que las esgrimiese. Un látigo solo servía para obtener dolor y sumisión de una víctima. Era un símbolo de poder, la corona de los bajos fondos, de los pozos secos por donde se arrastraban las almas en pena, los desamparados y los pobres diablos como ellos. Glothus había sido confeccionado como un látigo; curtido como el cuero, restallaba a la mínima y solo buscaba el placer mediante el dolor y el sufrimiento ajeno. Un bruto y un cerdo, un demente, pero también el hombre adecuado. Con él al frente sus hombres estaban llenos de confianza y fuerza. Y estaban frescos; no habían perdido ni un segundo buscándoles por los túneles. Sabían que irían allí. No había muchas opciones.
—Sargento, me esperaba encontrarle entre los muertos, no entre los prisioneros —gruñó Glothus.
—No hay bajas. Al menos entre los nuestros —contestó Balimir.
—Siempre fuiste perro viejo —esbozó una sonrisa —. En pie y sin un rasguño, cualquiera dudaría de tu lealtad. Pero yo no.
Miró a los cuatro cabecillas. Trató de intimidar a Jah'Tall con la mirada, encontrando un muro tan áspero como él mismo. Despreció a Oggo y cierta lujuria siniestra que Bria despertó en él se convirtió en un miedo novedoso, nunca sentido antes. Terminó por fijar sus ojos en Edgtho. Allí había respeto, incluso aprecio.
—Esto es una locura —habló directo al explorador —. Os superamos en cuatro a uno. Ninguno de esos mierdas va a ayudaros. Y no podéis retroceder.
La oscuridad, tras ellos, se había tornado más densa, más oscura. Los esclavos se apretaban los unos contra otros, llorosos, nerviosos, asustados. No sacarían de ellos ni una gota de valor o determinación. Glothus era la encarnación de sus pesadillas, el campeón de los carceleros, el maldito hideputa que los había metido allí, la risa ronca que escuchaban todas las noches antes de irse a dormir. La mayoría sabían lo duro que eran sus nudillos y lo aguda que era la mordedura de su látigo.
Jah'Tall estaba midiendo sus posibilidades. Ya habían luchado antes contra Glothus. A pesar de su forma física era un guerrero resistente, feroz y letal. Su mala técnica era compensada por otras características como el juego sucio, fuerza bruta o un instinto natural para la carnicería. Era un lobo con un collar holgado, un carnicero a nómina.
Ninguno de ellos lo esperaba pero Bria dio un paso al frente. Por algún motivo, los hombres de Glothus dieron un paso atrás. Pero el campeón quedó al frente. Tenía la boca seca y debajo de su capa de aplomo empezaba a corretear la inseguridad.
—¿Qué coño eres tú? —chasqueó con la lengua —. En formación —los guardias avanzaron el paso retrocedido al escuchar la voz de superior —. Ven aquí a la luz, zorra, para que veamos si el color de tu sangre es como el color de tus ojos —frunció el ceño. Volvió a hablar con Edgtho —. ¿No lo ves? Tu compañera es...lo mismo que vimos en los túneles. Lo mismo.

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24/09/2019, 14:39

A veces ella no era ella. No era ella quien había avanzado y desafiado a Glothus y a sus hombres. Pero había sido su cuerpo. Perdía el control. Lo percibía. Algo carcomiendo sus pensamientos, su mente, dentro de ella. Un virus carnívoro que devoraba a Bria para dejar en su lugar un pedazo oscuro y siniestro. Oscuridad. Un vacío sin ojos que la miraba directamente a sus pensamientos más íntimos. Y de nuevo esa voz, martilleando todos sus pensamientos, devorándolo todo.
Hambre, tenemos hambre. Paga tu cuenta, matrona. El No Nacido debe llegar. Toma una decisión. El hombre cerdo es carne enferma, pero es grande y su alma es un pozo. Servirá. O elige al gigante, es fuerte, joven y salvaje. O el otro, el enjuto buscador de mundo. Él ya nos conoce. El soldado puede servir, nos nutriremos de su experiencia. El tullido es alma vieja. Ofrécenos su corazón. Toma una decisión.
Su mano envenenada palpitaba, su corazón se estremecía. Debía elegir, tomar una decisión. Eligir un sacrificio, una víctima. Un huésped. ¿Y luego qué? Temor, miedo, incertidumbre.
El mejor huésped, el último de los hijos. Nuestra última oportunidad. Es el momento. El no nacido está en tu interior, matrona. Provoca el parto o nacerá dentro de ti.

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24/09/2019, 14:41

Bria no se había percatado de ello, pero Oggo y Edgtho pudieron ver como la contaminación de su mano se había extendido por todo el brazo. Podían percibir sus venas hinchadas de un negro icor que palpitaba como un corazón dormido. La piel se había cuarteado y agrietado, adoptando el color de la ceniza. Y cuando ella había avanzado para ponerse en primera línea habían mirado a sus ojos. Allí no había nada. Ni iris, ni pupila. No había color. Solo una oscuridad que devorada toda la luz.

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30/09/2019, 22:59
Oggo

Oggo había visto una vez a un hombre sabio en una lejana ciudad de Koth. Sus dientes estaban podridos, su cabeza desprendía piel como un lagarto y sus dedos no respondían como debieran. Pero su mente ladina estaba mas afilada que un cuchillo zamorio. Tenía ratones, que hacía correr por un laberinto y él podía ver desde arriba. En el laberinto tenía una serpiente. Los ratones sabían que no debían ir por allí, lo intuían, la escuchaban. Pero la comida estaba detrás de la serpiente. "Es cuestión de tiempo -decía el hombre, a quien llamaban "alquimista", fuera lo que aquello fuese-, tarde o temprano terminarán en sus fauces". Y así resultaba. Cada vez. 

Glothus le hacía acordar a ese alquimista. Tenía la misma mirada torva, la misma fascinación por la muerte, el mismo placer por ver sufrir a quien sea. Y también destinaba toda aquella capacidad en hacer daño. Sabía dónde irían los ratones.

Eran cuatro contra trece. Lo sensato era rendirse. Miró a Jah´Tall. El gigante dudaba, y hacía bien. El mismo Oggo se había enfentado al siniestro capitán de la guardia y había resultado sorprendido por su fuerza, agilidad y capacidad. Era un rival de cuidado. Miró de reojo a Edghto, que de alguna manera se había convertido en la voz de la razón, y no lograba discernir su postura. Sabía que la mayoría lo seguiría, era una buena persona. ¿Y Bría? Si, Glothus sabía que traían a la serpiente, y que todos los demás eran ratones, unos y otros. La brythuna era un enigma. Oggo procuró mantenerse a una distancia prudencial, por las dudas. No se le pasaba por alto la transformación que venía sufriendo desde hacía ya unas horas. No era la misma que había conocido en la taberna, pero ¿Era mejor o peor? Lo único en que pensaba el manco era en que salieran con vida, y luego en buscar a Lyra.

¿Podría vencer a aquel hombre? Uno a uno, tal vez. Con suerte. Tal vez no. ¿Podían ellos cuatro vencer a trece? Sin la brythuna, imposible. Con ella Oggo pensaba que dependían de la voluntad de los guardias. Y para hacerla flaquear, había que vencer a la cabeza. Le parecía claro que quien debía enfrentarse a él era Bria, que además se la notaba con muchas ganas. Pero no se quedaría de brazos cruzados.

- ¡Gubra! - gritó. ¡Hemos venido a terminar con las matanzas de hermanos e inocentes! ¡Hemos venido a terminar con las mentiras del falso Emperador! ¡Unete a la única batalla que te dará la libertad!

Algo en el interior de la mente de Oggo le decía que era un ratón que estaba a punto de ser devorado. Una voz interior le gritaba que saliera de allí mientras pudiera. Que estaba haciendo lo que el loco de aquel lugar siniestro quería. Le estaba pidiendo al león que rugiera. Se preparó para lo peor. Buscó con la mirada la posición de las antorchas y de los lugares, estaba seguro de que pronto le haría falta la información.

Pero también estaba seguro de que aquel era el último día de la vida de Glothus. Como lo había estado con el alquimista. Recordaba bien su mirada de sorpresa cuando le hundió su acero en el corazón. Tanta confianza en un mundo sanguinario y cruel como aquel, terminaba con tu vida, tarde o temprano.  

Se preparó para combatir, pero salvo que salieran los gladiadores, en cuyo caso se uniría a la reyerta, se mantendría en una posición defensiva. Era valiente, no loco.

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01/10/2019, 00:43
Bria

A pesar de las medidas tomadas, de nuevo perdieron a varios por el camino hasta las celdas de los gladiadores. La oscuridad podía con todo y ni siquiera Bria tenía alguna clase de control sobre la que llenaba los túneles, por mucho que lo intentara, solo podía mandar aquella que albergaba en su interior. Pero por lo que se escuchaba reptar por los túneles, Bria cada vez tenía más claro que aquella fuerza era una que debía mantenerse controlada o encerrada. La pregunta era, ¿Cómo?

Frente a la puerta de la sala donde los gladiadores eran encerrados, les esperaba otra sorpresa. Por eso no se habían encontrado ningún guardia ni obstáculo por el camino. Estaban todos allí, esperándoles, con Glothus incluido. El tipo sin duda era mucho más listo de lo que su aspecto dejaba entrever a simple vista. O quizás era la simple experienca la que había motivado aquella acción tan arriesgada, pues si hubieran decidido huir los cuatro solos, habrían podido hacerlo sin impedimento.

La oscuridad retrocedió en aquél pasillo, bien iluminado por antorchas y braseros adicionales. Se habían procurado también que los túneles y lo que en ellos moraba no les darían ninguna sorpresa, allí las cosas se decidirían como lo hacían los hombres. Claro que, Glothus no contaba con el pacto que había hecho Bria y lo que esta había recibido a cambio...

Los guardias eran menos de los esperados, aunque aun así les superaban de lejos. Frescos, entrenados y bien equipados, y además liderados por su capitán, en cualquier enfrentamiento los sobrepasarían a los cuatro, ya que dudaba mucho que aquellos a los que habían liberado fueran a serles de mucha ayuda. Y a pesar de todo, aquella situación solo se solucionaría de una manera. Tenían que atravesar esa puerta. Y para ello, tenían que vencer a Glothus y sus guardias.

Bria dio un paso adelante. Ni siquiera se dio cuenta de que lo hizo, ni recordaba haber dado la orden a sus músculos para que se movieran. Habían actuado por cuenta propia. A medida que sentía que el No Nacido se acercaba, sentía también que la insistencia e impaciencia de la voz aumentaba, y que poco a poco perdía el control, que se perdía incluso a ella misma. No le quedaba mucho tiempo, pero todavía era demasiado pronto, les faltaba mucho para escapar todavía. Tenía que asegurarse de que se salvaran todos los que pudieran. O sus compañeros, por lo menos. Les debía eso, como poco.

Escuchó a Oggo gritar. Dudaba de que los gladiadores pudieran oírlos, y aunque lo hicieran, no era mucho lo que pudieran hacer desde el otro lado de la puerta, si es que querian hacer algo. Además, sus armas estaban todas en otra parte de la mazmorra — Puede que sí — respondió a Glothus, mirándolo desafiante. Todavía llevaba en la mano la daga que había cogido del guardia decapitado, pero no la esgrimía de manera amenazadora — Puede que me convierta en una víctima más de la maldición que acecha este circo de sangre. O puede que tenga la manera de detenerla de una vez por todas. El No Nacido se acerca, Glothus, y cuando llegue se acabará todo para Ponthia. Puedes detenernos, y lo conseguirás seguramente, pero entonces estarás condenando no solo a todos los que hay aquí, sino a la ciudad entera. El fuego ya no servirá, la luz ya no servirá. Una oscuridad impenetrable y eterna, que devorará todo lo que toque — dio un paso al frente, todavía sin dar muestra alguna de hostilidad — El momento de elegir se acerca. De tí depende que esto acabe de una manera u otra, así que, ¿Qué decides?