Los libros plúmbeos
Mayo de 1624
Se dice en los mentideros...
-Que prosigue el cerco a la ciudad holandesa de Breda o Bredá, donde las armas del rey se ponen a prueba una vez más contra la pertinacia del astuto Mauricio de Nassau. Levántanse en Italia y España nuevas compañías de entusiastas, pues hay quien dice que si cae esta ciudad, el general Spínola terminará de una vez por todas aquesta larga guerra.
-Que el rey don Felipe ha llegado ya a Sevilla, en cuyos Reales Alcázares ha tomado aposento. Toda la nobleza andaluza ha acudido a la cita, disputándose el favor del monarca y de su valido, el conde duque de Olivares.
-Hace unos meses murió, para gran consternación, el arzobispo del puerto de Indias, don Pedro Vaca de Castro y Quiñones, santo varón y antiguo arzobispo de Granada. Fieles de toda la región ha depositado ofrendas en su sepulcro, y aún muchos venidos desde Granada...
Capítulo I - Colegio Máximo
Dos siervos del señor detienen su paso en la calzada que recorre la ancha vega. Un mar de trigo se extiende ante su vista, casi maduro, resplandeciente en su color oro. Anchos caseríos diseminados por aquí y por allá, enmarcan espacios irrigados donde se cultiva mucho y bien. El aire huele a trigo, pero también a tierra mojada. Mercaderes con mulas cargadas de mercadurías empacadas pasan junto a ellos, en dirección a a puerta de Birrambla. El incansable Gabriel de Mendoza aprieta el paso. Detrás de él, tomando la menos transitada ruta de la puerta de Málaga, el padre Constantino Vallejo piensa en que es la hora de comer, y aún no ha probado bocado.
Una hora después, el jesuíta ha llegado junto a la transitada puerta, donde montan guardia dos patibularios soldados con alabardas, que no le dicen nada al pasar. Este, sin embargo, les pregunta sobre la ubicación del Colegio Máximo, y los guardias se lo indican. Lo que en el interior de la plaza, es un digno espectáculo para un comerciante: especias de tierras lejanas, lona, seda, nieve de la sierra (controlada por el poderoso gremio de los neveros), amén de carne, pescado de Motril, fruta, azúcar de la costa, sal y manufacturas de cuero, lona, encajes, paños de tintorería... La actividad es febril en la plaza y en la cercana Alcaicería, que recorre con interés, mirando todas las mercancías que se ofrecen. Su viaje aún es largo, y recorre gran parte de la ciudad por la orilla derecha del Genil, hacia las huertas del monasterio de la Cartuja y el viejo alfar romano al otro lado de la colina del Albaicín. A mediodía, llega hasta al Colegio Máximo, convento de los jesuitas en Granada. Lleva esta carta:
"Estimado hermano Mendoza.
Os escribo desde Granada para poner en vuestro conocimiento que el nuncio me ha confiado una misión de suma importancia. No puedo cumplirla, por ser ya viejo y no responder mis miembros como en años pasados, sobretodo después de unas malas fiebres. Por nuestra antigua amistad y porque, según recuerdo, vuestra capacidad de análisis e indagación no tiene nada que envidiar a la de un calificador del Santo Oficio, os ruego que acudáis al Colegio Máximo de Granada. He escrito a Roma, y me han dado el visto bueno para confiar esta misión en alguien apropiado de mi criterio.
No puedo daros más detalles, pues el asunto es grave y muy complicado. Acudid sin demora, pues no se cuando el Señor me llamará a su lado.
Vuestro amigo:
Padre Andrés Vico"
La misma carta posee el padre Vallejo, que se pregunta a un fraile cartujo del monasterio, que le indica donde se encuentra el cercano Colegio Máximo. Tras hablar con el viejo vedel, son guiados en presencia del anciano jesuíta, que está postrado en una cama y con no demasiado mal aspecto. Parece animado por verles, y se excusa por no poder levantarse y saludarles apropiadamente. Les ofrece agua, y espera a que les dejen solos y cierren la puerta. Tras una conversación inconsustancial, va al grano: "Hermanos. ¿Conocéis la controversia de los plomos del Sacromonte?" Le explica la historia: a finales del siglo pasado, durante la demolición del último de los minaretes de la antigua Mezquita Mayor (la llamada Torre Turpiana) aparecieron unas reliquias. Entre ellas, se encontraba un manto de la vírgen y un extraño pergamino que hablaba de un mártir granadino en época de los romanos: San Cecilio. En el año 95, un tal Sebastián López encontró en las faldas del Sacromonte unos libros, hechos como los antiguos "codex" romanos pero con láminas de plomo, atadas entre si por el costado con hilo de cobre. Escritos en una extraña lengua, y trataban sobre mártires granadinos, cuyos restos fueron apareciendo. Roma los considera heréticos, pues lo que está escrito en ellos equipara la fe musulmana a la cristiana. Sin embargo... nada de eso parece importar, ya que al desenterrar los restos de San Cecilio y fundar una abadía para que fueran custodiados y adorados, se ganaron a los granadinos". Poco más puede decir sobre este tema, pues los dominicos le han dejado indagar poco, y hállase postrado en la cama. Da ánimos a ambos hombres, y les conmina a investigar más. Podrían comenzar con el conde de Zafra, del que era confesor, caballero muy principal y de familia asentada en Granada desde la época de la conquista.
El conde de Zafra vive en la antigua casa del Castril, en plena carrera del Darro. Mandan llamar y convencen a un novicio de la compañía de Jesús, que lleva un mensaje a la casa del conde y regresa con una invitación a ambos tonsurados para cenar esa noche con él. Y allí se encaminan.
Capítulo II - Taberna de Alhamar
Durante la cena en casa del conde, sacerdote y jesuíta hablan con un interesante caballero, de nombre Dámaso Alminar, natural de Toledo, caballero de Santiago, poeta y escribano de la Real Chancillería. Habitual en casa del conde, escribe poemas bajo su patrocinio a mayor gloria parnasiana de los Zafra.
El viejo conde entablará conversación con los religiosos tras ejercer de buen anfitrión y trinchar el cordero, que sus criados sirven. Revela a ambos hombres varias cosas:
-Detrás de todo el asunto de los libros están los dominicos, que guardan celosamente sus secretos. El inquisidor Valdés-Salas tiene en su despacho viejas cartas y correspondencia del antiguo arzobispo don Pedro Vaca de Castro y Quiñones, bajo cuyo mandato surgió todo el tema de los dichosos libros.
-Se acuerda de que su padre le dijo que creía que un hombre de los Granada-Venegas, un tal Alfonso del Castillo, se había ofrecido a traducir los libros para los dominicos. Era un hombre joven, por lo que ahora tiene más o menos su edad (unos 50).
-Si quieren investigar, será mejor que se busquen compañeros de viaje. El inquisidor es celoso con sus secretos y de hombre de malas pulgas. Dió a los tonsurados, en recuerdo de la amistad de su viejo confesor, una bolsa con 100 reales y la ayuda de Alminar, a quien animó (es decir, "obligó" apelando a su honra) a echarles una mano.
El poeta resuelve que lo mejor es ir al Albaicín, donde se abigarra por la noche en sus tabernas lo más "granado" de la carda local: jaques, rufos, tahures, ladrones y todo género de embaucadores. Les sugiere, por su bien, que no carguen muchos dineros. Con estos antecedentes, llegan hasta la plaza de la Trinidad, donde se ubica la famosa Taberna de Alhamar.
La entrada de dos "curas" y un caballero de Santiago anima a unos trileros gitanos allí presentes. Uno de ellos, Mingo de Láchar, acude prestamente a ver si los recién llegados gustan de jugar naipes. Una corta conversación, entretanto llega el tabernero y les toma nota, entre el pícaro y el caballero queda en tablas. Mientras, con mucho aparato, el gitano jura y perjura que él es el hombre adecuado para guiarles en la ciudad. Tan solo una excusa para "evaluar" el montante de la bolsa del caballero, que nota el ardid. No obstante, terminará accediendo a la ayuda del gitano y de su primo, David Maldonado, tras mucho debatir sobre sus emolumentos. Entretanto, atraídos por la perspectiva de trabajo, el soldado Torres Rus, veterano de Flandes, y el valentón granadino Joaquín Ubiña acceden ayudar, aunque este último con agrias discusiones con el gitano acerca de que los bravos deberían cobrar más, pues mayor es el riesgo de su trabajo. Se llega a echar mano a las armas, pero sin consecuencias.
Quedan todos emplazados a la mañana siguiente frente a la Real Chancillería, en Plaza Nueva, para comenzar las pesquisas.
Capítulo III - Hábitos y corchetes
Llegados a la plaza, los conjurados deciden hablar en una calleja junto a la Chancillería, para mayor privacidad. Clavado en la puerta, un cartel anuncia que al día siguiente habrá auto de fe en Granada, quemándose judaizantes y algún nefando, para jolgorio del pueblo.
En estas, la dama Coral de Atienza, presente en la cena de los Zafra, indagó con sus contactos en los barrios bajos y acude a la cita, interesada ante la posibilidad de vivir alguna aventurilla. Convence, tras mucho hablar, a Alminar de que ha sido enviada por su padre para auxiliarle, pues ella conoce mejor la ciudad.
Entretanto, el padre Vallejo y el jesuíta Mendoza urden dos planes alternativos. El primero consiste en conseguir hábitos de dominico y entrar, por las buenas, en el convento de Santa Cruz la Real, cuartel general de los dominicos, y robar los papeles de la celda del inquisidor Valdés. El otro plan, urdido por Mendoza y la dama Coral, consiste en apelar a un viejo conocido y desvergonzado pretendiente de la dama, el criado Eusebio Torres de la casa de los Granada-Venegas.
Casa del Chapiz
Tras recorrer el barrio y no dar con el criado, el valentón Ubiña sugiere picar a la puerta y preguntar por él, cosa que hace. Asomado el criado, le convence de que doña Coral desea hablar con él, y charlan ambos en privado dando un paseo. Bajo amenaza de retirarle la palabra, la maquiavélica dama consigue sacarle valiosa información: Alonso del Castillo, viejo preceptor de los hijos del marqués (patriarca de los Granada-Venegas) se halla preso desde hace días por el Santo Oficio. Bajo más amenazas, esta vez urdidas con mucho tino entre el jesuita y el valentón, consiguen colar al padre Mendoza dentro de casa, revolviendo los papeles del encausado. Encuentra un compartimento secreto en su scriptorium, haciéndose con una vieja carta un morisco que le ayudó en la traducción de los libros. Está escrita en arameo, y sellada con un menorah o candelabro sagrado de los judíos. En ella, se dice que ambos hombres deben repartirse el trabajo de la elaboración de las láminas de plomo, pues no es conveniente que lo hagan juntos, por si el Santo Oficio da en ellos.
Con tan valiosa información, salen de nuevo a la calle y se dirigen a la casa del poeta Alminar.
Barrio de la Catedral
En la alcaicería, poeta y sacerdote se dan cuenta de que ocho hábitos de dominico cuestan muy caros. Sin embargo, y con muy buen tino, el padre Vallejo decide falsificar un pagaré a nombre de un convento de la orden de Santo Domingo, con el que consiguen los hábitos.
Reunidos con los bravos, deciden que lo mejor sería vestirse en casa del poeta. Allí, tienen una agria discusión acerca de bigotes. En efecto, están prohibidos a los miembros de la Iglesia, por ser cosa tenida por de ostentación y banalidad. Al final, salomónicos, deciden que sean los sacerdotes los que se disfracen, y el resto les darían "cobertura".
Convento de Santa Cruz la Real
Los hombres de Dios, disfrazados de aborrecibles frailes de Santo Domingo, se encaminan hacia el convento, en cuya puerta montan guardia dos malhumorados guardias de los familiares del Santo Oficio. Dentro del Claustro, tópanse con un fraile que les pregunta por el inquisidor Valdés, por no hallarle. Hablan un momento acerca de ello, y consiguen convencerle para que les indique la ubicación de la celda del temible prior del convento e inquisidor del Reino de Granada. Sin embargo, la puerta está cerrada.
Debido a este contratiempo, buscan a Mingo, al que quieren hacer pasar por su criado. Sin embargo, tienen problemas para que los guardias le dejen pasar. Enfadado por tanta milonga, uno de los guardias se niega en redondo, y además negándose a que los "frailes" entren de nuevo. La escena es vista por el soldado Torres, que inspeccionaba la zona, y por Dámaso, Ubiña y doña Coral.
Buena es la que se arma, y al final acude un alguacil, que no reconoce a Mingo pero ordena que le prendan, por intentar hollar en el convento, Dios sabe con que fines. Revolviéndose frente a la detención, el gitano echa a correr, perseguido por un corchete. Mientras, el alguacil discute con los sacerdotes.
En la calleja donde Mingo tropieza, el corchete le pone al cuello una espada, que intenta parar con su daga con poco éxito, quedando herido en el pecho. Se defiende el gitano como mejor puede, pero es nuevamente herido en la pierna. Al cabo, socorrido por su primo David, pelean con el corchete, que pierde su espada y es acuchillado, al más puro estilo gitano, hasta que el alguacil y sus corchetes acuden en auxilio de su compañero, huyendo los pícaros.
Capítulo IV - Y fue Troya
Esa misma noche, curado el gitano, acuden de nuevo a la taberna de Alhamar. Allí, resolverán en dividirse de nuevo. Doña Coral, con una carta falsificada en la que ella se hará pasar por la única sobrina del encausado, cristiana vieja y mujer piadosa, que irá a dar un último consuelo al marrano. El jesuita, por su parte, convencerá al gitano para una operación de envergadura: deberá conseguir a 15 compadres, entrar por la fuerza en el despacho del inquisidor y robar todos los papeles (y todo lo que esté a su alcance). Más lo que hurten, habrá un monto de 300 reales para los que consigan salir del monasterio. Al ser hombre pragmático, al que los oros le seducen (y por los que mataría a más de uno), accede.
Prisión de la Alhambra, Torre de las Armas (Alcazaba)
Escoltada por el soldado, la dama Coral llega hasta el tal Alfonso del Castillo, al que ve muy maltratado por las torturas. Hablará con él, y éste, viéndose a las puertas de la muerte, le confesará todo: Él hizo los libros, junto a un compañero ya fallecido, a encargo de los Granada-Venegas. Los libros contienen dos cosas fundamentales. La primera, es la historia de los mártires desenterrados en el Sacromonte, entre ellos el venerado San Cecilio, en honor al cual se levantó una abadía en aquel lugar, con gran devoción de los granadinos y muchos extranjeros en la peregrinación por visitar sus restos. La segunda, es que los libros contienen un intento de evangelio sincrético cristiano-musulmán, elaborado en la creencia de que, a finales del siglo pasado, este bastaría para relajar la persecución que el Santo Oficio ejercía sobre los moriscos y conversos.
Horrorizada por el odio anticristiano de sus palabras, la dama sonsaca al reo toda la información que puede. Luego, desde la puerta y una vez fuera, le desea, como hereje que es, que se pudra en el infierno.
Convento de Santa Cruz la Real
Un tropel de 16 gitanos, escoltados por un poeta, un soldado y un valentón, recorren las calles de Granada ávidos de botín. Milagrosamente, no se topan con ningún alguacil, y llegan hasta la fachada trasera del convento. Allí, arrojan arpeos y escalan como simios hasta el balcón del inquisidor, forzando las contraventanas.
Entran en tropel, sorprendiendo a Valdés, que se hallaba dormido. Antes de que pudiera llamar a alguien en su auxilio, una turba de gitanos le acuchilla inmisericordemente en la cama, dándole muerte. Se inicia así el gran robo, en el que los gitanos se llevan hasta las sábanas de su cama.
Afuera, cuatro corchetes sorprenderán a los ladrones. Los cuchilleros, precavidos, sacan pistolas. El soldado descerraja un tiro en la cabeza a uno de ellos, mientras el valentón hace lo propio en su pierna, y le dan muerte. Se inicia un breve duelo, en el que el poeta dejará muy malherido a un corchete en la pierna con una estocada a fondo, mientras que el soldado y el valentón le pasan los pechos a sus rivales con varias cuartas de acero.
Huyen los gitanos con su botín, pero antes Mingo se cobra venganza con un gitano de Pinos, mala persona, que quiso abusar de su hermana. Lo degüella cuando están suspendidos en la cuerda, en la fachada del convento, y este cae al vacío. Huyen del lugar, cada uno por un lado.
Marrano=judeoconverso insincero
Se dice en los mentideros...
-Que gran bellaquería cometieron unos gitanos en vísperas del auto de fe en Granada. Por la mañana, dos de ellos dejaron malherido a un corchete junto a la plaza de Santo Domingo. Por la noche, un grupo entró en la celda del inquisidor Valdés-Salas, escalando la fachada del convento de Santa Cruz la Real. Le dieron muerte, robándole todo. Hallaron uno muerto, junto a dos corchetes muertos y otros dos muy malheridos.
-Gracias al buen hacer de los alguaciles, se supo que un sacerdote y un caballero de Santiago colaboraron en el asalto, pues compraron en el día anterior unos hábitos de dominico con los que quisieron colar a un gitano en el convento. El caballero, frecuente en la casa de los Zafra, huyó de Granada y nada se sabe de él. Del sacerdote, tampoco. En cuanto a los gitanos, el alguacil apresó a unos dos, que inculparon a un tal Mingo de Láchar, también desaparecido.
-A pesar de la grave consternación que supuso la muerte del inquisidor, santo varón, se llevó a cabo al mes siguiente un auto de fe. En él se quemaron a dos gitanos, acusados del asesinato del inquisidor. También se quemó a un judaizante, antiguo preceptor de los Granada-Venegas (y entregado por ellos), que antes de expirar pronunció una extraña sentencia: "Y para los herejes, no dejará ninguna esperanza. Y será en un instante todo el mal destruído y reducidos rápidamente sus enemigos. Y los malvados desarraigados serán destruídos y humillados al final de los días. Bendito seas, Señor, que destruyes a los enemigos y humillas a los pecadores". Hay quien dice que es una oración judía.
-Que tras muchas cartas entre Roma y Madrid, con una visita del nuncio, se consiguió que fueran entregadas a Roma cuatro láminas de los famosos plomos del Sacromonte, o libros plúmbeos, para ser analizados por expertos de la Santa Sede.