Mónica escuchó con atención a Miguel, asintiendo cada poco. Que quisiera que se sacrificara por ellos no significaba que no fuera a darle una oportunidad. Era lo mínimo que podía hacer, ¿no? El chico rogó por su seguridad, lo cual era entendible. También se inventó a una novia que sufriría su perdida. También entendible. Puede que ella también hubiera mentido en lo de la muerte de su madre, pero tras una vida de esconder sus problemas alcohólicos no solo a los demás sino también a sí misma, podía mentir sin apenas algún que otro titubeo. Su mujer solía pillarla, sí, ¿pero aquellos desconocidos que no sabían nada de su vida ni manerismos habituales? Já. Buena suerte pillándola.
Pero había algo que no podía entender.
El gesto de Mónica se congeló ante la petición de Miguel. Ahora tenía la mirada de una tigresa cuyos cachorros estaban jugando demasiado cerca de un humano armado con un rifle y un cuchillo escondido en la espalda.
-¿Vosotros vais a cuidar de mi hija?-las palabras salieron de su boca con una fría calma airada. Todavía estaba intentando asimilar que había escuchado lo que había escuchado.-Por todo lo que sé, podríais haber mentido en todo y ser una panda de asesinos pederastas. Y aunque hubierais sido sinceros y se muriera mi mujer y no hubiera nadie más para que cuidara de mi hija, seguiría sin dejar que la vierais siquiera. No es personal, es que. No. Sois. Buenas. Personas.
Estaba mirando fijamente aquel interruptor que supondría la vida y la muerte. La vida para tres de ellos y la muerte para el desdichado que tuviera que pulsarlo. Honestamente, yo tenía las mismas ganas que cualquiera de ellos de salir de allí, y las mismas ganas de pulsar ese interruptor como cualquiera de los otros tres, o sea, ninguna. Parecía que toda la atención de mis desesperados compañeros se dirigía a decidir quién de ellos era más "digno" de seguir con vida y quién merecía más el adentrarse en el fuego infernal, que cada vez nos iba rodeando más y más, y que nos convertiría en humanos a la brasa en breves momentos.
-No lo entendéis ¿verdad? -dije, levantándome del suelo y mirándoles fijamente. -Por mucho que intentemos convencernos de que no hemos hecho nada malo, o de que tenemos más motivos para salir de aquí, ninguno de esos motivos es cierto. Estamos aquí por consecuencia de nuestros actos. Todos tomamos la decisión de aceptar la ayuda de estos malnacidos hijos de puta...y ahora debemos afrontarlo -no esperaba sonar tan convencido en mis palabras, teniendo en cuenta que estaba aterradisimo, y que probablemente, habría aprovechado la mas mínima ocasión para librarme de lo que iba a hacer. -Iré yo.
—¡¡Eso, que vaya Mónica !!—dijo después de escuchar al chico de las gafas. —No nos vas a conmover con tu hija, tu misma nos has dado a entender que eres una mala madre.
Se escuchaba a ella misma y no podía creer lo que estaba diciendo. Tenía que salir de allí. Nadie pulsaría el botón, todos morirían. Sintió que se iba a desmayar cuando escuchó al otro joven...
—¡¡¡Gracias!!! es mejor que vayas tu, yo no podría presionar el botón, me bloquearía estoy segura, o me daría un infarto antes, pfff, gracias!!
Todo su cuerpo se relajó al saber a que había un voluntario. Sabía que quedaba poco tiempo, sabia que esta vez iba a salir viva de allí. No volvería a cometer los mismo errores, no volvería a aquel sucio y oscuro lugar donde encontró la maldita ayuda que la hizo vivir bien durante una temporada, empezaba a ver un rayo de luz en toda aquella situación cuando algo explotó en su cabeza, no... no podía ser.
—¡¡Un momento!! —dijo al ver que el chico estaba decidido a dar su vida por ellos, —¿ dónde está la puerta? ¿Y si el que pulse el botón es el único que se salva?, ¿y si la puerta está al otro lado del pasillo?
—¡¡Mierda!! ¡¡él lo sabía!! ¡¡ iba a salvarse !! Tenemos que buscar la puerta ¿ donde está? ¿la podéis ver?— le miró a los ojos. —No te atrevas a moverte de aquí hasta que sepamos donde está la salida?—se planto delante del joven, estaba decidida a bloquearlo para algo iban a servir esos kilos de mas.
- Ah, ¿no somos buenas personas? ¿Y tú sí? Porque estamos aquí por la misma razón, por pedir ayuda a esa gente. - dijo Miguel, totalmente a la defensiva, tras la réplica de Mónica. Albergaba la remota esperanza de poder convencerla, y no haberlo conseguido lo ponía aún más nervioso... y eso que ya estaba en pánico. Se giró hacia Eduardo, él se había ofrecido ante el asombro de los demás. - ¿De verdad? ¿En serio?
Miguel no pudo evitar sonreír, una sonrisa llena de desesperación. Hasta le dio un abrazo a Eduardo por puro impulso.
-Un héroe. Eres un héroe. - le dijo al chico. El alivio le inundaba.
Al menos hasta que Mary intentó bloquearle el camino a su salvador. Miguel gruñó con fuerza.
- ¿Pero qué dices? ¡Han dicho que el que pulse el botón no podrá salir, ¿para qué carajo nos van a mentir?! - dijo con rabia. - ¡Deja que vaya! ¡O ve tú si lo prefieres!
-Por vuestra culpa ha muerto gente, o han sido amenazados. Yo tuve un momento de debilidad, pero habría podido resolverlo yo sola.-se defendió del chico de gafas, los ojos todavía brillando con furia.-Yo soy solo una víctima. ¡Y no una mala madre!-añadió, girándose a Mary.-La he cuidado muy bien, ¡y lo seguiré haciendo! ¡Voy a salir de aquí, cueste lo que cueste!
Su atención se distrajo cuando apareció un voluntario. Una salvación. Mónica soltó un suspiro de alivio y se acercó junto a Miguel hacía él, claro que en vez de abrazarle, se limito a estrechar sus manos con fuerza. "Un héroe" le había llamado Miguel. Mónica no pensaba igual. Seguía siendo un hombre que había hecho cosas horribles a través de las máscaras, pero lo menos que le iba a conceder era algo de agradecimiento. Un último detalle por lo que iba a hacer por ellos.
-Gracias, gracias. Nunca te olvidaremos.
Pero algo no iba bien. A pesar de sus palabas, el chico no hizo amago de andar. Se quedo plantado, mirándoles. Mónica no se lo podía creer. ¿Era un cobarde o estaba jugando con ellos? Y por si fuera poco, Mary se plantó entre ellos, impidiendo el paso y hablando sobre como era una trampa.
-¡Pues si crees que te vas a salvar tú, ve a darle al botón!-pero la semilla de la duda ya se había plantado en Mónica, que echó un vistazo al botón. ¿Y si de verdad era otro juego de los locos de las máscaras?
Los comentarios de Mónica y el joven de las gafas le hicieron dudar, y el silencio de Eduardo le hizo dar un paso atrás. Las cartas estaban echadas, no sería capaz de pulsar el botón, lo sabía. Dejó el camino libre, libre para morir o vivir, eso ya no importaba, en ese momento sólo deseaba que los demás tuvieran razón.
El tiempo se estaba acabando. Mónica ya había empezado a sudar, a medida que la temperatura de la habitación subía y aquellas llamas se acercaban cada vez más. El calor la asfixiaba, la agobiaba y hacía sentir impaciente. Parecía claro que nunca iban a salir de ahí. Que ninguno iba a hacer algo de provecho con sus últimos momentos de vida.
Intentaba no pensar en ello, pero lo que había dicho Mary cada vez tenía más sentido. Hacerles creer que las reglas de la sala eran unas para luego darles la vuelta para castigarles parecía algo que los locos de las máscaras harían, aunque fuera con tal de jugar con ellos un poco más. Y si era así, no quería ser la que no se salvara por haber confiado en las palabras de los locos, en vez de desconfiar de ellas.
El tiempo se acababa. Tenía el vestido empapado de sudor. La cabeza le dolía. No duraría mucho más. Pensó en su hija, en Diana, y en que tenía que hacer lo que hiciera falta para volver a verla.
Sí, aquel botón debía darle la salvación a aquella persona que lo pulsara. Les habían dicho que esa persona se sacrificaría por los demás, ¿pero acaso no era una oportunidad para resarcirse de sus vidas y así pagar la deuda? Sí, pensó con una sonrisa, era la forma de demostrar que habían aprendido de sus errores y ganarse el perdón de sus captores.
Y Mónica lo había descubierto. Todavía con la sonrisa en la boca y los ojos brillantes, echó un vistazo al camino más rápido hacía el botón. No podía permitir que nadie se le adelantara y le arrebatara la salvación. Solo ella debía salvarse. Así que se quedó callada, permitiendo que sus compañeros siguieran discutiendo, y cuando más distraídos parecían... echó a correr hacía el pulsador, esquivando a todo aquel que intentara detenerla. No veía otra cosa que no fuera aquel tentador rojo.
Ni siquiera miró a sus compañeros cuando lo pulsó.
Mónica dudaba. Mary dudaba. Eduardo dudaba. Y por supuesto Miguel dudaba. ¿Sería una trampa? ¿Sería exactamente lo que parecía? Lo que estaba bastante claro era que si nadie pulsaba aquel maldito botón... todos morirían. Entendía las dudas, ¿quién no dudaría? Él dudaba. Tenía miedo. Pero... las llamas pronto acabarían con ellos si no hacían nada. Morir sin intentarlo... No. Eso nunca. Iba a lanzarse a por el botón pero... ¡Mónica se lanzó antes! Y muy segura de sí misma, además. Debía saber algo que él no sabía.
- ¡¡Mierda!! - gritó Miguel. Y... ¡corrió junto a Mónica para pulsar el botón antes que ella! - ¡¡Seré yo el que se salveeeee...!!
Al pulsar el botón una cortina de fuego inundó el pasillo. En el pasado habías imaginado la muerte. A veces la habías soñado como una luz brillante y enceguesedodora, otras como oscuridad y silencio, pero las más de las veces lo habías pensado como sumergirte en un enorme vaso de whisky y dormir.
Pero esta muerte no se parecía a nada de ello sino que se sentía como una montaña rusa, un momento de euforia antes de una larga caída que nunca acabaría.
Te pido que no escribas más en el off-topic hasta después de ver las reacciones de todos al post que les estoy escribiendo.
Mónica y Miguel corrieron por el pasillo gritando y antes de que te dieras cuenta de qué estaba pasando las llamas del cuarto se extinguieron y el pasillo se llenó de un fuego abrasador.
En la pared antes cubierta por fuego una gran puerta llevaba a un cuarto con una ventana con cortinas blancas por donde entraba una luz brillante y cálida. Era de día.
Dese fuera oíste uno de los sonidos más tranquilizadores de tu vida: un camión y bocinas de autos.
Había cuatro cambiadores con cortinas y los nombres de cada uno de ustedes. Viste cómo los de MÓNICA TEJEDOR y MIGUEL ROJAS se hundían en la pared y desaparecía de la vista.
En el cambiador con tu nombre estaba tu ropa y una bolsita plástica con tus documentos y tarjetas y algo de efectivo, suficiente para pagar el transporte público de vuelta a casa.
Una voz resonó. "¿Quién te creería que no fuiste tú quien los mató? Mejor no le digas a nadie." Temblando de miedo volviste a tu vida normal, igual que siempre. La única diferencia fue que todos los meses, en tu cuenta bancaria, aparecía un débito a favor de Mónica Tejedor e hija. Nunca supiste si ese dinero efectivamente llegaba a la niña o si era otra broma macabra de las máscaras.
Al pulsar el botón una cortina de fuego inundó el pasillo. En el pasado habías imaginado la muerte. A veces la habías soñado como una luz brillante y enceguesedodora, otras como oscuridad y silencio, pero las más de las veces lo habías pensado como una opresión permanente y paralizante.
Pero esta muerte no se parecía a nada de ello sino que se sentía como una montaña rusa, un momento de euforia antes de una larga caída que nunca acabaría.
La caída eterna acabó en un superficie acolchada. Tu imaginación te llevó inmediatamente a esas escenas de ángeles andando sobre las nubes. Pero estos ángeles llevaban máscaras y túnicas negras o grises.
Dos de ellos se acercaron caminando con dificultad sobre la "nube" y os pusieron sendas máscaras.
—Bienvenidos hermanos.— Quien saludaba era otra máscara, de túnica roja, encaramada en un trono.—Algunos de vuestros compañeros habían apostado que vosotros seríais los héroes. Yo tenía mis dudas. Pero lo habéis logrado, habéis dado vuestras vidas para salvar la de los demás y así demostrar que sois dignos portadores de la máscara.
Con el tiempo llegaste a convencerte de que fue efectivamente eso lo ocurrido, y que pulsar ese botón no fue tu último acto de egoísmo sino la epítome de tu don de servicio. Y así asumiste el mismo aire de superioridad moral que las otras máscaras.
En la vida real, Mónica y Miguel consiguieron merecidos aumentos de sueldo y traslados a dos ciudades más tranquilas, donde continuar sus vidas sin miradas acusadoras de quienes los conocían de antes. Convencer a la esposa de Mónica fue lo más difícil, pero como su nuevo salario cubría el de ambas finalmente aceptó ir con un empleo tranquilo que además le permitía tener tiempo libre para compartir con la niña.
Periódicamente recibíais una invitación a una "muestra de máscaras". Allí, a los fondos de una tienda de disfraces las máscaras analizaban "casos" para definir quiénes merecían ayuda y quiénes castigos o amenazas. Hasta ahora nunca habían matado a nadie, a lo sumo mudanzas repentinas y muertes simuladas. Pero todo lo que decidieran iba a estar bien, pues construían un bien mayor. A fin de cuentas las máscaras eran quienes habían dado su vida para salvar a los demás. ¿O no?