Partida Rol por web

Matar al Tigre Blanco

Historias de una misma historia (Epílogo)

Cargando editor
20/08/2009, 17:13
Director

El señor Yamamoto bajó del avión, consultando la hora en su reloj rolex. Tenía prisa, porque había concertado una cita con un importante miembro local del consorcio de transportes marítimos. Hacía unos segundos que había salido por la puerta de embarque cuando vió que se acercaba uno de los miembros locales de la yakuza que iban a escoltarle, y este se inclinó en una reverencia japonesa, con los brazos pegados al cuerpo.

-Señor -le dijo- Es un honor tenerle en Los Ángeles.

Yamamoto dejó de mirar al reloj, y respondió brevemente al saludo de aquel protocolario compatriota suya. La yakuza tenía por bandera la defensa de ciertos ideales arcaicos.

-¿Como se llama usted? -preguntó.
-Ideoshi Tanaka, señor.
-Bien, señor Tanaka. Mejor será que vayamos hacia el coche.

Comenzaron a caminar con tranquilidad, pero el señor Yamamoto notó que tenía incipientes ganas de orinar. Pensó que era mejor hacerlo allí que en cualquier otro sitio, y se quitaba una preocupación de encima. Le escoltaban ya cuatro miembros de la yakuza. Antes de meterse en el servicio, miró ceñudo a Tanaka.

-¿Y el resto de los escoltas? -inquirió, extrañado.

Tanaka enrojeció hasta la raiz.

-Solo hemos podido venir cinco, señor. Dos de nuestros miembros están en la cárcel, otro herido y dos más escoltando a un jefe local en un viaje a San Francisco.

Yamamoto asintió, mostrando durante un segundo el labio inferior más que el superior. Sin más, entró, dejando el maletín en una esquina de los servicios, y se alivió en un urinario de pared. Escuchó unos pasos acercarse, y supuso que era uno de los hombres de Tanaka, vigilando los servicios. Fue a lavarse las manos cuando sintió que le agarran en una fuerte presa, y que una fria cuchilla resbalaba sobre su cuello, hiriéndole.

Yamamoto intentó zafarse, y lo consiguió. Vió que su atacante era un joven asiático vestido a la última moda urbana, y ató cabos rápidamente: las tríadas. Los jefe de Wah Ching le tenían ganas, porque le iba a hacer a esa tríada en Hong Kong.

-¡Tanaka, me atacan!

Tanaka entró dentro, mientras Yamamoto se llevaba la mano a la garganta sangrante. No parecía haberle cortado la yugular, pero estaba asustado. El joven se lanzó contra los yakuza, volando con una patada que impactó en el pecho de uno. Sin embargo, Tanaka lo lanzó con violencia contra una pared. Pero el joven era ágil como un simio, y corrió fuera de los servicios, esquivando a los otros dos que montaban guardia en la puerta.

El señor Tanaka se acercó corriendo, examinando la herida de Yamamoto, que parecía iracundo.

-Joder, son las tríadas. ¡Coged a ese cabrón!
-¡Si, señor! -dijo.

El chico corría como un gamo, pero Taro, uno de los hombres que vigilaba en la entrada de la terminal, fue detrás suya pisándole los talones. Parecía que iba a alcanzarle cuando se le interpuso un carrito lleno de maletas, y se cayó con estrépito. Tanaka llegó allí veinte segundos después, y miró a Taro.

-Lo siento, jefe -le dijo.

Miraron, pero no vieron al joven. El señor Yamamoto venía detrás con un pañuelo en el cuello.

-Llevadme a un jodido hospital, imbéciles -les dijo.

Tanaka asintió, y le acompañó fuera. Sus hombres cubrieron a Yamamoto por todos los flancos, atentos a la posible presencia de más tríadas. Nada ocurrió, sin embargo, y montaron en la limusina, saliendo del aeropuerto. Tanaka presionaba la herida del empresario con un apósito del botiquín del coche. Poco a poco, estaban conteniendo la hemorragia. Yamamoto sacó el móvil, e hizo una llamada.

Cargando editor
20/08/2009, 17:35
Director

El agente Barry Thomspon era un hombre negro calvo, de barriga prominente. Trabajaba como agente de seguridad privada en el acceso del edificio Motorola del Downtown de Los Ángeles desde hacía tres años, y todos confiaban en él. Tenía mujer y dos hijos, llamados Tom y Leroy.

Aquel día, se tomaba un café despues de la hora de comer, controlando el acceso de los empleados de ese turno o del partido. No era un mal trabajo: vigilar las cámaras en su mesa de control, semicircular, donde tenía un teléfono y un ordenador. De hecho, su presencia era testimonial, ya que las barreras de control de masas hacían casi todo el trabajo. A veces, sin embargo, se colaba algún listillo detrás de otro, sin usar su tarjeta, y debía estar al tanto.

Eso pasó aquel día, cuando vió a un asiático colarse. Se acercó a él, y sacó la porra despacio. Parecía un simple ejecutivo, quizá no entendía su idioma.

-Oiga, ¿Se ha saltado la barrera? Enséñeme su tarjeta, por favor.

El tipo se acercaba un poco, sonriente, y no contestaba. Putos inmigrantes... ni siquiera sabían hablar su idioma.

-¿Habla mi idioma, señor?

El tipo sacó una pistola y le apuntó.

-Quieto -le dijo.

Barry retrocedió dos pasos. El hombre le dijo que estuviera tranquilo, que simulara. Le preguntó donde estaba el armario de la limpieza, y él contestó, intentando pulsar el botón de alarma silenciosa debajo de la mesa, pero con los nervios, no lo encontró. El tipo luego amenazó con matar a su familia si no colaboraba, y Barry sudó mucho. Él solo era un jodido segurata.

-Haga lo que quiera, no me voy a oponer -le dijo.

Pero luego sintió un golpe seco en la nuca, y perdió el conocimiento. Mientras lo hacía, entendió que aquel cabrón le había pegado un culatazo.

Cargando editor
20/08/2009, 17:46
Director

Los agentes Freemantle y Brett de la Interpol montaban guardia en una pickup negra, en un callejón adyacente al hotel Palace. Freemantle era un tipo negro musculoso, con poca paciencia. Pero la paciencia era algo que sobraba a Brett, que miraba con los prismáticos las azoteas y ventanas de los bloques adyacentes al hotel.

-Ese amarillo se retrasa -dijo Freemantle.
-Calma. Lo bueno se hace esperar.
-¿Bueno? Es un puto criminal. No se por qué hicimos ese trato con él.

Brett miró a su compañero, mascando chicle.

-Mira, no podemos atrapar a todos los maleantes del mundo. A veces es necesario que uno cante y que hagamos como que somos sus amigos. Yamamoto conoce los trapos sucios de las tríadas de Hong Kong, pero solo ha accedido a cantar en Estados Unidos. Si lo hace allí, le cortan los cojones a la mañana siguiente.

Freemantle se revolvió en el asiento, incómodo por el chaleco antibalas.

-Pues como tarde mucho, el que le va a cortar los huevos voy a ser yo.

Sonó el móvil de Brett, y este lo cogió. Era Yamamoto.

-Dígame. ¿Que tal su llegada?

La voz del japonés sonaba quebrada al otro lado del teléfono.

-Las putas tríadas me han atacado cuando estaba meando en el aeropuerto, y casi me rajan el cuello. ¡Me garantizaron seguridad!
-Señor Yamamoto, solo podemos ayudarle cuando llegue al hotel y nos diga lo que queremos saber, es el trato.
-No pienso ir al puto hotel sin que lo revisen antes. Las tríadas me están vigilando, ¡Joder!

Brett masticó un poco el chicle.

-Cálmese, señor Yamamoto.
-¿QUE ME CALMEEE? ¡Me cago en la puta, casi me matan! ¡Revisen el puto hotel mientras voy al hospital, porque como no esté limpia toda la jodida manzana, no va a haber ningún trato!

Yamamoto colgó de repente, y Brett escupió el chicle por la ventana.

-Le han atacado, y creen que le siguen -dijo a Freemantle- Date una vuelta por el hotel y averigua si hay movimiento sospechoso.
-Ya era hora, joder.

Freemantle salió del coche, aliviado por poder estirar las piernas, y caminó hasta la recepción de aquel hotel tan pijo. La recepcionista era blanca, y estaba bastante prieta. Seguro que soñaba con 25 centimetros de carne negra chocando contra sus nalgas.

-Oiga... -dijo.
-Buenos días, señor, ¿En qué puedo sevirle?

"Podrías comenzar agachándote y comiéndome el rabo", pensó. Pero lo que hizo fue sacar su placa.

-Soy agente de la Interpol. Necesito saber si ha visto a alguien sospechoso en el hotel. Asiático, para más señas.

La mujer sonrió de nuevo. Parecía una jodida azafata.

-Se ha registrado un hombre asiático: Jin Yimou. Venía acompañado de otros dos, discutían entre si y me miraban bastante raro. Me causaron mala impresión.
-¿Me permite ver el video de seguridad?
-Por supuesto.

La chica se levantó y caminó hasta una sala cercana. Freemantle pudo ver que lucía un culo estupendo dentro de esa falda de tubo. "Si tu supieras lo que puedo hacerte, nena...", pensó.

Ya en el interior de la habitación de seguridad, revisaron las cintas con ayuda del operario. Capturó una pantalla y la mandó por fax a la central de la Interpol en Los Ángeles. La respuesta no tardó más de cinco minutos: Jiang Huo, atraco a mano armada, intento de asesinato, extorsión y bastantes cargos más. Un peón de la tríada. Sus compañeros no tenían antecedentes, pero estaba más claro que el agua.

Tomó un teléfono y llamó a la maldita caballería. Con tríadas de por medio, iban a necesitar todo el apoyo del LAPD.

Cargando editor
20/08/2009, 18:05
Director

El especialista Barrett era uno de los mejores francotiradores de los SWAT. Curiosamente, se apellidaba como el famoso fusil de calibre 50 que solía usar. Aquel cacharro era un verdadero mastodonte, y ya lo había usado en Irak para matar moros con el uniforme de los marines. Pero ya hacía tres años de eso.

El camión llegó hasta la fachada del hotel, y el sargento Randall les miró a todos, de pie en la parte trasera del furgón.

-Esta es la situación: hay tres miembros de las tríadas en la habitación 315, esperando para matar a un empresario japonés que debía venir. Esperad recepción hostil con armamento pesado, así que extremaremos precauciones.

Miró el especialista Johnson, uno de sus mejores hombres.

-Tu irás al frente del equipo alfa, encargado de abrir brecha. Deslumbrar y despejar debe ser el protocolo. No nos esperan, y les pillaremos en bragas. Pero cuidado con ellos.

Miró a Brett y Santos, el equipo francotirador: tirador y observador, respectivamente.

-Colocaos de manera que dominéis el hotel y tengáis visual de su ventana.

Consultó la hora en su reloj de pulsera.

-¿Todo entendido?
-¡Si, señor!
-respondieron.
-Pues moved el culo de una puta vez.

Brett visualizó un edificio alto, una sede de General Motors, frente a una Motorola y al lado del hotel. Era perfecto. Tomó su maletín con el barrett, y le siguió Santos con el equipo de vigilancia.

-Putos japos, nunca me han gustado -dijo mientras entraban, enseñando la placa al guardia.
-Chinos, guey -repuso Santos- Los tríadas son chinos.
-Lo que sean. Me sacan de quicio. Mi puto barrio está lleno de sus tiendas, joder. Lo ponen todo carísimo, o vale barato y no sirve ni para limpiarte el culo.

Subían ya por el ascensor.

-Es el futuro, guey. Mano de obra barata y producsión a bajo coste de imitasiones.
-Pues me cago en el puto futuro. ¿Me imaginas que llevara un barrett chino? Me explotaría en las manos al primer disparo.

Con profesionalidad, se colocaron en el mejor ángulo visual. Y Barrett montó su fusil homónimo. Santos comenzó a mirar por los prismáticos, y anunció con preocupación:

-Francotirador chino, a las nueve.

Barrett apuntó hacia allá, y le vió. Ajustó el comunicador de su oreja y habló con el capitán encargado de la operación.

-Señor, francotirador hostil en el tejado del edificio Motorola. Solicito luz verde.

La respuesta tardó unos segundos fatales. El chino hizo un movimiento brusco, apuntando y disparando a la misma vez. Barrett sintió un enorme dolor en el pecho, y cayó de espaldas. La radio sonó.

-Luz verde.

Santos se acercó a su compañero, y usó de nuevo el comunicador.

-Aquí equipo águila, agente herido, repito, agente herido. Solicito evacuación médica.
-Roger, equipo águila.

Barrett le miró con una sonrisa empapada en sangre.

-Lo siento -susurró.
-No digas eso, joder, eres un pinche cabrón duro, ¿Me oyes?

Santos tomó su mano y la apretó fuerte. Se miraron a los ojos durante minutos, pero esos ojos ya le miraban de forma fría  y distante cuando los paramédicos llegaron a la azotea. Santos se quitó el casco y lloró. La vida era una mierda, y en especial cuando tu vida se basaba en matar o morir.

Cargando editor
20/08/2009, 18:23
Director

El especialista Fuller era nuevo en el equipo SWAT, y por eso iba el último en la sección alfa. La policía de uniforme había tomado posesión del hotel cuando ellos entraron al recibidor, chulos como pocos con sus chalecos tácticos, sus cascos, sus máscaras antigás y sus gafas de plástico antireflectantes.

-Un guarda de seguridad ha avisado en el edificio motorola -dijo un sagento del LAPD a Johnson- Estamos registrando el edificio, y creemos que hay un francotirador en la azotea.

Johnson asintió, y se acercó al cuarto de las cámaras. Allí estaba el capitán Ludlow.

-Me alegro de verles -dijo- Esta es la situación.

Les enseñó la cámara del pasillo de acceso a la habitación, y un plano del hotel. Era cuanto necesitaban.

-¿Cubren el callejón y la salida de incendios?
-Sí, respondió el capitán, tengo un equipo francotirador y dos coches patrulla bloqueando esa salida.
-Excelente.

Se quedó solo con los muchachos, y Fuller le miró, nervioso. Era su primera misión y no quería cagarla.

-Avanzaremos en silencio cubriendonos los unos a los otros. Parece que no nos han visto pero no os fieis. Quiero que usemos una microcámara. Si la situación es favorable: brecha, deslumbrar y despejar. Si no lo es, usaremos gas para hacerles salir. ¿Entendido?

Los muchachos asintieron, y en pocos minutos estaban desplegados en el pasillo. Eran profesionales, moviéndose en silencio como panteras. Johnson hizo una seña a Fuller, que se acercó en solitario con mucho cuidado, introduciendo una microcámara por debajo de la puerta. Habían tres asiáticos, uno de ellos con una carabina M4. Volvió despacio a informar.

-Parecen distraídos -dijo Fuller en un susurro.

Thompson asintió, e hizo la señal militar que significa "asalto". Él y otro compañero experimentado se acercaron a la puerta, y la echaron abajo de una patada, tirando dentro una granada flash. Aquello parecía que iba a ser sencillo, pero cuando los agentes entraron, disparando contra los tríadas, les recibieron con un fuego extremadamente certero. A Johnson le volaron la frente de un disparo, y el otro agente fue alcanzado en el corazón. Se oían insultos en chino.

-Mierda, ¿Que está pasando? -dijo Fuller.

El sargento llamó por radio.

-Lancen humo y esperen refuerzos. Vamos a sacar a Thompson y Fuller de allí.

Winston, su compañero, se puso nervioso.

-Que les jodan.

Tiró una botella de gas lacrimógeno dentro de la habitación, pero esta volvió al pasillo, vomitando humo. Tuvieron el tiempo justo de ponerse las máscaras. Luego, cayó algo más, mientras Fuller buscaba el bote para volver a lanzarlo: una granada cegadora. Apartó la vista, pero Winston quedó cegado. Luego, se escucharon tiros, y Winston fue herido. Él sintió como si un tren de mercancías impactara contra su pecho, y cayó de espaldas. Afortunadamente, el chaleco le había salvado.

-Hijos de puta -susurró.

Sonaron más tiros, y Winston cayó muerto, mientras él se arrastraba yendo a lo más espeso del humo. La pierna le dolió de repente, y luego le escoció. Le habían dado en ella. Consiguió arrastrarse hasta el siguiente pasillo, donde dos policías de uniforme le vieron. Uno era una mujer negra, y el otro un mexicano.

-Me encanta los SWAT -dijo la negra- Son más inútiles que un enano de jardín.

Y Fuller se quedó allí quieto, mientras llamaban por radio para sacarle de allí.

-Tranquilo, chaval -le dijo el agente- Vas a poder contarlo.

Cargando editor
20/08/2009, 18:45
Director

La limusina del señor Yamamoto derrapaba por las calles de Los Ángeles. Un coche les seguía, un coche conducido por Jang Chae. El empresario estaba más que nervioso, tapándose la herida con el apósito. Ya no sangraba tanto.

-Joder, ¡Quitaos de encima a ese hijo de puta!

Uno de los yakuza se asomó por la ventanilla, sacando una enorme pistola calibre 44. Disparó una vez, sin acierto, y luego sintieron un golpe corto y violento procedente de la parte de atrás del coche, que les desequilibró.

-¡ACELERA, COÑO! -bramó Yamamoto al conductor.

La limusina pasó por un cruce con el semáforo en rojo. Parecía que iban a librarse de un accidente, cuando un coche les dió en la parte de atrás, haciendo al coche derrapar y perder el control. No se habían repuesto cuando sintieron un enorme golpe en la parte derecha del vehículo, que provocó el aplastamiento de uno de los yakuza. La limusina se empotró con gran estrépito, sonido de metal y cristales rotos, contra una esquina de la calle. Una jodida esquina de hormigón.

Cuando Yamamoto abrió los ojos, vió a Tanaka disparándose con el chaval del aeropuerto, que llevaba una UZI. Otro de los yakuza, el que quedaba vivo, se miraba una herida en el vientre y trataba de sacar una pistola, pero se le cayó, resbalándosele en la sangre de la mano. Tanaka murió por los impactos de un subfusil tipo Uzi, y Yamamoto esperó a que el chaval asomara, apuntando con la pistola.

Entonces, le vió claramente, y pudo ver sus ojos cuando apretó el gatillo y la bala penetró en su vientre, haciéndole doblarse. El chaval disparó, rompiendo cristales, y le hirió de levedad.

-Señor... -susurraba el que quedaba vivo.

Yamamoto apuntó de nuevo, pero tuvo la mala suerte de que el yakuza se puso en medio. La bala le reventó la cabeza, dejándole perdido de sesos. Luego, sintió dos impactos más: uno en el brazo y otro el esternón. Se mareó, y sintió que la vida se le escapaba, pero no dolía. Era algo relajado. "¿Esto es la muerte?" Pensó. "No parece tan malo". Exhaló su último suspiro, y de su mano cayó su mechero con la heráldica de su clan yakuza: un tigre blanco.