Sopeso su ofrecimiento, por un lado nos vendría bien otra espada. Por otra es posible que encontremos la muerte y que el correo que trae se pierda o caiga en manos de los bandidos.-Don Ramiro....temo que si nos acompañáis es posible que encontremos la muerte y el correo se pierda. Me gustaría poder acompañaros al castillo, pero nuestra misión es de suma importancia.
Me dirijo a Lancho apoyando la mano en su hombro-Lancho ¿accederías a acompañarle? Echaré de menos tu valía con la espada, pero ese correo debe llegar.
Después me dirijo a ambos-Una cosa más, si pueden esperar vuestras mercedes antes de partir que interroguemos a ese desgraciado, quizás nos dé información y podáis decirle a Don Lázaro dónde se encuentran los bandidos.
Me dirijo al bandido inconsciente y lo meneo con el pie para que se despierte mientras la bastarda se la coloco en la garganta.-Tu, despierta.
No había más hombres inconscientes en el lugar. Todos los tipos estaban muertos, a excepción del que había huido perdiéndose en el bosque.
Pero señor..., las órdenes -miró al tipo, aunque en realidad entendió que si había nuevas para don Lázaro, habrían de llegarles-. Uhm..., como vos queráis. Podemos partir ya mismo.
No quiero ser molestia, señores -añadió Ramiro colocándose las ropas-. No hace falta.
Confirma o no lo que desees.
Miro el cadáver que estoy pateando, maldita nuestra suerte. Si hubiese quedado uno con vida podríamos haber sacado algo de información. Pero ahora estábamos como al principio. Intentar seguir al tipo por el bosque me parecía una locura, al menos sin un rastreador o un par de perros.
Reacciono cuando Lancho me habla-Si, será lo mejor. Partir y entregar la misiva a don Lázaro.
Después respondo al de Biena-No es molestia.....estamos dando palos de ciego persiguiendo a esos bandidos y no se si los encontraremos. Pero que esa misiva que traéis debe llegar es cosa cierta y no quiero que os pongáis en peligro de forma innecesaria.
Después me despido de los dos-¡Suerte!-cojo mi jamelgo y me dirijo al bosque, por donde ha huido el otro, no soy un rastreador, pero confío en que el Señor me guíe.
Sancho de Ujía, mirándote con ojos de no querer cambiar los términos de su empresa (que no era sino ir contigo a buscar al prometido de la hija de don Lázaro) se montó en el jamelgo y avanzó a paso suave, trotando junto a don Ramiro en dirección al sur, al castillo que varias leguas ya quedaba atrás. Enseguida los perdistes en medio de la noche.
Escena cerrada. Continuamos en la siguiente.