Solo la voluntad férrea que le caracterizaba y su habitual sangre fría y nervios controlados de sargento mayor, permitieron a Merl mantenerse firme sobre sus botas pisando la hierba húmeda de la selva, cuando apareció aquella…
Aquella nave. Una nave extraterrestre. Eso no era humano. No era tecnología de ninguna nación. Ni siquiera de los putos enanos amarillos.
Una amenaza biológica caída en la Tierra cuyo origen estaba al otro lado del universo, encerrada en el búnker.
Y, ahora, defintivamente aquel tipo no pertenecía a la raza humana. No era un engendro de experimento. No.
Y menos todavía cuando resonarons los ecos de su desgarrador grito de pura ira y rabia.
Menos cuando les mostró la cara.
Sintió la sangre correr en sus venas y luego helarse del todo dejándole paralizado.
Su cerebro chisporroteaba, amenazando con fundirse los cables.
Quería salir corriendo.
Quería escapar de esta pesadilla.
Deseaba cobijarse en los brazos de Diana.
Deseaba un tiro en la frente que acabase con esta maldita locura.
Pero ahí estaba, jadeando, hecho mierda, con el machete en su mano derecha, fijos los ojos en el cabrón venusiano, seguro que marica y comunista, que les daba caza porque le daba la gana. Porque era su diversión, su deporte.
-Que feo eres, hijo de puta. Pero feo de cojones. Un puto aborto.
Morgan estaba harto de bailar su música. Antes con sus sofisticadas armas. Ahora, con una supuesta pelea cuerpo a cuerpo.
No pensaba seguirle el juego. Había visto como el humanoide destrozaba los ciento cincunta kilos de músculo de Gustav.
Los descuartizaría con esa enorme lanza, a los cuatro, los despellejarías y sus cabezas colgarían como trofeos de su cinturón igual que la de su amigo polaco.
Jim le increpó. Se movía a un costado. No le gustó que Hopper entrase al trapo. Pero, ¿qué otra cosa podían hacer? ¿Huir como conejos? Esa cosa le había disparado, lanzado una bomba, golpeado y pateado.
Puede que no fuese tan mala idea.
Morgan miró a los ojos de su amigo. Dio un paso hacia el otro lado, cruzó miradas con Rico y se dio cuenta de la acción de Dolores. La única inteligente.
Por el rabillo del ojo, buscó la zona donde cayó aquel disco y el arma que portaba sobre el hombro.
Otro paso. Lejos todavía del alcance de la lanza. No era su idea enfrentarse a ese monstruo como él quería.
Su otra mano, la que apenas sostenía su brazo medio inútil, tomó en su palma la cruz que colgaba de su pecho, la besó y la apretó en su puño.
“No falles, Gonsalves. Joder, que queden balas”.
Cuando Dolores disparase, o bien la atención del pellejudo rastafari no estuviese sobre él, le lanzaría el machete. Al cuerpo, a la cabeza, a donde sea.
Motivo: Percep
Tirada: 1d100
Dificultad: 40-
Resultado: 67 (Fracaso) [67]
Motivo: Dest
Tirada: 1d100
Dificultad: 65-
Resultado: 25 (Exito) [25]
Motivo: Dest -esquivar-correr
Tirada: 1d100
Dificultad: 65-
Resultado: 89 (Fracaso) [89]
Percepción para ver el momento oportuno de lanzarle el machete.
Destreza para arrojárselo.
Y otra destreza por si tengo que esquivar posible ataque (aunque Morgan intenta mantenerseva cierta distancia).
Si sangra, puede morir. Pensó Jim. Las cicatrices y heridas recientes repartidas por el cuerpo de la criatura indicaban que había sangrado, y mucho. Llevaba el sufrimiento en el rostro, en su mirada hundida y brillante, en cada palmo de su piel. Tendrían que hacerle sangrar mucho para acabar con él.
La criatura inició el duelo. Primer movimiento, apertura; el peón moviendo dos casillas. Contra Rico. Un empujón, el hombro musculado en ristre. Le hizo roda por el suelo. Fue como si lo hubiera arrollado un tren de mercancías. Uno cargado de rabia. Aquello noqueó al latino, su mundo personal empezó a dar vueltas. El cielo, el verde, su vida, sus recuerdos. Le sangraba la nariz. Primera sangre.
Zaun'tath se enfrentó a Jim. Finalmente, la bella y la bestia se cruzaron. Usó la lanza, como un maestro. Brutal, certero, asesino. Buscó su estómago, su cuello. Picó, pinchó, trató de derribarle. Jim bailó con él. Mejor que un baile de graduación con la animadora. Una finta aquí, un leve quiebro allí. Para no ver, lo estaba haciendo de lujo. Y entonces, se abalanzó sobre él. Le retuvo, agarrándose a sus piernas. Jim el cepo. Fue un momento. Una ilusión. Quizás.
Jim ya se había pegado antes con tipos más grandes que él. Fácil, él no era muy alto. Nunca se había echado atrás. Pero ahí tenía a un cabrón a quien no iba a poder robarle la novia. Por suerte, no estaba solo.
Inmovilizado, un blanco fácil. Merl puso toda su confianza en su cuchillo. Su lanzamiento fue perfecto. El metal voló, giró en el aire como debía estar girando la suerte, el azar, el Destino, sobre sus cabezas. Los dados cargados, la ruleta trucada. Era imposible fallar a esa distancia con un blanco inmóvil. El arma se clavó en el pecho de la criatura, allí donde debía estar su corazón. A punto de estuvo de caer, pero solo obtuvieron de él un gruñido. Más ira, más leña al fuego.
Gonsalves no había perdido el tiempo. Se había sorprendido al estar rogándole al cabrón de Wilkinson. Rogándole para que no hubiera gustado todas sus municiones. Su arma automática estaba descargada, no le quedaban cargadores. Encontró seis tiros en un tambor de recarga rápida. Tomó el revólver, una pesada pieza de metal que podía usarse también para cascar cráneos. Apuntó, midió la distancia, el viento. Se tomó su tiempo. Apretó el gatillo, y que Dios guiase su mano.
El arma de Merl ya había derramado sangre brillante por todo el pecho de la criatura. El primer impacto de bala le hizo saltar otro salpicón. Y luego otro. El tercero le impactó en un ojo, haciéndoselo desaparecer al momento. El cuarto le dio en el hombro. La criatura gruñó, atrapado, dolido. ¿Vencido? Arrojó su lanza contra Gonsalves. Falló el ultimo disparo, por miedo. La lanza falló, escasos centímetros; suerte, Dios, los dados trucados. Traspasó un árbol, se quedó encallada.
Zaun'tath no se detuvo. Agarró a Jim, separándole de su presa que, durante unos momentos, había sido suya. Lo alzó unos palmos del suelo para golpearle contra él con la fuerza de un martillo pilón. Luego volvió a alzarle para tirarle por encima de su espalda, como si no pesase nada. Jim se dio de bruces contra los árboles, el suelo. Su mundo se desdibujó, más, mientras daba vueltas antes sus ojos. ¿O era su vida que veía? Un fluctuante borrón.
La criatura trató de seguir a Jim. Una de sus piernas cedió. Un instante de debilidad. La sangre, brillante, como la de una estrella a punto de explotar. Sus Dios le estaban mirando. Una oportunidad. El honor perdido, los errores cometidos. Un combate de verdad. La auténtica cacería. Se puso en pie. Un sonido metálico llenó el ambiente, la realidad siendo cortada por dos cuchillas gemelas. Su última arma. Caminó con furia hacia Jim. Los demás le habían herido pero había sido él quien había inclinado la mesa de Pinball para que las tres esferas de metal que le quedaban no se fuesen al hoyo.
Merl vio l trayectoria de la criatura. Jim se estaba poniendo en pie. En un uno contra uno, lo macharía. Podía acudir en su ayuda. Un destello le relevó la posición de una de las armas del alienígena. El disco. No muy lejos de su posición. Podía llegar a él. Pero eso significaría dejar solo a Jim.
El aire se había vuelto más caliente, sofocante. Los motores de la nava espacial despedían un olor intenso a queroseno y napalm. La sombra que proyectaba era cálida, una tumba en el infierno. Pero ¿Para quién?
Motivo: Arrollar a Rico (FUE)
Tirada: 1d100
Dificultad: 102-
Resultado: 24 (Exito) [24]
Motivo: Disparar (Gonsalves) (DES)
Tirada: 1d100
Dificultad: 55-
Resultado: 5 (Exito) [5]
Motivo: Lanzamiento contra Gonsalves (DES)
Tirada: 1d100
Dificultad: 82-
Resultado: 91 (Fracaso) [91]
Motivo: Lanzar a Jim (FUE)
Tirada: 1d100
Dificultad: 102-
Resultado: 14 (Exito) [14]
Merl puede interceptar a nuestro amigo antes de que llegue a Jim. Pero si coge el disco, Jim tendrá que enfrentar a nuestro amigo sin su ayuda ya que las acciones de Merl irán al final del turno.
Rico, puede sacudirse la cabeza e interceptar también a la criatura.
Solo Merl ha visto el disco.
Gonsalves se ha quedado sin balas.
Ya era hora de que salieran algunas tiradas buenas!
Jim apretó los puños y rodó a un lado. Su entrenamiento tomaba el timón mientras su magullada corteza cerebral se recuperaba del revolcón que le había dado ese durísimo mamón. Había sentido la terrible fuerza del alienígena, era como luchar contra maquinaria pesada, un puto psicópata ciclado de más allá de Marte. No podían vencer cuerpo a cuerpo. Jim lo sabía, Merl lo sabía, Rico lo sabía, y el marica vestido con mallas y un top se rejilla, también.
Jim se incorporó. Sentía la presión de la astronave, la amenaza latente. ¿Saltarían sobre ellos si su hombre perdía, si esos débiles humanos acababan con él de alguna manera milagrosa?
—¡Eh, hijoputa! Esos cráneos no son tus putos trofeos. ¡Son mis jodidos HOMBRES!
Alzó el puño alocadamente y corrió hacia adelante, ¿Se enfrentaría al cazador y sus cuchillas serradas con la fuerza de sus pequeños puños?
Lanzó un puñado de tierra al ojo bueno del alienígena. Un viejo truco, más antiguo que el puto fuego y las putas flechas de piedra. No estaba en el Arte de la Guerra de Sun Tzu porque al viejo chino le dio vergüenza ponerlo por escrito.
Otro habría aprovechado ese momento para atacar con el cuchillo. Pero Jim se sabía ante un oponente superior. Retrocedió, retirándose, poniéndose fuera del alcance de las piernas a punto de ceder del monstruo. Perdía sangre. Era cuestión de tiempo.
—¿Cuanta gasolina te queda, mamón?
Los humanos eran los putos cazadores de fondo definitivos. El honor era completamente prescindible para ellos.
Motivo: Lanzar tierra
Tirada: 1d100
Dificultad: 45-
Resultado: 75 (Fracaso) [75]
Motivo: Esquivar
Tirada: 1d100
Dificultad: 45-
Resultado: 3 (Exito) [3]
El atestado de la policía de tráfico hubiera sido atropello reiterado con ensañamiento.
Pero esto no eran las calles de la ciudad, aunque el resultado hubiera sido el mismo... Rico se sentía como si le hubiera atropellado un autobús cuyo conductor iba despistado mirando a alguna chamaquita en minifalda.
¿Cómo era posible que aquella criatura tan grande y pesada se moviera tan velozmente? No tuvo tiempo siquiera de esquivarlo y volvió a encontrarse con sus garras alrededor del cuello. Quiso darle un tajo en la muñeca, intentar anularle la extremidad pero, en un instante, todo el mundo se volvió del revés, el cielo era marrón y el suelo azul y verde... Se quedó sin respiración al sentir la enorme bota en sus costillas... Si salían de esa, iba a estar una temporada sin poder toser o reirse a gusto... Se le dibujó una sonrisa irónica en la boca... <qué iluso...todavía piensas que vas a salir vivo de esta...> Tal como la vez anterior, escuchó el sonido de las cuchillas al salir de su vaina. No iba a rezar ¿para qué? si tenían un alma, aquel engendro se la llevaría con él, y tampoco creía que fuera a ser "salvado"...
El ruido de unos motores invadió la escena... ¿Habrían llegado los refuerzos? Demasiado pronto... Una voz incomprensible comenzó a hablar desde el cielo <¡puñeta! Al final será verdad que hay un Dios>
Nada más lejos de la realidad... pudo girar la cabeza para ver de reojo el aparato que estaba sobre ellos. Una nave espacial. Rió, en silencio, sufriendo el latigazo en las costillas. ¿Qué más faltaba ya? Tendría que estar soñando, aquello ya era demasiado rebuscado como para ser cierto.
Pero el demonio persistía en su arrogancia... Lo dejó estar para seguir ocupándose del resto de compañeros. Los barrió, pero aún así no acabó con ellos. Le gustaba regodearse, mostrarse superior. Y de hecho, parecía estar desafiando a quienes fueran los que manejaban la nave.
Se quitó la careta, y eso ya dio el último toque de inverosimilitud a todo. Esa cara horrible, imposible... Se desprendió de algunas armas y, tras haberles vapuleado con una ventaja vergonzosa, ahora parecía querer entablar un "combate más justo". - Puto tramposo... -
Oía las voces de sus compañeros, aunque no podía distinguir las palabras. El golpe y la estrambótica situación habían dejado su cabeza espesa como un lodazal. Pero el instinto es el instinto. Era un soldado, un guerrero... Observó la situación.
Se escucharon los disparos de Gonsalves, que hicieron bastante trabajo. Oía a Jim gritarle, para atraer su atención e incluso parecía que quería enfrentarse a él. Sin duda, estaba loco, pero eso podría darles una oportunidad si le pillaban distraído. No veía a Merl desde donde estaba, pero el machete que llevaba el bicho clavado en el pecho le indicaba que todavía estaba dando guerra...
Y mientras, él en el suelo, atontado, anulado. Tenía que moverse como fuera, intervenir...
Notando otro latigazo en las costillas, logró moverse. No estaba anulado del todo. Ahora tocaba buscar un punto débil. Habiéndose quitado tantos trastos de encima, las posibilidades aumentaban. Y ese era "su rollo", buscar un objetivo, trazar la línea para llegar hasta él por muy fina o estrecha que fuera...
El alien se movía, centrado en su objetivo, parecía que a él lo ignorase. Miró buscando ese punto débil. Normalmente las articulaciones y extremidades solían estar desprotegidas... Y viendo cómo estaba de herido, lo que faltaba era intentar anularle la movilidad... El talón, o las rodillas eran los objetivos más asequibles, dado que Rico todavía estaba en el suelo.
Cuando pasara junto a él, lanzaría una cuchillada a la parte que viera más desprotegida...
Motivo: Recuperarse (Resistencia física)
Tirada: 1d100
Dificultad: 60-
Resultado: 46 (Exito) [46]
Motivo: Buscar punto débil ( Percepción)
Tirada: 1d100
Dificultad: 75-
Resultado: 43 (Exito) [43]
Motivo: Cuchillada (Destreza)
Tirada: 1d100
Dificultad: 80-
Resultado: 61 (Exito) [61]
Bueno, parece que los dados acompañan... a ver si hay suerte y en vez de botas, lleva sandalias XDDD
¿Dónde coño tienes el corazón, hijo de puta?
El cuchillo se hundió lo suficiente en su pecho como para matar a un hombre. No era humano. ¿Más abajo? ¿En el vientre? ¿Un corazón, dos?
El certero disparo de Dolores en el ojo tampoco lo tumbó. ¿Cómo era posible? ¿Drogas?
La respuesta era más sencilla que todas esas cábalas. Extraterrestre. A saber. Lo mismo se regeneraba. O era un híbrido de máquina y ser vivo.
Jim y Rico se llevaron la peor parte. El capitán seguía provocándole, existía un lenguaje universal al que ese sucio rastafari no era ajeno. Merl torció la sonrisa. El guaperas cayó en la trampa. Ya no le importaba nada, solo descuartizar a su amigo, a ese enano cabrón con huevos más grandes que su propio cuerpo.
Vio que Rico se recuperaba, el chico se revolvía igual que una ágil serpiente y mordía, buscando debilidades. Morgan también miró la escena, como en cámara lenta, a través del sudor resbalando en su cara, a través de ese dolor infernal que ya casi no notaba, del brazo.
¿Qué vendría luego si vencían? ¿Un bombardeo desde la nave alienígena? ¿Se rompería la contención de las puertas del búnker y escaparían los demonios de pesadilla? ¿Los maricas de Hoover limpiando la zona?
-¡¿Qué quieres de nosotros, hija de putaaaa?! -gritó hacia la selva, con lágrimas rojas en los ojos.
Las cuchillas. La picadora que iba a trocear a Jim. Lo mismo que a Gustav.
No. No. Esta vez no.
El sargento se movió todo lo rápido que sus debilitadas fuerzas le permitieron. Corrió, zancadas amplias de patinador con botas de cemento. Atento a la jugada de Jim, al movimiento de Rico, a las garras metálicas de su cobarde enemigo.
Una finta. Cuando Mr Mundo no lo viese. Tal vez… tal vez si Rico lo jodía bien, él podría rajarle el cuello con el machete.
Un golpe feroz, brutal.
Y se llevarían su cabeza de trofeo. Un bonito adorno en el salpicadero del coche.
Motivo: Destreza, esquivar si le ataca ¿?
Tirada: 1d100
Dificultad: 65-
Resultado: 96 (Fracaso) [96]
Motivo: Destreza, para usar el machete
Tirada: 1d100
Dificultad: 65-
Resultado: 58 (Exito) [58]
Motivo: Fuerza, para el golpe con machete (si es necesaria)
Tirada: 1d100
Dificultad: 45-
Resultado: 77 (Fracaso) [77]
Jo, con las tiraditas. Menuda partida en ese sentido XD
(Nunca me gustó el d100 :P
Su nombre significaba Hoja Corrupta. Se lo habían impuesto. Hijos de puta. Su nombre no era ese. Él no había pedido nacer en esa sociedad. Enfermos, dementes, bastardos que medían la valía de un Yatjua por los trofeos que había colgados de su pared, por los cráneos arrancados en mundos que no había pedido visitar. No había pedido una vida de sangre. No había pedido marchar a esa expedición. Había perdido a sus hermanos. ¿No era ya bastante castigo? Qué se suponía que debía hacer. ¿Quedarse y morir? ¿Por honor? La vida era más importante. Necios, reyes, cazadores. Escoria de las estrellas. Señores que hacían de su coto de caza otros mundos.
Y era su culpa. Había tratado de emularles, de ser uno de ellos. Porque en su mundo, o te aceptaban o te mataban. Así había empezado su carrera contra si mismo. Incluso en ese mundo, exiliado, había cazado. Porque ya no sabía hacer otra cosa. La rabia le llenó. La consumía. Pero no era a esas formas calientes a quienes odiaba. No, era a los que le miraban desde arriba.
Siempre desde arriba.
Rico se recuperó, la campana del próximo asalto martilleando dentro de su cabeza. En pie, a punto. En su esquina. La toalla, el sudor, un sorbo de agua. El último asalto.
Jim el primero. Tierra a los ojos. Al ojo, de hecho. Un truco esperado por alguien que sabía cuáles eran sus debilidades. Con su zurda evitó la nube de tierra. Con la diestra arrancó el cuchillo de su pecho y lo lanzó contra Jim. El arma de Merl penetró en el hombro de Jim. Piel, carne, músculo. Hueso. Le hizo rodar por el impacto. La herida de la criatura escupió sangre, verde. El gigante no se derrumbó. Tenía todo un puto surtidor.
Jim se puso en pie. El lacerante dolor nubló su mente. Ese cabrón le había partido el alma en dos. Corrió, escapó. Extraño, el gigante no le siguió. Dejó caer algo sobre la verde hierba. Su boca se abrió. Una sonrisa a cuatro partes. Cada vez tenía menos piezas encima.
Rico, por detrás, abajo y al talón. Un ataque sorpresa. Las tornas cambiaban. Que se jodiese ese cabrón. En el espacio se aprendían unas cosas, en las calles, otras. Hoja Corrupta levantó el pie en el momento justo. Un baile perfecto, medido. No se podía tomar por sorpresa al diablo. Le hubiera acuchillado allí mismo de no ser por Merl. El machete en ristre. Una vieja reminiscencia de Gustav. Un gusto compartido con un muerto.
El cazador tomó a Rico del cuello. Lo lanzó contra Merl. Para él era un arma más. Ambos hombres chocaron. Rodaron. Otra vez al suelo. Saltó sobre ellos. Sobre Merl. Las garras en ristre. Descendió con la fuerza un arma nuclear. Estampó sus cuchillas contra el suelo. Ambos hombres rodaron, se apartaron. La muerte. Era la muerte. Y estaba demasiado cerca.
En pie, sangrante. Hoja Corrupta recogió algo de suelo. Justo allí donde lo había tirado. Nada era dejado al azar. El disco. Lo encendió. Su filo capaz de cortar carne y metal se encendió. Lo arrojó. Pero no contra ellos. Sino contra la nave. El disco viró, se clavó en el negro metal. Una declaración de intenciones.
—¡Ya no tiene el otro brazalete! —gritó Gonsalves, sin armas no era más que una observadora.
Lo encontraron, en la espesura. Números extraños, como gotas de sangre, que parpadeaban. Y menguaban. Recordaron la explosión del campamento. Un sonido metálico, un pitido que aceleraba. Por lo visto las bombas eran igual vinieran del espacio que de Nueva Jersey.
Su ojo sano, hundido, hendido. El ojo de la muerte, del diablo. Miró a Rico; calor, valor, arrojo. A Merl, protector, compañero, fuerte. A Jim, estratega, general. Padre. Un ligero gruñido. Adiós. O a la mierda. Su ojo lleno de ira, de bilis, contenida, destilada durante años, de exilio, de cacerías, se posó en la nave. Arriba. Los Observadores no se irían hasta que la cacería no hubiera terminado de una forma o de otra. La explosión los alcanzaría. Eran los únicos que importaban. Debajo de uno de los motores. Iba a matar a esos bastardos. Esa era la única cacería que le importaba ahora. Alzó los brazos. Desafío, rabia. ¡Si querían vivir que corrieran! ¡Qué escapasen! ¡Pero les costaría su maldito honor! Volvían a casa deshonrados. O no volverían.
Empezó a reír. Jim había acertado. No le quedaba mucho combustible a la criatura. Lo justo para ver los fuegos artificiales con una sonrisa partida en el rostro. Lo justo para alcanzar la felicidad.
Fuego Eterno, bastardos. Ese es el nombre que me arrebatasteis. Fuego Eterno.
Motivo: Lanzamiento de cuchillo a Jim
Tirada: 1d100
Resultado: 45(+82)=127 [45]
Motivo: Constitución
Tirada: 1d100
Dificultad: 78-
Resultado: 17 (Exito) [17]
Motivo: Esquivar
Tirada: 1d100
Dificultad: 72-
Resultado: 51 (Exito) [51]
Motivo: Lanzamiento de Rico
Tirada: 1d100
Dificultad: 72-
Resultado: 48 (Exito) [48]
Motivo: Cuchillada a Merl
Tirada: 1d100
Dificultad: 72-
Resultado: 96 (Fracaso) [96]
Motivo: Resistir dolor
Tirada: 1d100
Dificultad: 70-
Resultado: 91 (Fracaso) [91]
Rodó a un lado. Esquivó aquellas enormes garras, evitó la muerte una vez más. El instinto del guerrero, los reflejos del soldado experimentado, la velocidad de la mangosta.
La rapidez que te da la seguridad de que estás muerto si no te mueves. Los movimientos acelerados aprendidos inconscientes, salvajes, aprendidos, afinados, interiorizados en decenas de peleas y luchas.
"Estoy mayor".
A pesar de la intensidad del combate, de las decenas de las mariposas de la muerte revoloteando alrededor de ellos, de la majestuosa figura de un guerrero desconocido, soberbio, hijo de puta y cabrón, pero al fin y al cabo un león acosado por cuatro hienas que no querían ser cazadas. Que solo deseaban que las dejase en paz el maldito bastardo de sangre verde.
Con toda la épica. Y a él solo se le pasó por la cabeza ese pensamiento. -Estoy mayor.
Desde el suelo lo vio reír desafiando a los cielos. A la nave. Otro tipo al que joden los de arriba. Al fin y al cabo no somos tan diferentes. -Morgan sonrió, triste, cínica sonrisa, angulosa, que derivó en una risa acompañando a la del demente de más de dos metros que tenían frente a sí. La voz aguda de Dolores le arrebató ese instante jocoso.
-¿Eh? ¿El brazalete?
Buscó con la mirada. A Gonsalves, a unos metros. A Jim... no lo vio. A Rico, a unos pocos metros, en el suelo. Se movía. Seguimos vivos. No puede con nosotros. Tanteó a un lado. El machete. Lo conservaba. Otro grito de Gonsalves lo empujó a levantarse. Se puso en pie. El aire, la atmósfera, su cuerpo, todo le pesaba toneladas. Incluso las bocanadas de aire sera plomo líquido llenando sus pulmones.
Y, entonces, al descubrir el nuevo regalo, su mente se bloqueó, se paralizó. Su cuerpo también. Su mirada congelada en las líneas rojas, en esos signos sin duda numéricos, parpadeando, agotándose.
La mujer le dio un codazo. -¡Corred, hijos de la gran chingada, corred! -los gritos de la chica le sacaron de su estupor. Sus ojos rodaron, del brazalete bomba a los de Rico. A los de Hopper. Ahí estaba de nuevo su capitán, sangrando, con el cuchillo hundido en el hombro.
-Necesitas un remiendo, Jim. Más tarde. Ahora, corre. Corre, tú también, Rico. ¡Corred!
El sargento mayor Morgan Merl salió corriendo como si fuese el puto negro Jesse Owens. Esta vez no se detuvo a coger el trasto y arrojarlo lejos.
No.
Corrió. Corrió. Como el maldito Forrest Gump. Como el cabronazo de su amigo de universidad Dutch, que siempre le ganaba las carreras mientras él le quitaba las chicas.
Corrió.
Corre, conejo, corre.
Motivo: Galgo Morgan, Destreza
Tirada: 1d100
Dificultad: 65-
Resultado: 4 (Exito) [4]
De nuevo esa tremenda agilidad para esquivar su ataque sorpresa... ¿O es que él mismo estaba tan agotado y jodido que iba una marcha más lento que el resto del mundo?
De nuevo sintió las garras rodeándole el cuello. Esta vez ya era la última, a la tercera va la vencida... Esperaba oir el crujido de su propio cuello rompiéndose, no le iba a dar tiempo de despedirse...
De nuevo voló por los aires, como un pelele, lanzado como un objeto contundente, chocó con el sargento. Captó la ironía de haberse convertido en un arma. Siempre había lanzado proyectiles contra sus objetivos. Ahora él era ambos, proyectil y objetivo a la vez. El golpe no fue tan duro como esperaba, Merl sirvió bien de amortiguador, aunque entendió que el demonio le había lanzado contra él para cortar alguna acción.
Esta vez sí que distinguió las palabras de Gonsalves... como para no oirla... seguro que alguien en Detroit se estaría preguntando quién gritaba qué sobre un brazalete...
Hubo cruce de miradas, tal y como en la escena del cementerio en "El bueno, el feo y el malo"... Sólo que no había ningún bueno, y el feo y el malo eran el mismo. Le pareció escuchar el sonido de una armónica... o simplemente era el pitido en su cabeza por el golpe recibido o el rugido de los motores de la nave.
La mirada cómplice a Merl, explicando y entendiendo todo con sólo un gesto. Asintió con un leve movimiento de la cabeza.
La mirada a Hopper, no supo descrifarla... Pero había que salir de allí como fuera. La explosión del campamento ya les había dado una pista de cómo se las gastaba aquél cabronazo, y viendo cómo parecía desafiar a la nave, sería como una traca de un feria en comparación. No esperaría a que el Capitán diera la orden.
La mirada al demonio, ese ojo extraño, animal, feroz en una cara horrible, imposible... Apretó puños y dientes y le lanzó un grito, rabioso por la resignación.
Ya no quedaba otra. No les había matado. El pinche cabrón ya no quería seguir luchando con ellos... Era el último recurso de un desesperado. -¡A la mierda! - Siguió a Merl a la carrera - ¡Salgamos de aquí! -
Motivo: Speedy Flores (Destreza)
Tirada: 1d100
Dificultad: 80-
Resultado: 31 (Exito) [31]
Dolía. El puto cuchillo se le había clavado hasta la escápula y sentía punzadas paralizantes cada vez que el filo de acero al molibdeno rascaba el hueso. Se lo sacó, apretando los dientes y se giró, aún trotando, hacia el mamón intergaláctico. Sus ojos se empequeñecieron al contemplar las acciones del rabioso chupacabras. Calculaba. Hopper siempre estaba calculando. Como uno de esos empollones cuatro ojos que siempre cateaban gimnasia. Dejó que sus pasos llevasen a un punto concreto, entre la maleza, donde recogió algo del suelo y se lo guardó bajo el chaleco.
—Joder. Vaya mierda de encuentro en la tercera fase — dijo mientras corría, alejándose.
Una puta explosión nuclear. Quizás pudiesen alejarse suficiente, quizás no. Lo que estaba claro era que el fuego nuclear devoraría un número considerable de millas cuadradas y convertiría en ceniza radiactiva el maletín y todo lo que contenía. Nadie iba a correr llevando el puto maletín a cuestas. Pero, en realidad, lo que más rabia le daba era que las familias de Linda, Billy y Gustav tendrían que enterrar un puto ataúd vacío.
—Que las de tu especie no puedan dar mamadas en condiciones no es razón para venir a joder a la gente de la tierra.
Llegó al portón. El futuro teniente Rico, Merl y Golsalves ya corrían, alejándose de allí como alma que lleva el diablo. Oía el pitido cada vez más agudo del explosivo alienígena que llevaba encima y miró atrás por si el crustáceo rastafari le seguía. Cruzó los cables que puenteaban la entrada del búnquer y, cuando la puerta empezó a abrirse, volvió a separarlos, para que se volviese a cerrar.
Jim Hopper se metió de lleno allí, zambulléndose en la oscuridad llena de garras y dientes. Había hecho sus cálculos. Cada muro de grueso hormigón que dejase atrás, cada metro que descendiera, restaba una gran cantidad de megatones a la bomba. Y si se lo llevaban a rastras hacia su catedral de moco para comérselo, mataría muchos pájaros de un tiro. Todos los putos pájaros.
No quería morir, claro está. Pero sus hombres tendrían muchas más posibilidades así y el puto demonio despellejador moriría desangrado, humillado, sin su funeral vikingo termonuclear. Que se joda. Su cuerpo fotografiado, diseccionado, cortado en innobles cachitos. Sus amigos alienígenas aprenderían que con América no se juega, que al capitán Jim Hopper se la pelaba su tecnología y sus armas increíbles. Frunció el ceño.
—Joder. Me quedé sin probar la jodida tarta de manz...
Ortografía y un par de cosillas, no hace falta releer
Corrieron. Porque era lo único sensato cuando una bomba ensamblada entre Rigel-7 y Altair-4 te está gritando que va a explotar, y que el gran Kaboom va a llegar a sacudir los tímpanos de Dios. Merl fue el primero. Sus piernas eran como las de un ratón de dibujos animados. Giraban en un remolino, sorteaban obstáculos, saltaban. No tenía tiempo de respirar, le quemaban los pulmones. La selva le sacudía, le golpeaba. Rico apareció tras él. Había corrido muchas veces en su vida. A veces por afición, otras por su vida. En aquella ocasión podía notar la mano helada de la muerte sacándole brillo a su cráneo. Su corazón bombeaba sangre como una canción caribeña, tan lleno de vida, fuego. Potencia.
Gonsalves no corrió con ellos. Pero corrió. Pero no lo hizo a su lado. García estaba muerto, Wilkinson también. Los alienígenas serían reducidos a pulpa verde. Su único problema era ahora lo americanos. Sería mentir si no pensase que les había cogido cariño. Pero toda una vida de penurias no podían ser curadas por un par de sorbos de bondad. Puede que los americanos hubieran cuidado de ella. O puede que le hubieran metido en una fea celda, como otras tantas veces. Guerrillera, mujer, madre. Conocía la selva. Podría salir de ella si no tenía ningún maníaco a sus espaldas. A Wilkinson le había quitado más que el arma; agua, raciones de combate, prismáticos, brújula y un mapa. Su adiós fue silencioso. No miró atrás, solo al frente, donde le esperaba su hijo.
Merl y Rico. Rico y Merl. Miraban en todas direcciones. ¿Dónde estaba al capitán? Sobre sus cabezas la larga sombra de la nave espacial. Si aquel armatoste se venía abajo caería sobre sus cabezas. Miraron al frente, arriba. No parecía tener fin. No había forma de escapar. Caería, los aplastaría como una prensa hidráulica de tamaño Kings Size. Corrían, si, pero no había forma de ganar. Solo uno ganaba, aquel que reía.
Jim. La muerte no era más que otro complejo número que añadir a sus cálculos. La de sus hombres era una ecuación que jamás se atrevería a despejar. La suya, una variable que sopesar. El capitán había entendido. El cazador ganaba. Los dioses caían, el cielo se desplomaría sus cabezas. Sobre sus hombres. No había formar de evitar la muerte. Salvo que le impidiese ganar. Jim corrió, a ciegas, pero con suerte. Cogió la bomba. La criatura le observó con su ojo vil y corrupto. Dejó de réir. Quiso perseguirle peor le fallaron las fuerzas. Linda, Tortuga, Gustav, Merl, Rico. Jim. Sus hombres le habían dado una paliza de la que ahora no podía ponerse en pie. Sus fuerzas estaban agotadas. Ya estaba vencido. La bomba solo era otra trampa. Otra argucia para no perder.
Pero Jim era más listo. Llegó a la entrada del búnker. Abrió las puertas. Cerró. Oscuridad. Escuchó el sonido del infierno abriéndose sobre él. Sombras, formas, dientes. Miedo, terror. Y su propia sintonía. Esa tenía acordes grandes como sus pelotas y un ritmo machacón pero preciso, armonioso, como una marcha militar. Empezó a correr.
Diablos, dientes. Una laceración. Su sangre los estimulaba. Algo cayó del techo. Las luces de emergencia se habían difuminado, quedaban solo sus ecos. Sus pasos replicaron contra el metal. Chocó contra una pared que no recordaba que estuviese ahí. Recuperó la bomba. Su sintonía de muerte se aceleró. Algo afilado cortó la chapa sobre la que había caído. Una puerta, otra placa de metal blindado a sus espaldas. Rugidos. ¿Se burlaba de ellos? ¿Volvía al nido? Pasos, cientos. Miles. En el pasillo, a su espalda. Dentro de su cabeza.
Jim, el atleta perfecto. No notó la carencia de sus gafas, para correr a ninguna parte en mitad de la noche eterna no le hacían falta. Todo él eran emociones. El miedo estaba debajo, pulsando, terrible, pero era la menor. El gran soldado de talla pequeña. El empollón. Abrió otra puerta. Cayó por unas escaleras. Le pareció bien. Aquellas cosas se encontrarían abajo, muy abajo. En el fondo del infierno. Era lo lógico.
Las paredes empezaron a aparecer salpicadas de moco negro. Un olor denso, a azufre, le sacudió las fosas nasales por las que sangraba. Se había partido una ceja y un dedo, no sabía cual de todos. Otra puerta. Otra losa de metal. Otra medalla en su pecho. Algo grande se deslizó desde las sombras. Para entonces su única fuente de luz era la bomba, una cuenta atrás en un Casio interplanetario.
Algo le hirió en la espalda. Penetrante como un cuchillo afilado, algo vivo. Una garra le agarró por el tobillo. Golpeó un rostro, hundió una boca. Más garras, le desgarraron la camisa, le hirieron la piel. Los había puesto nerviosos. Tiraron de él en todas direcciones, como si quisieran desmembrarle. Escuchó la baba de uno de ellos, una boca abierta. Dientes. Cientos de ellos, en una sola boca.
Pip, pip, pip. Una explosión de luz cegadora. Y luego, silencio.
***
La puerta del bunker aguantó la explosión. El poderoso tronar de la muerte quedó contenido por los muros blindados de categoría extra del cabrón de Hoover. Hecho en Estados Unidos, rezaba en alguna parte. Se podía confiar en los ingenieros americanos. Hoja Corrupto soltó un rugido amargo. Sus últimas fuerzas. El Gran Cazador derrotado al fin. Por un hombrecillo que pesaba la mitad que él. Y sus hombres. Los chicos de Jim Hopper. Cayó sobre la tierra. La vida en su único ojo se apagó.
La nave no esperó mucho más. No había nada más que ver. La oportunidad de redención había sido desperdicia. No había cuerpo que recuperar. Aquel no era un hermano, era una infamia. Una ofensa. Que los carroñeros de ese mundo azul y verde se deshicieron de él. Los motores se encendieron, escupieron fuego azul, quemaron los árboles. Un silbido atronador, y la masa de metal negro desapareció sobre sus cabezas.
Merl y Rico dejaron de correr. El cielo resultaba demasiado bonito como para no detenerse a mirarlo. El trasero de una stripper no sería tan bonito. Decidieron regresar. A por Jim. A por Gonsalves. El maletín. Unieron las piezas que les faltaban. Jim no estaba. La bomba tampoco. La puerta del proyecto 07, con Wilkinson saludando como un maestro de ceremonias, estaba abombada pero intacta. El suelo había temblado, tenía fisuras aquí y allá. La explosión no les había alcanzado a ninguno de ellos. Solo a su capitán.
El cazador estaba muerto. Bien muerto. Gonsalves había desaparecido. ¿Podían culparla? Ambos hombres se miraron. El maletín aún esperaba ser entregado.
Último turno. Lord, puedes añadir algo si quieres al final, épicoesdecirpoco, de Jim. Guli, JettRrow, tenéis libertad para añadid lo que queráis en el siguiente turno. Los hombres de Hoover os perseguirán, pero Dutch y los suyos os estarán esperando en su helicóptero. Podéis entregar el maletín a Dillon. Y acabar con ese cabrón. O perdeos en la jungla.
Me reservo un último turno!
Jim mantuvo la mirada de un solo ojo de su enemigo, demasiado débil como para impedirle nada, su último esfuerzo desperdiciado, vencido por canijos monos sin pelo de un planeta insignificante orbitando una estrella común de una anodina galaxia espiral. Una burlona sonrisa de suficiencia apareció en los labios de Jim -Jódete, asesino de mierda. Esto por mis hombres.
La puerta se cerró con estruendo, el mazo de acero de un juez dictando sentencia, pero ¿Para quien?. Inesperadamente, no había una manada de esos mocosos colmilludos aguardando para clavarle sus garras. Se internó en el bunker, estaba demasiado cerca de la puerta, no era suficiente distancia ni suficiente profundidad, y corrió hacia la oscuridad, hacia abajo. ¿Cuando sería bastante? Jim dudó, pero no tenía forma de saber cuando acabaría la cuenta atrás. Calculaba. Dudaba. Se convencía a sí mismo, con todas sus fuerzas, de que ya había pasado el punto de no retorno, de que la secuencia de simbolos rojos era demasiado pequeña, de los pitidos se sucedían demasiado rápido, de que la onda expansiva acabaría con él, que era mejor así, una íntima e instantanea desintegración nuclear, en vez de una lenta agonía con los pulmones reventados.
Tras él, garras arañando el acero. Ahora si que no había marcha atrás. Se relajó, las dudas le abandonaron, aceleró sus pasos y notó, con total certeza, que los monstruos espaciales estaban cabreados. ¿Cómo de inteligentes serían? Ni se lo había planteado. No demasiado, pero quizás si lo suficiente para olerse alguna clase de trampa, para leerle la mente. Así que Jim corrió, evitando parecer que quería atraerles hacia él. Cayó por unas escaleras y siguió corriendo, casi a ciegas. El sacrificio final, una victoria inapelable, el soldado definitivo, la cumbre de la marcialidad ¿No era para eso para lo que había luchado todos estos años?. Una muerte perfecta para sustituir la vida perfecta que se le había escapado.
Pensó en Gustav, el pobre cabronazo polaco con el que había pasado tanto, en Linda, la hija perfecta, en como había muerto hecha añicos, en sus hijos biológicos, que quizá le querrían más leyendo acerca de él que viendole en persona. Pensó en Merl y en Rico, en Gonsalves, en si los cabrones correrían suficiente, en la tarta de manzana de Diana. En el puto rato desde que tendrían que haber comido algo. Pensó en la soledad que le esperaba al volver, en las pesadillas ahogadas con medicación. Pensó en Billy, en cómo en muy cabrón había intentado hacer exactamente lo mismo que ahora Jim estaba haciendo.
-Esta vez fuiste más rapido que yo, tortuga.
No había salida. Las luces rojas de la cuenta atrás iluminaron las esquinas de la estancia. Los intermitentemente iluminados monstruos metálicos se aproximaron, se abalanzaron sobre él, parecía como si estuviesen jugando al puto pollito inglés. Jim luchó, pataleó, apuñaló. Sólo unos pocos segundos más. Aguantó el dolor, las heridas, los dientes dentro de otros dientes, sin dejar de luchar. La cuenta atrás finalizó.
-Y jodeos vosotros tambien, cabrones.
Resultaba extraño sentirse vivo. Contemplando el celeste y límpido cielo. Obsrevando la selva, a la que, quizás, veía realmente por primera vez desde que aterrizaron en este mundo imposible pero muy real.
-Ha sido la última, Rico. La última misión.
Miró el cadáver del piojoso extraterrestre. Su instinto de médico cirujano le pedía a gritos que lo abriese con el machete perdido por aquí y echara un vistazo al interior de ese tipo.
-Ayúdame a quemarlo. –Con Rico, lo arrastró hasta Wilkinson. Les pegaron fuego a los dos. Y se quedó respirando cenizas, jungla y vida junto a los dos cuerpos cuyos restos y cenizas luego enterrarían.
No le quedaban fuerzas ni para plantearse a qué se habían enfrentado. Ni para imaginar qué horrores eran esos monstruos de pesadilla.
Gonsalves se largó. Bien por ella, no podían garantizarle seguridad. ¿Y a ellos mismos? Puede que terminasen dentro de una bolsa de plástico en una fosa común.
El brazo casi no le dolía. Mala señal.
Pensó en Jim – Eres un hijo de puta. Nos has dejado el marrón del maletín. Te lo recordaré cuando te vea. Por no mencionar el puto informe que esconderán en un cajón de una oficina inexistente. –rebuscó en sus bolsillos, encontró un arrugado y medio destrozado cigarrillo – Soy un tipo suertudo.
Lo partió en dos y compartió con el joven Rico.
-Hay que moverse. Intentemos alcanzar el punto de extracción antes de que esos mamones nos rompan el culo. ¿Cómo te encuentras? Va, un maldito esfuerzo más. Se lo debemos a Jim.
Saludó marcialmente hacia el búnker.
Se pusieron en camino. Dejaban atrás a cuatro amigos.
…
Los rotores del helicóptero rugían camino a casa. Le había entregado el maletín al marica de Dillon. A la vez que le soltó una buena hostia.
-De parte de Jim.
Disculpad la demora y un turno que no es que sea gran cosa. No ando inspirado.
Si Morgan puede evitar entregarle el maletín a Dillon, no se lo dará. Tal vez conoce a otro superior de más confianza. Y si no es posible, pues todo para él.
Hoja Corrupta había sido una decepción. Los ancianos lamentaban la perdida de su fuerza. Y de su camino. Mirando las negras estrellas, no llegaron a sentirse derrotados. Habían encontrado algo mucho más valioso que un hermano perdido. El honor les había exigido permanecer ante el desafío de Hoja Corrupta. Ellos no huían. La explosión trucada de su dispositivo habría derribado la nave. Todos habrían muerto. Pero una de esas formas calientes y primitivas del planeta les había salvado. No a ellos, sino a las otras formas calientes.
El ser les había demostrado valor, coraje, fuerza, determinación. Y hermandad. Sacrificio. Medalla tras medalla. Solo tenían elogios para esa raza que, hasta ahora, consideraban vulgar, primitiva. Algo que no merecía la pena ser cazador. Después de ver el sacrificio de Jim, habían cambiado de opinión. La Tierra era un prometedor coto de caza.
Miraron los estudios de aquel planeta. Aquella zona era caliente, pero esas formas vivientes estaban desperdigadas. Eran pocos y débiles. ¿Por qué no probar en uno de aquellos núcleos con mayor densidad población? El Anciano Mayor colocó su afilado dedo sobre uno de los núcleos más calientes. Ahí es a donde irían.
En un desordenado despacho de Los Ángeles el teniente Mike Hartigan sintió un tirón en la espalda mientras cargaba una pesada casa con informes de casos. Fue como si un hechicero vudú le hubiera clavado una aguja donde más dolía.
—Estoy demasiado viejo para esto.