Partida Rol por web

Madrugada. Sobre la ciudad recae un cierto aroma a tierra mojada y basura, debido a la ligera lluvia que puede verse a través de las ventanas. Las luces, siempre encendidas, le dan un tono despierto pero aún así lúgubre, que genera en toda la megalópolis un ambiente de crudeza y metal. Los autos voladores, las eternas autopistas, los interminables rascacielos... Todo ayuda a demostrar que la tecnología está en nuestras vidas para recordarnos lo frágiles y pequeños que somos.

Sin embargo, dentro de todo este caos ordenado y luminoso, la gente hace su vida de la única forma que puede: consiguiendo el poco dinero posible para comprar comida, ropas, un lugar donde pasar la noche. Algunos de ellos no tienen que esforzarse siquiera, mientras que otros sufren horrores para poder seguir un día más aquí en esta megaciudad, en esta jungla de metal.

Madrugada. La botella de licor, vacía, descansa en el suelo como si se hubiera caído luego del último sorbo. En el escritorio, una pila de expedientes junta polvo: información sobre esposos y esposas celosos, que envían a espiar a sus parejas para sacarse la duda sobre si sus vidas son tan miserables como ellos creen... O aún más.

El viento que ingresa por la ventana abierta mueve las cortinas viejas, mientras algo de la lluvia se filtra en la habitación. En la silla, sentado se encuentra un hombre cuya vida es igual de miserable, o incluso más, que la de aquellas personas que se consideran clientes de él.

Dormido como si en el fondo no tuviera más ganas de seguir viviendo, se despierta con el sonido de una llamada en su DAP. Lamentablemente no llega a contestar, pero quien sea que haya llamado es lo suficientemente old-school para haber dejado un mensaje en el buzón de voz.

Eugene, aún dormido, inconscientemente apreta "reproducir", para escuchar el mensaje mientras se digna a levantarse de la silla vieja y rota.

Una voz masculina, grave y profunda suena grabada a través del DAP. En el fondo se escuchan ruidos de la calle, como si el hombre estuviera caminando mientras habla por el teléfono.

¿Señor Lefevre? Le habla Luke Stanton. No sé si me conoce, pero sus ex-compañeros en la Fuerza me dieron su número porque dijeron que podría ayudarme con un problema que tengo. Necesito de sus habilidades de detective, y también de su silencio.

La paga es buena, y aunque lo que me dijeron es que usted no tiene muchas más ganas de seguir trabajando... Quizás este pequeño trabajo pueda darle algún incentivo extra. Lo espero en el Red Queen, un Centro de Placeres que está en la calle Maynard al 24595. Antes del amanecer sería ideal.

¿Luke Stanton? Ni idea. Pero el Red Queen... A ese lugar lo conoces de arriba a abajo: un prostíbulo-bar-hotel-stripclub, de esos baratos que sirven para quitarte las ganas de echarte un polvo y luego beber hasta perder la conciencia. Ni siquiera debería haberte dicho la dirección, la conoces de memoria.

El ruido de la llamada acabó por despertarme. Había llegado tarde para atenderla. Había llegado tarde otra vez, cómo siempre a todo, últimamente. 

El aburrimiento con toda aquella burocracia pendiente, había conseguido que me quedara traspuesto, soñando posiblemente con tener una secretaria rubia a la que llamar Marilyn y a la que encasquetarle todo aquel marrón, de rellenar informes y demás bazofia.

Atendí rápido el mensaje. Cualquier cosa que pudiera sacarme de aquella monotonía, se convertía en obsesión para mí. 

Tras escucharlo, intenté pensar si conocía al tipo de algo. Si aquel nombre me sonaba de algo. Definitivamente no, pero el sitio en él que me citaba era uno de mis tugurios favoritos en la "Ciudad de la Luz". Mientras empezaba a acicalarme algo y recomponerme la ropa, y que no pareciera que me había dormido sobre una mesa, dije:

- Sami, agregar contacto. Origen: Último mensaje de voz. Nombre: Luke Stanton.
- Sami, enviar mensaje. Destino: Luke Stanton. Texto: Voy en camino.

Sami era la IA del DAP. La había configurado ese nombre y le había puesto la voz más sensual que había encontrado entre el inmenso catálogo que proporcionaba el dispositivo.

Finalmente, me pusé los zapatos. Tengo aquella constumbre oriental de dejar el calzado siempre al lado de la puerta. Salí por la puerta y llamé uno de los más de 16 ascensores con los que contaba la torre de viviendas en donde vivo. 5 minutos después me encontraba en la salida, intentando caminar cerca de las paredes para no mojarme de la incensante y molestosa lluvia que ahora caía. 

Accedí al garaje donde tenía alquilada una pequeña plaza de garaje. Los aparcamientos subterráneos de la torre donde vivía hacía años que habían sido pobladas por colonias de okupas, que aprovechando un vacío legal, subsistían como cucarachas que se multiplicaban. No era seguro dejar allí el vehículo personal de cualquiera de las decenas de cientos de vecinos que habitábamos la torre. En realidad, no era ni siquiera seguro, bajar.

Una vez en el garaje, observé mi flamante Honda NM4. Era el único elemento físico que me anclaba con mi antiguo yo. Con aquel yo exitoso, con una carrera prometedora. Un recuerdo de cuando las cosas iban bien. Me pongo el casco negro y arranco el rugiente motor de manufactura nipona. Éste modelo hacía años, había hecho furor en las calles de NeoTokyo. 

Innumerables leds parpadeante, me indican en la oscuridad del parking, el camino a seguir, hasta la cuesta del aparcamiento, para remontarla y perderme entre las parisinas calles, camino del Red Queen.