Desde las almenas del Castillo Ravenloft, el Conde Strahd von Zarovich contempla como la lluvia cae sobre el valle envuelto en las tinieblas de la noche.
El viento aúlla en las alturas mientras sacude con fuerza la pesada capa de piles de lobo que cubre los hombros del pálido engendro.
Relámpagos que iluminan el cielo nocturno lanzan rugientes truenos contra las montañas.
Strahd detecta algo y se vuelve ligeramente.- ¿Lucien?
-Sí, maestro.- Responde una sombra apenas perceptible detrás de él, mientras se arrodilla.- Vengo a informarle. Un mensajero ha huido, escapando de la Bruma para pedir ayuda a la Orden Iluminadora.
El señor de Ravenloft muestra con una mueca sus colmillos.- ¿Cómo es posible eso?
La sombra no levanta la vista del suelo.- Parece que uso los últimos poderes que le quedaban al Amuleto del Cuervo.
Strahd cambia su semblante por una sonrisa.- Vaya, eso cambia las cosas, deben de estar muy desesperados para alejar su única salvación.-Vuelve la mirada al valle y un relámpago ilumina su rostro pálido. Con un rugido salvaje muestra unos colmillos inhumanos y la tormenta parece redoblar su furia.
-¡Acabad con todos, mis siervos!, ¡con todos!
Un escalofrío recorre la espalda de Georgia al llegar a la entrada de la iglesia de Barovia. –Esta maldita lluvia me está empapando.-Piensa, pero en el fondo sabe reconocer el peligro que le acecha.
Sus compañeros parecen más animados.
Eragon, el paladín, demasiado confiado para ella, se planta ante la reja de entrada.- Es un lugar sagrado, no deberíamos temer nada.
Un bufido escapa de la boca de la ladrona. Georgia recuerda sus últimas 24 horas con espanto.
Un viejo sacerdote los embauco para llegar hasta este pueblo maldito, como escaparon de una manada de lobos que los ataco saliendo de la niebla nada más poner los pies en esta tierra condenada.
Y los regresados o infectados como los llaman aquí. Ella tiene otro nombre. Zombis. Ya los vio alguna vez en las catacumbas de Astraria, pero no en el número ni la ferocidad con la que les asaltaron.
Y ahora se encuentran ante la iglesia del pueblo, buscando a los compañeros de la paladina Ashlyn. Hay que reconocer que la chica tiene coraje, aguantar ella solo junto a un puñado de campesinos, las oleadas diarias de zombis que se lanzan contra las barricadas de la plaza del pueblo.
Y aun así el paladín tiene motivos para estar tranquilo.- Es un buenazo y eso nos traerá problemas.
Jivrayil, el guerrero elfo, posa su mano enguantada en metal gracias a sus puños de combate heredados, en la verja y la abre con facilidad.
La iglesia es un edificio de piedra negra, de una sola planta, con una torre-campanario a un lado. Sus ventanas decoradas con cristaleras de colores dorados, no están selladas como el resto de las edificaciones del pueblo. Hay un pequeño jardín de entrada, descuidado y lleno de maleza y también se ven unas lapidas a los pies de la torre.
Toda la construcción se encuentra a los pies de un acantilado de roca de varios cientos de metros de altura y en lo alto de adivina, entre la bruma diurna, el castillo de Ravenloft.
Avanzan por el jardín y al llegar hasta las puertas dobles de madera de la iglesia, escuchan que alguien dentro está rezando y sollozando. Solo reconocen unas pocas palabras.-…Me engaño…-
Eragon empuja las puertas y descubre una gran sala, con los bancos apartados a los lados. La oscuridad del interior apenas es traspasada por la escasa luz que entra por las cristaleras. El suelo de madera se ve quebradizo y hasta faltan algunos tablones. Al fondo una figura vestida con ropajes eclesiásticos esta arrodillada de espaldas al grupo, ante un altar de piedra sin ningún símbolo sagrado.
En cuanto el paladín pone un pie en la sala, el crujir de la madera reseca, pone en aviso a la figura que se da la vuelta, mostrando un rostro lloroso y confundido.
-¿Quiénes sois?, ¿qué buscáis?- Su cara va cambiando, sus ojos ahora reflejan una ira antinatural, su voz antes baja y suplicante ahora es autoritaria.- Queréis quitarme a mi hijo, ¿no es así?, sé que puede ayudarle. No lo matareis.
Extiende su mano derecha al vacío y una maza pesada toma forma de la oscuridad, mientras el paladín se lanza contra él. El choque entre los dos es formidable, la maza golpea con fuerza en el escudo de Eragon y su espada atraviesa la oscuridad que envuelve al clérigo maldito.
Con un grito de guerra elfico, Jivrayil, corre para ayudar a su compañero, mientras Georgia parece escuchar algo.
Debajo del suelo, en la oscuridad se mueve algo. Algo grande.
Unas zarpas, inhumanas por su longitud, acabadas en finas uñas afiladas, surgen del suelo, astillando la madera y clavándose en su muslo derecho.
Al oír el grito de dolor de su compañera ladrona, Jivrayil, se gira y decide ayudarla, mientras Eragon y el sacerdote no dejan de intercambiar golpes.
El elfo decide golpear las garras que surgen del suelo y lanza sus puños enfundados en pesados guantes de guerra cuyas runas comienzan a brillar ante la presencia de un no-muerto, pero las tablas no soportan el castigo y gran parte del suelo se derrumba, cayendo el junto con la madera a un sótano de suelo terroso y a los pies de una criatura de pesadilla.
Del tamaño y forma de un hombre encorvado, un rostro de brillantes ojos completamente negros, le observa. Su boca no puede cerrarse por el tamaño de sus dientes, que los muestra en una eterna sonrisa, todos colmillos negros. Sus manos son garras, con dedos tan largos como espadas y uñas afiladas.
Jivrayil se pone en pie de un salto cuando el engendro se lanza contra el clavándole sus garras entre las junturas de su armadura.
Al observar el ataque al que es sometido el elfo, Georgia decide ayudarle. Ata una cuerda que saca de mochila a uno de los pilares laterales y la lanza para que Jivrayil pueda escapar.
La lucha entre Eragon y el clérigo oscuro esta decantándose a favor de este. La maza no deja de golpear el escudo y la armadura del paladín que siente como flojean sus fuerzas. Apenas ha logrado herir al clérigo con su espada ya que las tinieblas que lo envuelven lo convierten en un blanco muy esquivo.
De repente Georgia ve con horror como el engendro que atacaba a su compañero elfo, salta ágilmente del agujero para plantarse ante ella.
Chilla con horror cuando la criatura lanza sus garras para ensartarle, pero un empujón la salva en el último instante. Eragon, a riesgo de su vida, la aparta con un salto y recibe el terrible aguijonazo de las uñas en su espalda. Siente como algo oscuro crece en su interior, debilitándolo, desde las heridas de las garras.
Jivrayil se recupera en el sótano del tremendo daño sufrido. También nota como sus fuerzas desparecen mientras un dolor avanza hacia su corazón. Escucha un sonido detrás de él, en la oscuridad y al volverse ve a los compañeros perdidos de Ashlyn que venían a buscar., convertidos en zombis. Sin pensárselo se lanza contra ellos.
Eragon se planta ante el engendro no-muerto, mientras el clérigo ríe.- No me quitareis a mi hijo.- Nadie parece reparar en Georgia que sigilosamente desenvaina la daga de plata que les había dado el antiguo cazador de no-muertos y la clava en la espalda de la criatura, que se retuerce de dolor mientras intenta quietársela. Una sonrisa malvada cruza la cara de la ladrona ante el sufrimiento de su enemigo.
-¡No!- Grita el clérigo maldito cundo se lanza a por Georgia alzando su maza con furia.
Jivrayil sigue su lucha en el sótano, destrozando la cabeza de uno de los zombis de un solo puñetazo, dándole tiempo para coger la cuerda y poder comenzar a subir hasta la iglesia.
Eragon vuelve a interponerse entre Georgia y el clérigo, recibiendo un mazazo en sus costillas que su armadura apenas puede frenar. Se encuentra al final de sus fuerzas y sabe que un próximo golpe puede hacer que se reúna con su dios.
La criatura no-muerta sobreponiéndose al dolor se revuelve contra Georgia y esta se defiende lanzando una de sus dagas contra el pecho del engendro. Esta se clava en el impío corazón de la criatura que chilla de dolor y con un último estertor cae, retorciéndose en el suelo.
-¡Nooo!, acabare con vosotros, habéis matado a mi hijo.- El clérigo, preso de furia, mueve su maza detrás de la cabeza para descargarla contra el paladín que alza su escudo.- ¡Vas a morir!- Chilla el clérigo.
-Esta vez no.- Jivrayil llega corriendo, golpeando al sacerdote y lanzándolo contra el altar, donde con un crujido estremecedor, se rompe el cuello.
Un silencio recorre la sala, donde segundos antes, se libraba una lucha sin cuartel, ahora solo se oía la respiración entrecortada de los tres compañeros, felices por vencer, pero aun intrigados por las muchas preguntas sin resolver.