La melodía de tu teléfono móvil resonaba desde el bolsillo de tu pantalón. Era lo único que se escuchaba en ese momento, o, mejor dicho, era lo único que tu antinaturalmente desarrollado oído podía escuchar. La calle estaba completamente vacía, ni una sola luz encendida en ninguna de las ventanas de los apartamentos que te rodeaban. Lo único que faltaba para el tópico era que lloviese, y por suerte para ti y tu traje, parecía que no ibas a tener que preocuparte por eso.
Tu sire te había citado ahí, en ese mismo punto. “10 pasos a la derecha y dos a la izquierda desde el portal número 15 de la calle…” Solo para llamarte cuando llegases ahí. Siempre que iba a contactar contigo para encargarte algo, te hacia seguir algún tipo de ritual parecido. “50 metros al norte de X lugar” o “en el tercer piso de Y edificio en la avenida N”. Solo para llamarte y decirte “Ve aquí y mata a tal”. No lo entendías ni sabias si querías entenderlo. Sabías que era para vigilarte, seguramente a través de los ojos de algún otro esclavo, porque siempre conocía tus movimientos, tus reacciones y tus gestos cuando hablabas con él por teléfono, pero para qué ser tan especifico con los lugares, y siempre uno diferente?
Que importaba… tenías que cogerlo, de todas formas.
- Ven a verme al local de Seng. Ven con la tripa llena, y no mates a nadie cuando caces.-
Hacia eso muchas veces. Hacerte ir hasta cierto lugar para luego ordenarte que fueses a verlo al garito de Seng. Lo que nunca te había ordenado era que pedirte que fueses bien alimentado.
Pravat cuelga el teléfono desconcertado. ¿A santo de qué venía aquella petición? ¿Y por qué coño Gilles utilizaba aquel retintín petulante para mandarle al jodido sitio de siempre? Si había algo que le repatease de la cultura farang era su endogámica y persistente falta de respeto. ¿Pero qué otra opción le quedaba si no era obedecer?
El matón da media vuelta y saca la caja de coburn del bolsillo interior de su chaqueta. Extrae un pitillo y se lo pone en la oreja, caminando con parsimonia hacia uno de los callejones de la calle intransitada. ¿Cómo pudo Lang soportar todo aquello durante todos aquellos años en los que estuvo tan ausente? Era algo en lo que Pravat no había dejado de pensar en las últimas semanas. Lang, el vietnamita innominable, convertido en el perro de un psicópata paranoico. Y como sucedió antes en la organización del Jao Por, ahora era él quien le sucedía…
Pravat mira a ambos lados del callejón mal iluminado. Nadie en las ventanas. Tampoco parece haber nadie circulando por las calles aledañas. Alza la mirada hacia el firmamento, prácticamente carente de estrellas. Esa es otra de las manías de los farang que detesta, ¿para qué diantres necesitan tanta luz en las calles? Aparta la pregunta de su mente y se fija en lo alto de una escalera de incendios de un pequeño bloque de tres plantas. Y entonces salta.
La brisa de la inercia le revuelve el cabello hasta que finalmente sus pies entran en contacto con el acero de la pasarela. Coge entonces el pitillo y lo enciende, dándole a continuación una larga calada. Un salto imposible para su antiguo yo. Y ahora era algo tan normal y cotidiano como el intenso sabor del coburn inundándole los pulmones.
Pravat sube el último tramo de las escaleras hasta encontrarse en la azotea. A continuación, echa a andar rápidamente por la superficie del tejado, saltando de una azotea a otra dentro de la misma manzana y observando anhelante las calles de Nueva Orleans, buscando solícito un alma desgraciada a la que atormentar esa noche.
Motivo: Saltar (Strength + Athletics + Vigor)
Dificultad: 1
Tirada (8 dados, se repiten 8s, 9s, 10s): 6, 4, 2, 2, 3, 7, 8, 7, 3
Éxitos: 1, Éxito
Perdona lo de la repetición, desmarqué la casilla y ha interpretado que se repiten los éxitos. Sólo es uno para encaramarse a lo alto del tejado.
A esas horas de la noche pocos pasean en una ciudad tan poco segura como Nueva Orleans, no en barrios como ese. Pero sabes que cerca de ahí hay un club, un buen lugar de caza.
El "Hector", uno de los más conocidos locales de ambiente en esa zona de la ciudad. Los lugares como ese son una gran fuente de alimento fácil... por eso, todos son dominio de algún vampiro. El Hector, según tenias entendido era una excepción a la regla; el vampiro que lo reclamaba desapareció hace un par de meses, entrando en letargo, y el príncipe de la ciudad no se lo ha entregado a nadie aún... O eso te dijo Gilles hace apenas una semana. Que casualidad.
Miras el lugar desde la azotea del bloque de apartamentos que tiene enfrente. Hay una cola frente a la puerta, con un par de parejas dándose el lote mientras esperan. Los gorilas van dejando entrar a gente conforme otra va saliendo. En un callejón aledaño, un camello vende alguna droga a un par de jovencitos con ganas de experimentar no solo en la cama. Desde tu posición también ves una patrulla policía conduciendo lentamente por el lugar, para amedrentar a las pandillas con ganas de darle una paliza a algún "maricón" que vuelva a casa andando por la calle que no es.
No te preocupes por hacer tiradas. En esta breve introducción todo te saldra a pedir de boca (si veo que tienes que tirar algo, ya te aviso)
Pravat salta de una azotea a otra, oteando atento las calles. Nadie en el barrio. ¡Coño, el Héctor!, piensa al recordar un garito cercano del que le habló Gilles. ¿Sería buena idea? El tailandés niega con la cabeza, desechando la idea. Gilles puede ser un déspota y un tirano, pero hasta ahora se ha mantenido fiel a su palabra. A pesar de ser un puto farang, conservaba algo parecido al honor. Al menos entre ladrones, si es que alguna vez ha habido tal cosa entre los occidentales.
No tarda en llegar a las inmediaciones del garito. Pravat saca otro pitillo de envoltorio acartonado y lo prende, observando distraído el flujo nocturno de la ciudad. Una corriente continua de personas orbita alrededor del Héctor, como si éste tuviera su propio microsistema: los clientes jóvenes ávidos de contacto social y nuevas experiencias, los camellos dispuestos a facilitárselas, y los maderos vigilando que nada se salga de madre.
Pravat da una larga calada y exhala el humo mientras más abajo el cauce de la ciudad continua con su devenir. Él nunca llegó a estar integrado del todo con la sociedad farang. Siendo un refugiado y luchando por sobrevivir cada día, apenas había tenido ocasión de mezclarse con las gentes de Nueva Orleans en garitos como aquel. Sí, estaban los locales que regentaba Seng, pero siempre ha sido más fácil moverse con los tuyos, tu gente, que con los locales de tez rosada y expresiones sobreactuadas. Aunque al final uno acabe acostumbrándose a todo.
Lanza la colilla al vacío a uno de los callejones aledaños y, tras asegurarse de que no hay nadie cerca, salta detrás de ella. Aterriza sibilino y echa andar hacia el Héctor. Ignora a los maderos y se aproxima con las manos metidas en los bolsillos del pantalón a la cola que hay frente a la puerta del local.
Espera, apoyado en silencio contra la pared, como uno más. Le cabrea perder el tiempo de esa manera, ¿por qué demonios le ha pedido Gilles que se alimente?. De pronto repara en cómo le observa la gente. Las dos tías que están delante de él han dejado de hablar y le devoran con la mirada. También el grupo de chavales que está un poco más adelante. De hecho, hasta juraría que el gorila de la entrada se ha quedado un buen rato pasmado. ¿Qué coño le pasaba a toda la peña?
Pravat no lo sabe, pero acaba de activar majestad al 1 de forma involuntaria. Y todavía no ha caido en lo que está haciendo :P
El Hector, al ser un local de ambiente gey, esta repleto de hombres homosexuales, aunque no falta alguna pareja de lesbianas o un par de chicas acompañando a sus amigos para disfrutar de una noche de baile y de fiesta sin ser acosadas por babosos a cada 10 minutos.
El segurata, un tipo de aspecto ruso de 2 metros y pelo rubio muy corto, te hace un gesto para que te acerques, abriéndote el paso hasta el interior del local. Tu no vas a esperar, tu traerás clientela ríe, y en contra de lo que se suele esperar, nadie se queja. Dentro, decenas de hombres y alguna mujer bailan a ritmo de música techno mientras otros se agolpaban en la barra para conversar y beber, y otros cuantos hacían cola para entrar al baño.
Atraías miradas, de manera natural. Iba a resultarte fácil. Aunque pocas veces era diferente.