Darkylla iba pegada a Kristoff, tanto como para poder agarrarse de su ropa de vez en cuando, tanto por miedo a perderse, como por miedo a perderle a él.
No dijo nada, solo iba a su lado pensando en cómo sería el Dragón, si sería malo o les ayudaría...
Cuando escuchó las voces, sonrió y salió corriendo con ese ímpetu suyo difícil de controlar. Aunque tras dar varias zancadas se volvió a mirar a Kristoff que había dejado caer la piedra que desprendía una fuerte luz.
La piedra empezó a temblar con violencia en el suelo, sonido que alertó a los dos seres que habitaban unos metros más allá, silenciándolos para escuchar aquel traqueteo incesante que cada vez iba a más.
- ¿Quién anda ahí? - rugió la voz del dragón -. ¿Quién se atreve a perturbar mi morada y viene a castigarme con su insufrible paciencia?
Fue entonces cuando la piedra salió disparada, rodando por el suelo, hacia la estancia en la que estaban el dragón y el autor de la otra voz, así que sin pensarlo, ambos salieron corriendo en pos del zafiro. Un extraño silencio se apoderó del lugar cuando los cuatro se vieron las caras.
Estaban en una gran estancia, llena de monedas y cofres de oro así como el cadáver de algún guerrero con su escudo y su espada adornando el lugar. Sobre el reluciente tesoro se hallaba un enorme ser alado con una piel coriácea de color verde ciénaga, con el lomo moteado que no ocultaba el volumen de unos poderosos músculos recorriendo todo su cuerpo incluso en la cola, llena de pinchos y tan letal como sus fauces, que mostraban unos dientes picudos de más de cinco centímetros y un aliento a azufre que mareaba. Pero aún así lo más sorprendente eran sus ojos, posados sobre ellos, amarillos como el oro sobre el que se posaba y con una inteligencia que no conocía de edades ni razas.
Su acompañante no podía ser otra que Mirna, sentada en una roca, hermosa y translucida. Contemplaba la escena con perplejidad, paseando su mirada de la roca a ellos dos.
- Pues... - Kristoff se aclaró la garganta, nervioso, pensando que debía responder a la pregunta hecha por el dragón -. Soy Kristoff, príncipe de Lambeth, y ella...
Pero no tuvo tiempo de seguir con las presentaciones cuando la piedra estalló en mil pedazos, llenando el ambiente de un hermoso polvo azulado que brillaba con más intensidad que un cielo estrellado, y en el lugar en el que hacía un momento había estado el zafiro apareció Mirn, que miraba a Mirna con un amor tan intenso que les hizo a todos apartar la mirada.
- Mirn... - susurró ella sorprendida y emocionada. Lo siguiente que vieron fue cómo ambos se fundían en un apasionado beso que hizo bufar al dragón con fastidio.
Si sigo haré un post ultra largo, vamos a ir alternando un poco aunque sea para que pongas tus impresiones o intervengas tú si quieres :P
La joven había corrido tras el zafiro y ahora sonreía embobada observando a los dos enamorados unirse de nuevo tras largos años separados. Se acordó de Tarlak y deseó que estuviese también junto a su amada Hada.
Buscó la mano de Kristoff en un acto casi reflejo y la apretó sin dejar de mirarles feliz y atontada, tanto que había olvidado al Dragón que admiró al entrar y que le puso la piel de gallina.
Tranquila. Continua ^^
- ¡PARAD YA! - rugió el dragón, estremeciendo a los dos jóvenes al verle alzarse sobre su tronco y extender las alas con gesto furibundo.
- Oh, venga ya, no seas intransigente - le riñó Mirna al separarse un poco de Mirn, aunque sin soltarse ni apartar los ojos de él -. ¿Cómo has venido? Pensé que no volvería a verte nunca han sido demasiados siglos.
- Ellos me trajeron - respondió haciendo un gesto vago en su dirección, aunque demasiado concentrado en su amada como para apartar la vista de ella. El dragón volvió a rugir en dirección a los dos seres incorpóreos, que no le hicieron caso alguno. En lugar de eso, se volvieron hacia Kristoff y Darkylla.
- Nos habéis devuelto la paz y no podríamos estaros más agradecidos - dijo Mirna con voz vibrante y cálida.
Darkylla contestó feliz, ha sido un placer, estamos muy contentos que os hayáis podido encontrar al fin tras tanto tiempo separados. Me alegro mucho, comentó feliz y demasiado exhaltada, lo cual le llevó a recriminar al dragón. No seas tan aguafiestas, llevan mucho tiempo esperando encontrarse, podrías tener un poco de paciencia y disfrutar de su felicidad, ¿no?
- ¡¿Su felicidad?! - rugió el dragón mientras los otros dos se hacían carantoñas, aunque a Darkylla no le pasó desapercibido como Mirna ponía los ojos en blanco -. Esta maldita bruja se ha pasado el último año hablándome de sus desgracias e impidiéndome ser feliz a mí - gruñó con irritación -. No comas carne humana - a juzgar por la voz más aflautada y estúpida el dragón intentaba imitar la voz de la mujer con bastante poco éxito -. ¿Sabes cuántas toxinas tiene la carne humana? ¿Sabes cómo afecta a la producción de mi llama? ¿No? Pues yo sí, y era más feliz sin saberlo - rezongó enseñando los dientes -. No me la puedo comer porque no está viva y además ha hechizado mi tesoro para que no me lo pueda llevar ni irme de esta cueva. ¡Y ahora sólo como ovejitas! ¡OVEJITAS! Pero si te doy un sólo mordisquito mi tesoro desaparecerá y adiós a todo. Así que voy a gruñir lo que me dé la gana.
- Pues bien hecho, sí señora... no se como carne humana, claro que no, dijo acercándose a regañar más de cerca al Dragón. ¡A ver qué te han hecho a ti los pobres humanos!
Se acercó a él gesticulando como solía hacer cuando estaba nerviosa o enfadada, se sentía como si fuera un hada, seguramente por el tamaño de aquel ser tan magnífico. Lo malo que no se elevaba del suelo como hubiera sido el caso para revolotear en su cara.
El dragón bufó con fastidio ante la reprimenda de Darkylla, la cual se volvió hacia Kristoff buscando corroborar sus palabras. Sin embargo, él no le prestaba atención, estaba pálido mirando a aquel enorme reptil malhumorado, con una expresión entre la resignación y el temor.
- Entonces... - carraspeó, intentando imprimirle a su voz un tono despreocupado -. ¿Cuánto hace que no comes humanos?
El dragón le miró de hito en hito, evaluando al príncipe y meditando sobre los posibles motivos para hacer esa pregunta. Al no ver nada extraño en ella más que la simple curiosidad, se decidió a contestar:
- Un año - rezongó con un hilo de humo manando de sus fosas nasales con un tenue silbido.
Aquello pareció la confirmación final de los peores temores de Kristoff; todas sus sospechas parecían ser ciertas. Ni siquiera tenía forma de saber si su padre seguía todavía con vida.
- Maldita sea - dijo pasándose una mano por el pelo con gesto desesperado.
Cinco minutos :P
La joven dejó de lado a los enamorados para mirar a Kristoff, ¿por qué pregunta eso? Pero al escuchar la respuesta, ahogó una exclamación. ¡Oh vaya!
Darkylla miró a Kristoff y luego al dragón, ¿tampoco puedes salir de esta cueva desde hace un año? preguntó tratando de atar cabos, aunque ya sabía que su amor estaba en un buen lío y se sentía mal por haber sido engañado.
- Sí puede salir pero tiene que ser su morada - se adelantó Mirna, puesto que estaba claro que el enorme dragón iba a replicar mordazmente -. Debe volver al menos una vez por día. Y si hubiera atacado a un solo humano su tesoro ya no estaría aquí - dijo la etérea mujer con una sonrisa que pronto se borró de su rostro al ver las expresiones serias de Kristoff y Darkylla -. ¿Y eso es malo por...?
- Porque soy el príncipe de Lambeth - volvió a decir, puesto que la vez anterior nadie le había escuchado -. Y vine aquí para matar al dragón que estaba amenazando a la población de Vertel, asesinando a los aldeanos y raptando a sus vírgenes...
Una risa estruendosa le interrumpió.
- ¿Quién te ha dicho lo de que los dragones raptamos vírgenes? Menuda tontería, preferimos una buena mujerona rechoncha...
Mirna le dirigió una mirada cortante antes de acercarse unos pasos hacia Kristoff.
- ¿Y cuál es el problema? Tu reino no está amenazado, ¿eso es bueno no?
- El problema es que fue una mentira deliberada, o bien para alejarme de castillo o bien para conducirme a una muerte segura - una mirada de reojo al dragón le confirmó que la idea de enfrentarse a él por si solo era una locura. Se llevó las manos a la cabeza, agobiado -. Y tal vez mi equivocación lleve a mi padre a una muerte prematura.
Ante sus declaraciones, todos los presentes quedaron en un denso silencio, incluso el dragón, sin saber qué decir.
Darkylla se puso triste y bajó la cabeza, no sabía qué decir, se acercó a Kristoff y le tomó la mano para darle ánimo y cariño, pero no había mucho más que pudiera hacer. Entonces se le ocurrió una locura.
- Dragón... ¿Puedo pedirte un favor? dijo tan inocente como siempre. Si nos llevases a lomos de tu espalda hasta su castillo, todos sus súbditos sabrían que te ha conquistado, de alguna forma, al menos, y todos verían lo valiente y bueno que es, además llegaríamos a tiempo de impedir que maten a su padre o al menos de intentarlo.
Miró a todos sabiendo que pedía algo totalmente loco, pero... si funcionara...
- ¡¿CÓMO OSAS SI QUIERA...?! - empezó a rugir con ira. Sin embargo un vago gesto de mano de Mirna lo acobardó y pareció desinflarse ante los ojos de todos, encogiéndose.
- Tu idea es interesante, Darkylla y por supuesto que os llevará, será la forma más rápida de llegar al castillo y de enmendar este error. Habéis perdido tiempo por nuestra causa a pesar de que vuestra situación era tan grave y eso no quedará sin pago; sin duda os llevará, sin haceros daño ni perjudicar a vuestra causa.
El dragón refunfuñó pero no dijo nada, a pesar de que largas espirales de humo negruzco salían por sus fosas nasales como signo de protesta.
- No lloriquees, en cuanto partáis nosotros nos iremos por fin a descansar eternamente y tú te verás libre de mi presencia. Aunque no de mi hechizo - dijo con dulzura, apagando la súbita llama de júbilo que había aparecido en los ojos del enorme lagarto -. Sé que en el fondo eres bueno, aunque te empecines en demostrar lo contrario, y que en realidad los llevarás sin quejas.
- Está bien - acabó por decir, rezongando -. Pero nada de presumir de mí como presa, os dejaré en castillo y me marcharé.
- No serás nuestra presa, se acercó a él por primera vez, sino un amigo, le sonrió con tanta dulzura que era imposible que ni siquiera un fiero Dragón no sucumbiese a ella.
Cuando estuvo a su altura, alargó la mano para acariciar sus hermosas y fuertes escamas, ¿puedo? preguntó antes de hacerlo, aunque se había parado a escasos centímetros de él.
La joven estaba feliz, gracias a su idea podrían ayudar a Kristoff y su reino, aunque aquello significaba el final de su misión juntos. Además había unido a dos enamorados... y por si fuera poco, iba a montar sobre un Dragón, sin duda sus sueños de vivir aventuras habían sido cubiertos con creces... y el amor anidaba fuertemente en su corazón... Aunque temía la despedida, jamás olvidaría a Kristoff... así como ocurrió a Tarlak y su bisabuela.
El dragón bufó y se revolvió ante la petición de Darkylla, como si quisiera negarse a ser tocado por ella pero no quisiera decirlo con palabras. Entonces una mano grande y fuerte que ella conocía muy bien atrapó la suya desde atrás y la situó sobre las escamas del terrible ser, que quedó parado en el acto, muy quieto y con sus rasgados ojos moviéndose enloquecidos.
- Escúchame dragón - dijo Kristoff desde la espalda de Darkylla -. Soy el príncipe de estas tierras y respondo ante y sobre los humanos, sé que no tengo potestad sobre los demás seres que habitan Lambeth. Pero si nos llevas estarás ayudándome a mí y a los demás humanos y serás recompensado por dichos actos.
Los ojos sin párpado del dragón se detuvieron en un punto situado detrás de la cabeza de Darkylla durante lo que parecieron cinco minutos y finalmente exhaló un suspiro.
- Muy bien, heredero al trono - su voz parecía más calmada, como si las palabras de Kristoff le hubieran hecho reaccionar o quizás sencillamente el hecho de que alguien se lo estuviera pidiendo en vez de obligarle a ello -. Montad ya y partiremos inmediatamente a la capital. Pero recordad lo de la recompensa porque puedo hallar maneras de vengarme aunque no pueda hacer daño a los humanos de forma directa.