De repente despiertas tras un largo sueño cuya longitud en tiempo desconoces. Sin embargo al abrir los ojos no puedes ver ni siquiera tu mano extendida. ¿No te funciona la vista? Probablemente, aunque no recuerdas tener esa discapacidad. Es más, apenas recuerdas el nombre con el que te bautizaron. Consigues incorporarte de alguna forma y das unos pocos pasos tratando de encontrar la salida, pronto pisas algo blando y de nuevo acabas derrumbándote. Por fortuna eres capaz de hablar, logras vociferar pidiendo auxilio, no obstante nadie acude al rescate ni a informarte de la situación. Estabas a solas.
Cualquiera envuelto en tan inoportuno aprieto empezaría a desesperarse y no eras la excepción, en consecuencia el miedo junto a la incertidumbre comienzan a apoderarse de ti. ¿Sobre qué habías puesto el pie antes? ¿Alguien deseaba que murieras de inanición en aquel lugar? ¿Cuándo vendrían a explicarte el motivo de estar ahí? Esas y muchas otras dudas asaltan tu mente reduciéndote a una bola de incontrolables nervios.
En cuanto empiezas a barajar la idea de rendirte, a escasos metros de tus pies el fuego de una fogata ilumina la habitación. En principio sientes ardor en los ojos debido a la reciente oscuridad, pero parpadeas varias veces enfocando y descubres dónde estás: te hallas dentro de un viejo mausoleo desgastado. Hay humedad, hongos y telas de araña. Además en un fondo yacen tres tumbas, de las cuales dos están abiertas. ¡Menudo sitio para despertarse! Creyéndote a salvo en cierta manera decides pararte a recobrar la compostura. Finalmente de pie rememoras la cosa mullida que pateaste momentos atrás y al bajar la mirada ves la figura degollada de una bella doncella de frondosa cabellera dorada, cuya mano derecha sostiene un pergamino de tela...
Tu aventura comienza aquí.
Uso de drogas, contenido sexual y violento