Un estruendo ensordecedor hizo temblar los cimientos de la iglesia, estallar las vidrieras y levantar una nube de polvo, un estruendo que iba acompañado con el olor a quemado y el sonido reverberante de la campana que debía haber caído desde lo alto de la torre. Por un momento casi todo se paró en el interior de la iglesia, mientras monjes y combatientes, a excepción de Abel, miraban alrededor por si el juicio final había descendido sobre ellos, una calma que contrastaba con los gritos de horror y alarma que venían desde afuera, unos gritos que les apremiaban a salir y clamaban por clemencia a Ilmater.
Abel no aflojaba en su agarre y Karel, a la desesperada, intentó prender fuego al muerto viviente con uno de los candelabros del lugar. Extrañamente su idea funcionó mejor de lo parecido y la túnica del monje empezó a arder con virulencia. Las señales que dejaba el fuego en la piel de Abel se borraban milagrosamente, ardiendo únicamente la túnica pero no haciéndole daño aparente al espectro.
Phineas vio las intenciones de Karel y saltó apresuradamente para evitar arder con la antorcha en la que se había convertido Abel. Las llamas habían empezado a tocar a Bernardino, que no podía gritar por tener la garganta aprisionada por la garra del monje vengador, y Phineas solo pensó en darle la gracia de una muerte rápida. Flanqueó al muerto viviente para atacarle por la espalda pero su falta de estatura, unida a que el cuerpo de Bernardino estaba en una posición elevada evitaba que pudiera acertarle en algún órgano vital. Con la esperanza de tocarle en la vena femoral soltó una estocada en la pierna derecha de Bernardino que mordió su carne mientras el monje le miraba con agradecimiento, como si hubiera adivinado su intención o como si la muerte fuera lo único que esperaba.
Ordock en cambio estaba centrado en eliminar al muerto viviente y lanzó una estocada con la esperanza de cortar el brazo, pero su moral estaba por los suelos al ver volar a Erika y no saber si estaba viva o muerta. La espada silbó pero no consiguió acertar con la espada en el codo, sino que golpeó sin demasiada fuerza en el brazo sin efecto alguno mientras el abad corría junto a Erika y se arrodillaba a su lado. Rápidamente empezó una cantinela en un lenguaje extraño mientras de sus manos salía una luz que parecía entrar en el cuerpo de Erika, que balbuceaba y decía tonterías, claramente en shock pero viva, lo suficientemente viva como para sacarle un dedo al monstruo, desafiante y bella, mirando a la muerte sin temor, aunque viniendo de Erika, podría ser que pensara cualquier cosa, tenía demasiados pájaros en la cabeza como para adivinar si aquello era valor o inconsciencia.
Motivo: Daño por fuego
Tirada: 1d6
Resultado: 3 [3]
Motivo: Daño por fuego bernardino
Tirada: 1d4
Resultado: 4 [4]
Motivo: Curación abad
Tirada: 1d8
Resultado: 3 [3]
Erika, recuperas 3 puntos de vida. Tienes 4.
Entre las estrangulaciones, el fuego y las estocadas el hermano Bernardino ha fallecido... que Amateratsu e Ilmater lo tengan en su gloria XD
Abel, insensible al fuego, miró al abad con los ojos amarillos infernales clavados en él, mirando con una expresión vacía como curaba a Erika. Con voz de ultratumba le dijo
"Cavaréis un pozo como os fue anunciado y enterraréis los huesos de Abel en terrerno sagrado, pues él es mi instrumento y la mano vengadora que ha purgado a los pecadores que no ambicionaban el perdón. A los falsos hermanos Gugliemo, Edmundo y Bernardino se les enterrará en el campo santo pues Abel les ha perdonado y tendrán toda la eternidad para purgar sus pecados. No temáis mi buen abad, sé que vuestro corazón es puro y que nunca habéis hecho nada en contra mío o de mis monjes, os engañaron, pero eso no es pecado"
La expresión de Abel se iba suavizando y su voz sonaba cada vez menos profunda y más suave, casi angelical, mientras se giró en dirección de Malaquías y le decía
"Mi buen Malaquías, Abel solo siente amor por ti y la devoción que has puesto en demostrar su inocencia. No hay pecado ni mácula en tu comportamiento y por ello serás recompensado. Caminaré a tu lado y podrás invocar mi nombre y yo te concederé el poder para ayudar a los débiles pues desde hoy serás un clérigo, dejarás el hábito de monje y saldrás de estos muros para no volver para evangelizar el mundo y llevar la palabra de Ilmater hasta el último rincón pues ese es mi deseo"
Finalmente volvió la vista hacia Bernardino y le hizo una cruza sobre la frente con la mano libre, mientras con la otra apretaba con tanta fuerza que su cuello se rompió y quedó desmadejado como una muñeca rota.
"La penitencia se ha cumplido" casi le dijo con dulzura mientras lo dejaba caer al suelo y miraba las llamas que ardían en la iglesia. Alzó las manos y se extinguieron mientras el cuerpo de Abel quedaba reducido a huesos y cenizas, dejando un olor a incienso que llenó toda la iglesia, un olor a incienso, santidad y milagros por venir.
¡Atrás, demonio! -Gritó Erika casi apartando a Anselmo de su persona. Aturdida, comprendió después que era el Abad.
-Mi buen Abad, perdonadme. Mi vista se nubla, no os he reconocido. -La chica se quedó tumbada boca arriba, sin aliento, escuchando el crepitar del fuego, los gritos angustiosos de Bernardino, los lamentos de los monjes, las voces de furia de sus amigos, y las palabras de ley de Ilmater en boca del cuerpo poseido de Abel.
-¡Veo arder una iglesia dentro de 1000 años! -Chilló, sin venir a cuento, presa del dolor y mortal fatiga. Por fortuna el conjuro de sanación del Abad le devolvió energías y un ápice de su sabiduría habitual. Abrazó a Anselmo- Gracias, amantísimo padre. Me sentía desfallecer. Creo que igualmente voy a perder el conocimiento.
Cerró los ojos y creyó oportuno que eran un momento adecuado de cantar. Aunque fuese con un hilo de voz.-
-Que alguien me saque de aquí, sed caritativos y amables. Rezaré por el alma inmortal de Abel y de los hermanos pecadores que terminaron con su vida.
Y se desmayó graciosamente en brazos del Abad.
Phineas sintió que la punta de su espada encontraba el blanco, y pudo percibir cómo la vida del monje abandonaba su cuerpo casi un instante después de que los ecos del derrumbe dejaron de atronar en sus oídos, tanto que se le hacía difícil distinguir si realmente había sucedido primero uno y después el otro, o si había sucedido todo a un tiempo.
Con la espada aún clavada en el muslo del monje muerto escuchó la voz del Dios salir de la boca de Abel, confirmando su posesión, aunque sus palabras destrozaron su teoría acerca del motivo de la misma. Ilmater sí era un dios justiciero, dispuesto a proporcionar el castigo más severo a quienes interferían con sus asuntos. El perdón para el Abad, y la consagración de Malaquías también le hablaron de un Dios amantísimo, capaz de perdonar pecados veniales y de recompensar a aquellos cuyo servicio fuera acorde con sus enseñanzas.
Finalmente presenció el acto que terminó de cimentar la decisión del mediano que había empezado a forjarse cuando acompañó a los monjes a la capilla y los escuchó cantar. La ruptura del cuello de Bernardino y la frase pronunciada casi con dulzura, le hablaban de un Dios que no dejaba tarea sin concluir. La extinción de los fuegos al tiempo que Abel se convertía en cenizas, el olor a incienso, la sensación de las maravillas por venir... Phineas sabía que había llegado a su hogar, al menos por un largo tiempo.
Se acercó al Abad que sostenía a una inconsciente Erika en sus brazos, desabrochando las hebillas de su armadura mientras se acercaba. Su rostro mantenía un gesto maravillado, sus ojos viajaban desde la pila de huesos, pasaban por el rostro del abad, y hacia las chamuscadas partes de la iglesia donde el fuego había mordido.
- Hermano Anselmo, quisiera quedarme si me lo permitís, quiero aprender más sobre Ilmater y estoy dispuesto a adoptar los hábitos si es lo que Él requiere. Quiero escribir las crónicas del convento, y puedo ayudar en la cocina, en el huerto, o en el Scriptorium, y también a mantener y cuidar de los libros. - Mientras hablaba dejó caer el peto de la armadura y el cinturón con la vaina de su espada, el filo había quedado junto al cuerpo de Bernardino. - ¿Aceptaríais a un hermano un poco más pequeño? mi hábito llevaría poca tela y prometo comer tan poco como me sea posible.
Los acontecimientos se precipitaron de forma irremediable. Todo había escapado a su control y a Ordock, como paladín que era, le gustaba tenerlo todo bajo control. Abel ardió con suma rapidez y de nuevo, cuando él y también Karel trataron de destruirle con sus armas mundanas, fue imposible. Gracias a los cielos que Phineas acabó con el sufrimiento del hermano Bernardino, pues aún siendo un pecador, hubiera merecido ser enjuiciado y condenado antes de morir.
Cuando todo acabó, tan solo quedaron cenizas y olor a incienso del monstruo en que Abel se había convertido. No obstante, antes de desaparecer había revelado el porqué de su impresionante fuerza y resistencia a los golpes. Había sido ni más ni menos el mismo Ilmater quien le había enviado de regresar entre los vivos y le había encargado venganza y transmitir un mensaje. Algo que había hecho a la perfección.
- ¡Erika! - Exclamó el paladín una vez pudo asimilar lo sucedido y corrió junto a la joven que parecía desmayada.
Se agachó junto a ella e irguió su cuerpo recostándola contra su pecho. Ordock miró hacia el cielo que pudo ver de forma figurada a través del techo, para comunicarse con su diosa madre.
- ¡Amateratsu, madre amantísima, haz que tu poder de sanación pase a través de mis manos y sane a tu fiel devota! - Recitó el guerrero divino.
El cuerpo de Erika se iluminó unos momentos con un fulgor durado y sus heridas comenzaron a sanar mágicamente. Los ojos de la sacerdotisa se abrieron y Ordock la miró con dulzura y una tierna sonrisa. Estaba viva. Eso era lo único que le importaba en esos momentos.
- Ya estamos a salvo Erika. - Le susurró besando su frente.
Los dos se pusieron en pie y atendieron a lo que Phineas acababa de revelar. Al parecer el mediano deseaba dedicar su vida a Ilmater. Habiendo presenciado el milagro,era normal. Además, allí podría desarrollar su pasión hasta nuevos niveles. Los libros sin duda eran si vida y ahora podría leer y copiar muchos y restaurar aquella emblemática biblioteca. Su duda, a trataba de una decisión lógica y acertada.
- Me apena perder un buen compañero, pero sé que si el buen abad te acepta en su orden, serás un gran monje y que no te perderé como amigo, aunque nos veremos menos. - Sonrió con melancolía. - Pero siempre que pase por aquí vendré a verte. ¡Tenlo por seguro!
Por fin todo acabó. En el maldito engendro se había metido, ni más ni menos, que un dios. Le odiaría por siempre por habernos puesto en peligro nada más pisar la abadía. ¿Por qué narices había elegido este momento? Mis huesos me pedían descansar y dormir veinticuatro horas seguidas. Miré a los demás y comprobé que estaban más o menos bien, incluso Erika estaba en brazos de Ordock con esa sonrisilla bobalicona. Lo que más me sorprendió fue la declaración de intenciones de Phineas. Pero, ¿cómo demonios se iba a quedar este botarate en la abadía? Si no había ardido por Abel, de seguro que Phineas se encargaría de incendiarla hasta los cimientos. Miré pesaroso el cuerpo de Bernardino. Su muerte era merecida, por mezquino y ruin. En el ambiente se notaba una paz insondable y se percibía un olor a incienso, fuerte pero dulce. Me acerqué a los demás.
-"Bueno abad, parece que hemos terminado con la maldición. Ahora si sigue los designios de Ilmater, su abadía volverá a ser próspera. Lástima todas estas muertes. Le aconsejo que si va a permitir a Phineas quedarse, guarde sus mejores libros a buen recaudo, jajajaja."
Perdón por la tardanza, día complicado en el curro. Mañana posteo a primera hora.
El abad tomó en sus brazos a Erika mientras ella perdía el conocimiento de una forma delicada, como si fuera una niña acunada por su madre antes de caer en los brazos de Morfeo. No parecía sangrar, pero tenía un color un tanto pálido que hizo que Ordock se dirigiera hacia a ella a toda velocidad consumido de la preocupación. Pidiendo el favor y la gracia de Amateratsu posó sus manos sobre ella y le transfirió parte de su energía vital para curar sus heridas, cubriéndola de una benéfica luz dorada que la arropaba en su sueño.
Phineas se acercó al abad para preocuparse por Erika y cuando se dio cuenta que se iba a recuperar, casi con timidez, le propuso el quedarse en el monasterio y entrar al servicio de Ilmater. El abad le sonrió con una dulzura que enmarcaba su mirada de tristeza infinita y asintió mientras le decía
"Si no hubiera visto como mi señor hacía levantar al cuerpo de Abel de la muerte, y aun tengo dudas de que realmente lo haya visto y no lo haya soñado, esta sería la petición más milagrosa e inesperada que hubiera pensado recibir" señaló hacia Erika con la cabeza y le dijo "después hablaremos de ello pero ahora hay muchas cosas que organizar. Este va a ser un día muy largo y triste en esta comunidad"
Poco a poco los monjes fueron entrando en la iglesia, conmovidos al ver el milagro de que su iglesia se había salvado y asustados al ser incapaces de ver si Abel había sido derrotado o no. El abad tomó la palabra y comenzó a pedir, más que a ordenar, que su reducida congregación se pusiera en marcha para atender lo que tenían que hacer.
"hermano Braulio, sé que no tengo derecho de pediros más pero por favor, llevaos a la hermana Erika y curarla. Pronto despertará pero no sabemos si su alma ha sido herida, ayúdala viejo amigo y con los hermanos François y Rafael preparad los cadáveres para sus exequias. Nada se debe investigar, pues todo ha sido la voluntad de nuestro señor y nosotros solo somos sus fieles servidores"
Miró en dirección al hermano Horacio y le dijo
"Necesitaremos 3 nuevos fosos para nuestros hermanos. Coged a Plutarco, a Severo y Constantino. Hoy no celebraremos la misa de Laudes ni Primas. En Tercias los enterraremos y empezaremos en luto"
Los hermanos se marcharon, cada uno hablando con su grupo intentando averiguar que había pasado realmente. Los hermanos François y Rafael cargaron con Erika y se dirigieron a la enfermería, perdiéndose de vista, mientras que Horacio se dirigía hacia el camposanto. El abad miró a Malaquías, el único monje que no había tenido encargo y tomándole del brazo con afecto le dijo
"Y para ti hermano, solo te pediré una cosa más antes de desearte la mejor de las suertes y darte mi bendición. Llévame al lugar del que habló Abel, llévame a la fuente"
El abad, Malaquías, Karel, Ordock y Phineas salieron del monasterio cuando un nuevo día clareaba. A diferencia de otros días ese no fue anunciado por la campana, que no había sido restaurada al campanario por el poder de Ilmater, pero al menos la iglesia no ardía, los muertos no se levantaban y, para las fechas del año, prometía ser un día tibio para recompensar a todos por la noche sin dormir. Cruzaron junto a la tumba vacía de Abel y se dirigieron al lugar donde la columna de fuego había intentado consumir al rosal, que seguía ardiendo pero sin que una sola de sus hojas ennegreciese. Anselmo se adelantó, extendió la mano y dijo con solemnidad
"El fuego de Ilmater late en mi corazón como el fuego de este rosal, a quien tiene fe nada le quema, pues Ilmater es justo y bondadoso"
La mano del abad traspasó el fuego como si no estuviera y éste se apagó. A petición del Abad Karel comenzó a cavar a unos metros de esa ubicación y en menos de 10 paladas llegó al agua. Un agua clara y transparente que estaba fría como el hielo pero que, al beberla, se notaba cálida en el estómago. El abad tomó una redoma y la llenó del agua sagrada mientras se la tendía a Malaquías y le decía
"Mi buen Malaquías, lleva este agua al hermano Braulio y dile que es el agua de nuestro señor. Él sabrá que hacer con ella."
El recien nombrado clérigo se marchó y el abad se quedó con ellos a solas, en silencio, viendo como el agua manaba y el día comenzaba a estirarse. Cuando Phineas parecía a punto de perder la paciencia le dijo
"Mi buen Phineas, nada me haría más feliz que te quedaras pero creo que debes conocer nuestras costumbres antes de tomar una decisión tan seria. Durante un año viajarás con tus amigos, y extenderás los prodigios que han visto tus ojos. Te llevarás como regalo los preceptos de Ilmater y la historia de nuestra Abadía, de la misma mano de Abel de Corbone y si aun así quieres tomar los hábitos dentro de un año así será, aunque" dijo con voz pícara mirando a Karel "serías aceptado como hermano lego si ese fuera tu deseo, es decir, vivirías con nosotros pero no serías un monje. Nuestro scriptorium necesita siempre de manos con el pulso firme y la tuya será bienvenida. En cuanto a vos, mi buen paladín, solo puedo daros un pequeño regalo. Soy viejo y se leer en los corazones, y ella os ama, aunque aun no lo sabe. Estad cerca de ella y evitad que cometa las torpezas de la juventud y tendréis un futuro lleno de dichas. Y en cuanto a vos, mi buen Karel, poco tengo que daros, pero os ruego que aceptéis como regalo unas pociones que facilitarán vuestras aventuras. El hermano Braulio es un excelente creador de pociones y estoy seguro que debe tener alguna poción de heroísmo o de fuerza que os podrían ayudar... y, si no es mucho pedir, podríais orientar a Malaquías sobre donde obtener entrenamiento marcial, porque el pobre no ha cogido más que plumines y libros, y con eso no se sobrevive en los caminos...Pero marchemos, vuestra amiga se inquietará si no os ve al despertar" el abad empezó a reír con ganas antes de decir "o inquietará a mis pobres monjes. Realmente Amateratsu debe ser poderosa para refrenar una fuerza de la naturaleza como ella"
Se dirigieron de nuevo hacía la abadía y en dirección a la enfermería, donde Erika estaba despierta como si nada hubiera pasado mientras volvía locos a Rafael, François y Braulio con su última ocurrencia, alguna basada en insectos que la picaban.
El despertar de Erika fue tranquilo. Abrió un ojo “No estoy muerta. En el cielo no puede oler tan mal. Persiste el aroma pestilente de Gugliemo, a pesar del perfume de hierbas y raíces. Entendió que se encontraba en la enfermería del hermano Braulio. Cerró el ojo, se dio media vuelta y se tapó por completo la cabeza.
Sin embargo la sed y el hambre la acosaban, en particular la primera. Se desperezó sin disimulo ni sutileza, se rascó la cabeza, cómo no, se puso en pie, y se lavó con el agua de una palangana. Vio una redoma, la olfateó, y se bebió la mitad. Era agua, muy fría, pero muy cálida en la barriguita. Se sintió mejor de pronto, aunque con más apetito. Apetito voraz. Braulio se la arrebató, furibundo, antes del segundo trago.
-¡Eh! Qué malos modos. En fin, qué ha pasado. ¿Ha ardido la iglesia? Confío en que no, ¡Amateratsu no lo quiera!
Entonces llegaron sus amigos, los abrazó a todos, fuerte muy fuerte, los llenó de besos y empellones- ¡Qué alegría, qué alegría! Contadme, contadme, va, venga, que parecéis unos muermos.
Se enteró de cosas muy raras, como eso de que Phineas quería hacerse monje, y Malakías algo así como caballero andante. - ¡No entiendo nada! Pero da igual. Estamos juntos. ¡Y que Malakías se una a nosotros! Decidido. Ordock y Karel, vosotros le enseñáis a combatir, Phineas a robar y yo a lanzar conjuros, jajaja! No,no, no, no he dicho nada de robar, ¡se me escapó! ¡Olvidadlo!
Se puso las sandalias- Tengo hambre, vamos a la cocina, ¡voy a preparar tortitas! ¿Tenéis miel, mantequilla?
Estrechó de nuevo entre sus ágiles brazos a sus amigos, en particular al paladín. Miró a los ojos de Ordock- Me salvaste. Lo se. Gracias.
Ahora que todo había acabado, dejé mi hachuela junto a mis cosas en la celda y me fui a ver cómo estaba Erika a la enfermería. Había despertado y estaba como siempre... con su incontinente verborrea, así que estaba bien. La di un abrazo y salí a ayudar al viejo Horacio a cavar las tumbas en el cementerio. Nada como un poco de ejercicio por la mañana. Al terminar, sudado, me dirigí hacia la cocina, que es donde esperaba encontrar a mis compañeros. Un buen refrigerio aderezado con unas jarras de vino me sentarían estupéndamente y levantarían mi ánimo. Había sido una noche muy larga y emocionante. Como fueran todas así, preferiría seguir mi camino fuera de la abadía. Al estar junto a los demás, una gran sonrisa vino a aparecer en mi hirsuto rostro.
-"Hum! Bueno amig@s, parece que esta historia ha acabado con un buen final. Quizás Phineas, pueda ser un buen material para escribirlo en un libro. Como supongo que nos quedaremos un tiempo aquí, disfrutaré de este buen vino y de las viandas de la huerta de Horacio. Además de vuestra agradable compañía. Mis viejos huesos me piden darme un baño en las termas y creo que es lo primero que voy a hacer, jajajaja."
Karel se va a quedar un tiempo por la abadía. Comida, bebida y baños termales gratis... no se lo va a pensar mucho, jajaja.
El mediano asistió con maravilla al nuevo milagro, el del fuego que no quemaba a los de Fé Verdadera... aunque una pregunta surgió en su mente. Ordock y Erika eran creyentes verdaderos, pero de Amatseratsu... ¿Los hubiera quemado el fuego de Ilmater?... ya se lo preguntaría luego al Abad.
Las noticias que le dio el Abad con respecto a su entrada en el monasterio no eran las esperadas, su impaciencia natural estuvo a punto de jugarle una mala pasada y ya iba a protestar cuando recordó algo. El gesto ceñudo se convirtió en sonrisa amplia cuando comprendió el juego del Abad y le palmeó la rodilla - Ilmater nos pide sacrificios, y que sacrificio más grande puede pedirme que mantenerme alejado de aquello que anhelo. Sea, recorreré el camino junto a mis amigos y a Malaquías contando a quien quiera escucharlo la historia de Ilmater, Abel y el Rosal, y también leeré sobre lo que sea necesario para conocr un poaco más a Ilmater. - asintió y le tendió la mano al Abad - En un año, si Ilmater así lo quiere, estaré tocando a vuestras puertas y os traeré noticias de Malaquías.
Cuando más tarde se encontraron con Erika respondió a su abrazo con efusividad - Pensé que te perdíamos - Le dijo - pero es claro que los dioses te favorecen - le dijo tomándole las manos con cariño. Dejó espacio luego para que Ordock la y sonrió con picardía mientras pensaba - O quizá sea que la muerte no te quiere a su lado - miró a la pareja y pensó en las palabras del Abad... y en la promesa que había hecho Ordock a su diosa... y se preguntó cual sería el precio que pagaría el paladín cuando la rompiera. Aunque, quien sabe, quizá Erika estuviera dispuesta a esperarlo diez años...
Poco le importaron los comentaros de sus amigos acerca de sus pocas posibilidades de alcanzar la santidad, no era lo que pretendía en principio... tan sólo quería conocer más de Ilmater y estaba dispuesto a seguir sus enseñanzas para hacerlo. Por ahora le interesaba presenciar el entierro de Abel en tierra consagrada, ser testigo de la última parte de un milagro que, de no ser por un monje caloso de su discípulo, no habría sido necesario.
Palmeó al enano en la espalda y le guiñó un ojo - No te acomodes demasiado Karel, a menos que estés dispuesto a ayudar a reconstruir el campanario como pago del vino y las viandas. Descansemos lo necesario y partamos, no quisiera que nos impongamos a nuestros anfitriones más de lo necesario... quien sabe, de aquí a dos años probablemente sea mi comida la que os sirvan cuando vengan a visitar. - Se acercó luego al Paladín y se sentó a su lado, para luego pararse ya que en esa posición no llegaba a su oido - Si quieres, podemos dedicar parte de este año a buscar a algún alto sacerdote de tu diosa que te permita cambiar tu voto de castidad, quizá acepte uno de silencio. No perderías mucho, Erika puede hablar por ambos y sería un verdadero sacrificio no poder corregirla.
Ordock estaba preocupado por Erika. Sabía que estaba en buenas manos. Sabía que saldría adelante, pues el mismo la había curado. También sabía que ya no había peligro en la abadía una vez neutralizada amenaza y que tan solo necesitaba reposo, para recuperar la consciencia, pero aún así no se quedó tranquilo cuando tuvo que abandonarla.
Sin embargo, el abad quiso que todos ellos le llevarán al lugar del milagro anunciado por Abel. El rosal permanecía allí, envuelto en llamas, pero sin haber sido dañado. El Abad logró detener el fuego con fe y fue algo increíble. Sin duda el hermano Anselmo era un hombre místico, conocedor de los caminos divinos. Ordock tenía mucho que aprender de él.
El paladín era un hombre religioso, que vivía muy cerca de los designios de su diosa madre. Podía comunicarse con ella a través de la oración y recibía respuestas en forma de señales, sin embargo, nunca había estado tan cerca de los dioses como aquella noche en la que habla presenciado el milagro del rosal y habla escuchado la palabra de Ilmater a través del cuerpo de un difunto. Sin duda, no olvidaría nunca aquella experiencia.
Tras cavar bajo el rosal unas pocas paladas, las palabras que predijo Abel se cumplieron. Un manantial brotó allí mismo cumpliendo la profecía y Ordock quedó maravillado. Muy alto había sido el precio, pero la abadía de Montelegro estaba salvada pues muchos serían a partir de ese día, quienes acudirían en peregrinación hasta allí.
- Gracias por sus palabras, mi buen Abad. - Respondió Ordock a la revelación que acababa de hacerle. Sin duda había disparado su corazón. - Pero no es posible el amor para mi. No al menos ahora. No hace mucho hice voto de castidad. Me quedan algo menos de diez años al servicio de mi diosa madre Amateratsu, para poder romper mi voto...
Dicho aquello regresaron a la Abadía para reencontrarse con Erika. Se le iluminó el rostro a Ordock cuando la encontró despierta y de buen humor. Se acababa de quitar un gran peso de encima. Como de costumbre, estaba demostrado una gran incontinencia verbal y tenis hambre. Esa era sin duda una buena señal. De hecho, él también estaban hambriento. Todos debían estarlo. No sería mala idea comer algo antes de ir a cavar las tumbas de los hermanos fallecidos.
Pero entonces Erika se abrazo a cada uno de ellos y en especial a Ordock. Sentir el cuerpo de la joven pegado al suyo, aún armadura de oír medio, provocó que de nuevo se le disparara el corazón. Sin duda alguna, bebía los vientos por ella y recorrería el mundo por Erika si se lo pedía, aunque preferís recorrerlo con ella. Ahora que la había conocido, se arrepentía de haber contraído sus votos y tendría que pedir perdón a Amateratsu por pensar de esa forma, pero la abrumadora presencia de la joven Erika,le hacía perder la razón.
- Entre... Entre to-todos lo hicimos... - Respondió un nervioso paladín. La penetrante mirada de la chica le había fundido el cerebro. - No fue... No fue nada. Tú, tú hubieras hecho lo mismo... - Y le dedicó una sonrisa bobalicona entre de apretujarla entre sus brazos. - ¿Vamos a comer algo? - Se decidió entonces. De esa forma igual podía mantener sus votos unos minutos más y contener la hinchazón que acababa de aparecer en una parte muy determinada de su anatomía.
Entonces llegó el comentario jocoso del mediano. No le quedó más remedio a Ordock que sonreír, aunque no le hizo mucha gracia la proposición. En el fondo, no era tan mala idea, pero no sabía si era posible hacer algo así. Supuso que nunca lo sabría. Le dio un codazo a Phineas que otro no le hubiera causado demasiadas consecuencias, pero que al mediano caso tiró al suelo y finalmente salieron dirección a las cocinas.
Erika se dirigió hacia la cocina para preparar un desayuno pero lo que encontró le tiró el alma a los suelos. No había miel, ni mantequilla, solo algo de leche y avena para hacer gachas aunque el hermano Horacio consiguió hacer aparecer uvas, panecillos y mermelada de frutos del bosque para que el desayuno de los invitados no fuera tan parco como el suyo. Después del parco desayuno, y con la inestimablemente ayuda de Karel, los monjes se dedicaron a cavar las sepulturas que acogerían a Abel y a los hermanos pecadores en su descanso eterno. Fue una ceremonia austera, parca en palabras, donde el Abad se limitó a recordarles que habían venido a ese mundo a sufrir, pero que su sufrimiento no era vacío, sino que era útil para hacer la vida del resto de personas mejor, que era un camino arduo y áspero, una vida sencilla y sin lujos pero que era una buena vida y que su señor velaba por ellos y les encomendaba la misión de construir el pozo y servir a los demás, recordándoles que quien extraviaba el camino encontraba su castigo.
Los días fueron pasando en el monasterio en una rutinaria secuencia. Había mucho trabajo que hacer, pocos lujos a la hora de comer y pocas diversiones pero las montañas eran hermosas y tenían mucho tiempo para pensar y decidir cual sería su siguiente paso. Durante esos días Karel se consagró a la construcción del pozo, poniendo todo su arte en que la construcción fuera hermosa. La piedra no tenía misterios para Karel y en menos de quince días anunció con orgullo que su trabajo había acabado.
Ordock se dedicó a la instrucción marcial de Malaquías, que eligió la maza como su arma. Era un estudiante rápido y su juventud le hacía impetuoso y le dotaba de una energía inacabable por lo que en un mes consiguió ser un luchador decente, lo suficientemente bueno para no hacerse matar por cualquiera y no tan bueno para que se le subiera a la cabeza
Erika en cambio, se dedicó a aprender del hermano Braulio los secretos de sus tratamientos, eso cuando no le volvía loco con alguna de sus extrañas peticiones, como la de emprender una cruzada contra las chinches, garrapatas, pulgas y piojos que decía que habitaban en la abadía aunque ninguno de los monjes ni de sus compañeros parecían haberlos encontrado.
Por último Phineas se dedicó a poner las labores del scriptorium en orden, descubriendo que tenía talento para la labor y que no hacía falta robar libros cuando tenías más de los que podrías leer en toda la vida. Estableció como prioridad el proyecto de volver a abrir la biblioteca. Con la ayuda de Karel y los monjes retiraron la mayoría de escombros pero no conseguirían reconstruirla hasta muchos años después.
Un mes después de su llegada comprendieron que debían marcharse. El monasterio les estaba dando lo poco bueno que tenían y cada vez eran más pobres. Partieron con tristeza con un cargamento de agua de la abadía para poder hablar de los prodigios que habían vivido. Al principio eran recibidos con chanzas y burlas, incluso de manera hostil, pero siempre había alguien desesperado en sanar que sanaba al beber de las aguas de Montelegro y así, según fueron viajando la leyenda de Montelegro fue creciendo. Erika fue llamada para ser entrenada en el círculo interior de los clérigos de Amateratsu, Ordock fue convocado por su capitán para proteger las tierras del norte de una invasión de gigantes de hielo, Phineas siguió con Malaquías extendiendo la palabra de Ilmater y comprando cuanto libro caía en su mano, ya lejos de sus malos vicios, mientras que Karel había sido llamado para participar en la defensa de su hogar en la que sería conocida como la V guerra enana, o, como sería conocida más vulgarmente, la gran escaramuza. Todos partieron con la promesa de encontrarse en la posada de Montelegro un año después.
El tiempo pasó y jsto un año después se volvieron a encontrar en Montelegro, en la misma posada donde les había cambiado la vida de forma tan insospechada. Karel llegó con un par de cicatrices de más, algo más de barriga y con la misma pasión por el buen vino. Les contó que le habían nombrado caudillo de su clan y que se iba a casar con la enana más bella y de peor carácter que un enano podía desear, esperando que pudieran asistir a su enlace y recordando a Erika que debía mantener la compostura. Erika rio diciendo que esa era su anterior Erika y que la nueva era mucho más sensata, debía serlo, pues esperaba una niña para el verano siguiente. Los ojos se centraron en Ordock que enrojeció a pesar del tono de su piel y les contó que como héroe de guerra le habían concedido la dispensa de su voto, y entre risas, les contó como su capitán le había dicho que cuidar de Erika ya era suficiente penitencia. Phineas era el que más cambiado estaba, su mirada seria y su espíritu en paz, había consagrado su vida a Ilmater y a extender sus obras y llegaba allí para ordenarse, convertirse en monje y dedicarse a la pasión por los libros.
Y vive Ilmater que se consagró en cuerpo y alma. El pequeño mediano fue el más grande de los copistas que pisaron y pisarán la abadía de Montelegro y sus libros le precederían muchos años después de muerto pero eso, amigos, es otra historia .
- FIN -