Partida Rol por web

Alfren montó en su caballo con un salto ágil, y sujetó las riendas con firmeza. Se inclinó un poco sobre el cuello del animal, le frotó la piel bajo la crin, y le susurró algo al oído. Se incorporó de nuevo. Sonreía ligeramente, aunque su semblante mostraba la gravedad de la situación. Una carga importante, la tensión de un encargo difícil. La vida en juego, hechizos y hechiceros... y La Torre.

Su caballo piafó, impaciente, al parecer el susurro de la mujer no había sido para calmarlo, precisamente. Ella se irguió en la grupa, altiva y segura. Apoyaba la mano en el pomo de Ígnea, su espada, y su cabello aleteaba agitado por la brisa de la mañana, apenas recogido por la cinta de cuero que cruzaba su frente.

Dió un cabezazo de asentimiento a las palabras del Capitán, y luego miró a Bathalias. Mientras esperaba que éste diera la señal de partir, se colocó delante, en punta. Como habría hecho un Caballero de Ayris...

Sonriéndose, a pesar de su rugiente estómago, por la pitanza que tan seguro se prometía Merkus y que había sido asesinada por los precipitados planes de la guardia de Nesvind, Antor aceptó con entereza los propios rugidos de su estómago y se colocó a la vera de Bathalias, cabalgando. Cuando hicieron un breve alto al poco de partir, para analizar la situación con más calma y llenar un poco los vacíos buches, escuchó las palabras del experto en las artes arcanas del grupo rascándose la incipiente barba con cautela, mientras Moravius concluía su explicación. Entonces preguntó al joven:

-¿A qué te refieres exactamente con "Veréis... no podremos hacer nada que no apunte a llevar el cofre a destino"?- preguntó con una bastante aceptable imitación del tono del hechicero -Lo cierto es que se me ocurren un buen puñado de cosas irrelevantes para la misión, pero no para el alma o el cuerpo, para las que ese cofre podría traer problemas... no me gustaría que Alfren nos metiera en ningún aprieto por el mero hecho de alejarse a "dejar parte de esta rica cena en la fronda"...- indicó el pícaro, con cierto aire de sorna

Acercándose al animal que portaba el cofrecillo, lo miró con curiosidad y examinó su superficie, buscando algo que demostrara sus peculiares propiedades recién adquiridas. Luego, con ojos expertos, divagó mentalmente sobre su factura y artesanado, antes de continuar:

-De hecho, me resulta curioso que exista una magia tan poderosa como "tampoco podremos abrirlo... solo podrá hacerlo Sarcess", y no exista una tan poderosa como "Sarcess recibirá este cofre por arte de magia en cuanto concluya este conjuro". Supongo que las defensas contra intrusos de nuestro adorable destino tendrán algo que ver, pero más me sorprende que semejante petimetre pueda impedir que un conjurador ligeramente competente deshaga esa especie de cerradura. ¿Incluye "abrir" el término "hacer cachitos"? No me interesa quedarme con el oro del Conde Riagul, pero no me gustaría acabar con un montón de monedas desperdigadas por un barranco, por un traspies de la mula.- concluyó Pielgris sus objeciones -Ilústrenos, maestro Moravius.- invitó el viejo zorro con una reverencia tan correcta como falsa.

El mago miró a su mentor con un sonrisa en los labios - Que raro? - murmuró para si mismo, mientras meneaba la cabeza antes de intentar contestarle - Como ya hemos intentado muchas veces... - resultaba complicado deducir si el tono era de fastidio o diversión - ... veremos si esta vez podes entender un poco más los límites de la magia. Nunca os resultó sencillo - se burló cariñosamente.

- Las pulseras nos impedirán realizar actividades que sean contrarias a conseguir el objetivo de llevar el cofre. Y probablemente necesitemos de mucha voluntad para realizar tareas que sin ser contrarias a esta misión, tampoco ayuden a conseguirla. Cuanto? Depende de cada uno. Seguramente vuestro "cabezadurismo" os ayude a a realizar algunas de estas actividades - Como de costumbre el conocimiento de su interlocutor obligaba al hechicero a mezclar hechos reales con suposiciones burlonas.

- Solo puedo explicar lo que he sentido al analizar el cofre - continuó - La presencia de la imagen de la destinataria es fuerte, y la protección mágica también. Si queréis podéis intentar romperlo. No me hago responsable de lo que pueda suceder. Solo avisadme, así guardo las distancias - con una sonrisa completo - aunque pensándolo bien supongo que romper el cofre es algo contrario a nuestra misión, con lo que la compulsión de las pulseras os lo impediría... realmente no lo sé - curiosamente Moravius sonaba sincero. Ni el mismo tenía claro hasta donde alcanzaba el poder del conjuro.

Basta vosotros dos, dijo Bathalias, que salía ahora montado para comenzar la marcha. Podemos darle todas las vueltas que queramos, pero esto, dijo, levantando el anillo, no es problema alguno. Nos hemos comprometido a entregar el cofre y es lo que haríamos incluso sin él. Cuando acabemos con nuestro encargo, veremos. La última frase tenía un aire grave. No le gustaban demasiado sus patrones. Había conocido a gente de su calaña antes, y solían traer... complicaciones.

A veces creía que por muchos siglos que viviese, la gente nunca mejoraría. No sabía si esa idea era reconfortante o terrible.

Después avanzó a la cabeza del grupo. Hagamos lo que mejor sabemos hacer. Y que los dioses se aparten de nuestro camino.

Ailara escuchó el intercambio de palabras con preocupación en el rostro. No era el cruce de espadas verbal que solía acompañar al grupo, en absoluto: había aprendido a aceptarlo como parte inseparable de la convivencia entre sus compañeros aunque ella intentara no seguirles el juego. Lo que no dejaba conciliar el sueño era ese maldito cofre.

Su mirada se desvió hacia el cofre con una mezcla de fascinación y repugnancia. Mantenía la distancia en todo momento y no bajaba la guardia, como si estuviera esperando a que explotara en cualquier momento.

-No deberíamos haber aceptado este encargo -murmuró para sí misma.

Siguió a Bathalias con determinación. El viejo elfo Tenía razón, como siempre. Ahora ya estaban metidos en harina y la única forma de salir de ahí era entregar el cofre y olvidarse del asunto. Solo esperaba que no hubiera sorpresas.

Merkus adelantó tu caballo hasta colocarse en el medio del grupo, desde una posición que le permitiría tanto retroceder a la retaguardia en caso necesario como avanzar hasta las primeras posiciones en el caso de presentarse complicaciones que necesitasen de la afilada persuasión de su acero, el cual solía hablar más que el propio bárbaro, aunque de una forma un tanto más contundente.

No es que no prestara atención a aquello que se estaba comentando a su alrededor, pero no le daba demasiada importancia, pues estaba convencido de que nada podría evitar que fuese dueño de sus acciones, hubiese magia o no por medio.
Sin embargo, aún seguía rumiando su venganza contra aquel que había colocado aquellos anillos en sus dedos, y ni siquiera la abundante comida le había apaciguado los ánimos.....simplemente tenía una tarea que realizar a la que se había comprometido, y la haría por muchos impedimentos que pudieran ponerle por delante.

A lo que sí le prestó oídos fue a la explicación del capitán recién llegado, pero no se encontraba excesivamente convencido de que aquello fuese a funcionar, pues era uno de los trucos más antiguos del mundo.....a no ser que los malhechores de aquella zona fuesen de cortas miras.
Incluso deseaba que nadie se tragara aquel burdo truco, pues así se le brindaría la oportunidad de dar rienda suelta a la furia que ahora mismo anidaba en su interior.....y sería un buen ejercicio.

Sobre el caballo, Merkus esperó a que el grupo emprendiera la marcha.

Con algunas trazas más de tensión de la esperada finalmente se pusieron en marcha, adentrándose en el bosque por el sendero de leñadores que partía lateralmente del castillo. Enseguida fueron ganando altura y el camino les llevó a través de colinas y valles cubiertos por una manta verde de abedules y fresnos.

El día había amanecido claro y despejado, pero con el paso de las horas unas nubes grises se adueñaron del cielo, dando como resultado un techo encapotado que impedía el paso de los rayos del sol. No obstante no hacía demasiado frío, con lo que mientras el cielo no se decidiera a descargar agua la marcha no se haría más incómoda de la cuenta. El canto de los pájaros les acompañaba en su avance como única nota discordante con el sonido de los cascos de sus caballos. Hasta el momento las mulas se comportaban con bastante decoro.

En diversos momentos el sendero se acercaba lo suficiente al camino principal como para que pudiesen observar desde las alturas al contingente del Capitán Néomen que avanzaba paralelos a ellos, en formación cerrada. Fue precisamente en uno de esos momentos cuando percibieron que algo no iba bien. Les llegaron de forma nítida el sonido de los caballos allá abajo en el camino, las conversaciones de los soldados, las órdenes de los oficiales. Pudieron escucharlo todo con tanta claridad porque el bosque se había sumido en un silencio absoluto. La calma era total, únicamente rota por aquella columna que avanzaba por la serpenteante línea amarilla de tierra.

¡Y de repente lo vieron! Desde su posición elevada lograron descubrir un gran grupo de jinetes ocultos en un claro del bosque. Se trataba de un grupo bastante más numeroso que el del Capitán Néomen y estaban completamente equipados para la batalla. No portaban estandartes que les identificaran, pero aún en la distancia, podía descifrarse por sus monturas y sus ropajes que no se trataban de simples asaltantes de caminos. Eran caballeros y soldados regulares, y estaban a punto de lanzarse sobre la columna que avanzaba.

Los agudos ojos de Bathalias descubrieron algo más. Al otro lado del camino en el cual se encontraban los jinetes preparados para la emboscada, había una fila de ballesteros ocultos entre la espesura y en las copas de los árboles, con las armas cargadas y apuntando a las primeras unidades de la columna.

- Todos quietos - el susurro urgente del hechicero alertó a sus compañeros - Parece que el truco, no por viejo deja de ser efectivo - agrega mientras señala a los emboscados y al grupo que les deberá servir de distracción.

Moravius se mantiene sobre su caballo y echa una fugaz mirada al asno que lleva el cofre - Supongo que deberemos esperar... y lanzarnos al galope cuando la distracción cumpla su objetivo - analiza antes de mirar al elfo, al sabio maestro de tantas batallas, en busca de su decisión

EL mago es independiente y decidido, pero ya ha aprendido que trabajar en equipo es la mejor manera de evitar los problemas. Y Bathalias ha demostrado, más de una vez, que es el indicado para dirigirlos cuando los problemas no los quieren evitar... sino que intentan buscarlos

Bathalias asiente en silencio. Aquello no le gusta un pelo. Sin embargo, sus ojos de elfo son capaces de cruzar distancias superiores a las de los humanos, y divisa un grupo de ballesteros escondidos en las copas de los árboles, entre la espesura.

Maldición. Ballesteros... musitó. Aquellos hombres no tenían una oportunidad. Acercó su caballo al del mago. En esas copas hay apostados hombres con ballestas. Será una carnicería y nos cerrarán el paso. ¿Crees que podrías igualar un poco las cosas... sin que denotase nuestra posición?

Ante las palabras del elfo, Moravius afinó la vista y distinguió unos leves movimientos en las hojas de los arboles.

- Así que ballesteros, eh... pues algo se podrá hacer - contestó el mago mientras esbozaba una sonrisa - Y que no nos descubra... ya sé - Firmemente asentado en su corcel se concentró en los entresijos de su arte y se imaginó una plaga de avispas justo en el lugar donde se asentaban los guerreros

- Quizás no hagan mucho daño, pero es dificil mantener el equilibrio cuando uno los espanta... y de cualquier manera se moverán y delatarán su posición. Solo espero que los hombres de Néomen estén atentos -

El hechicero hablaba en susurros, pero seguro de si mismo. Solo que al bucear en su interior se dió cuenta que ya había realizado demasiada magia para el día. Necesitaba descansar para recuperarse... pero evidentemente no era el momento... aún

Merkus hizo avanzar a su caballo hasta ponerse al frente del grupo, observando atentamente en la dirección hacia la que se movía el grupo que ejercía de señuelo.....y un profundo gruñido comenzó a surgir de su garganta.
Él no veía nada en la dirección indicada, pero había aprendido a confiar en los sentidos de sus compañeros, y si ellos decían que allí se preparaba una emboscada, no podían estar equivocados.

Su caballo se revolvía intranquilo, golpeando levemente el suelo con los cascos. Con toda seguridad sentía la rabia que comenzaba a invadir al Asmita, al cual, por suerte o por desgracia, le había tocado en suerte transportar.

¿Y vamos a quedarnos aquí mirando? - preguntó con una voz tan profunda que se diría que hubiese surgido del mismísimo averno - Ellos se dirigen como cerdos al matadero y nosotros observámos el espectáculo, grrrrrrr

Estaba haciendo grandes esfuerzos por contenerse y no emprender una alocada carrera al galope.
En parte lo hacía por no poner en peligro a sus compañeros, pero por otro lado, no estaba seguro si le estaría "permitido" ayudar a aquel otro grupo.

Miró institivamente hacia el anillo que llevaba puesto en su mano, y una nueva oleada de odio le recorrió todo el cuerpo, provocando que temblara como si acabase de sufrir los efectos de una corriente helada.
Sus nudillos se mostraban blancos por la fuerza ejercida sobre las riendas, y los músculos de su rostro se marcaban profundamente por la tensión.

Bathalias puso una mano en el hombro del fiero guerrero. Sabían a lo que venían, Merkus. ¿Recuerdas en Mirandir, cuando distrajistea los guardias para que aquella mujer pudiese escapar? ¿Qué habrías pensado si ella hubiese vuelto para batirse en batalla? El Elfo miraba a la inminente batalla. No, todos tenemos nuestro papel... siempre ha sido así.

Envidiaba un poco al bárbaro. Hacía tanto que no sentía pasión por nada. Ni siquiera recordaba la última vez que se había enfadado. ¿Había sido hacía una década? ¿dos? Por otra parte, los humanos vivían con una intensidad tan fuerte, como ningún elfo podría jamás.

¿Merecía la pena vivir mil años si no podías disfrutar ninguno?

Antor dejó escapar un leve suspiro de placer soterrado:

-Oh, sí, yo también recuerdo a Lady Enerya de Mirandir, Bath. Vaya que sí; todo un carácter de dama y unas... cualidades dignas de admiración.- dijo sonriéndose a sí mismo, recordando una noche combatiendo el insomnio de la pobre mujer, aun muy nerviosa y necesitada de cariño por su reciente rapto... con mucha energía.

Mientras hablaba, sin embargo, bien sabía el elfo que Antor no perdía detalle de la posición de los guerreros apostados. Si uno de ellos fuera ballestero en el árbol, posiblemente sería el pícaro. No tardaría mucho en saltar de su posición y unirse al cuerpo a cuerpo con su espada, pues jamás se permitía dejar de vivir la vida en primera persona, pero posiblemente fuera el quien hubiese pasado desapercibido entre las ramas y se hubiese cobrado la primera víctima. Haciendo honor a los pensamientos del cabecilla del grupo, el curtido ladrón desmontó e indicó hacia la fronda, mientras pasaba las riendas a su compañero:

-Voy a encargarme de que la espalda de esos ballesteros tenga los mejores cuidados posibles. Incluso si tratamnos de pasar de largo sin ser vistos, podrían descubrirnos. Si vamos a tratar de escurrirnos, no será agradable hacerlo con saetas volando cerca de nuestras orejas. Si es el caso, me encargaré de que eso no sea un problema. Si no, me reuniré con vosotros un poco más adelante.- dijo Pielgris, adentrándose entre la foresta, mientras sus compañeros aguardaban su momento.

El hechicero escuchó las palabras de su mentor y meneó la cabeza disgustado Que no entiende que NO nos tenemos que meter. Sin embargo no le dijo nada. Lo conocía. Y no habría palabras que le impidieran hacer lo que quería.

-Cuidado, Antor. Se te cae la baba- dijo Ailara disgustada tras el comentario y la mirada lasciva del pícaro-. Estoy convencida de que los hombres de Néomen están preparados para lo que sea que se les eche encima. Al fin y al cabo están aquí como cebo, no creo que vayan a ser cogidos por sorpresa.

A la druida no le agradaba la situación, como era habitual cuando había peligro por en medio. Se decidió a mantener la calma y no perder los estribos, confiando en la sabiduría de Bathalias y en la habilidad del resto. No era la primera vez que se encontraban con piedras en el camino y con seguridad no sería la última.

Sujetando el bastón con ambas manos, levantó los brazos y musitó unas palabras mientras se concentraba en Antor. Mazgul, junto a ella, se revolvía inquieta como siempre que Ailara convocaba su poder. Las hojas se agitaron brevemente y una ligera brisa le revolvió el pelo a medida que el hechizo ganaba fuerza. Finalmente, con un movimiento de muñeca apuntó el bastón hacia Antor, que de repente vió como su piel y sus ropas se tornaban de un color verdoso, mezclándose con el entorno hasta el punto de resultar casi invisible al quedarse quieto.

-Ve con cuidado.

La mujer estaba furiosa. Comprendía la estratagema, y la necesidad de tender esa maniobra de distracción para que ellos pudieran seguir adelante, y tenía la prueba de que era necesaria y funcionaba, precisamente allí abajo. Pero con el ceño fruncido y los labios apretados se contenía a sí misma, intentando justificar una vez y otra ante su propia conciencia el que no saliera a galope tendido y espada en alto a ayudar a esos pobres desgraciados que se habían sacrificado a sí mismos ofreciéndose como señuelos.

Por eso, cuando Merkus rugió, preso de ira, ella asintió en silencio, compartiendo su rabia. La justicia, a veces, era un camino difícil, con demasiados recodos y derroteros oscuros.

Pero no había nada que hacer. Sólo dejar que los planes urdidos por mentes más astutas que la suya alcanzaran su objetivo. Y ella... bueno, no podía quedarse quieta tampoco. Chasqueó la lengua para que su caballo se pusiera en marcha, y le guió hacia la espesura, sin adentrarse en ella, pero cubriendo las espaldas a Antor, dispuesta a espolear en cualquier momento de peligro.