Cuando me pidió el silencio que le escuchara alcé el mentón con los ojos cerrados y escuché; escuché como la niebla abrazaba mi corazón y como el viento trataba de acariciar mis entrañas. Seguí escuchando, inmersa en sonidos vagos, mudos y arremolinados dentro de mi, atenta y confusa hasta que alzó la voz. Lo entendí. Se adueñó de mi y todo, por fin, terminó.
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