Lady Alicent Luminel.
Ser Alicent. Luz del Faro. Portadora de Vigilancia. Heredera de Luminaria. Espada de los Siete. Ratoncita.
«Valar morghulis, que para mí significa que todo el que se atreva a desafiarme morirá».
No respondió a las dos primeras preguntas que le hacía la cuerva, pues eran graznidos y ella solo respondía a las silenciosas palabras que pronunciaban los ratoncitos. Una cuerva y una ratoncita nunca podrían entenderse, y menos cuando se había podrido antes de morir. Su amenaza le hizo fruncir el ceño, pero si eso era lo que quería, eso sería lo que tendría. Si quería gritar, que lo hiciera, ninguno de los que estaba ahí la vería y volvería a por ella cuando se cansaran de sus absurdos miedos. Sin embargo, algo la detuvo, quería saber una cosa y si graznaba como ella podrían llegar a entenderse.
Dio un paso, colocándose junto a una sombra, y luego dio otro, mostrándose como una pequeña mancha oscura en medio de la negrura de la noche.
—Si gritas, gritaré yo —la amenazó, con un suave susurro—, y desearás haber estado durmiendo esta noche. Dime. —Hizo un movimiento con la cabeza en mitad de las sombras—. Cuéntame por qué estoy aquí, por qué no puedes dormir —le pidió, dando un paso hacia atrás y escondiéndose cada vez más de ella—, y en voz baja, no quiero oírte graznar…
Alerie Nymeros Martell
«Yo soy Alerie Nymeros Martell, Princesa de Dorne. He sido Alerie Arena, hija de Nymeria. También he sido Alerie Arena, la bastarda traicionera. He sido Argella Toland, la tímida y torpe consejera. He sido Ashara. También Alyse y Sylvenna. Siempre solía ser la luna. A veces incluso no he sido nadie. He tenido muchos rostros, he sido muchas personas, he vivido muchas vidas cortas.
Ahora solo hay una única verdad; yo soy Alerie Nymeros Martell, leal hermana de Lady Rhea Nymeros Martell, Señora de Colina Fantasma, Princesa de Dorne y Guardiana del Sur. Esas somos mi hermana y yo, es lo único que importa saber de mí, que siempre le seré leal y que siempre estaré a su lado. Aunque es verdad que siempre solemos llamarnos Rhae y Alie».
Al ver que Astride respiraba con dificultad su corazón se encogió ante el temor de la pérdida, no tardó en confirmarlo cuando vio las venas negras que cubrían su cuello. El dolor que sintió por dentro en ese momento y que quiso ocultar a la sala fue la prueba más difícil que había realizado en su vida, notaba como se rompía todo por dentro de ella. Le habían apuñalado directamente en su corazón. A cada instante que pasaba creía que algo la desgarraba por dentro y creyó que pronto dejaría ella también de respirar, casi sintió que dejaría de vivir en ese mismo instante.
Rhae le había hablado de ese veneno, como de tantas otras cosas, le había contado que era rápido y fulminante; se aferraba a eso para saber que la única persona por la que había sentido un afecto tan fuerte no habría sufrido. Eso solo lo haría ella por el resto de su vida. Había perdido a la mujer de la que creía —si no lo había hecho ya— que se enamoraría profundamente para toda su vida. Le había fallado igual que estaba fallando a todos los que quería. Era una miserable que no merecía ninguna clase de afecto ni amor, por eso el Desconocido se la había arrebatado.
Su corto sueño había llegado a su fin. Nunca podría llegar a bailar con ella, nunca podría dar ese paseo a caballo, nunca podría besarla como habría deseado hacer y nunca podría ser feliz a su lado. Todos esos deseos y anhelos habían llegado a su fin, dejándole un único deseo: el de la venganza y la muerte. Se juró a si misma que mataría a cada uno de los culpables, a cada uno de sus familiares y a cada uno de sus amigos.
Quiso fijarse en su rostro, en todo aquello que le había fascinado de ella, y se fijó bien en lo que le habían hecho para recordarse que nunca debería tener piedad con nadie. Iba a llorar, sabía que lo haría, no podría contener mucho más sus lágrimas, solo quería verla un poco más antes de que sus ojos terminaran por nublarse.
«Nunca doblegados. Nunca rotos», empezó a repetirse una y otra vez. «Nunca doblegados. Nunca rotos».
Solo que por mucho que se lo dijera, estaba rota por dentro y su corazón sangraba con el dolor más grande que había sentido desde la muerte de su padre. Se la habían arrebatado ante sus ojos y no la había podido proteger. Era una miserable. Lady Cynthea y todo lo que llevara su nombre desaparecería igual que lo había hecho su amor.
«Astride. Ojalá haber podido estar siempre a tu lado…» se dijo, notando cada vez más cerca esas lágrimas. «Creo que te quería de corazón».
Tragó saliva.
«Nunca doblegados. Nunca rotos» empezó a repetirse sin parar mientras el mundo seguía girando a su alrededor.
Triea
«Soy hija del frío y de la naturaleza. Mi nombre es Triea, que en la Antigua Lengua significa: la que lidera».
Cuando alzó la mano pidiendo calma Triea arrugó el ceño y la miró, incómoda por la forma en que se lo había pedido. Sin embargo, al escuchar de su boca aquellas disculpas por no haber ido en su búsqueda, su expresión volvió a recobrar aquella tristeza con la que se había empañado su mirada. Siguió sorprendiéndola al revelarle que su nombre era «Maege» y no «Stark», dirigió su vista hacia el símbolo del lobo huargo y solo pudo pensar en lo difícil que se volvía todo cuando tu nombre era demasiado largo para que lo recordaran.
—Maege —repitió antes de que le señalara la silla.
Katarzyna Laska
«Tormenta, oscuridad, conocimiento, amor...»
Las torrenciales lluvias primaverales no se habían detenido en todo el día, incesantes y sonoras, habían inundado con su llanto demoníaco las calles de la ciudad. Tras la ventana había una niña de pálida piel y negros cabellos, con la mano apoyada en el vidrio que dejaba la marca de su aliento en ese mismo cristal. Observaba la lluvia caer, y cada vez que un relámpago partía el firmamento en dos se estremecía con la idea de lo que vendría después; el terrorífico sonido de los truenos que hacían vibrar las cristaleras de toda su casa solariega, digna de una familia noble como la suya.
Katarzyna estaba atemorizada y encogida por las inclemencias del tiempo, parecía más una niña que la chica en la que poco a poco se había convertido. Era incapaz de dejar de mirar el intenso aguacero, por mucho que le asustaran los sonidos de la tormenta y lo que venía con ella. En Sarmancia no todo surgía de la impredecible naturaleza, sino que los demonios o czorts, o como realmente son conocidos: los dievai. Estos están presentes en demasiados aspectos de la vida, incluso en las tormentas que atemorizaban a la rzecpospolita. Katarzyna lo sabía, podía ver la impredecible figura difuminada por las lluvias y como se movía con el sonido de la tormenta. Lo buscaba asustada con la mirada, no quería que estuviera ahí y tampoco quería perderla de vista.
Violette Szabo
"Soy genial, soy Acanthus."
—Porque me importan a mí, además si te importa solo la mía y me pongo en peligro para ayudarlos… ¿No me ayudarías?— Levanto la vista, con los ojos bien abiertos esperando que dijera que “sí”.
—No hace falta que contestes, creo que podría adivinarlo— digo dándome unos golpecitos con el dedo índice en la cabeza.
«Soy maga».
Abigail Rodríguez
"Mi madre luchó contra el cáncer, siendo objetiva, ninguna lucha será más difícil que esa."
Mientras estoy distraída en mis cavilaciones, él vuelve a hablar de nuevo y lo miro con incredulidad. —¡No me jodas! Tú estás flipando— acompaño mis palabras realizando un corte de manga con los brazos, pero es un gesto demasiado brusco y siento una punzada de dolor, uno que había olvidado por el miedo y la adrenalina, uno que me recuerda que no puedo huir. Estoy atrapada, a merced de un asesino.
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