Antes se decía que cuando en Nueva York son las tres de la tarde, en Europa son las nueve de diez años antes. Quizás ya no sea así, no podría asegurarlo, el cine de nuestra memoria nos la hace tan conocida que ya siempre formará parte de nuestro pasado.
Si hubiera podido elegir, habría visto por primera vez los muelles de Hudson en 1960, desde la cubierta de un trasatlántico, y habría desembarcado en una ciudad en la que no había almuerzo sin tres martinis ni taxistas sin corbata, se fumaba sin filtro y Times Square era Babilonia, no una encrucijada ruidosa envuelta en anuncios luminosos. Oh, sí, esa fue la década. Nueva York, capital del expresionismo abstracto, capaz de rivalizar con la antigua Londres en el mercado del arte. Mi querida Greenwich Village, The Village, Stonewall. Me hubiera gustado recorrerla mientras Bob Dylan componía alguna de sus canciones o quizás haber conocido a Isaac a finales de los 60, cuando aún era humano y creía en el verdadero cambio.
Aquella de 1960 era una ciudad joven y cínica, arrogante, intacta.
Sin embargo, llegué mucho más tarde. Los Yankees han ganado a los Mets, en el Holland Tunnel seguirá marcada la frontera con Nueva Jersey y Estados Unidos, ese país inmenso, absorto en sus centro comerciales, sus biblias, sus revólveres y sus fantasmagóricos enemigos. Todo ha cambiado, a mi gusto, quizás a peor, aunque sigue siendo la ciudad que he escogido para vivir, porque a pesar de todo sigue siendo maravillosa, sigue siendo la ciudad donde se encuentran el MoMA y el Met, atesorando lo más hermoso de la humanidad, sigue siendo la ciudad en que los extranjeros somos reconocibles por caminar mirando hacia el cielo, boquiabiertos, observando esas catedrales contemporáneas que se alzan hacia la oscuridad.
Esa Nueva York que no sabe de nuestra memoria sentimental ni de nuestro calendario, en ella siempre es hoy y todos los momentos valen. Sí, el presente es tan poderoso en Nueva York, que el pasado se ha perdido.
Debemos disfrutar de este momento; y más ahora que no queda nada ni nadie a quien temer.
Carlotta Bianchi
2595, Lucatore.
Hacía tiempo que Dana se había levantado para empezar a preparar la posada antes de que acudieran los primeros clientes hambrientos. Había comida al fuego y una gran parte de las mesas estaba totalmente limpia. Subía y bajaba por las escaleras ultimando los preparativos cuando se detuvo en una de las ventanas. El sol comenzaba a despuntar por el este, proyectando así las gigantescas montañas su larga sombra sobre Lucatore. Entonces, un cuerno sonó con fuerza a través de las calles de la ciudad, un sonido profundo y grave que la hizo estremecerse. Y cuando terminó, de nuevo volvió a sonar.
Dana se quedó descolocada, absorta en lo que podía significar aquello, se rasco su enmarañada cabellera ondulada y no supo que debía hacer, todos despertarían y le preguntarían. Bajó corriendo a la calle en busca de respuestas.
El cuerno de las lamentaciones seguía resonando y no descansaría hasta que la última de las almas estuviera en pie. Eso ya le había quedado claro.
Fue de las primeras en salir a la calle, pudiendo contemplar las ventanas abrirse y a algunos vecinos traspasar el umbral de sus puertas, desaliñados y aun más confusos que ella. Preguntas sin respuesta empezaron a escucharse a lo largo y ancho de la calle, nadie parecía capaz de responder a ellas. No tardaron en ser interrumpidas por unos gritos en la lejanía, que a medida que se hacía el silencio se tornaban ganaban claridad, hasta que llegó el momento en que todo cobró un terrible sentido.
«¡El bautista ha muerto!». La frase se repetía en cada calle, en cada esquina, la ciudad debía saberlo y los orgiásticos se estaban encargando de trasmitirla.
Un hombre cayó de rodillas, llorando con desesperación, mientras que su mujer miraba fijamente hacia el vacío, sin ser aun realmente consciente de lo que estaba ocurriendo. Dana los miró, frotándose los ojos e intentando evitar que las lágrimas salieran a flote. No podía ser, él no. La gente se iba aglomerando, más y más, enaltecida por las oscuras nuevas.
Los ascetas recorrían las calles, escoltando un ataúd y dirigiéndose hacia el claustro. Una procesión de antorchas marchaba tras ellos, dolientes que se dirigían hacia la empinada cuesta tras la estela de los anabaptistas.
Y tras ellos los rumores empezaron a circular por toda la ciudad. «¿Asesinado?» contestó extrañado un mercader, momentos antes de cerrar el puño enfurecido. El culpable debía pagarlo. «Al viejo lascivo le han sorbido el cerebro, quiere entregar la ciudad», despotrica un borracho en los alrededores. Una mujer ultrajada por sus palabras le lanzó una piedra y respondió con rabia: «Demos gracia porque todavía está aquí».
Dana escuchaba estupefacta. Altair había muerto, un héroe de guerra, un hombre santo había sido asesinado, uno de los ocho. «¿Quién podría hacer algo así?», se preguntaba una y otra vez mientras recordaba cuando se había acercado a hablar con ella, regio y a la vez familiar, había alzado su mentón y le había dicho que el futuro estaba en nosotros, en los niños de Lucatore, y a pesar de que habían pasado años. No había olvidado el tono de su voz, conmovedora y carismática.
¿Qué sería de todos ellos ahora que no tenían una estela que seguir?
Esa misma noche una estrella desapareció del firmamento.
Y una descubre que los años son más que cicatrices.
Una aprende, claro que aprende.
Aprende que liberar un alma no es hacerla libre.
Descubre qué es el dolor, el sufrimiento, la fiebre.
Una se da cuenta de que la magia no era nada,
de que los enemigos también crecen
y de que aunque creas que todo está a tu espalda
al final siempre espera la muerte.
- Alfrida Peakes,
La sombra del thestral.
La historia empieza en una fría noche en Londres, cuando cuatro desconocidos en una fiesta llena de gente son poseídos por un trance, y apuñalan a un desconocido en un complejo ritual sin poder hacer nada; el hombre se desangra hasta morir a sus pies en un solitario despacho del piso de arriba mientras la fiesta continua abajo. Cuando el hombre lanza su último suspiro, una potente visión asalta a los protagonistas y recuperan el control de sus cuerpos.
Los protagonistas se encuentran con un cadáver a sus pies y sus manos llenas de sangre. Deberán huir confundidos de la escena, evitar la investigación policial y descubrir lo que les ha pasado mientras un gran poder comienza a despertar en su interior. Su crimen está inmerso en un trasfondo de asesinatos rituales similares y de visiones de alguien con un plan.
Descubrir el mundo arcano de Londres será necesario para resolver el misterio, una carrera contrarreloj contra la policía, sus enemigos y su propia incredulidad.
Despierta y escucha la llamada.
Os voy a contar una historia, una historia que acaeció hace unos cuantos años, en realidad sucedió apenas un par de años antes de los sucesos que nos han traído aquí. Una historia que apenas ha tenido cabida en el turbulento mar de acontecimientos que configura Poniente -tal vez por estar protagonizada por un puñado de personajes anónimos- no por ello menos relevantes a mi juicio.
Todo comenzó con la rebelión dela Casa Errol, una extraña rebelión que no buscaba dominar Poniente, ni tan siquiera aspiraba a las Tierras de las Tormentas. Su única ambición estaba en derrocar a al señor de Puertabronce, una de las casas leales a la Casa Baratheon.
Fuesen cuales fuesen las motivaciones reales de la misma, la rebelión fracasó rápidamente gracias a la oportuna y rápida intervención de varios de los Vasallos de la Casa Buckler. Entre estos se encuentra la Casa que protagoniza nuestra historia, un linaje de la cual los libros de historia parecen haberse olvidado...
Lord Ralph Buckler, señor de Puertabronce aconsejado por su señor expropió las tierras de la Casa Errol ejecutando a todos los responsables y reduciendo a sus familias a poco más que campesinos y prostitutas. A continuación convocó a sus fieles vasallos a una una celebración en los antiguos dominios de Lord Sebastion Errol: Pazo Pajar.
Cuentan los rumores que ha decidido repartir una parte importante de las antiguas tierras de la Casa Errol entre sus leales vasallos...
"Las ruedas de la historia han comenzado a girar, capitán. Aquellos que no puedan seguir nuestro ritmo, permanecerán meros espectadores de su devenir. Aquellos que se nos opongan, siquiera estarán ahí para contemplarnos"
Gran Almirante Thrawn a su segundo al mando, capitán Gilad Pellaeon
Partida ambientada en el universo de Canción de Hielo y Fuego. Sin embargo, no sucedió ni lo que habéis podido leer en los libros ni lo que se pudo seguir en la serie. Nuestra intención es usar la ambientación, pero no vamos a respetar el lore oficial.
Pero nada de eso importa, porque nuestra partida se ubica mucho tiempo después. Trescientos años.
Esta es una partida de corte principalmente político y social, en la que van a predominar las intrigas. Habrá espacio para combates o investigación, pero de modo más secundario.
La Muerte Roja acecha en cada esquina de cada calle. Se cuela por las ventanas, por debajo de las puertas. No distingue entre pobres y ricos, jóvenes o viejos, fuertes o débiles...
Los nobles de la villa deciden encerrarse en palacio para escapar de la Muerte Roja, pero, ¿estarán seguros allí?
Como decía Louis Amstrong...
Won't you come and go with me
Down that Mississippi?
We'll take a boat to the land of dreams
Come along with me on down to New OrleansNow the band's there to greet us
Old friends will meet us
Where all them folks goin' to the St. Louis cemetery meet
Heaven on earth, they call it Basin Street
¿No vendrás e irás conmigo bajando ese Mississippi? Tomaremos un barco a la tierra de los sueños. Ven conmigo hasta Nueva Orleans.
Ahora la banda está ahí para saludarnos, nos reuniremos con antiguos amigos, todos somos colegas yendo al cementerio de St. Louis a reunirnos. El cielo en la tierra, lo llaman Basin Street.
—Pum —dijo la mujer.
Su mano se alzaba a la altura de su cabeza, moviendo los dedos como si siguiera el ritmo de una melodía. El jazz sin embargo entraba por las ventanas con una cadencia muy distinta, inundando la habitación.
—Bum-bum. Bam-bum. Pum.
Caminaba mientras tanto, siguiendo la cadencia de lo que decía con todo su cuerpo. Parecía que disfrutaba. Yo aún no había acabado de despertar, pero sentí el fuerte olor de la gasolina y del sudor antes de notar un leve aroma a almizcle. No podía moverme, ni siquiera intentarlo. Con un giro, su espalda y su nuca dieron paso a unos ojos que se clavaron en mi mirada y en mi cerebro, perforando mi consciencia y llegando a lo más profundo de mi cráneo.
—Dum. Dum-dun. Darún.
Sólo ella oía aquella melodía. Pensé que lo que fuese estaría sólo dentro de su cabeza. Que era una demente. Su voz era sedosa, capaz de colgarse por cada pliegue de mi alma entre el sonido del festival de fuera. Quise pedir ayuda, pero no pude ni despegar mis labios.
—Pum. Pa-pum. Pum.
Se acercó a mí lentamente. Nunca había tenido tanto miedo, pero no fui capaz de hacer nada. De todas formas... ¿Habría cambiado algo? Sus ojos ya no estaban en los míos, sino en mi cuello. La música seguía sonando, pero yo sólo pude prestarle atención a ella cuando se acercó a mi oído.
—Bum. Bum-bum. Babún.
Su contacto frío puso mi piel de gallina. Y cuando puso su mano sobre mi pecho me pareció irónico darme cuenta de que los golpes de su voz coincidían exactamente con los de mi corazón.
—Bum. Badum. Bum-bum. Pum.
Tras aquellas últimas sílabas apoyó su frente en mi sien, como si disfrutara de los últimos segundos de aquella canción. No sé cuánto tiempo pasó, pero sí que después sentí sus dientes en mi cuello. Luego sólo hubo silencio.
Ese fue el final. Ese fue el principio.
5 años han pasado desde la destrucción de Desembarco del Rey. Poniente se recupera de su experiencia traumática tras la invasión de la Reina Daenerys y la batalla contra los Otros en Invernalia.
La casa Stonewood intenta recuperar su normalidad rutinaria tras las guerras.
Dicen que si pasas cuatro minutos mirando a un desconocido a los ojos es inevitable enamorarte.
La fiesta estaba degenerando,
torpe, lentamente.
Bebían de forma impía.
Se apiñaban sobre la bandeja llena de vasos
ansiosamente,
como aves de presa.
Blancos, intensos;
con rostros como máscaras
congeladas en grises, rígidas muecas.
Charlaban y reían
embriagados;
impacientes;
apresurados;
preocupados.
Bebían con rapidez, como si pudieran
caer muertos antes de emborracharse por completo.
—Joseph Moncure March,
“The Wild Party”
Partida ambientada en el universo de Canción de Hielo y Fuego. Sin embargo, no sucedió ni lo que habéis podido leer en los libros ni lo que se pudo seguir en la serie. Nuestra intención es usar la ambientación, pero no vamos a respetar el lore oficial.
Pero nada de eso importa, porque nuestra partida se ubica mucho tiempo después. Trescientos años.
Esta es una partida de corte principalmente político y social, en la que van a predominar las intrigas. Habrá espacio para combates o investigación, pero de modo más secundario.
Partida ambientada en el universo de Canción de Hielo y Fuego. Sin embargo, no sucedió ni lo que habéis podido leer en los libros ni lo que se pudo seguir en la serie. Nuestra intención es usar la ambientación, pero no vamos a respetar el lore oficial.
Pero nada de eso importa, porque nuestra partida se ubica mucho tiempo después. Trescientos años.
Esta es una partida de corte principalmente político y social, en la que van a predominar las intrigas. Habrá espacio para combates o investigación, pero de modo más secundario.
Seis años han pasado desde la destrucción de Desembarco del Rey. Poniente se recupera de su experiencia traumática tras la guerras que sucedieron a la muerte del Rey Robert.
Las casas nobiliarias tratan de volver a la normalidad.
Partida ambientada en el universo de Canción de Hielo y Fuego. Sin embargo, no sucedió ni lo que habéis podido leer en los libros ni lo que se pudo seguir en la serie. Nuestra intención es usar la ambientación, pero no vamos a respetar el lore oficial.
Pero nada de eso importa, porque nuestra partida se ubica mucho tiempo después. Trescientos años.
Esta es una partida de corte principalmente político y social, en la que van a predominar las intrigas. Habrá espacio para combates o investigación, pero de modo más secundario.