- ¡Maldición! por si fuera poco ahora esto... vienen jinetes, en gran número -dijo para todos como si fuese un vigía aunque no hacía sino avisar de algo que todos podían ver claramente -ya hemos luchado bastante por hoy. ¿Cerramos las puertas y hablamos a distancia... por lo que pueda pasar?
Pelayo se acercó a uno de los ventanucos para observar quien se acercaba. Una vez más estaban en el peor lugar en el peor momento. La matanza que allí había ocurrido no había sido cosa suya y la muchacha podría explicarlo pero para ello tenían que tener esa posibilidad.
me asomo para ver quien viene, que estandartes llevan y esas cosas.
Recuperando aún el aliento tras la bajada a toda velocidad de la torre, las palabras de Potencio y a los pocos instantes los sonidos de cascos que llegaban sus propios oídos hicieron que Damián no supiera bien si echarse a reír o llevarse las manos a la cabeza de pura desesperación.
Una vez más volvían a encontrarse en el epicentro de los problemas, y es que hayarse en aquel castillo rodeado de cadáveres no provocaría si no extrañas muecas e incómodas preguntas en aquellos, fueran quienes fueran, que cabalgaban en su pos. Decidió mantenerse en silencio, dejando que fueran los hombres experimentados quienes hablaran lo que fuera menester.
El caballero Pelayo no veía nada desde la ventana, por lo que salió de nuevo al adarve (que asomaba al exterior principal del castillo), justo donde había caído "la Jimena". Oteó por instantes a los avenidos, que subían por la cuesta del castillo. Damián quedó tras de su maestro (que ya poco quedábale por enseñarle al valiente jóven), et que Potencio se mordía los labios, deseando evitar nuevos encuentros.
Jimeno se quedó con la mujer, descansando de su caída, y Tariq quedó dentro, en la escalera, al cuidado de los dos. El de Arbás, entendido en escudos y heráldica, dióse cuenta y así lo refirió que los que venían no eran sino insignias aragonesas, ¡aragonesas! Tras avisar al de Arguilla éste alcanzó el adarve y cuando vió la escena su cara se iluminó de alegría.
¡Es don Bermeo*! -dijo en alto-, ¡Rápido! ¡bajad al portón y abrid la puerta! -os ordenó-.
*: Si recordáis (no sé si lo dije o no en realidad) Jimeno es vasallo de don Bermeo de Alcarrás y Villegas, siervo de Su Majestad don Jaime II de Aragón. Bermeo fue el que pidió a Jimeno ir a Alaurico (y éste a su vez os contrató para el viaje). Además, Don Bermeo lucho contra Castro de Calemón en la guerra civil tiempo atrás (Castro era el conde Fadrique, el del capítulo anterior en el que el "ángel" le cercenó las manos).
Et que tras hacer aquesto, una turba de soldados a pie y varios a caballo (incluyendo la figura principal) acometieron en el castillo, viendo cadáveres por doquier... Don Bermeo, a caballo, ordenó a sus hombres registrar de abajo a arriba el castillo, mientras le advertíais que no encontraríais al dueño. El de Soterraz yacía unos metros más allá.
Empero, ¿quienes sois vosotros? -dijo el de Alcarrás-, ¿et qué ha pasado aquí?
Con dificultad, entonces, salió de la fortaleza un abatido Jimeno, et fue directo contra el que os pregunaba, que habíase bajado del caballo.
¡Mi señor Bermeo! ¡Soy yo, Jimeno! -dijo y ambos se alegraron al verse-. Hemos llegado no ha mucho, et que no hemos podido llevar a cabo la vuestra empresa... del modo que quiríais. Aquestos son mis contratados, que me han ayudado a llegar aquí.
Ya veo... Uhm... -Bermeo miraba alrededor-; me alegro encontrarvos, Jimeno. Mis soldados y espías os buscamos días ha por los caminos principales, en metiéndonos en el peligro castellano, ¿dónde habéis estado? Quería evitar vuestra llegada hasta aquí ya que... ya que su Majestad cambió de opinión, en estando vos de viaje. Los nuevos deseos del Rey eran conquistar definitivamente Murcia, aniquilando a este desechable -se refería al de Soterraz-. Mas parece que no hay necesidad ya en ello, pues alguien se ha adelan... ¿Pero quién ha arrasado este castillo? -aparte de cadáveres en dentro y afuera, en el patio, había objetos mil repartidos por doquier...-.
Cansado, et hasta algo desorientado (por no mencionar de nuevo lo de "herido"), Jimeno miró con complicidad en sus compañeros, recordando todas las peripecias y seres que habíanse encontrado: un médico robaniños, un cuerpo desaparecido y devorado por un entre, una sierpe gigante en lo alto de una ermita, ni más ni menos que un ángel, una terrible inundación y hasta pájaros con forma humana... ¿Cómo relatar todo aquello sino mejor que con el silencio?
No lo sabemos, mi señor -dijo Jimeno-. Llegamos aquí y vímos la aldea quemada, luego este desaguisado en el castillo y finalmente tuve que pelear con don Fedro, tras negarse a negociar -Jimeno evitó todo lo innecesario-. Quizá los aldeanos, que estaban todos en el castillo, lo asaltaron por alguna razón y se formó una rebelión... Et no podría haber llegado hasta aquí sin aquestos hombres -se refería a vosotros-. Pido reconocimiento para ellos. La caída de Fedro de Soterraz fue gracias a ellos, et también que yo siga aquí medio vivo...
Bien, bien... -dijo don Bermeo subiendo de nuevo al caballo-. Todo se verá. Aquestos hombres quedarán debidamente recompensados. Et vos también, amigo mío. Si te hubiéramos encontrado antes, no habrías hecho este viaje en balde... pero los deseos reales son así. Es hora de volver a casa...
Et en no habiendo encontrado en el castillo nada de valor ni ningún alma que bien pudiera ser salvada (tan sólo la mujer de don Fedro), el numeroso grupo se echó de nuevo a los caminos principales para regresar a Aragón. Jimeno mantuvo en secreto que aquella era la esposa, et ésta no refirió nada sobre quién era. La jóven manifestó su intención de volver con su familia paterna, los Aingeru, en el reino Navarro, por lo que acompañó al grupo en el viaje.
Señores, herido me hallo, aún... -os habló- vuestra recompensa vos espera, pero no aquí. Además, custodio hasta mi casa he de tener, que no quiero volver a ver lo que he visto -sabíais perfectamente de los horrores vividos a los que refería-. Et que en éstas dejásteis atrás Alaurico y todo lo que representaba, y pusísteis pies en polvorosa, escoltados por el vasallo del rey y sus soldados.
Haced si queréis un último post de partida y campaña.
A continuación pondré epílogo de partida y campaña en escena nueva.
Respiró tranquilo el joven escudero cuando al fin se aclaró todo. Aquellos eran hombres amigables, aliados del de Arguilla, y aquella locura parecía al fin llegar a su fin.
Mientras caminaban escoltados por los hombres del vasallo del rey, don Bermeo, de camino al fin a "casa", Damián reflexionaba sobre todo lo vivido en aquellos tiempos. Sobre los horribles seres a los que se había enfrentado, seres que jamás hubiera imaginado siquiera que pudieran existir en el mundo mortal. Sobre las penurrias, y los buenos momentos.
Nada de aquello habría sido posible sin sus compañeros, que, quizá sabiéndolo o quizá no, tanto habían aportado a su formación. Tariq, el nazarí, parco con la lengua pero mortal en el combate, le había enseñado que quizá no fuera tan malo viajar con un moro después de todo, además de mostrarle un nuevo abanico de posibilidades de combate con los cuchillos. De Potencio había aprendido más de una palabra malsonante, a tomarse las cosas con algo de humor siempre que fuera posible. Y, por supuesto, de su señor Pelayo, había tomado lecciones de valores, moral y combate. Incluso algo se llevó del de Arguilla, y era la voluntad de hierro hasta conseguir su objetivo, fuere por los métodos que fuere (incluso fingiendo una traición si era menester...).
Sonrió, y aprovechó aquella nueva caminata para charlar, pues sabía que, a parte de Pelayo, era probable que no volviera a ver a los demás cuando todo hubiera acabado.
Pelayo pudo al fin envainar su espada. Lo habían conseguido, las cosas iban bien y no tendrían que salir huyendo allí de nuevo. Miró a sus compañeros, todos parecían igual de agotados como él y no era de estrañar ya que incluso el moro había luchado con fiereza y nada malo podía decir de ninguno de ellos. Se alegró también de aquella recompensa, no por si mismo sino por Potencio ya que también se la había ganado. La suya... podría serles útil, quizás hasta les entregaran un buen corcel.
El caballero puso la mano en la nuca de Damián dandole un ligero pescozón.
-Bueno Damián, parece que podremos descansar por un tiempo, ¿no te parece?-le preguntó sin poder evitar una sonrisa mientras se dirigía junto a Jimeno hacia el portón del castillo.
¡Aragoneses!
¡Que me aspasen si no eran amigos! nunca se había alegrado tanto de ver a aquellos hombres para los que el Rey no era un Todo como en Castilla. Bermeo... sí recordaba el nombre. Era el Señor de Jimeno. Poco daba quién fuese siempre que no fuese allí para ensartarles en su lanza como un espetón.
Cuando por fin quedaron las cosas claras, Potencio respiró aliviado pero fue cuando oyó aquella palabra tan hermosa... R-E-C-O-M-P-E-N-S-A cuando le temblaron las piernas y sintió aflojarse las tripas. Se lo iba a hacer encima si Bermeo o Bermudo o Wifredo o como se llamase les decía que no había recompensa, pero gracias a Dios y a todos los Santos, dijo que se vería, lo cual era buena señal.
- Espero que la recompensa mi Señor Jimeno sea por partida doble. Siempre he dicho que no hay mejor Señor que vos sería un honor serviros más a menudo- dejó caer, que por intentarlo que no quedase.
De todas formas, se mantendría bien cerca de Bermeo o Bermudo o Wifredo por si acaso, ¿y si fuese él al que buscaba para ganar méritos y buenos vellones sirviendo?