¡¡Hernandoooo!! ¡¡Hernandoooo!! ¡¡Hernandoooo!! -la mujer estaba en un estado alterado bastante preocupante, pues estaba salida de sí (y tal que aquello no era anormal, que cualesquiera gritara desesperado, hombre o mujer, por ser víctima de la afrenta que había recibido-. No había ni rastro de Julián.
¡Lo mató! ¡¡Lo mató!! ¡Se lo comió! -gritaba la joven que tenía aún polvo y hierbas enredadas en los cabellos-. ¡el maligno! ¡se lo comió! -su voz resonó en toda la sala-.
Antes de este post de Milagros hay otro de narración (te lo digo por si no te sale, a mi no me salta en novedades).
Hernando quedó conmocionado al ver a la delicada hija de Don Hernán en tamaña situación de esclavitud y humillación.
¿Cuántas afrentas más tendría que pasar su Señor para merecer por fin la misericordia de Dios?
El soldado dio gracias en silencio de que Don Hernán no tuviese que ver semejante deshonor personalmente.
- ¡Aguarda Milagros! ¡Ya ha pasado todo! La bestia, la maté. Ya nada puede dañaros.
El soldado se acercó corriendo y tratando de consolarla lo más mínimo, le acarició la mejilla con delicadeza.
Apenas después de mirarla a los ojos un segundo, en seguida se dispuso a su costado para tratar de liberarla de esos humillantes grilletes.
Alzó su maza y la descargó hacia las argollas que se sujetaban en la pared, reuniendo para ello todas sus fuerzas y también toda su alma.
Estaba demasiado furioso como para sopesar en ese momento el destino de Julián.
Paró de escribir aquí porqué no se qué resistencia oponen las argollas. Si la puedo liberar, lo primero que hará Hernando será quitarse su guardapolvo (imagino que algo llevará para proteger el gambesón del trote del camino) para tapar mínimamente a la chica.
La mujer bajó su cabeza, cerró los ojos y emitió un grito de miedo, mientras sus dedos temblaban. No así lo hizo tu muñeca, pues la maza golpeó los grilletes que la aprisionaban y los partió en un santiamén, quebrándolos y liberando a la joven. Ésta cayó hacia delante, extasiada, y la cogiste al vuelo (aún con tu arma en la mano). Acto seguido la apoyaste de nuevo sobre la pared rocosa y tras soltar la maza te quitaste el guardapolvo para cubrirla. Aquella especie de casulla le tapó las vergüenzas y al envolverla en ella notaste cómo su cuerpo temblaba. No sabías a ciencia cierta si había entendido que habías matado a la bestia... Entonces la mujer te abrazó, muerta de miedo, pues era la única figura de referencia que tenía; más bien era la única figura que tenía y a la que podía aferrarse.
La liberas sin problema.
Hernando la mantuvo abrazada sin abandonarla. Parecía que por fin había terminado esa pesadilla, así que no tuvo prisas en terminar de consolarla.
Pasados esos largos segundos, volvió a mirarla a los ojos.
- Se acabo, Milagros. Esa bestia esta muerta. La abatí allá fuera en el riachuelo. Jamás volverá a hacerte daño.
Pero dime, ¿Qué le ha ocurrido a Julián? ¿En verdad murió? Llévame hasta el lugar en el que os encontrasteis con ese demonio por favor.
Por poco que pueda recuperar de él, ni que sea un simple collar o cualquiera de sus prendas, debo llevarlo de vuelta a su familia. Debe de tener un entierro cristiano y piadoso.
El soldado empezaba a entender que las palabras de Milagros sobre la muerte de Julián debían de ser ciertas. En verdad no tenía muchas ganas de ver el estado en el que había quedado el cuerpo del chico, pero tenía que cumplir las obligaciones de todo buen cristiano. Julián, a pesar de su absurdo comportamiento final, merecía un lugar cerca de su familia.
Devorado... ¡decía entre sollozos- ¡Devorado! ¡La bestia de los cuernos le arrancó la cara de un mordisco! ¡Sacósele las tripas! -la mujer se abrazó a tí de nuevo, llorando de terror-. La mujer entonces negó poder ayudarte más. Se había despertado, según contaba, desnuda, ya encadenada a los grilletes y contra la pared. La bestia los encontró en el bosque, mientras el joven corría tras ella.
¡Vos no me quisísteis ayudar! -relataba- ¡Y Julián tampoco! Obedecía la palabra de mi padre... Asique huí. Él me vió y corrió tras de mí. Dorotea hubo de morir: amiga de la infancia, pero criada y al fin y al cabo sierva de mi padre... -intentabas reconstruirte en la mente todos los sucesos, según iba contando. Dedujiste que ella le había clavado el cuchillo para que no os alertara-. A vos os envenené con "dormidera", y a Gonsalves igual... -hablaba de él como si nada, como si no supiese que ya no vivía-. ¡Sacadme de aquí! ¡Hacedlo! ¡Pero no me llevéis a ese convento! -te suplicaba gritando-.
Y todo el eco retumbaba en aquel interior...
Hernando la escuchaba con atención. La mujer iba narrando sus infortunios sin orden alguno, desquiciada como estaba por lo que le había ocurrido.
Al soldado le sobrepasó todo lo que Milagros le contaba. La mujer hablaba con una mezcla de dolor, desfachatez e insensatez que el soldado encontró del todo inexplicable. Los había puesto a todos en peligro y, aun así, ella parecía estar segura de haber hecho bien. ¡Que indignante!
Gonsalves ha muerto, y un lugareño de la comarca también, mientras me ayudaba. Hay que procurar que tengan un descanso cristiano. Esto es lo primero que haremos, darles el reposo que se merecen.
Lo que haremos después será recoger nuestro campamento y llevarnos los caballos que aún queden allí.
Dama Milagros, necesita su merced que alguien vea si se encuentra herida. Y necesita también un lugar tranquilo donde descansar y sobreponerse a las terribles cosas que ha visto este infame día de hoy.
Habéis demostrado que sois valiente para desafiar a vuestro padre y para enfrentaros también a la vida de más allá de los muros de vuestra casa, pero lo que vos necesitáis ahora, y el lugar donde iremos mañana, es el Convento de las Dueñas.
Siento deciros que todo lo que ha ocurrido no ha servido para nada, mi señora, nomás para que tengan que morir gente inocente. Pero debéis de entender que me habéis envenenado la pasada noche, y que cualquiera confianza que os hubiera tenido hasta ahora ha quedado rota para siempre.
Iremos al convento, y si es preciso lo haréis atada a la grupa de mi caballo. Espero que guardéis la compostura lo que nos queda de viaje.
Bueno, nos acercamos al final de la aventura.
Hernando ha dejado claro cual va a ser su derrotero de aquí hasta el final. ¡Viajar con una gata peleando panza arriba!
Sus intenciones inmediatas (si Milagros le deja), es pasarse por las cabañas, comunicarles a los lugareños el lugar dónde se encuentra el cadáver de Manuel y dejarle alguna moneda a la familia como compensación.
Luego él y Milagros irían hasta su campamento para recuperar lo que puedan y emprender de nuevo la marcha hasta el convento. Bastante complicado la verdad, si ella no quiere XDXD, pero bueno, para eso están las cuerdas jajaja.
La mujer no entraba en razones, y quiso golpearte de rabia, ya que no entendías (según ella) que todo lo que había hecho, por muy grave que fuese, lo había hecho por no acabar encerrada en aquellos muros salmantinos. Para un hombre de tu categoría y resortes no eran tales sino banales razones, desafiantes de las maneras que un padre bien había enseñado a su hija. Efectivamente, la mujer intentó tosca y torpemente escapar, aún con tu guardapolvo encima, corriendo como si nada. Las plantas de sus pies se dolieron al pisar algunos restos óseso y piedra y polvo; que aquello no eran maneras de escapar y menos estando a tu lado. Por tal razón, que determinaste que fuera menester el atar con cuerda a la joven que habías visto prácticamente nacer y crecer, que más fuerte fuera el mandato de su buen padre que su placer y disposición por ser hija de quien era.
Al salir de la cueva vísteis que la noche había caído. Estábais completamente a oscuras, y andar por aquellos caminos ascendente y descendendes, con una bestia cuadrúpeda y una "prisionera" no era lo más prudente; aquella entonces fue la noche que no dejarías de recordar desde entonces: la de haber pasado la pernocta en una cueva llena de restos humanos...
***
La noche pasó sin contratiempos, y lejos de atar del todo a la mujer, habías preparado un lazo desde su brazos hacia el tuyo, y habías colocado a la joven en un lugar fuera de todo filo y su alcance (para evitar que cortara cuerdas). El frío os heló los huesos durante la noche, pero lográsteis sobrevivir mejor que al raso, comiendo además las pocas viandas que teníais. Finalmente, pusísteis pies en el camino de vuelta y ambos volvísteis montados en la montura, hora tú, hora ella (más bien ella más tiempo por su indisposición y poca colaboración).
Un par de horas después estuvísteis en la aldea donde Manuel y su familia vivían. Les diste la nueva nueva y por caridad le entregaste algunas moneda a la familia. No por ello te recibieron bien, incluso alguno de los vecinos te miró algo mal mientras os alejábais ya (como pensando que habíais traído la muerte y la desgracia a su alquiería).
Una hora después volvísteis al campamento y allí encontrásteis de nuevo los cuerpos de Dorotea y de Gonsalves. Milagros volvió a repetirte que recapacitaras, que tal agravio a una dama no era bueno hacérselo, ni a los ojos de Dios ni a los de los hombres (y que "qué malnacido érais" por cierto, cuando le negabas una y otra vez y le decías que no insistiera en eso de no llevarla y sí soltarla). Comísteis allí, junto a los cadáveres, aunque teníais el estómago cerrado. Luego te encargaste de darle a los dos criados digno entierro y recoger las últimas pertenencias del viaje (entre los que se incluían ropa de recambio de la mujer, que desde la cueva sólo había llevado parte de tus paños y telas). Cuando todo estuvo dispuesto y los cuerpos de los malogrados enterrados en sitio digno, partísteis hacia el norte, dispuestos a cruzar de nuevo las tierras por las que habíais encontrado al ser más increíble que veríais en vuestras vidas.
Y de lo que sucedió después se dice que es otro cantar, que ahora quedaba cierto trecho hasta el convento de las Dueñas, en Salamanca y, hasta lo que uno sabe, no fue todo de color de rosa para Hernando de Castro. Más adelante tal vez se narren aquestos futuros hechos.
FIN