—Por ahora lidiemos con el presente, por favor—suspiró Galatea que estaba empezando a cansarse un poco de tener que repetir lo mismo otra vez. ¿Iban a estar contándole algo que ni si quiera sabían si iba a pasar a todo el que se fueran encontrando?—. No sería la primera vez que hacen lo de intentar infiltrarse entre humanos, por cierto. Pero tampoco la primera que les sale mal; no son indetectables. ¿Habéis estado empleando algo en especial contra ellos? Aparte de armas de plata... ¿lustre quizá? ¿algún conjuro?
Varias docenas, y el doble de esa cantidad de lobos, por amor de Selûne... no era una manada precisamente pequeña. Dentro de lo malo, al menos no tendrían que enfrentarse a toda ella. Era un consuelo pequeño teniendo en cuenta que contaban con divinos y arcanos entre sus filas, pero menos daba una piedra.
Asintió a la respuesta de Zilvra sobre le intérprete y luego miró a Kora.
—De acuerdo, como lo veas mejor. Y espero que estés en lo cierto—añadió cuando la bardo mencionó a Elminster y los arpistas. Siempre le había resultado anecdóticamente gracioso que una organización supuestamente secreta pareciera ser de lo más conocido de todo Faêrun, pero no se podía negar que contaban con grandes talentos entre sus filas—. Y por cierto, Savi y Rya... si la Urdimbre está haciendo cosas raras, tened más cuidado del habitual, ¿de acuerdo? La cautela nunca está de más.
Se cruzó de brazos.
—Y sí, ya sé que no hace falta que os lo diga, pero es mi modo de asegurarme de que si luego no me hacéis caso pueda tener excusa para señalaros acusadoramente y decir "os lo dije".
Rya lamentó la decisión de Kora. Las palabras y canciones de la bardesa enardecían su espíritu, y la hacían combatir con un coraje y una ligereza que echaba de menos cuando ella no estaba. Así había sido ya cuando seguía por primera vez la senda de la aventura junto a las Plumas, hasta que la tragedia había deshecho la compañía. Kora había sufrido duramente la jornada precedente; dos veces se había encontrado con la muerte cara a cara. Tal vez era sabio guardar los dados de la Dama Tymora.
Inspira a las doncellas como nos has inspirado a nosotras, le dijo, sonriendo.
Como había dicho a las doncellas, no iba a pedirle a nadie más de lo que estaba dispuesto a entregar. Ella se había comprometido a ser un ejemplo, no a exigir a otros que asumiesen los mismos riesgos.
Un pensamiento incómodo se asomó a la periferia de la mente de Rya, borroso por un momento, hasta que lo consiguió vislumbrar con claridad, como si centrase la mirada en el interior de su cabeza. El agorero, dijo. Bere había hablado de un hombre que profetizaba desastres en la plaza de Velarburgo y sus dientes negros. Un hombre, recordaba por fin Rya las palabras de su amiga, que había hablado de cavernas llorosas, atravesadas por un río, de aliados de la naturaleza que se volvían en contra de los velareses. Sabía sobre la Gruta de la Catarata, y tenía los dientes negros. ¿Crees que podría haber sido uno de los licántropos malaritas?
Lo fuera o no, si los malaritas se habían infiltrado en los asentamientos del valle, podían encontrarse ante un mal que perdurase mucho después de que lo expulsasen del bosque. Un evangelista persuasivo podía atraer a algunos a su causa con sus palabras, con tiempo y esfuerzo. A un hombre lobo le bastaba con abrir su carne con los dientes para inocularle el mal.
Enviaremos mensajeros a los jinetes grises, dijo, esforzándose por mantener la confianza. Si es necesario, recorreremos cada ciudad y aldea de la Rastra hasta que no quede uno solo de los malaritas entre las buenas gentes del valle. Si tenían suerte, los socios de Kora entenderían la urgencia de su misiva y actuarían con premura en el valle, dejando a los Escudos la libertad de perseguir al mal hasta encontrar sus cabezas.
No contradijo a Galatea, mas no se le escapó lo que Berenice quería decir. Había visto el ataque de la manada a Roble Muerto, pero ahora entendía que no era el primero de los ataques que había sufrido. El tiempo apremiaba.
—No tenemos suficientes armas de plata para armar a toda la congregación —respondió Zilvra, negando con la cabeza—. Recuerda, Galatea, que hasta hace unas semanas la mayoría de licántropos del bosque de Velar eran nuestros aliados. Cazábamos juntos en honor de Selûne y Eilistraee. Esto nos ha pillado por sorpresa. No hemos tenido tiempo de armarnos adecuadamente para repeler a una manada entera de hombres lobo.
»Nuestra mayor baza contra el Pueblo de la Sangre Negra es que la Señora de los Cabellos Plateados nos proporciona a algunas de sus servidoras el poder de hacer retroceder a los licántropos como muchos otros clérigos pueden expulsar a los muertos vivientes —explicó la Doncella Oscura—. Así que siempre que podemos, hacemos huir a unos cuantos para no luchar contra todo el grupo de lobos y licántropos a la vez. Dividir para vencer.
Mientras Kora se despedía de los demás, Berenice se atusó las plumas, inquieta. Ser una profetisa no solía tener la retribución que uno podía esperar. Muchas eran las personas que iban a verla para que les hablase de Selûne y sus visiones, y no a todas las gustaba oír lo que ella tenía que decir; en el Templo del Arpa Cantora, cualquier sueño que tuviera, del pasado o del presente, solía ser considerado importante por todos los clérigos, incluso si había soñado que Selûne prefería un terrón de azúcar en el té en lugar de dos. Si insistía en lo que había visto era porque había detalles importantes, detalles que la Doncella había comentado y que ella podía corroborar. Detalles que Rya acababa de recoger cuando mencionó al agorero.
-¡Por Selûne! -exclamó con un grito ahogado-. El agorero de la plaza tenía los dientes negros, es cierto. Pero no parecía muy en sus cabales, estaba como ido, cuando intenté sacarle información solo hablaba de la caverna y del río. ¿Y si solo se comió unas setas y por eso se volvió chiflado? ¿Un licántropo? Oh, no me digas eso -gimió-. Mi padre está en el pueblo. El festival. Oh, rayos, tenemos que hacer algo rápido.
Escuchó lo que la Doncella explicó sobre combatir una manada de licántropos.
-Yo poseo ese don, puedo hacer huír a los licántropos igual que puedo hacer huír a los muertos vivientes.
El problema era que Galatea también se veía afectada por ese poder, por lo que no podía utilizarlo. Miró a su amiga.
Y mi hermana y mis sobrinas, dijo Rya. Se acercó a Berenice y apoyó una mano en su hombro. Era una mano grande y fuerte, de dedos ásperos, habituados al contacto con la empuñadura de su garrote. Y muchos otros inocentes. Pero los lobos de dientes negros, hasta el momento, solo han atacado granjas alejadas. No espero que tengamos que temer por sus suertes todavía.
A pesar de sus palabras, Rya no podía estar segura. Nada sabían de los planes y propósitos de la impía alianza que habían descubierto en el Bosque de Velar, salvo todo el mal que habían hecho allí. No dudaba de que tuviesen planes para la cercana villa, y tal vez más allá, para los demás asentamientos y gentes del Valle. Se preguntaba si tenían algo que ver con lo que le sucedía a la magia, o si era una desafortunada coincidencia. La sabiduría popular decía que las desgracias nunca llegaban en solitario, y la paladina había comprobado la certeza de tal aseveración.
Es hora de tomar una decisión, anunció. Regresar a Velarburgo y asegurarnos de que la manada no va a atacar al pueblo, o acudir sin más demora a la Colina Aullante para enfrentarnos a Vakennis y liberar a la manada. Yo digo que vayamos a por la malarita y ayudemos a estas buenas gentes del Calvero. Las Diosas saben la falta que hace una victoria de los justos en este bosque para plantar la semilla del miedo en los negros corazones de los que quieren hacer de él su dominio.
«Me temía que fueras a decir eso... »
Galatea suspiró para sus adentros. Cabía la posibilidad de que hubieran tenido algo de alquimia a mano pero como se había temido, los conjuros siempre eran más accesibles. Aunque nada perdía por preguntarlo. De lo malo, al menos no irían con ellas...
Se mordió el labio inferior disimuladamente cuando Berenice hizo hincapié en las expulsiones.
«¿Qué quieres que diga?» pensó amonestándola con la mirada cuando vio que se la quedaba mirando «¡No centres la atención en mí!»
—Y no va a hacer falta—zanjó.
No sólo porque afectaba a manada de la luna (que también) sino por ella y por su hermana. No sabía si las eilistreitas habían llegado a ver a Aleera en su forma híbrida más era algo que prefería preguntarle aparte a la guardabosques. No desconfiaba de las elfas oscuras, pero simplemente compartir aquello siempre había resultado en algo desagradable. No podía evitar sentir reticencia.
—A esa conclusión había llegado yo también, sí—asintió centrándose en otro tema menos incómodo—. Es decir, a la del agorero. O fue una cobaya, o el pobre desgraciado las comió por error, o a saber los dioses... De todos modos, pienso como Rya: Si les damos un golpe en la Colina, creo que conseguiremos más en más aspectos
La paladina parecía hablar a veces como uno de esos caballeros andantes de las historias de los juglares, cosa que le resultaba graciosa en el sentido más afable de la palabra. Galatea no habría sido capaz de expresarlo así pero la idea era la misma, que venía a ser lo que importaba. Ella también tenía gente querida en Velarburgo pero si desmantelaban la manada de Malar en la Colina, no sólo le daban un respiro a la congregación de Eilistraee permitiéndoles moverse hacia el resto de focos de problemas en Velar, sino que eliminaban las visitas de lobos al pueblo. No dejaba de ser otra manera de protegerlos.
Por no mencionar la repercusión moral... ellos necesitaban que las cosas empezaran a salir bien, y la Pantera de Dientes Negros una buena patada en los morros.