Miércoles 19 de Noviembre, 2009.
Queens, Nueva York. EE.UU
Son las 18:40 y tu despertador acaba de sonar... De forma irritante. Hace apenas dos horas desde que lograste dormir, escasas 3 desde que llegaste a casa. Ni siquiera tendrían que haberte asignado este turno, pero no pudiste cerrar la boca cuando Patterson se negó a doblar horas hoy.
Llevabas despierto más de 23 horas y 15 minutos y aún así tu mente, tu alma, te exigió dar la cara. Los incendios no entienden de turnos, de horas extras o noches sin café. Los pacientes heridos tampoco. Así que no tuviste elección.
Aún así, la Dr. Collen te mandó a casa a dormir un rato. Los enfermeros zombies no ayudan demasiado cuando la situación necesita de mentes claras y reflejos felinos.
Por éso has puesto el reloj, y por éso aunque es desagradable te levantas en escasos minutos. Tienes que volver. Es lo que has elegido para tu vida, y aunque sea cansado y a veces agobiante... Lo haces bien, y te hace sentir bien.
Una de esas paradojas vitales que nos arrastran y dan sentido a nuestra existencia.
Despiertas cansado, pero decidido, y te dispones a volver al Hospital. El turno de Logan aún no ha acabado, y sólo te acompaña la mirada risueña de Max, que se acerca y te lame la cara con cariño. A veces podrías jurar que él es más empático que la mitad de tus compañeros en el Hospital.
Tienes 20 minutos para salir de casa.
No....no podía ser...¿ya habían pasado tres horas? Me giré en la cama refunfuñando para mí mismo y me obcequé en permanecer con los ojos cerrados. Ojalá pudiese decir la típica frase de veinte minutos más...y volver a dormirme sin consecuencias. Aún entre las brumas del sueño oí cómo Max se levantaba, se sacudía con ese peculiar sonido perrruno y se estiraba bostezando. El ruido de sus uñas contra el suelo de madera me deberia de haber puesto sobre aviso pero antes de que pudiera registrarlo sentí cómo algo húmedo y suave me baboseaba la cara. Los puntiagudos bigotes del perro me hicieron cosquillas en el cuello y terminaron de sacarme del sueño.
-Está bien...ya me levanto...-rezongué mientras tanteaba con la mano derecha y la hundía en el suave pelaje del animal. Con firmeza le aparté de encima mío y me incorporé parpadeando-dios..Max deberías de lavarte los dientes de vez en cuando...-le dije con cariño mientras retiraba a un lado el amasijo de sábanas en que se había convertido mi cama. Siempre era un auténtico desastre, me movía, giraba, saltaba...era incapaz de estar quieto cuando dormía, sobretodo cuando estaba tan agotado. Algunas de mis antiguas novias incluso decían que las placaba. ¿Placar...? ¿Qué demonios era eso? Dándome cuenta de que estaba perdiendo un tiempo valiosísimo, me levanté aún bostezando y me dirigí descalzo hacia el baño esquivando el montón de ropa sucia que me había quitado tres horas antes y los montones de libros. Un día de éstos, cuando lograse librar y mi vida recuperase un poco de normalidad, incluso tendría tiempo suficiente tiempo para ordenar pero no ahora.
El espejo me devolvió la imagen de un joven un tanto demacrado con el pelo despeinado cuando me paré ante el lavabo. Haciendo una mueca cogí el cepillo de dientes y la pasta y me incliné a un lado para abrir el grifo de la ducha. El agua caliente comenzó a caer a presión haciendo saltar gotas alrededor del plato. Bueno otro día más pensé no muy ilusionado, aunque bien mirado no estaba muy seguro de que se le pudiese llamar día reflexioné escupiendo los restos de pasta en el lavabo. Después me quite el pantalón del pijama (no recordaba habérmelo puesto) y me sumergí en el paraíso. La vida estaba llena de pequeños placeres que la hacían más llevadera y para mí éste era uno de ellos. Males, preocupaciones, dolores, estreses...todo desaparecía bajo el chorro purificador de la ducha. Desgraciadamente no tenía mucho tiempo así que me conformé con un rápido aseo y en cuestión de 5 minutos estaba de nuevo en el dormitorio. El capullo del perro se había vuelto a dormir, esta vez sobre el mullido montón que habían sido mis sábanas, y cuando mis pies rozaron el suelo de madera abrió un ojo escrutador, el hocico apollado entre las patas delanteras.
-Ya sé lo que quieres...-le comenté dándole la espalda mientras rebuscaba en la cómoda en busca de mi última camiseta limpia y unos vaqueros no demasiado raídos. Premeditamente evité mencionar cualquier palabra que hiciese referencia a salir, calle o similar pues no era plan de hacerle ilusiones al pobre-pero ahora no puedo. Dejaré una nota para que el inútil de tu amo lo haga cuando venga ¿vale?-estas últimas palabras sonaron ahogadas pues me estaba vistiendo pero sabía que el perro me había entendido. Y así fue, pues cuando saqué la cabeza por el cuello Max había vuelto a cerrar los ojos y mantenía un silencio ofuscado. Suspirando preferí no añadir nada más y poniéndome los calcetines a saltos me dirigí hacia la cocina atravesando el salón.
Con tanto cambio de turno para ser sinceros no tenía mucha idea de que hora era, ni si era mejor cenar, comer o desayunar así que tras calzarme unas deportivas opté por hacer caso a mi estómago, que para algo era el más sabio de los dos, y hacerme un mega sandwich con todo lo que había en la nevera. Sin poder evitarlo le di un mordisco nada más terminar pero tras echar un vistazo al reloj me di cuenta de que se me hacía tarde, así que lo envolví cuidadosamente para comérmelo por el camino. Tras garabatear una rápida nota en el cuadernos que había al lado del teléfono, (últimamente era mi único medio de comunicación con mi compañero Logan) en el que le suplicaba que no se olvidase de sacar a Max por el bien de nuestro piso y del pobre animal; cogí la mochila allí donde la había dejado caer y salí por la puerta al tiempo que masticaba. Espero que el metro no se haya estropeado otra vez...pensé echando la llave antes de darme la vuelta y correr escaleras abajo.
Cuando sales a la calle, es de noche. No debería ser de noche, porque tu reloj marca solo las 19, pero la oscuridad reina como un velo de terciopelo negro que se deja mecer por la brisa, ya húmeda. Aún así siempre hay gente en las calles. Es Nueva York y siempre hay algo que hacer, algo que comprar, algún espectáculo al que ir... Algún turno de trabajo que cubrir.
Los ritmos en una ciudad tan monstruosa, son contradictorios y personales. Todo funciona siempre, 24 horas, yendo y viniendo en un sin fin de luces y pasos, de vidas que se cruzan sin saberlo una y otra vez.
El aire fresco y empañado te hace sentir mejor, más despierto, tal vez incluso más relajado. Es increíble como puede abrazarte la realidad con su caricia etérea, haciéndote sentir lo que todos sienten, por igual. El aire que lo envuelve todo y a todos.
Avanzas varios metros con prisas, hasta llegar a la boca de metro y sumergirte en ella, aceptando una nueva oscuridad. Esta vez más densa y más espesa, artificial. El sonido de las voces que hablan entre sí, y de los silencios que comparten la mayoría de los viajeros en el andén, te saluda.
Hay bastante gente, pero no es hora punta. Unas 20 personas que tratan de vivir sus vidas, y leen, oyen música a través de sus pequeños cascos o se miran unos a otros.
Bienvenido al Metro de Nueva York, una vez más. Tu nueva jornada comienza, de nuevo.
Con un pequeño salto salvé los dos últimos escalones y entré en el andén mientras, sin darme cuenta, tarareaba los primeros acordes de It’s a beatiful day de U2. Debía de haber perdido el tren por poco porque unos papeles que algún desgraciado había tirado a la vía aún rodaban entre los raíles movidos por una brisa invisible. El metro de Nueva York, con su ambiente húmedo y cargado de una mezcla de olores indescriptibles me rodeó como una madre que abrazase a su hijo. Lugar de encuentro, de sucesos, donde los habitantes de esta gran ciudad se cruzaban inmersos en su propio universo, a aquellas horas el andén no estaba ni mucho menos vacío. Con pasos ágiles me moví entre la gente esquivándola con soltura hasta situarme en el medio del túnel mientras masticaba los últimos bocados de mi super sándwich. La música, alegre y energetizante, me envolvía pintando con vivos colores mi entorno. No había nada como levantarse y salir el mundo entre los acordes de una buena canción. Deberíamos de llevar nuestra propia banda sonora a todos lados...reflexioné volviéndome hacia una papelera para tirar el envoltorio. Al hacerlo mis ojos se cruzaron con los de una llorosa viejecita que contemplaba con expresión resignada sus manos nudosas. Le sonreí amable y de forma impersonal antes de desviar la vista. Así era el metro, fugaces miradas de extraños que durante unos segundos se asomaban al complejo mundo interior del resto de la gente.
A pesar de haber dormido poco y del estresante ritmo que llevaba últimamente, en aquel momento no podía evitar sentirme lleno de energía y como expectante. Era como si en el puzzle que era mi vida de repente todo hubiese encajado con un sonoro “clic” y el presente y el futuro aparecían ante mí desplegados a mis pies, perfectos. Sin duda, aquella tarde era uno de esos momentos en los que uno siente que no hay un lugar mejor en el que estar que en el que se halla y que no hay nada más en el mundo que pueda pedir que lo que ya tiene. El planeta entero giraba y giraba y mi vida, ese minúsculo puntito en medio de miles y miles de otras luces, era pura armonía. Meneando la cabeza irónico ante mis trascendentales pensamientos busqué casi a tientas dentro de mi mochila el último libro que me estaba leyendo: Las uvas de la ira de Steinbeck. No es que en los últimos tiempos le hiciese mucho caso, para ser sinceros a duras penas lograba leer más de 5 hojas seguidas, pero aún así las desventuras de Joad y su familia en busca de la tierra prometida me tenían totalmente absorbido. Mientras los primeros acordes de “Clocks” sonaban en mi ipod me sumergí en la lectura apenas consciente de lo que me rodeaba en espera de que llegase el próximo tren.
El ritmo vivo y a la vez distante de la música nace y muere en tus oídos, dejándose mecer de una canción a otra. Todo lo que transcurre parece formar parte de una coreografía global, que sólo alguien que pudiera verlo todo comprendería.
Esa extraña sensación de armonía disonante e imperfecta... La paz de Manhattan.
No distingues cuantos minutos avanzan mientras terminas de saborear los últimos mordiscos de tu sandwich y las miradas bailan entre los rostros, volviendo a la palabra escrita entre tus manos. Conciencias que existen en un momento concreto, haciendo coincidir lo imaginario y lo real, el pasado y el futuro, lo pensado, lo hablado y lo escrito.
Manifiestos vitales que se extinguen, sin la certeza de que alguien los recordará.
¿Acaso alguien lee en tu mirada como se lee en los libros? ¿Significas? ¿Trasciendes?
La eterna lucha por una conexión íntima, comunicativa, entre dos personas. Entre dos almas. Sin porqués, sin cómos, sin cuándos. Sin "para siempres".
El ruido sordo y metálico del tren que se aproxima te aleja levemente de tus pensamientos, mientras percibes la presencia de los vagones que se aproximan, dejándose mirar, llenos de hombres y de historias.
Las puertas se abren y la gente entra y sale, buscando sus destinos.
El tuyo está en el hospital, buscando el modo de salvaguardar vidas, de hacer posibles miles de momentos como éste, en miles de vidas diferentes. Vidas que no son truncadas, vidas sanadas, recuperadas. Tu tren te lleva hacia la salvación de otros, hacia tu propia salvación en el proceso.
*Me tomo la licencia de "crear nuestra propia banda sonora" para este turno, y para la escena en general. Tus canciones son igualmente bienvenidas. Es grato compartir sonidos, además de letras.
Abstraído en la lectura y en la energetizante cadencia de la música tardé unos segundos en percibir la llegada del metro. Alzando la mirada de mi libro, marqué la página por la que iba con el señalador (el ticket de un bus que había tomado hacía días) y dejé que mis ojos resvalasen sobre los vagones que se sucedían ante mí. Con un chasquido las puertas se abrieron y el calor concentrado y los olores retenidos en el interior del tren me asaltaron y envolvieron acariciándome. La brisa húmeda acarició mi rostro y despeinó mi pelo mientras esperaba pacientemente a que la gente se bajase. Tarareando para mis adentros cedí el paso a mis compañeros de andén, mudos testigos de mi vida durante unos minutos, que con mirada perdida fueron entrando algunos a empujones, otros pausadamente, y se fueron sentando. Por fortuna no era hora punta y había suficiente espacio entorno a los asientos como para que pudiese permanecer de pie libremente sin tener que luchar por respirar a cada instante. Observando curioso a mi alrededor avancé hasta un zona del vagón relativamente vacía y poniéndome la mochila por delante para vigilarla bien (uno no sabía cuando algún mangante intentaría apropiarse de algo ajeno) me apoyé de espaldas contra las sospechosamente grises paredes. Tras asegurar mi equilibrio abrí de nuevo el libro por la página señalada y me centré de nuevo en la lectura. Un día normal, a una hora normal, la gente de siempre...salvo quizás los hermosos ojos de aquella joven sentada más allá o la sonrisa desdentada de aquel anciano del bastón no había nada a mi alrededor que me llamase la atención. En otras circunstancias, más cómodas y en las que estuviese más inspirado, a lo mejor hubiera sacado mi bloc de notas para hacer disimuladamente unos cuantos bosquejos de esas personas; atrapando anónimamente instantes de sus vidas sobre el blanco papel, pero aquella tarde estaba demasiado cansado como para intentarlo. En su lugar preferí sumergirme de nuevo en el peregrinaje de Joad y, salvo ocasionales vistazos a mi alrededor para controlar quién subía y bajaba y por cual parada íbamos, me enfrasqué por completo en la lectura mientras la música de The Verve era desgranada en mis oídos.
por mi perfecto el otro dia iba a poner música pero no sabía cómo se hacía :)
Los minutos bailan y gotean, salpicándote con el paso del tiempo. Con cada estación las páginas avanzan mientras Joad sigue su propia historia dentro de la tuya, hasta que el sonido robótico del vagón rompe el silencio anunciando tu parada. Logras abrirte paso sin demasiado esfuerzo, y traspasas la puerta, saliendo de nuevo "al exterior".
El aire enrarecido de los subterráneos te recibe con un aroma húmedo y tibio. Las escaleras mecánicas funcionan, y salvo los viajeros que bajan con prisas para llegar a tiempo al tren que está a punto de marcharse, todo está en calma. Esa calma que conoces, suave y templada, antes del ajetreo del Hospital.
¿Cuánto duraría hoy la paz? Nunca solía ser más de media hora. Siempre había urgencias y pacientes que sufrían cualquier tipo de percance o crisis, pulsando los cientos de botones que os avisaban, llenano los pasillos de palabras y quejas. Siempre había algo que hacer y alguien a quién salvar.
¿A quién salvarías hoy? Al fin y al cabo a éso se reducía todo. A salvar y a ser salvado en el proceso, a ayudar a personas a encontrarse y recuperar su salud y su identidad, mientras definías la tuya día a día. Crecer, viendo vivir a otros, evitando que su luz se apagase.
Por éso, cuando sales a la calle y la noche se despide de ti hasta otro amanecer, te sientes bien. El Hospital está iluminado y las puertas se entornan despacio, tras la entrada de algún paciente o alguno de tus compañeros.
El turno comienza de nuevo, y con él, tus nuevas esperanzas y miedos.
Guardando el libro de gastadas tapas en la mochila, permanecí unos segundos parado ante las puertas del hospital saboreando ese breve lapsus de tranquilidad en lo que habitualmente era el ajetreado ambiente del hospital. Sabía que en cuanto mis pies traspasasen las puertas automáticas de la sala de urgencias, el dolor, la lucha de decenas de personas por sobrevivir, me golpearía amenazando con aplastarme. ¿Cuántas personas salvaría hoy? ¿cuantos corazones tocarían mis manos en un intento de que volviesen a latir? ¿cuantos ojos, cuantas vidas desfilarían ante mi, rozándome con su levedad, cambiándome, transformándome en la persona que era? Preguntas confusas, preguntas sin respuesta que silenciosas se agolpaban en mi mente mientras la luz de los neones del interior me bañaba el rostro. Y en medio de todas la pregunta que con todas mis fuertas intentaba no formular ¿ocurriría hoy otra vez? ¿sería hoy otro de esos días en los que el milagro pasaba de mi a esa otra alma y cuando parecía que ya no había esperanza ese corazón volvía a latir, esa hemorragia imparable cesaba? La inquietud y las miles de preguntas que ello suscitaba amenzaron con arrastrarme y sacudiendo la cabeza enérgicamente enterré ese pensamiento. A partir del momento que cruzase aquellas puertas y hasta que mi turno hubiese terminado, no podía dejar que nada me distrajese, había demasiado en juego y me gustaba ser un auténtico profesional.
Finalmente, con la humedad de la noche caracoleando en mi pelo. me armé de valor y avancé lo suficiente para que las puertas de cristal se abriesen. Mientras entraba las conversaciones, los gemidos y las exclamaciones que constituían la clásica bando sonora de la sala de espera quedó amortiguado por los primeros acordes de Time of Your Life de Greenday. Tarareandola pasé entre las sillas de plástico ocupadas por personas de todo tipo y condición y saqué la tarjeta magnética que me daba acceso al interior.
-¡Buenas noches, Sharon!-saludé con una amplia sonrisa a la enfermera de color que, desde detrás del cristal de seguridad, hablaba con un viejo de rostro arrugado y cuerpo enflaquecido. Hacía escasamente cuatro horas que me había ido a dormir a casa pero parecía que el turno de noche de las enfermeras había hecho el relevo. Sin pararme a esperar respuesta esperé a que las puertas se abriesen y entré en lo que era la sección de urgencias propiamente dicha. El caos habitual pensé mientras sin dejar de saludar a uno y otro lado avanzaba a grandes zancadas hacia la sala del personal. A pesar de lo cansado que estaba y que últimamente tenía la sensación de que mi casa eran aquellas cuatro paredes más que el piso que compartía con Logan, la excitación y anticipación se mezclaron en mi interior. POr encima de todo, adoraba mi trabajo, había nacido para aquello y saberlo me hacía sentir bien, en paz.
siento el retraso. por cierto creo que eran las 8 de la tarde. y ah! me podrías dar acceso a la escena sobre el personak de ian es que tengo dudas sobre lo de los poderes y si los habia desarrollado o no grache!
Hola de nuevo =)
No te preocupes por el retraso. El ritmo de la partida será Bajo (semanal o menos) por lo que las pausas no serán una molestia.
Sobre la Escena de Ian, no sé a qué te refieres. Pasé todo lo que había en la partida, salvo el Off-Topic, y la ficha etc está subida al perfil. Si no es éso, trataré de buscarlo.
Ando un poco liada esta semana, contestaré a lo largo de la misma. Un abrazo.
Humm respecto a la escena creo recordar que en su momento había una escena de creacion de personaje y ahi comentamos cómo habían sido mis primeros contactos con la magia etc. te lo preguntaba porqu ha pasado tanto tiempo que ya no me acuerdo de en qué habíamos quedado y no está apuntado en la ficha. pero bueno si eso me lo vuelvo a inventar :)
no te preocupes por postear. prefiero que sea relajado. buena semana! :)
Con cada nuevo paso el escenario que te envuelve parece querer unirse a ti, formar parte de ti. Vas siendo cada vez más consciente de las voces, los gritos, los lloros... Puedes sentir la fina hebra del cariño que se derrama en los abrazos que contemplas, la soledad y el miedo de aquellos que esperan, incapaces de seguir sentados, deambulando a ambos lados del pasillo, con miradas perdidas.
La vida en el hospital no es sólo una palabra. Es una sensación que intenta mantener el equilibrio, caminando junto a ti, siempre de puntillas, como un niño inconsciente y lleno de inocencia. La vida que parpadea y late, que se consume, que a veces... se extingue.
Ése es el aroma de tu trabajo. Tu banda sonora está hecha de otras vidas, de momentos que para otros son sin duda lo más importante de sus vidas... Momentos en los que todo está en juego. En los que todo importa. A éso te dedicas. A hacer vivir, a conservar la vida, a ayudar a vivir a los que no podrían soportar la pérdida.
Y sin embargo, sabes que tú también eres finito. Pequeño. Mortal. Un simple humano que intenta dialogar con Dios, pidiéndole que siga regalando aliento.
Algo triste y a la vez lleno de esperanza te recorre cuando vuelves a recorrer tus pasos, de nuevo hacia la sala de personal. Un nuevo día, que puede significarlo todo en otras vidas, y en la tuya, es un día más.
Sin embargo, algo desentona especialmente. No es que haya nada fuera de lugar, ni siquiera el tono de las voces que discuten es diferente al que has oído otras veces, ni el dolor de tus compañeros al recibir una respuesta inútil al primer tratamiento, ni el silencio de histeria que se mantiene en vilo...
No.
Son sus palabras. La incredulidad que llena a cada una de esas voces que exclaman en el aire. Algo extraño, increíble, algo que no comprenden.
- ¡No puede ser! ¡Nadie recibe una abrasión así cayendo desde un quinto piso! ¡Es absurdo!
- Michael, cálmate, por favor.
- ¿Cómo podemos salvarle si el diagnóstico es una fábula? ¡Háblame de explosiones, pero no me digas que cayó sin más! ¡Mira su pecho!
La voz de Michael, uno de los mejores internos de urgencias, parece totalmente descompuesta. Fuera de sí.
* No he encontrado la Escena a la que te refieres. Siento si la borré en un descuido, o algo por el estilo. Si quieres y puedes podemos volver a pactarlo, o ir desarrollándolo durante la historia.
Un abrazo.
El tono incrédulo, sorprendido y alterado de la voz del doctor Michael me hizo detenerme de golpe. Pese a su juventud, Michael era un buen médico, acostumbrado a casi todo a pesar del poco tiempo que llevaba ejerciendo, pero algo en su forma de expresarse, tan poco educada y correcta para lo que solía él me llamó la atención. Extrañado, me quité los cascos de los oídos y retrocedí sobre mis pasos hasta detenerme junto a la puerta abierta que daba paso a una de las salas de trauma. Varias enfermeras revoloteaban alrededor de una camilla sobre la que el joven doctor se inclinaba. Su pecho...¿una abrasión? No entendía nada pero parecía que algo extraño estaba pasando a juzgar por las expresiones consternadas y de confusión del personal que se afanaba en el interior de la sala. Con la curiosidad arraigando en mi interior, vacilé entre entrar o no y, antes de que pudiera darme cuenta, me encontré a pocos pasos del pie de la camilla, con la mirada clavada en el paciente. ¿Pero qué...? No recordaba haberme decidido a entrar pero ahora que estaba allí, bueno, siempre podía echar un vistazo y quizás aprender algo. A veces la ambulancia no llegaba a tiempo al hospital y, aunque no era médico y ciertos procedimientos no nos estaban permitidos, nunca se sabía cuando podía ser útiles ciertos conocimientos. Procurando no estorbar a mis ajetreados compañeros, permanecí en un segundo plano tomando buena nota de lo que estaba pasando.
no te preocupes. intentaré hacer memoria o ver si la encuentro yo.
A medida que tus pasos te llevan más cerca de la camilla, te invade una sensación de inquietud. ¿Por qué estaban todos tan nerviosos? Todos los presentes eran profesionales experimentados, que ya conocían la muerte y la decepción de la pérdida. Pero no era éso lo que percibías en ellos.
Todos parecían contagiados por una incomprensión que no les permitía seguir adelante sin más. Algo raro le había ocurrido a ese paciente. Algo que no explicaba el diagnóstico ni las explicaciones de los ATS.
Al acercarte más y verlo por ti mismo, la sensación te impregnó también.
El pecho de aquel hombre estaba casi calcinado. No era una quemadura, era como si el mismo sol hubiera iluminado su piel durante eones. Su piel era grisácea, y quebradiza. Expuesta a un foco abrasador. Cientos de cristales, hechos añicos, estaban incrustados en su torso, como el fruto de una explosión demoledora.
Las fracturas de sus brazos y piernas, y los posibles traumas de su cuerpo, eran secundarios. Apenas importaban. ¿Cómo salvar aquella vida? ¿Qué clase de daño provocaba tales efectos?
Michael continuaba gritando, fuera de si. Los signos vitales del paciente eran cada vez más débiles, mientras su corazón parecía apenas luchar por un nuevo latido.
- ¡Este hombre no está aquí debido a una caída! ¡Es imposible!
¿Por el amor de Dios es eso? Súbitamente, sin previo aviso todo el miedo y el nerviosismo que destilaban de mis compañeros prendieron en mi y a pesar de estar acostumbrado a ver cosas incluso peores, mis pies vacilaron y el mundo se volvió borroso durante unos segundos. En los escasos minutos que mis ojos estuvieron prendidos de la figura de la camilla fue como si algo me hubiese hechizado y trastocado todo mi universo conocido. En cuestión de segundos y con el entrenamiento que daba mi profesión para buscar la fuente de los problemas más graves, mis ojos repasaron de arriba a abajo a aquel ser, no hombre, que más bien parecía el resto superviviente de una explosión atómica. Con repulsiva fascinación y sin ser apenas consciente mi cerebro registró los bordes requemados de las heridas de su pecho que no sangraban, los cientos de cristales incrustados en su piel carbonizada y el color grisáceo de la piel tan diametralmente opuesto al característico tono rojo y negruzco de las ampollas causadas por las llamas. Eso no es una quemadura normal...
-Esa quemadura no es de la caída, algo le explotó en el pecho y le calcinó y del impacto debió de caerse atravesando una ventana...sino fuese porque es imposible diría que le explotó una bomba atómica encima...-sobresaltado salí de mi trance para darme cuenta de que había expresado mis pensamientos en voz alta. Curioso e intentando no molestar, rodeé la camilla y me situé en la cabecera justo al lado de la pantalla del electro, donde el ajetreo era menor. Atraídos como un imán mis ojos volvieron a repasar las heridas, las quemaduras y casi sin darme cuenta de que hubiese estado dudando sobre ello me decidí a hablar-¿quieres que te eche una mano?-pregunté volviéndome hacia Zoe, una de las enfermeras del turno de noche cuyo rostro se veía sudoroso por el esfuerzo de insuflar aire en los pulmones de aquel hombre através del balón. Cómo habían logrado intubarle era algo que se me escapaba a mi comprensión, pero seguramente un par de manos más no les irían mal y necesitaba ayudar a aquel chico que se debatía entre la vida y la muerte.