El verano de 1987. Días interminables dedicados a recorrer el campo buscando algo que hacer. Aburrimiento y felicidad en igual medida. Pero algo se agita bajo el dulce verano de Boulder City. Algo no va bien. Todo empieza con un pájaro que habla, y poco después la pandilla se verá involucrada en una abominable trama.
La presencia del Bucle se sentía por todo el lugar, desde la Red Mountain hasta la presa Hoover. Los padres de los niños trabajaban allí; los vehículos de mantenimiento de DARPA patrullaban las carreteras y los cielos; por los bosques, los claros y los pastos, rondaban máquinas extrañas. Grandes cargueros magnetrínicos sobrevolaban el desierto trayendo toneladas de mercancías desde lugares remotos. Nada nuevo.
Rick Astley acaba de lanzar Never gonna give you up y los chicos mayores se peinan como él y llevan gafas de sol como las del vídeoclip, las chicas buscan carpetas con su fotografía para el curso que viene y se aprenden los pasos de baile de la canción. Los suertudos que tienen MTV pueden verlo casi a diario mientras que el resto de los mortales tienen que conformarse con esperar al programa musical semanal de la NBC o tener algún amigo amable que le grabe el videoclip en una cinta. Entre tanto, el calor del cercano desierto del Mojave cae de forma tan plomiza que solo apetece quedarse jugando al Super Mario Bros hasta que se haga algo más tarde y refresque un poco, entonces sí se podrá coger la bici y salir en busca de algún robot estropeado o de alguna maquina varada en las afueras de Boulder City, o subir a lo alto de la colina desde donde se aprecia una increíble vista del lago Mead y las colosales torres de refrigeración de la central que hace funcionar el acelerador de partículas que todo el mundo conoce como el Bucle.