Partida Rol por web

Me estaba costando mucho bajar por aquella enredadera. Casi no podía ver dónde apoyaba los pies por culpa de la oscuridad y la lluvia, y saber que, probablemente, estaba poniendo las manos encima de un montón de telarañas me ponía los pelos de punta. Miré hacia arriba para ver cómo la iba a mi abuelo. Iba a decirle que intentara apoyarse en los mismos sitios que yo cuando, de pronto, vi que resbalaba y se caía encima de mí. Antes de que me pudiese dar cuenta, los dos estábamos tirados en el patio. Caí boca arriba y me había hecho bastante daño. Abrí los ojos y todo me daba vueltas. Con mucho trabajo me senté y me froté primero la cabeza y luego la espalda.

Aaaayyyy, ay, ayyyy

Luego miré a mi abuelo: ¿Estás bien, abuelo?

En lo alto de la casa, en el cuarto de baño, sentís a alguien moviéndose. Debe ser una persona de un tamaño considerable, a juzgar por el ruido que hace al moverse.

Por otra parte, lo que os importa ahora principalmente es el lugar en que habéis aterrizado. El golpe ha sido tremendo para ambos, de eso no cabe duda. Apenas se ve nada, dada la oscuridad reinante. Lo más que sabéis es que habéis aterrizado en un suelo profundamente embarrado a causa de la incesante lluvia. La hierba está muy crecida, fruto de años de abandono. Apenas podéis ver nada más, aunque ambos tratáis de forzar la vista por si se pudiera ver algo en los alrededores tras la caída de un relámpago. No era mucho, pero esos segundos quizás podrían hacer que al menos tuvieseis una visión fugaz de dónde os encontrábais, o de si había algún lugar en que camuflarse por los alrededores.

¡Menudo impacto! Tenía el trasero tremendamente dolorido. Y la espalda le iba a la zaga. Y eso, cayendo en blando, pues la alta hierba y el barro habían hecho mucho para evitar que nos hubiésemos matado.

Pero lo más importante era Jamie. Era consciente de que lo había arrastrado en mi caída cuando me asusté al percibir algo sobre nuestras cabezas, en el piso superior.

¡Jamie! ¿Estás bien? Susurré en cuanto pude incorporarme ligeramente. No tenía ni idea de dónde había caído la linterna, pero a juzgar por el hecho de que no se encontraba alumbrando, deduje que se había roto. Lo siento. Hay alguien ahí arriba. Pégate a mí sin hacer ruido. Palpé a tientas hasta que di con él, en el suelo, y lo puse en pie. Quizás si cae un relámpago podamos ver algo y podamos escapar de aquí. ¿Tu linterna ha sobrevivido?

Con cuidado, y sin separarme de Jamie, palpé por el suelo hasta que di con un objeto cilíndrico. ¡Mi linterna! Tapé el foco con la mano y le di a encender... ¡Funcionaba! La apagué en el acto para evitar llamar la atención sobre nosotros de la persona o personas que se encontraban en el cuarto de baño.

Descubres la linterna a tus pies. Imitas a tu abuelo, tapando el foco con la palma de la mano para evitar que emita luz, y le das al botón de encendido. Al instante un haz de luz pugna por traspasar tu mano. Gracias a Dios, ambas funcionan perfectamente. La apagas, al igual que ha hecho Arnold, para evitar que se vea la luz y que ésta atraiga la atención de lo que sabes que se encuentra en el piso superior, de esa criatura monstruosa que jamás habrías imaginado que pudiera existir.

Esperáis por un relámpago que no llega. Cuando por fin cae uno, su brillo es muy tenue, así que apenas os ha dado tiempo a ver lo que se encuentra a vuestro alrededor.

Estáis en la parte trasera de la casa**. Os ha parecido que hacia el noreste, a unos diez metros, se encuentra lo que podría ser una caseta de instrumentos de labranza o similar. A lo lejos os ha parecido ver una densísima arboleda. A la izquierda y a la derecha de la casa no veis absolutamente nada. La oscuridad es total.

Me tranquilicé un poco al ver que mi abuelo estaba bien después de la caída y de que nuestras linternas no se habían roto. Lo último que necesitaba ahora era quedarme al oscuras del todo rodeado de monstruos en un sitio que no conocía.

Sí, estoy bien, no te preocupes. Di unos golpecitos a mi linterna y se encendió, pero me dio miedo que alguien o algo nos pudiese ver por culpa de la luz, así que la volví a apagar. ¡Uf, menos mal! Mi linterna todavía funciona.

Eché entonces un vistazo a mi alrededor. No sabía exactamente qué era lo que estaba buscando: si un monstruo horrible que viniese a por nosotros, un asesino que estuviese esperándonos escondido entre la hierba más alta, una persona que hubiese salido a pasear bajo la lluvia (cosa poco probable de encontrar), o un lugar donde resguardarnos. Pero no hizo falta mucho tiempo para que encontrase la respuesta a mi pregunta. A lo lejos había una especie de caseta; parecía pequeña, pero estaba lo bastante lejos como para estar a salvo de lo que había en esta horrible mansión.

Abuelo, mira, allí hay una caseta. A lo mejor hay alguien que nos ayude, o al menos algo con lo que poder defendernos de esas cosas. ¡Vamos, corre!

Cogí a mi abuelo de la mano y tiré de él intentando hacerle correr hacia la caseta. No era fácil: estábamos sucios, mojados, asustados, doloridos... y para encima aquel tiempo de perros no facilitaba mucho el camino. Pero había que intentarlo. ¡Vamos, abuelo, vamos!

Os aproximáis hacia el cobertizo, calados hasta los huesos y llenos de barro.

Es un pequeño edificio que se encuentra en la parte trasera de la casa. Al llegar os dais cuenta de que está cerrado con un candado viejo y oxidado. Hará falta una horquilla para abrirlo o algún objeto contundente para romperlo.

Tiene una ventana en la misma pared de la puerta. Tiene unos pequeños barrotes. Está cerrada, y es imposible que por entre los barrotes se pueda colar una persona.

Mi alegría se esfumó tan rápido como vino cuando vi que la caseta estaba cerrada nada más llegar. Empujé la puerta, pero el candado no se movía. Entonces vi que la ventana tenía barrotes, pero me acerqué de todos modos y tiré de ellos a ver si había suerte y conseguía sacarlos de su sitio. Al tiempo que tiraba, intentaba ver lo que había dentro del cobertizo por entre los barrotes, pero no era fácil con aquel tiempo tan horrible.

¡GMPFT! ¡UMF! ¡ÑIAAAA! Tiré y tiré con todas mis fuerzas (o más bien con las fuerzas que me quedaban) de aquellos barrotes.

-Jamie, déjame eso a mí. Tú busca alrededor, sin encender la linterna. Quizás haya alguna piedra grande con la que partir un candado.

Ya estaba meditando si hacerlo cuando cayese un trueno, para disimular el sonido.

Y si no podemos, hay que buscar en torno a la caseta. Quizás haya algún otro ventanuco. Pero busca primero la piedra mientras yo tiro de los barrotes.

Los barrotes no ceden ante la enorme fuerza de Arnold. Son muy gruesos, así que el hombre tampoco contaba con ello.

Al cabo de unos instantes, también se pone a buscar un pedrusco por el suelo, pero no logra dar con ninguno.

¡Voy!

En cuanto el abuelo me lo dijo, eché a correr alrededor de la casa buscando una piedra grande o un ventanuco. Encendí la linterna y corrí, pero después me di cuenta de que tenía que ir con más cuidado por si había alguien vigilándonos, así que frené el paso y fui caminando, mirando bien antes de doblar las esquinas. Busqué y busqué, pero no encontré ninguna piedra. No se veía nada por la lluvia y el barro, era imposible ver una piedra en ese suelo. Así que pensé que mejor intentaba encontrar una ventana son barrotes. Y eso hice. Apunté con la linterna a la pared y fui dando la vuelta a la caseta.

No hay más ventanas. No obstante, lo que sí ves es un vehículo de gran tamaño y bastante viejo aparcado detrás de la caseta. Con aquella oscuridad era imposible verlo desde lejos.

Por más que busqué, nada, ni un solo hueco más el la pared. Estaba a punto de volver con el abuelo cuando vi un coche aparcado junto a la casa. Lo enfoqué con la linterna y, a simple vista, parecía que no había nadie.

¡ABUELO, VEN, MIRA! ¡UN COCHE!

Eché a correr hacia él y, nada más llegar, me puse a intentar limpiar de gotas de lluvia la ventanilla y pegué la cara y la linterna al cristal, para ver si había alguien dentro que nos ayudara.

¿Hola? ¿Hay alguien?

Fui corriendo hasta donde se encontraba mi nieto. Llegué resoplando por el sprint, y eso que no estaba muy lejos, pero me sentía agotado por la caída de antes, que me había dejado algo maltrecho.

-No creo qye haya nadie, Jamie- le dije, al ver el polvoriento vehículo- Comprobemos si hay alguna puerta abierta. Si no la hay, romperemos una ventanilla.

Lo que me preocupa es si sabré hacer un puente... ¡Y si tendrá gasolina! Aunque apuesto una mano a que en el cobertizo habrá alguna. Si no la tiene, como si tengo que remover cielo y tierra para dar con una piedra con la que romper el candado, pero lo haré.

Al no ver ninguna ventana abierta, rompo el cristal del conductor. Abro la puerta y enfoco con la linterna en el interior. No parece haber ninguna araña, ni siquiera una mínima tela. Parecen haber respetado el coche. Limpio el asiento de cristales, y me meto dentro. A continuación cierro la puerta y levanto el seguro de la puerta del acompañante, para que entre Jamie.

-¡Adentro! No están las llaves puestas, eso habría sido demasiada suerte. Voy a tratar de hacer un puente, aunque no estoy seguro de que sepa cómo hacerlo. Si no me sale, sólo se me ocurre un lugar en que puedan estar las llaves: el dormitorio de su dueño.

Me aterraba entrar en la casa de nuevo, pero si era la única forma de salir de allí, lo haría.

-¡Bieeeennnn!- digo, cuando me sale a la primera el puente. No obstante, al ver el depósito me siento algo menos alegre. Apenas hay gasolina- Vamos, salgamos a por una piedra. Esta vez encendamos las linternas. De nada sirve el sigilo. Han tenido que oír la rotura del cristal y el arranque del motor, así que vamos a la carrera a por una piedra, al cobertizo, y demás.

Me subí al coche en seguida, cerré la puerta y, por primera vez desde que llegamos a ese horrible lugar, me relajé. ¡Por fin nos íbamos a casa!

Pero mi alegría duró poco. ¿No hay gasolina? ¡Oh, no! ¡No, no, no! ¡No puedo volver a esa casa! ¡No puedo! No tenía ni idea de cómo podríamos arrancar el coche si el depósito estaba casi vacío, pero parecía que el abuelo tenía una idea que, por suerte, no era volver a la casa. ¿Una piedra? ¿Y para qué quiere una piedra ahora? Hasta que salí del coche con la linterna encendida y eché a correr hacia la caseta, no me acordé de por qué buscábamos una piedra. Sin perder más tiempo, busqué y busqué por el suelo. Alguna tendrá que haber...

Por más que lo intentaba, no encontraba ninguna piedra. ¡Y eso que llevaba la linterna! Más que por que no hubiese ninguna, creo que estaba tan asustado y tan nervioso que apenas veía mis propios pies al caminar. Todo a mi alrededor parecía una gran mancha oscura que no se acababa nunca. Cuando me di por vencido, decidí probar otra cosa.

¡No encuentro ninguna piedra! Pero igual no nos hace falta. Podemos romper el cristal con la parte de atras de la linterna. ¡Voy a intentarlo!

Fui corriendo hasta la caseta, dispuesto a darle al cristal con todas mis fuerzas, justo por el medio.

-No te molestes, eso ya lo he intentado yo antes- digo, cuando trato de agacharme a coger un pedrusco gordo que acababa de localizar- Ya tengo una piedra. Ahora reza para que el candado se rompa.

Golpeo con todas mis ganas hasta que el candado cede. Cuando lo siento romperse, mi corazón se agita de pura alegría. ¡Por fin nos salía algo bien aquella maldita noche!