Pedro saez estampa la jarra de vino que estaba disfrutando contra la mesa. Con brusquedad se levanta y se dirije hacia la pendencia: ─¡Ya basta! ─exclama.
Levantome del asiento con gran sorpresa al ver la maniobra del de Santsoles contra el impertinente bigotudo - Buenos mamporros si que lanza el espigado - Dispuesto ya a empuñar la haceviudas, más por proteger a los que quedamos en la mesa que por unirme a la refriega, retengo mi mano ante las palabras de Don Pedro.
El mentecato balbucea preguntas en vez de pararse para defender su tan mentado señor, un insulto incluso para el señor a quien dice servir. Más cuando me acerco para hacerle sentir mi mano una vez más el señor Sáez exige que me detenga y no puedo oponerme.
Depongo mi actitud agresiva dándole la espalda al tumbado estorbo regresando a mi lugar, noto que el llamado Guillermo se acerca ya con la mano en la empuñadura y eso me parece algo excesivo para excremento pisoteado como el ahora sangrante sujeto. Me siento otra vez y prosigo con mi vigilia de la carreta y del cuerpo de nuestro fallecido señor De Luna.
Me levanto como un resorte cuando el mamporro sienta de culo al bigotudo. Miro al calatravo con si creer lo que acaba de suceder y después al señor Sáez que parece tan estupefacto como yo. ¡Pues sí que tiene un pronto difícil el señor López de Santsoles! ¿Que narices se le pasa por la cabeza?
Y aquí viene, presto, el tal Guillermo a rematar la faena.
El enojo de Don Pedro me hace caer en que quizá hayamos llamado demasiado la atención con esta trifulca. Mirando al suelo me llevo las manos a la nuca intentando pensar. Me acerco a la mesa y susurro de modo que sólo me oigan Alaric y Sáez.
- Señor, si este rufián es hombre del Arzobispo de Acuña sus camaradas vendrán a buscar explicaciones. Si este bastardo llega a Rincón de Olivedo antes del alba nos darán caza por las montañas et si examinan lo que porta nuestra carreta no llegamos vivos a Cornago.- miro a los otros imprimiendo a mis palabras toda la gravedad que ha tomado la situación.
Lanzo una mirada al rufián que sigue por el suelo, rebuscando por sus dientes entre un charco de sangre. – Algo hay que hacer con este infeliz.-
Considerable fue la reprimenda que dedicó el de Saez al Calatravo y al pardo, y fue la condición de noble de uno, y el que no había llegado a actuar el otro, lo que salvó a ambos de sufrir la ira de don Pedro.
Parecía ser Fray Juan el único de los allí presentes que gastaba sesera, pues no faltaba lógica alguna en sus palabras. El imprudente arrebato de don Diego López era motivo suficiente para llamar una atención no deseada sobre el grupo de viajeros. A partir de este punto debían andar con tiento y ojo avizor. El camino que restaba aún era largo, y ya no sólo debían de preocuparse por lo complicado del camino y posibles asaltantes, sino de las más que probables represalias que pudieran tomar los de Carrillo...
Continuamos en la Escena II.