Está claro que tras tanto cavar, sólo hemos conseguido llegar a ahondar en una tumba, la de Ulloa... ¡Cambiemos de estrategia!.. Deberíamos acudir a las grutas para ver si los cuentos de viejas son ciertas...
Vamos a la página 555
PAGINA 555
El Almirante, satisfecho con tus fechorías y bravatas te invitó a su cámara privada. Era un lugar espartano, digno de aquel hombre sin par. Pocas decoraciones, sin sentimentalismo, un crucifijo y ya. Cama dura y manta gris. Aquello parecía casi la celda de un monje más que la del Almirante de la plaza.
- Tómate un trago conmigo muchacho. Bridemos por el alma del compañero que se te ha quedado atrás. Y háblame de tus planes.
Miraste con sospecha al ayuda de cámara, un zagal que dejó el lugar nervioso en cuanto hubo servido las copas. El portón quedó bien cerrado y a la luz de unas velas, la efigie de Lezo parecía más una gárgola de la catedral de Burgos antes que un hombre.
- ¿Y bien?
- Poco margen me queda a la sorpresa, mi Almirante.
- Hiciste bien, al menos los has acojonado un poquito. Que no estén tan confiados. Lamentablemente -dijo, apurando el trago como si fuese agua del arroyo-, eso solo los va a retrasar. Mandaremos al infierno a cuantos podamos, pero si los refuerzos no llegan, y conociendo a nuestro señor el Rey de España, no llegarán, la plaza estará vencida.
- A menos que...
Lezo te miró intrigado.
- ¿Qué que?
- Señor, una vez... me contó un hombre algo borracho, que su padre trabajó en la construcción de este lugar. En concreto... los túneles que hay por debajo.
Lezo se envaró y se puso tieso. Pero no añadió nada ni te mandó callar.
- Escuché que encontraron algo extraño. En los túneles, dieron con grutas, y las grutas en una caverna inmensa, hecha y trabajada por manos de hombre... pero lo que allí encontraron...
- No podía ser obra de hombre, sino de Satanás. Hijo, por ese camino no sigas. Es mejor morir por España y por Dios y no perder tu alma.
- Pero señor... Mi alma está más que perdida. Sabe el buen Dios que me podría meter monje hoy mismo y vivir cien años rezando y aun tendría cuitas por pagar. Me presento voluntario. Si es que lo que se rumorea es cierto... lo puedo hacer trabajar en contra de esos perros ingleses.
Lezo negó con la cabeza.
- Lo entiendo mi señor. Pero pensad... Si la plaza cae, también lo hace esa cosa... ¿Creéis que esos herejes sin alma lo van a dudar siquiera? Lo usaran. ¿Y que será de España entonces? Mejor que se pierda un hombre y se salve un reino. ¿No opináis igual?
- Tienes lengua de serpiente chaval -Lezo te quitó la copa, que no habías llegado a beber y se la arreó como hizo con la primera-. Ordenaré que te den una botella. Llévate a tus chicos abajo. Y que Dios se apiade de tu alma.
-----------------
A pesar de ser pecadores infames, solo la mitad de tus hombres consiguió llegar al monstruo. Los locales lo llamaron el Ngëruvilu... al menos lo hicieron antes de que los guardias los matasen para que no diesen lugar a las habladurías.
- Vaya nombrecito.
A la luz de las antorchas, llegasteis a la caverna. Un coloso de piedra, tan alto como la torre mayor de una guarnición. Quizás 20 varas de alto. Puede que más. Con sus dos brazos, sus dos piernas, un casco por cabeza, al que se llegaba por una cordada y un pasadizo.
Lo peor eran los ojos. Los ojos, iluminados que no te dejaban de mirar. Os seguían de aquí a allá. Mas el monstruo no hacia nada. Bueno si... respiraba.
- Esto es cosa del demonio -musitó Leandro, por primera vez amedrentado.
- Y el demonio nos envía. Quiere más ingleses -bravuconeaste-. Voy a subir. Dijeron los sabios de la tribu que vieron esto, que el guerrero se tenía que meter allí arriba y controlaba este mostrenco. Lo voy a llamar... Gruvilo.
Diste un largo trago a la botella de rico vino de España que Lezo te hizo entregar, para infundirte valor, y la pasaste a los chicos con un movimiento de cabeza.
- Suerte Ulloa -dijo Leandro, y escuchaste admiración en esa voz quebrada.
Te llevó un par de suspiros llegar. Por la oreja derecha había una abertura y te colaste a la luz de la antorcha. Dentro, una luz salía de ningún lado, iluminando una plataforma circular, adornada con la silueta de un guerrero. Había de ser allí.
Te pusiste en pie, sobre la losa, titubeando sobre lo que iría a pasar. Y entonces te golpeó algo, notaste un dolor sin igual, una tortura, una agonía, te sentiste crecer, sentiste agonizar...
Abriste los ojos y viste a los chicos, a la luz de las antorchas, asustados, llamándote.
Les hiciste un gesto con la mano, para hacerles saber que estabas bien. Y entonces te diste cuenta. Veías perfectamente, sin luz. Y la mano que se movió no era la tuya. Era de piedra, enorme...
Ahora eres el Gigante Gruvilo, el Monstruo de Piedra. La gruta sigue frente a ti, y sobre tí la piedra no aguantaría mucho, dando por salida a la jungla que hay tras la plaza, a pocas leguas.
¿Qué harás?
Todo el mundo sabe que los playmobil son juguetes que datan del siglo XVIII y que fueron patentados por un tal Ulloa.
Ahora que Íñigo es el Gigante Gruvilo, vamos a hacer volar los barcos de los ingleses, para que besen sus tan británicas costas. Vamos a la página 88
Si decides esperar a que comiencen los cañonazos y entonces atravesar las rocas sobre tu cabeza para darle un final épico a esta batalla que está por llegar a su fin, pasa a la página 712
Incluso controlando ese potente ser no eres más que uno contra muchos. Lo mejor que puedes hacer es salir a la superficie con tus hombres y unirte a Don Blas en la defensa final.
Si esa es tu idea acude a la página 25.
Que suene una banda sonora épica!
Vamos a la página 712
¡QUE VUELEN ALTOS LOS DADOS!
712
Esperaste pacientemente debajo de donde iba a ser el campo de batalla. Ante cada pequeño rumor te invadían las ganas de salir a escena. Pero debías ser paciente. Harías tu aparición estelar en lo más álgido de la batalla para voltear el resultado a tu favor.
En eso comenzaron los cañonazos. Esperaste aún unos minutos más rezando una plegaria y luego con un puño atrvesaste el suelo sobre tu cabeza. Te costó bastante trabajo salir, puesto que ese nuevo cuerpo era poderoso pero no muy ágil. Y los cañonazos que recibías tanto de un lado como del otro dificultaban más el asunto. Es que habías calculado mal y en lugar de aparecer detrás de la posición inglesa hiciste tu entrada justo en medio del fuego cruzado.
La infantería inglesa estaba empujando para entrar a la rampa de acceso al fuerte, pero los bravos guerreros de Lezo los estaban deteniendo. Así que decidiste que tu tarea era ocuparte de la artillería británica y hacia allí te dirigirse con un andar pesado que a cada paso hacía temblar los árboles de la selva.
—¡Qué viva España!— gritó alguien desde la muralla, y decenas de vivas le hicieron eco. Era tu momento de gloria. A pesar de los cañonazos en el pecho seguiste avanzando hacia los casacas rojas. Sin preocuparte por los trozos de cuerpo rocoso que ibas dejando por el camino llegaste a los cañones listo para dejar caer sobre ellos la furia de tu puño.
Pero el puño ya no estaba allí. Había caído varios metros antes por las balas de cañón. Otra explosión y un golpe en la rodilla hicieron que te desplomes. Ya no te podías mover y veías a esas pequeñas criaturas de rojo correr a tu alrededor colocando explosivos para terminar de desarticularte. Ni siquiera te quedaban fuerzas para voltearte a ver si los defensores del fuerte habían tenido mejor suerte que tú.
¿Alguien recordaría tu sacrificio? ¿El pasaje al infierno que compraste habrá valido de algo? Preguntas que nunca podrás responder, porque este es tu
FIN
Motivo: Destrozó a la artillería inglesa?
Tirada: 2d6
Dificultad: 12+
Resultado: 7 (Fracaso) [2, 5]
Y un carajo.
En la vida real puede, pero es mi libro y acabará como yo quiera.
Vuelves a la sección anterior, donde previsoramente habías dejado un dedito, y de allí te vas a la página 88.
El Gigante Gruvilo, otrora denominado como Íñigo de Ulloa, se encontraba en las grutas cavernosas sintiendo cada centímetro de su recién adquirido cuerpo. No sabía si aquello era por brujería vudú, o porque en el infierno Satán se había convertido en su mayor benefactor, proporcionándole el cuerpo pétreo con el cual obtener el honor y la gloria para la cuál él había nacido por alcurnia, y que desde luego había desaprovechado entre licores y mujeres.
- ¡Soy una roca! - Exclamó orgulloso, mientras uno de sus compañeros, que en el futuro tendría un nieto dibujante de cómics, le miró extasiado, pues contaría una y otra vez cómo un español desgraciado cualquiera, rudimentario y basto en modales, podría convertirse en todo un héroe.
Estaba atrapado, pero no por mucho tiempo. El suelo que tenía sobre la cabeza podía caer si ejercía presión levantando sus brazos. Y sintiéndose poderoso por una vez en su vida, sin rastros de ron en la sangre, golpeó el techo de la caverna con rabia contenida, haciendo que todo el terreno selvático se derrumbara, creando una abertura perfecta por donde poder escapar. Quizás esa escena la presenciase algún aborigen, pues los mapuches adoraban el suelo porque sus dioses habitaban en él, escondidos entre las piedras.
Ulloa, el coloso español, se dirigió presto a la playa, dando unas increíbles zancadas que le hacía avanzar, triplicando la velocidad humana, y generando unos temblores de tierra que se asemejarían los sismos provocados por volcanes, los cuáles si erupcionaran serían el único enemigo al que Gruvilo debía temer, pues no había alma que pudiera hacerle frente.
Resonaban los cañones británicos en las aguas, dando constantes salvas de muerte a las gentes de San Felipe. Los soldados se concentraban por la costa, dispuestos a tomar la plaza. Pero cuando le vieron aparecer, la soberbia inglesa quedó extinguida a una fuerte ovación y miradas incrédulas. Íñigo sentía la necesidad imperiosa de cagarse en los ingleses, y del esfuerzo tuvo como resultado un monolito que cayó sobre uno de los oficiales, aplastándolo y matándolo en el acto.
- ¡Me cago en vuestra estirpe! - Gritó teniendo una nueva idea, metiendo su grotesco y pétreo dedo en la nariz, y sacando un moco del tamaño y consistencia de una bala de cañón, lo lanzó contra un grupo de soldados, los cuáles caían a un lado como si de bolos se tratasen.
Cundió el pánico y los británicos corrían hacia uno y otro lado, mientras Ulloa repartía hostiones a diestro y siniestro, acabando con la vida de todos esos desafortunados. Y cuando los regueros de sangre tapizaron la arena, solo le quedaba mirar al mar, coger uno de esos barcos que parecían de juguete y lanzarlos tan fuerte que si no llegaban a sus británicas costas, se estamparían contra los acantilados cercanos.
Gritos de victoria y triunfo para los españoles. Él, Íñigo de Ulloa, apodado desde ese momento como el Gigante Gruvilo, se acercaba victorioso para recibir las felicitaciones de Don Lezo y toda la gloria que otrora le fuera negada. Honra para su apellido y un nuevo comienzo, esa debía ser la recompensa, la que con sus esfuerzos se había ganado.
FIN
...
......
...........
¿FIN?
¡Y un jamón! ¿Qué iba a hacer el español con un monstruo de piedra viviendo en su propia fortificación? Si le permitían la vida, éste podía haberse enfadado en algún momento y destruido parte del edificio. Ulloa era una criatura infernal que debía ser eliminada, y por eso cuando se acercó al fuerte recibió una serie de cañonazos que destruyeron su cuerpo, y luego, con martillos y picos, desmembraron sus extremidades del cuerpo.
Así fue cómo se convirtió de nuevo en humano, con una gran cantidad de piedras encima de él, y el sonido de cañones de fondo. Íñigo de Ulloa se había despertado en su celda porque una de las balas de los ingleses había perforado la pared que le tenía recluido, cayendo sobre su cuerpo los escombros. Miró hacia la puerta enrejada y no vio a Don Blas de Lezo aparecer. ¿Realmente había esperado en algún momento que un almirante se molestase en descender a la inmundicia donde él habitaba? Todo había sido un sueño, pero algo sí era real, se había cagado en los pantalones. Además de eso no todo estaba perdido, si miraba por la abertura de la pared, tenía una vía de escape a su disposición.
Íñigo de Ulloa no recuperaría su honor ni su gloria, pero siempre había sido un malnacido con suerte. Tenía en su mano la libertad.
FIN DE VERDAD
... ¿DE VERDAD?
O, quizas...
EPILOGO
- Despierta ya, piedra -le gritó una vocecilla insolente. No quería despertar, era un sueño donde terminaba de regreso a su forma humana.
- Despierta carnuzo -exclamó la voz con acento aragonés- Tienes visita.
Ulloa quiso abrir los ojos, pero ni eso podía. Solo se encendieron las brasas que indicaba que volvía a estar en si.
- Atento el personal, ¡Grubilo está despierto!
Ante el, un destacamento completo de cañoneros le apuntaban inmisericordes. Se encontraba sentado y no menos de seis le apuntaban a la cabeza.
- Sin bobadas, Ulloa.
- Tranquilo Endelecio. Estoy acostumbrado.
El tal Endelecio, natural de Ariño gruñó y no dijo nada. Un hombre accedió a la campa, cojeando. Era Lezo.
Le llevó una eternidad llegar a la plataforma donde la gente subía para hablarle. Pero llegó, tenaz y sin que dejara que nadie le ayudara.
- Hola Ulloa.
- Almirante -tronó su voz, aun siendo un susurro.
- Te traigo buenas noticias. Me han nombrado jefe de la ofensiva.
Si hubiese tenido un corazón, le habría dado un vuelco.
- ¿Vos? -y la ansiedad fue tal en su voz, que tronó sin quererlo. Más Lezo no se inmuto.
- Es lo que pone en este papel. Y quiero decirte cual es mi primera orden. Te incorporas al frente.
- ¿Puedo? -Lezo asintió.
- Nos vamos a dar un paseo, tu y yo.
- ¿A donde?
- A Londres.
- ¡A Londres! ¡Pero si allá solo están limpiando reductos!
- No tengas prisa Ulloa. Hay ingleses para todos. ¿Qué te llevará llegar al centro?
- Sigo en Rochester, ¿no? Desde aquí al centro, antes de la comida.
- Ok, pues yo voy contigo, que tengo que hablarte. Nos seguirá mi guardia personal.
Hubo discusiones acerca de la seguridad del Almirante, pero el medio hombre las acalló con dos blasfemias de las gordas, de las que hubieran matado a una monja del susto. Se acomodó en el atril de la cabeza de Gruvilo y comenzó la caminata. Fue Ulloa quien comenzó la charla, impaciente por saber más.
- ¿Esta todavía algún santo por la zona?
- Dos. Para vigilar solo, las fuerzas importante ya han huido. Están San Gabriel y San Esteban.
- Gente seria.
- Muy seria. No queremos más destrozos de los necesarios. En San Jerónimo especialmente estoy pensando. Creo que el pobre está algo trastornado. Ahora hay que prender a los afines al régimen, y eso lo hacen mejor los Irlandeses. McCann se ocupa de eso. Tiene dos cojones bien puestos.
- ¿Y el Ingles? ¿Lo han prendido? Aqui nunca me cuentan nada.
- No. Ese cobarde de Jorge II ha huido. Mando a sus tropas al frente y el partió en dirección contraria. A Gales, según parece. Pero le persiguen todas nuestras tropas duras. Los irlandeses también han mandado. Le tienen ganas. Y los católicos escoceses. Aun hubieran venido más si se hubieran decidido quien será el siguiente Rey de Escocia.
- Una pena. Prender al rey hubiera acabado con la resistencia.
- ¿Tu crees? -preguntó Lezo socarrón- Nah. Hay que imponer a esta gente un gobierno militar. De católicos. Durante una o dos generaciones. El rey que pongan me la suda. Le van a casar con Mariana Victoria. Y no le irá mal al que sea. Para ser infanta no parece demasiado fea. Y luego, pues ya veremos.
- Y el francés, ¿se aviene a razones?
- Si, ha dejado de pedir dos santos para ellos. Aceptan que nos los guardemos. A fin de cuentas, nada tienen que temer, ¿no? Si son católicos como Dios manda.
Lezo rio maquiavélico. Ya habían entrado en Londres, pero Gruvilo se movía con cuidado, intentando no pasar por calles estrechas ni lugares habitados. Aun así, muchas caras curiosas, aterradas, se asomaban para contemplar al titan de piedra que avanzaba aplastando el adoquinado.
- Pronto empezará la campaña contra Flandes. Si tienes suerte. Aunque igual no. Igual rinden pleitesía a la que os vean llegar. Hay gente que no termina de creérselo.
- ¿Y su Santidad ha dicho algo?
- Ha abdicado.
- Coño, eso es nuevo.
- Si, nuestro señor Rey le ha hecho ver que se necesita sangre nueva para pontificar a los anglicanos. Y con muy buen criterio, ha dejado la casulla y se ha ido a un monasterio a rezas por sus amigos herejes. Rodeado de lujos y putas, pero lo ha dejado.
- ¿Y eso es bueno o malo?
- Bueno. Para ti, bueno. El elegido es un tal Carlos de la Torre. O algo así, pero en italiano. Se hace llamar Clemente nosecuantos. Y su primera encíclica ha sido "Animae iustorum non sunt amissa". La traigo conmigo, por si quieres que alguien te la lea luego. Quizás el capellán. Ese tal Etxebarri. Parece un tío decente.
- Lo es. Me trata con respeto. ¿Y que dice la encíclica?
- Pues viene a decir que todos vosotros, los santos, sois Beatos de la iglesia por pleno derecho. Y te ha puesto en la lista. Se acabo lo de andar minado y lo de que te apunten con cañones el día entero. Y van a seguir investigando si hay algún rezo, rito o lo que sea que os pueda devolver a vuestro cuerpo humano.
- Es estupendo Almirante. Más de lo que pude haber soñado.
- Era importante que quedara por escrito. Se nos acababan los voluntarios para meterse en esas cosas.
- ¿Siguen apareciendo?
- Si... no tantas como al principio, pero aun hemos encontrado seis. Solo este año de Nuestro Señor de 1747.
- Ya son más de cincuenta.
- Ya casi hemos llegado.
- ¿Dónde quería ir, Almirante?
Lezo apuntó con un brazo al palacio. El de Buckingham.
- Déjame allí. Hay algo que tengo que hacer, que nadie puede hacer por mi.
Ulloa asintió y con reverencia, dejó a su almirante en la plaza que daba al palacio, justo junto a la valla.
- ¿Aquí está bien?
- Aquí es perfecto.
El Almirante trastabillo unos pasos hasta llegar a la verja. Los destacamentos españoles e irlandeses que cuidaban la plaza le observaron con curiosidad y al darse cuenta de quien era, se cuadraron y presentaron armas. Sus tropas de elite, desmontaron y le acompañaron. Nada más traspasar la valla, se detuvo. Miro al cielo con su único ojo sano.
Se sacó la chorra y soltó un meado que dejó un riachuelo de aguas amarillentas a los pies del adoquinado.
QUE NO ES FIN QUE ES COMIENZO, DEL CATOLICO REYNADO
DE LAS TIERRAS INGLESAS POR LOS CATOLICOS BAUTIZADOS
Y COMIENZO DE LA PAX CASTELLANA, EN TODO EL CONFIN EXPLORADO.