¡A darle matarile al sabio Frestón! ¡Digo, a ese hereje embaucador! Página 3
La 3 está ya marcada...
Con la determinación de quien se sabe con razón, sientes en lo más profundo de ti el poder de Dios. ¡Claro! Es una señal inequívoca de que vencerás al pagano. Henchido de emoción, marchas a caballo al frente de tus legiones ancestrales, como hicieran los grandes conquistadores de antaño.
Sólo miras atrás una vez, señalando al francés con tu sable:
—Huye, papanatas, porque en cuanto devuelva la Fe Verdadera a este sitio, este hidalgo marchará sobre todo aquel que se salga del camino, y tú eres uno de ellos.
Cabalgas pues hacia Papa Legba, rodeado de tu ejército. Al llegar al cementerio, éste te espera con las sombras demoníacas que le otorgan su poder. Con gran esfuerzo y valentía, vas venciendo a sus cohortes del averno, hasta que sólo queda tu enemigo.
—¡Pide clemencia en el nombre de Dios o muere, hereje!—dices con tu sable sobre su cuello.
Te responde una risa extraña, como si fueran varias voces a la vez, y no necesitas más prueba de su falta de arrepentimiento. Hundes tu acero en su gaznate dándole muerte. Tras acabar con su vida, sientes una gran satisfacción y una sensación del deber cumplido que jamás habías notado. Deben ser los valores caballerescos que inundan mi ser, piensas.
De pronto, una poderosa luz te ciega. Sonríes. Has cumplido tu tarea.
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—Se lo dije, Madamme Lagsson. Songeig en esta situación es de locos.—dice el gobernador—Al menos es divegtido cuando se gíen al seg apalizados. Lo que no entiendo es quién es ese Papa Legba, ni pogqué pensaba que estaba atacándole con sus tgopas. Cgeo que le dio un golpe muy fuegte en la cabeza...
Tras quitarte el sable y el anillo, el francés, Brie Roquefort-Larsson y los otros rufianes se marcharon dejando tu apalizado y apuñalado cuerpo en el suelo. Al menos, nunca se olvidarán de tu expresión al morir. Jamás habían visto a un muerto que pareciera tan feliz y contento.
FIN
Motivo: Destiny Child
Tirada: 2d6
Dificultad: 10+
Resultado: 6 (Fracaso) [4, 2]
Después del inconmesurable desastre, cabalgamos con bríos renovados espada en mano directos a partirle la cara a ese malnacido franchute que, a fin de cuentas, te ha metido en este enorme lío.
Y de paso robarle a la moza, que buena está y dispuesta parece a yacer contigo. Galopa hasta la 10.
La dificultad ya es 11, ¿no? La siguiente...12...
Guli: Correcto. La dificultad de cogumelo era 11 en vez de 10.
Así que después del post con éxito automático de Souhiro, llega el gran final a dificultad 12
En verdad tu mente ahora está dividida.
Por un lado, está el espíritu inflamado de la caballería. El honor de mil y un caballeros andantes, la fé de la cruz y todos esos términos grandilocuentes del castellano cervantino.
Por otro lado está tu sentido común, diciendote que te has pasado la mitad de tu vida borracho, y la otra mitad obedeciendo órdenes ¡Y que no es buena idea enfrentarse a tanta gente!
Pero en este momento, el honor de caballero es más fuerte, y subes a lomos de tu caballo, portando tu armadura mágicamente traida ante tí para cabalgar hacia el franchute. Puedes que ellos sean docenas ¡Pero tu vales por ciento! Mas aun...
— ¡Maese Quijote! ¡Por la izquierda! — escuchas
Y de una forma totalmente inesperada, junto a ti notas una cabalgata de otros bravos hispanos.
¡ES LA FLOTA ESPAÑOLA! ¡LA NUEVA ARMADA INVENCIBLE!
¿De dónde habrá salido? ¿De que lugar la habrá sacado el narrador?
"En el nombre de la santa inquisición, por la gloria de nuestro rey Fernando VI ¡Purgamos esta tierra de la infamia de la brujería, y del deshonor de los franceses! ¡TERCIOS ESPAÑOLES! ¡INFANTES DE MARINA! ¡A LA CARGA!"
Esta es la gran batalla que no se registró en los libros de historia. La que un mundo que se abrigaba al consuelo de las ciencias quiso olvidar. La batalla de unos espectros sobrenaturales comandados por Legba y Samedí, al lado de unos cobardes franchutes capitaneados por Jean-Baptiste y por Larrson. Y se enfrentan a los infantes de marina, liderados por Spinola, y por lo que absolutamente todos creen que es un Don Alonso Quijano, que ha vuelto de los cielos para guiarles a la victoria contra la tirania y la brujería.
"¡SANTIAGO Y CIERRA ESPAÑA!" gritas, reclamando el grito de guerra de tus ancestros, de los ancestros del Padre de tu Abuelo, y a la vez del Padre de su abuelo. Es la batalla final ¡Vamos adelante!
Es tu decisión de como tomar parte en esta refriega, mientras los piratas, meretrices y aldeanos de este lugar contemplan alelados que demonios es lo que está sucediendo y de donde ha salido el presupuesto para esta escena.
Conforme te acercas te das cuenta que te has pasado con el grog, o de nuevo piensas en los efluvios malsanos que se levantan del suelo de muertos del pantano. ¿Seguro que los espectros caminan a tu lado? No puede ser, es brujería, ¡engañado por los mismos malandrines que a Don Quijote! Pero tú no vas a caer en esa trampa.
No te fías de tu cordura, das media vuelta y pides pasaje en el primer velero bergantín hacia Estambul. Pagina 90
Si en la batalla, sabiéndote victorioso, te dejas seducir por la soberbia, traicionas tu juramento y utilizas tu poder para imponerte como señor de Luisiana ve a la página 28
Es la batalla final. Si te cuento más, un espoiler sufrirás. Sea como fuere, actuarás como el héroe que ahora eres.
Ve a la página 53
¡Pero hombre!
¿Como no ir a luchar contra los hechiceros de Estambul? ¡Es el destino de todo caballero!
¿Cómo no ir a robar los tesoros del sultán de Estambul? ¡Es el destino de todo pirata!
Con la dualidad de tu mente en concierto y pleno acuerdo, vamos a la Página 90
Y si no lo conseguimos, será tu turno, Cogumelo ¡En la Página 53!
Motivo: Gran final
Tirada: 2d6
Dificultad: 12+
Resultado: 5 (Fracaso) [3, 2]
Casi XD
Pues allá que te largas, que hechiceros no faltarán, que quieran entregarte a las parcas , mas sus astucias y argucias no te detendrán. El jamelgo corre, que da risa el pobre, tan lento y cansino, que te apeas a medio camino. Y así,a pie, alcanzas el puerto, de navíos a reventar, veleros y, te digo bien cierto, que un pasaje vas a pillar.
Pero oh, malandrín osado, el cascarrabias Ilustre e Inmortal te detiene, su vozarrón de deja pasmado, su porte inerte. -Detente, vil bellaco, traidor y felón, las tripas te saco, y la cabeza te parto como maduro melón. Tu sangre envileces, tu palabra violas, tu tumba se cubrirá de heces, y a nadie contarás más trolas.
Y en esto que la tierra se abre, truena y rugen los cielos, Íñigo, eres un cafre, y no van a quedar de ti ni los pelos. Un imprevisto rayo te cruje, ardes cual bruja senil, mamón, sufre, no morirás feliz.
Y aquí se acaba el cuento, la toledana huérfana se queda, cenizas al viento, llorad y sacad los pañuelos de seda.
TRISTE FINAL POR UN DOCE NO ALCANZAR
Con una lágrima en los ojos acerca del hermoso texto, haces trampa y vas a la Página 53
Todo tuyo, Cogumelo!
PÁGINA 53
Rodeado de la gran fuerza española, tú, Íñigo de Ullóa, te enfrentas a ella, das unas breves instrucciones del plan de batalla a tus generales, Don Quijote, Gonzalo de Córdoba, Tomás de Torquemada y Rodrigo Díaz de Vivar. Luego diriges la voz al resto de tus fuerzas..
—Mis bravos héroes del ayer, del hoy y del mañana. Quizás esta batalla no sea recordada en las efemérides de nuestra gloriosa patria por ser incomprensible para quienes no la vivan ahora. ¡Pero eso no le resta la importancia que tiene!—dices gesticulando con tu zurda a lomos te tu corcel—A un lado, cobardes y taimados franceses. ¡Poco más que decir de ellos, salvo que la Furia Española los derrotará una vez más! Al otro, la más herética de las creaciones del demonio: ¡chamanería oscura y magia de sangre!. Ruego a Dios que nos ilumine en el camino de la victoria, que nos de vida y esperanza como fuente de salvación y paz eterna, y que a los que hoy caigan les otorgue la vida que no acaba como recompensa por su entrega.
Tras tus palabras, comandas la marcha contra los infieles. Al llegar al cementerio, Papa Legba, el Barón Samedí, otros brujos y hechiceras y un terrible ejército de sombras os está esperando.
Mandas tocar atención a tus cornetas:
—¡¡¡POR SANTIAGO...—gritas
—Y CIERRA ESPAÑA!!!—te contestan a coro.
La batalla sucede como esperas. Dura y cruenta, con grandes bajas en ambos lados. Pero la nobleza de espíritu de tus hombres y la Fe que les mueve termina decantando la batalla a vuestro favor. Por fin, un pequeño reducto enemigo queda rodeando el árbol en el que conociste a Papa Legba.
—¡Rendíos y besad la Cruz!—les ordenas.
—¡JAMÁS!—contesta Legba.
De pronto, él y Samedí empiezan a conjurar nuevas sombras, aún más grandes que las anteriores, que se juntan entre ellas formando un temible monstruo. Tú sabes lo que hay que hacer, pero ves el miedo en el ojo de algunos de tus hombres.
Entonces, el silencio se apodera del lugar, salvo un sonido, producido por el veloz correr de una casi imperceptible silueta que cruza la formación, haciendo que capas, cabellos y plumas ondeen por el aire que genera.
Cuando ves a la figura, la reconoces. ¡Es Brie Roquefort-Larrson empujando al gabacho amordazado y aterrorizado como si fuera una pelota! Al llegar frente al monstruo, lanza al gobernador directo a la boca. El gigantesco octópodo (o más) se lanza cual perrito a comerlo y, cuando muestra su desprotegido gaznate, Larrson salta y lo atraviesa, entrando ella entera y desapareciendo entre tanta carne, igual que el francés, pero por otro agujero.
Tras unos ruidos algo asquerosos dentro de la bestia, ésta emite un gemido y cae con todo su peso sobre los hechiceros que la habían invocado, acabando con su vida. En su último aliento, de su boca sale la emperifollada cabeza del francés rodando, y llega a tus pies.
Por fin todo ha acabado, gracias en gran medida a Larrson. Miras a tus huestes, que orgullosas y con la diestra en el corazón te devuelven la mirada mientras van desapareciendo como si de simples sueños se tratara. Hasta tu caballo se diluye. De igual forma, el monstruo empieza a deshacerse, y ya te ves solo de nuevo, pero sin saber si esto ha sido una pesadilla o no.
Con una profunda respiración, y pese a la duda orgulloso de tus acciones, te das la vuelta para regresar a la ciudad y pensar qué hacer. Entonces la oyes:
—Eh, pirata.
Te giras hacia Larrson. Es valiente, decidida, capaz y, además, hermosa pese a toda la capa de mierda que la recubre. Al verla, con una pícara sonrisa en la boca, entiendes que entre vosotros ha surgido algo. Es pronto para ponerle nombre, pero Íñigo de Ullóa, ya sabes qué es lo que te viene:
Una aventura con Brie Roquefort-Larsson.
FIN