Al abrir la puerta se establece una corriente de aire frío y húmedo que asciende desde la oscuridad de la catacumba hacia la que se adentran una escalera de piedra.
Os detenéis un momento en los anchos peldaños de piedra. Algo que parece oro resplandece en el límite de vuestra luz varios escalones más abajo. Son tres monedas de oro. ¿Las habrá dejado caer algún aldeano raptado con la esperanza de que alguien encontrase su rastro?
Los amplios escalones descienden a un gran salón. Los muros están decorados con elaboradas teselas que conforman mosaicos donde se muestran ceremonias inmundas en honor a demonios siniestros y horripilantes. Los muros están resbaladizos a causa de la humedas y de unas algas negras. La condensación forma regueros que se acumulan en un gran estanque de agua salobre situado en el centro del salón.
No os detenéis, avanzáis temblorosos pero decididos escaleras abajo. Tras un giro, descendéis hasta una playa de arena negra de un vasto mar subterráneo. Lejos, más allá de las aguas, podéis distinguir un brillo dorado en la penumbra. En el borde del agua se alza un menhir enorme, y olas oscuras chapaletean en sus caras de relieves intrincados. Más allá del descomunal megalito, un drakkar con cabeza de dragón en la proa surge de la oscuridad. Su casco tiene garabateados signos y runas amenazantes que refulgen en la penumbra con un resplandor verdoso tenue y enfermizo. El barco avanza hasta detenerse a unos 15m de la orilla. El redoble de unos tambores distantes y gritos de terror lejanos se entremezclan con el sereno chapoteo de las olas.
La playa ha sido pisoteada por cientos de garras, zarpas y pies bestiales, pero también hay un rastro de huellas humanas y algunas monedas que se han dejado caer.
El valor de algunos de vosotros desfallece y retrocede aterrorizado a la superficie. Otros se arman de valor y nadan hasta el drakkar. Una vez en él, utilizan los remos para hacerlo avanzar hacia el brillo dorado. Al avanzar distinguís una isla y conforme os acercáis, descubrís la fuente del resplandor dorado: un zigurat inmenso, con una luz ardiene que irradia desde las delgadas grietas que hay entre sus macizos bloques de piedra.
Una rampa ancha rodea el edificio, elevándose hasta la parte superior del templo. Hordas de hombres bestia se agolpan en la rampa aullando en la oscuridad, golpeando unos tambores de piel enormes y conduciendo a una hilera de prisioneros aterrorizados a la brillante cima del zigurat. En lo más alto del templo podéis distinguir la silueta temible de una figura gigantesca con armadura, envuelta en un humo infernal iluminado desde abajo.
Mientras pasan por vuestras mentes distintos planes desesperados para rescatar a vuestros vecinos, la superficie del mar subterraneo se agita. Lo último que véis son unos tentáculos gigantescos alzarse en torno al drakkar y constreñirlo hasta romperlo como un barco de juguete.
Tal vez debistéis prestar más atención en vuestro descenso a los secretos que ocultaban los mosaicos y las cámaras ocultas que os pasaron desapercibidas. Tal vez había algún modo de conjurar el peligro y tener alguna posibilidad frente a la turba de hombres bestia. Mientras os hundís en las frías y negras aguas para ahogaros os ser devorados por el leviatán tentacular, pensáis que tal vez no tengáis madera de héroes y deberíais haber huído de la aldea para iniciar una nueva vida lejos del peligro. Pero ahora ya da igual.