Alderic se encogió de hombros ante la revelación, al menos no tendría que comprar otra impedimenta, y sonrió ante la indiscreción de Thyga. Lo cierto era que habían dicho más en la chimenea y al menos un elfo se había ido con más información de la debida.
Sonrió ante la invitación de Lurzca y dejó las piezas de su armadura y las armas junto a la coraza de la mestiza, sin palabras se metió en la cama y adoptó la misma posición que la guerrera había forzado en el bolsillo dimensional. Esta vez sin armaduras, separados sólo por las prendas que se portaban bajo la armadura, Alderic pudo sentir el calor de la joven cuando la abrazó.
Guideon se desembarazó de las piezas de su armadura plateada con la ayuda de Nindra y la estrechó entre sus brazos.
—Nunca he sentido algo parecido a esto por una mujer. Nunca pensé que podía amar tanto a alguien a otra persona.
Siempre pensé que mi fe se alzaría entre medias del amor a otra persona. Siempre pensé que tomaría la decisión racional de no escindir mi corazón en dos mitades, y sin embargo, aquí estamos.
Guideon se tragó sus pensamientos. No era el momento de hablar de él.
—No estás exagerando, yo siento lo mismo. Algún día escaparemos de nuestros enemigos, y entonces podremos, simplemente, vivir en paz y envejecer juntos en una casa en mitad de la montaña.
Rodeados de la risa de los niños y el ladrido de los perros —terminó únicamente en su cabeza.
Nindra cerró los ojos y se dejó mecer por el calor del abrazo, sintiéndose recofortada de inmediato. Los días de viaje se diluyeron con la calidez de las palabras de Guideon, con la firmeza de sus manos y los latidos del corazón que Nindra podía sentir en su propio pecho. No dijo nada, prefirió guardar silencio y dejar que él hablara si lo necesitaba. ¿Alguien le había preguntado alguna vez cómo se sentía? ¿Lo que le preocupaba, más allá de los problemas relacionados con su fe? ¿Lo había amado alguien alguna vez como ella lo amaba ahora? ¿Lo estaría amando alguien en aquel momento, esperando su regreso? ¿Era su fe igual de importante para él que el amor que decía sentir?
Se desembarazó del abrazo y le acarició la cara con dulzura, enviando esos pensamientos al pozo de los pensamientos que no quería consultar en esos momentos.
-Esto del amor es nuevo para mí. Lo vi muchas veces en otras personas, pero yo nunca lo sentí, pensé que no lo sentiría nunca... o puede que fuese una de esas cosas que deseaba experimentar, una razón más para escapar de la torre. No lo busqué, pero lo encontré, y no me arrepiento de nada, me gusta lo que siento por ti, por nosotros.
Retrocedió unos pasos y cogió la toalla que ella no había usado, y le pidió a Guideon que se sentara en una silla y se fuera quitando la ropa. Humedeció la toalla y cogió jabón para lavarle la cara, con suavidad; no era tan efectivo como un baño, pero la higiene podía hacer que uno se sintiera mejor. Ojalá pudiese calentar el agua para reconfortarle.
-Dime cómo lo estás llevando. Yo te he dicho lo que me pasa, pero tú a mí no. Quiero saberlo. Quiero que estés bien. No te lo guardes -bajó la toalla por el cuello, por la nuca, frotó sus hombros por debajo de la camisa, reprimiendo el deseo de tocarle el pecho, el abdomen y todo lo que había en aquel torso delicioso. Volvió a humedecer la toalla y continuó con la tarea, usando las manos para relajar sus músculos con cálidos masajes. El peso de la armadura solo era un añadido más a su carga, acarició las marcas que las correas le dejaban en la piel, las cicatrices de heridas del pasado. Le dio un beso en la frente, en la nariz y luego en los labios, cogiéndolo por el pelo para apretarlo contra ella, antes de seguir con el baño-. Cuéntamelo, Guideon. ¿Qué te atormenta?
Guideon cerró los ojos guardó silencio durante un momento. Parecía concentrado en el placer que le daba que Nindra lo limpiara, pero de pronto abrió los ojos y empezó a hablar.
—Soy algo más que un humano —empezó Guideon—, la conciencia de un ser divino se unió a mi en la cima de la montaña y tengo un propósito más elevado que yo mismo. Pensaba que mis sentimientos hacia otra persona, por muy genuinos que fueran, no iban a ser lo mejor ni para mi, ni para la otra persona. Pensaba que mis responsabilidades estaban por encima mis deseos, y pensaba que si no me importaban mis responsabilidades no era mucho mejor que un crío que no debería tener relaciones sentimentales, para empezar. Pensaba que el amor era en última instancia, egoísta. Que exigía que uno se dedicase a una sola persona, que podía ocupar completamente la mente y el corazón de uno, con exclusión de todo lo demás.
Negó con la cabeza.
—Y luego llegaste tú, y pusiste bocabajo todas mis convicciones. Lo que tenemos puede no ser eterno como a mi me gustaría —admitió Guideon con una punzada de dolor en el pecho—; puede ser que un día la muerte o el destino nos separe, pero la valía de lo que tenemos, de nuestro amor, no disminuye ni un ápice por ello. En lugar de ello, he aprendido a atesorar cualquier momento que pasamos juntos, sabiendo que podría ser el último.
Nindra continuó con el baño mientras él hablaba, sin interrumpir, permitiéndole reflexionar en voz alta. Lo desnudó con delicadeza, le sacó la camisa por la cabeza y frotó sus brazos con la toalla, deleitándose con el tacto y la forma de su musculatura. Le frotó la espalda, la maga se mordió los labios para reprimir el deseo y le dio un pequeño masaje en los hombros. Guideon era un hombre endurecido por la vida y sometido a sus propias convicciones, Nindra deseaba ablandarlo en todos los aspectos, por eso le dedicó los minutos que necesitaba.
Se arrodilló a sus pies, en el suelo. Cuando él intentó frenarla, Nindra le clavó una mirada que no admitía discusión, pero no dijo absolutamente nada. Le quitó las botas, humedeció la toalla y comenzó a lavarle los pies, los tobillos y las pantorrillas.
-No quiero que la muerte o el destino nos separe -comentó desde su posición, sin levantar la cabeza, acariciándole la pierna musculosa-. Me negaré a aceptarlo, si se diese el caso. Si tu murieses iría a buscarte allá donde tu alma trascendiese, volvería a la torre a buscar la puerta que me lleve hasta el plano de existencia en el que tu alma hubiese acabado y te arrancaría de los brazos de la mismíma... Saule solo para que estuvieras conmigo -reprimió una blasfemia, no quería herir sus sentimientos hablando mal de su diosa-. Soy egoísta, Guideon. Y caprichosa. No quiero compartirte, pero al mismo tiempo, debo hacerlo porque lo contrarío te haría sufrir. No quiero que tu fe se interponga entre nosotors y, a su vez, no puedo interponerme entre tú y tu fe porque eso también te haría daño. Tantas contradicciones me atormenta.
Levantó la mirada hacia el sacerdote y colocó las manos sobre su cintura. Nindra tenía las manos calientes, los dedos arrugados por el agua, el tacto húmedo y un poco áspero. Respiraba de forma entrecortada, de sus labios entreabiertos brotaban cortos jadeos, los ojos brillaban.
-Levántate, por favor.
Cuando Guideon obedeció, la maga le desabrochó los pantalones y comenzó a bajárselos. No había ninguna invitación sexual en sus gestos y sin embargo, el hecho de que ella estuviese arrodillada y él de pie, daba otra sensación. Cuando le sacó los pantalones por los pies, Nindra humedeció la toalla y terminó de lavar su cuerpo, frotandole los recios muslos.
-No tengo un propósito tan elevado como el tuyo -susurró-; de hecho, ni siquiera tengo un propósito y me pregunto cómo es vivir con unas convicciones como las tuyas, ya que yo no las tengo. Mi propósito en esta vida era morir joven, era el propósito de otra persona, y yo no me di cuenta y no hice planes. Durante un tiempo mi convicción fue salir de la torre. Pero una vez fuera, ¿qué hacer? Vivir. Eso es lo que quería hacer. Vivir. Aprender. Descubrir... Reír. Amar.
Con un suspiro, las mejillas encendidas y el corazón acelerado, Nindra llevó la toalla al miembro de Guideon. Lo sostuvo con una mano y con la otra, lo lavó bien, con cuidado, intentando en todo momento evitar cualquier roce que lo excitara demasiado. Su fin no era ese, solo quería limpiarlo por completo, aunque en el fondo deseara arrancarse la túnica y fundirse con él. Cuando terminó, dejó la toalla en el suelo y se sentó sobre sus talones, con la cabeza agachada.
-Ya he terminado. Espero que te sientas mejor.
A Guideon le hizo gracia la primera parte de la intervención de Nindra.
—Si hay una mortal capaz de discutir con una diosa y salirse con la suya, esa eres tú —admitió, sin ápice de ironía mientras le robaba un beso.
La segunda parte, en cambio, le hizo reflexionar y la sonrisa abandonó sus labios. Para cuando Nindra hubo acabado, estaba serio, y la pasión se había inflamado en sus ojos -y no sólo en sus ojos. Se levantó.
—Antes me has dicho que me querías. No te he contestado —dijo depositando su mano en la mejilla. Se perdió en los ojos de Nindra antes de añadir:—. Yo también te quiero.
La besó y la apretó contra sí, con pasión, con la paciencia agotada por las últimas jornadas de viaje en abstinencia. La besó en los labios, en el cuello, en la clavícula. La sacó la túnica por la cabeza, la invitó a tumbarse y siguió besándola y tocándola por todo el cuerpo, como si no quisiera dejar ni un centímetro sin agasajar.
—Te amo, y no hay nada que más desee ahora mismo que rezar en el templo de tu cuerpo —le murmuró al oído, abrasador.
Nindra tenía sus límites y éste era uno de ellos. Lo sabía, por mucho que quisiera refrenar el deseo, no podía soportar estar más tiempo separada de Guideon. La ausencia de tantos días, el miedo, el dolor y la tensión provocaron que por toda respuesta a sus palabras, emitiera un gemido y se le encogieran los dedos de los pies. Lo miró a los ojos, temblando, esos ojos oscuros en los que una se podía perder para siempre y no salir jamás de allí.
-Solo si me rezas con la misma devoción con la que lo haces a Saule -murmuró.
Fue casi un ruego, intentó no dejarse llevar por la intensidad del momento, pero ya no podía más. Lo abrazó, se abalanzó sobre él, lo besó con tanto ardor que casi se ahogó por no querer separarse de sus labios, se frotó sobre su cuerpo limpio y en algún punto recordó que ella no se había aseado. Tan rápido como se había lanzado a la devoción de su cuerpo, se apartó de él, mirándolo con los ojos muy abiertos.
-Purifícame como yo he hecho contigo -pidió, con los ojos encedidos, el pelo revuelto, la respiración entrecortada y los latidos de su corazón retumbando en la cabeza. En la base del cuello se podían ver sus pulsaciones, en la piel el brillo de su deseo y en sus labios rojos la necesidad de beber de él.
Renuente a abandonar el cuerpo desnudo de Nindra en la cama, Guideon se levantó a regañadientes. Tiró el agua sucia a la letrina, y volvió a llenar la palangana utilizando el agua limpia de la jofaina. Pulverizó entre sus dedos, sobre el agua, unas hojas secas de lavanda con las que perfumaban la habitación y mojó la toalla en ese agua. Guideon paseó la toalla por el cuerpo desnudo de la hechicera, con suavidad, tan entregado en la higiene como en las caricias sensuales.
No había contestado a la petición de Nindra de que le rezara con tanto fervor como a su diosa. Era un tema complicado para él, y y la declaración había estado un poco fuera de lugar, pero trató de no darle más importancia de la que tenía.
Pasó la toalla por sus pechos, por su cadera, por su estómago. Después besaba allí donde la había limpiado, aspirando el suave aroma de la lavanda. Hizo un círculo y bajó a los muslos, los limpió prestando una atención a las zonas cercanas a su sexo, pero sin acercarse. Después frotó sus pantorillas, y luego los pies. Besó los dedos de los pies después de limpiarlos, sonrió y se metió el dedo gordo en la boca, para besarlo y succionarlo.
Después empezó el ataque: empezó a limpiarle el sexo, con suaves movimientos circulares, pero mientras lo hacía, la besaba invadiendo su boca con su lengua.
Nindra sabía que había hablado de más, en el fondo lo sabía, pero no lo quiso reconocer al momento, lo empujó a la habitación de las cosas sobre las que quería reflexionar más tarde. Aquel compartimento de su palacio era espacioso como todos los demás, pero llegaría un punto en el que no habría cabida para tanto y la puerta cedería. Esperaba estar a solas cuando eso sucediera.
Cuando Guideon le mordisqueó los dedos de los pies, la maga empezó a reírse por las cosquillas y se levantó para acariciarle los hombros y el pelo, exigiendo, demandando su contacto. Él la derribó de nuevo sobre la cama para lavar su sexo, el roce de la toalla mojada la hizo tembar y se deleitó con la sensación de su lengua en la boca, sus labios calientes, la piel ardorosa y el deseo hirviendo en el interior del cuerpo. A medida que Guideon la limpiaba, de vez en cuando la toalla quedaba atrás y eran sus dedos los que la tocaban. Nindra comenzó a jadear con más intensidad hasta que llegó un punto en que la humedad de la toalla era más debida a la de Nindra que a la del agua con lavanda. Aferrándose a los hombros del sacerdote, la maga comenzó a deslizar la boca por su cuello y dedicó los mismos minutos que él dedicaba a tocarla a besarle el músculo que unía el cuello con el hombro, succionando y mordiendo, dispuesta a dejarle marcas, mientras lamía las que él tenía sobre la piel debido a las correas de la armadura. Metió una pierna entre las de Guideon y presionó con el muslo entre los de él, , apreciando su erección caliente. Se rio en su oreja, la mordió, succionó y derramó su aliento caliente.
-Te quiero -susurró, encendida de pasión, el cuerpo inflamado. En su tono se percibía el alma dispuesta.
—Y yo a ti —le dijo a la hechicera de cabellos de fuego.
Incapaz de controlarse más, Guideon abrió los muslos de Nindra. Él se colocó de rodillas frente a ella, en una posición que resultaba de lo más adecuada para rezarle a su cuerpo. Entró dentro de su templo, de sus estancias sagradas, con suavidad, y después se reclinó hacia delante para apoyar las palmas de sus manos a ambos lados de su cuerpo. La miró directamente a los ojos, como si se fuera a devorarla de un momento a otro, y comenzó a rezarle una plegaria con sus caderas.
Nindra cerró los ojos ante la insoportable intensidad de la mirada y el cuerpo de Guideon. Su entrada, su invasión, sus movimientos, los muchos días acumulados sin estar con él, la ausencia y la distancia, la represión de sus propios deseos por la estabilidad de los demás, forzarse a sentir que todo iba bien cuando tenía la cabeza a punto de estallar; todas aquellas cosas sobrevinieron en cuanto él se unió a ella. No era ya la unión física, que provocaba estallidos de placer en todo su cuerpo, era el contexto en el cual se encontraban. Solos, frente a frente, piel con piel, limpios en cuerpo y alma, abiertos el uno al otro. Nindra se aferró a sus hombros para evitar la sensación de vértigo, apretó los muslos en torno a sus caderas y comprobó que no había forma de llevar el control de sus plegarias. Él rezaría del modo en que quisiera, pero Nindra lo acompañaría en la medida de lo posible, correspondiendo a sus movimientos con los propios, saliendo a su encuentro.
Reclamó sus labios para un beso, llevó las manos por sus hombros y su espalda, movió las piernas para enroscarse a él y no permitir que saliera jamás de ella. Nindra ya jadeaba, suspiraba por Guideon, su piel erizada, caliente y húmeda, cada embestida de él la obligaba a gemir de manera más profunda. La mirada de la maga se oscureció hasta volverse profunda, dejaba abiertas todas las puertas de su alma para que él pudiese entrar. Se entregó a su devoción sin reservas, con todo, estaba tan sensible que se rindió demasiado pronto y se esforzó por alargar el momento lo más posible, porque una vez terminase, la realidad volvería a echársele encima.
-Te quiero -murmuró, con la voz estrangulada, clavándole las uñas en los hombros solo para reforzar su afirmación-. Ay, Guideon...
Guideon sintió a Nindra tensarse y estremecerse, llegando al séptimo cielo. Guideon cerró los ojos y embistió contra ella mas fuerza, más rápido, buscando el clímax con la presión de su pelvis contra la de ella.
—...ay —terminó diciendo Nindra.
Guideon se derramó dentro de ella sólo un latido de corazón más tarde. El orgasmo lo sacudió, haciendo que moviera el torso con un movimiento eléctrico como el de una serpiente. Cuando terminó no quiso salir de ella, sino que permaneció dentro, enmarcó su rostro entre sus manos y la besó en los labios.
—Y yo a ti.