Nindra descansaba sobre el pecho de Gideon, desfallecida y temblorosa. El pelo alborotado, aún húmedo del baño, caía sobre sus hombros y espalda y también sobre el torso del sacerdote. Permaneció un buen rato en aquella postura, muy cómoda sobre el cuerpo del hombre, con una agradable tirantez entre las piernas. La respiración se le fue poco a poco normalizando y la realidad comenzaba a regresar a la habitación. Frotó su mejilla contra el hombro y lamió su piel salada del esfuerzo, entretenida en las sensaciones que le producía todo, mientras con las manos acariciaba su pecho y sus brazos con parsimonia.
Se alzó sobre su cuerpo, con él todavía dentro de ella, y le lanzó una sonrisa de pura felicidad. Estaba radiante y su sola presencia parecía iluminar la habitación, y no porque estuviera lanzando ningún conjuro.
-Ay -suspiró largamente. Al inhalar aire apretó los músculos en torno a Gideon y al exhalar liberó la presión. Si lo hizo a propósito o no, al clérigo le importaba bien poco, fue una sensación muy placentera. Ella le acarició la cara y las mejillas con languidez, luego le dio un beso en la boca mucho menos impaciente, pero igualmente apasionado. Se dejó caer a un lado de su cuerpo sobre la cama y miró al techo mientras se reía-. Gideon, eres maravilloso-. Lo dijo con absoluta sinceridad, con una intensidad que solo podía significar que hablaba desde el corazón-. Vuestra llegada a la torre fue mi salvación, no sabéis lo mucho que sinifica que me ayudaséis y no sé cómo voy a agradecer todo lo que habéis por mí.
Nindra no era dada a los dramatismos, como tampoco lo era dada a los agradecimientos, así que ponerse sensible después de algo tan intenso era completamente nuevo con lo que no sabía lidiar. Se levantó de la cama para coger unas toallas que había sobre una silla, estaban calientes, hechas un rollito, y húmedas. Se limpió los muslos con una de ella y volvió a la cama con una nueva en las manos y una mirada que decía que para ella, el día no había hecho más que comenzar.
Hicieron el amor por segunda vez, sobre la cama, con más calma y menos prisas. Se besaron, se acariciaron y estudiaron sus cuerpos mutuamente. Ella le pidió caricias, nadie la había acariciado de forma íntima y se lo suplicó de una forma a la que era imposible negarse. Sentir sus dedos en zonas tan sensibles fue una experiencia abrasadoramente violenta, deliociosa. Cuando fue le turno de Nindra, ella buscó los puntos sensibles de Gideon tocándolo por todas partes; tenía las manos diestras y no se cansaba con facilidad, quería darle placer y poner a prueba su paciencia, su displicina y la rigidez marcial que la excitaba tantísimo.
Al cabo de un rato bajaron a los baños para relajarse y lavarse. Nindra le lanzaba miradas depredadoras a Gideon, pero siempre buscando un lugar donde hiciese pie porque no sabía nadar y le tenía bastante miedo a las zonas más hondas de la gran piscina de agua caliente. Cuando él se movía, ella se alejaba, jugando a ser perseguida y dejándose agarrar cuando ya no soportaba estar más tiempo apartada. Charlaron sobre banalidades, se acariciaron bajo el agua y regresaron a la habitación. Gideon aplicó besos sobre el cuerpo de Nindra, dirigiendo los labios hacia el centro del cuerpo femenino, dejando por el camino un rastro áspero con su barba que a Nindra parecía encantarle. Cuando hundió la cabeza entre los muslos de la hechicera, la habitación empezó a brillar con luces de colores para Nindra. Se agarró a las sábanas y armó tal escándalo que el Marqués tenía que estar escuchándola desde el piso de abajo, idea que provocó que Gideon se aplicara con más fervor a la tarea de saborear los orgasmos de su compañera y esforzarse en que gritara más alto. Lengua, dedos, labios, saliva; cosas que no sabía que se podían hacer y que le causaban una profunda preocupación, pues no sabía como reaccionaría su cuerpo ante semejante descontrol. Nindra retozó febrilmente junto a Gideon envuelta en húmedo calor, olor a lavanda y sexo. Sonrojada y sin aliento, se arrojó sobre él como si quisiera tomar venganza, dirigiéndo los labios hacia el miembro masculino al que dedicó una atención desmedida, agradable a la par que escandalosa y muy, muy intensa. Los sonidos en la habitación eran una mezcla de suspiros y succiones, gruñidos y jadeos y en cualquier momento la habitación estallaría en llamas.
Un par de horas más tarde, los dos descansaban en la cama con el cuerpo exhausto y una sonrisa la cara. Nindra tenía la mano sobre el miembro de Gideon, que reposaba como el guerrero que descansa tras una batalla. Lo acariciaba, pero sin ninguna pretensión, tan solo dejando pasar el tiempo mientras disfrutaba del tacto y la compañía.
—"Ella lo encontró en el momento más oscuro de su vida, y llenó un vacío que él no sabía que existía" —había respondido Guideon. Ahora que la sorpresa de la revelación había pasado, Guideon volvía a parecer aquel hombre sabio y elocuente que Nindra conocía. Sonrió. —. No es ningún pasaje de ningún texto sagrado, sino una entrada de mi viejo diario, cuando pasé mi prueba, llegué a la cima de la Montaña Siemprenevada y Saule me encontró.
Guideon tomó un rizo travieso de Nindra y se lo quitó de la frente para colocárselo con ternura detrás de una oreja.
—Hoy he tenido una sensación semejante, no por más mundana, menos reveladora —le dijo antes de acariciar sus labios con los propios.
Dudó un instante.
—Hacía mucho que no mantenía relaciones con una mujer —confesó—, aunque jamás he vivido una experiencia tan intensa como esta. Me haces pensar que has tenido una experiencia mucho más amplia que la mía.
Alzó la ceja en un gesto inquisitivo, dejando en el aire la pregunta que antes había formulado en su mente.
—¡Por cierto! No... esperaba esto. No he tomado hierba de cassil y me preguntaba si... —interrumpió el razonamiento. Quizá estaba siendo sumamente descortés en la intimidad del momento—, eh... si querías que te trajera algo de raíz de Nara.
Nindra apoyaba la mejilla contra su hombro mientras él hablaba, a ella se le habían acabado las palabras después de tanto gritar.
-Háblame de ello -pidió, cuando él habló sobre su epifanía. Debía ser algo parecido a lo que ella había sentido cuando encontró su salvación en ellos.
Acarició su cuerpo mientras hablaban, cuando le entraba apetencia. Siguió la línea de sus fuertes músculos y las cicatrices que alguna que otra batalla le había dejado como recuerdo. Lo había visto curar con sus propias manos a Alderic y no dejaba de ser algo fascinante; como conjuradora había visto y hecho bastante, pero aún conservaba la capacidad para el asombro. Le besó las manos que tanto placer le habían dado, pero había en el gesto algo más que simple agradecimiento. También había admiración. Ella nunca había sentido el dolor de una espada o un conjuro en su cuerpo, no había estado en primera línea como ellos, pero eso podía cambiar. La idea del dolor la aterraba de un modo atroz, se apretó contra el cuerpo del clérigo para seguir bajo su protección.
-¿Experiencia sexual? -dijo riéndose-. Solo he tenido dos amantes en toda mi vida y el segundo eres tú. Bueno... existe un tercero, pero... creo que ese no cuenta -tartamudeó, algo que no solía hacer. Le daba vergüenza admitir esa experiencia sexual delante de Gideon por su naturaleza poco común. Se cubrió la boca con una mano mientras se aguantaba la risa-. Sí que debería contar, pero seguro que te caes de la cama si te lo digo.
Se sentó sobre el colchón con las piernas cruzadas, aún desnuda. No tenía frío, la sola presencia de Gideon le daba mucho calor a pesar de que fuera podía empezar a nevar de un momento a otro. Las habitaciones eran calientes, aquella posada valía cada luna pagada por ella, e incluso más. El pelo de la hechicera, ya seco, estaba alborotado como está el cabello de una mujer que ha retozado en la cama durante horas. Los mechones, habitualmente ordenados y lacios, ondulaban alrededor de su cara rebosante de felicidad y caían sobre los hombros redondos. Las secuelas de la batalla estaban presente en su piel, las rojeces de los besos y las caricias, marcas que iban a permanecer durante un tiempo grabadas allí por haber apretado demasiado su carne blanda o succionar durante demasiado tiempo en una zona concreta. Y también otras secuelas, que no se veían a simple vista, pero que podían ser consecuencia de la pasión desmedida de los dos amantes.
La expresión somnolienta de Nindra decía a las claras que no estaba en absoluto arrepentida de nada.
-¿Hierba de cassil? -preguntó, ladeando la cabeza-. ¿Y para qué quiero yo una raíz de...? ¡Oh! Ya veo... ¡Oh!
Recordaba haber leído algo sobre las propiedades de aquella planta y también recordaba haber escuchado hablar a las mujeres en el mercado de la ciudad. Jesen no había utilizado nada de eso, no se lo había comentado ni propuesto. Tampoco ella lo había hecho cuando decidió probar con otro amante diferente y aquello sí que había sido un gran riesgo. Por supuesto, su padre no le había hablado acerca de métodos anticonceptivos, le habría dado un ataque y la habría acusado de ser una fresca por querer usarlos. Ya le había dado un ataque cuando se enteró de lo de Jesen y había estado punto de desmayarse cuando ella le preguntó acerca de sus periodos de sangrado. Nindra sabía muy poco acerca de su naturaleza reproductiva y en la torre, los libros daban por hecho que tenías que saberlo. Se rascó la cabeza, pensando durante un largo silencio que debía estar incomodando a Gideon. Si a pesar de lo vivido no se había quedado embarazada, dudaba que fuese capaz de hacerlo ahora; concluyó que, estadísticamente y calculando los márgenes de error, no era fértil durante una parte de su ciclo.
-Oh, ya veo por dónde vas -murmuró con una sonrisa traviesa, esa expresión que hacía sonar todas las alarmas. No había respondido a la pregunta. ¿Deliberadamente o no? Gideon no lo podía saber-. Quieres hacerlo otra vez, ¿verdad? Quieres derramarte en mi interior porque te gusta. A mí me encanta la sensación que me dejas, me quemas cuando lo haces, ¿lo sabías? Te siento dentro de mí todavía. Confiesa, tienes raíz en la mochila, ¿a que sí? Para que hagamos el amor muchas veces. Seguro que Alderic te la ha prestado "por si las moscas". Porque si no tienes aquí y ahora, no pienso dejar que salgas a buscarla. -Se reía mientras reptaba por encima del cuerpo del sacerdote y se colocaba a horcajadas encima de él. Otra vez. Movió las manos por su pecho y su vientre, haciéndolo estremecer cuando le arañó el estómago con algo de fuerza-. No, no te dejaré ir hasta que me folles como a ti te gusta, ¿qué te parece eso?
Guideon no había hablado con nadie de lo que había sucedido en la cima de la montaña desde la matanza en el Templo de Seyran, ni siquiera con Alderic, su mejor amigo. Había pensado que si los ancianos, los hombres más sabios que él había conocido, no habían podido aceptar la verdad irrebatible de la montaña sagrada, ¿quién podría? Lo que había sucedido el día de hoy, la conexión que había alcanzado con Nindra más allá de la física, le había dado la sensación de él y ella, dos almas confundidas, habían logrado un atisbo de comprensión mutua. Quizá a ella podía contárselo. Quizá ella pudiera comprender.
Afortunadamente para Guideon, la conversación tomó otros derroteros, y pudo postponer la decisión.
—No creo que sea para tanto —le quitó hierro al asunto de los amantes—. ¿Por qué lo dices, por que no era humano? ¿Qué era, un elfo? ¿Un enano? —amplió la sonrisa—. ¿Un enano negro y travestido?
Río de su propia ocurrencia, ajeno aún a la exótica naturaleza del amante de Nindra. Después escuchó a su amante dar vueltas sobre la hierba cassil, y hablar sobre hacerlo una vez más. No es que estuviera cansado, es que estaba extenuado. Necesitaría comer algo para reponerse de la larga tarde placer. Un zumo de naranja estaría bien.
—¿Y qué hemos estado haciendo toda la tarde? ¿Hacerlo como no me gusta? —bromeó. Guideon era el tipo de hombre que le costaba pronunciar palabras como "follar", "polla" o "coño"—. A lo que me refiero es...
Bajó la mirada y acarició sus muslos con suavidad. No podía creer que estuvieran teniendo esta conversación.
—Los dos estamos en edad fértil, y si no tomas la raíz de Nara podrías quedarte embarazada —dijo en un tono de voz bajo—. ¿No te asusta la idea de llevar un hijo mío en las entrañas con el tipo de vida que llevamos?
Nindra no sabía lo que era un travestido, más tarde se lo preguntaría. Por lo pronto, ya que el sacerdote sacaba el tema y estaban cómodamente unidos, le sonrió.
-En una ocasión, por pura suerte, convoqué a una criatura de otro plano. Era peligroso, supongo, en aquel momento no lo pensé porque estaba muy enfadada. La experiencia fue muy... instructiva-. Se sonrojó violentamente, luego se echó a reír-. Cuando se lo conté a Mediocrus se puso a gritar como un condenado, tenías que haberle visto la cara -dijo sin parar de reír.
Mientras le acariciaba los brazos, pensó en lo que le decía.
-¿Y qué tipo de vida llevamos? Hace menos de tres meses pensaba que moriría de vieja en la torre -"O asesinada por mi propio padre..." pensó, pero no lo dijo-. Y ahora tengo debajo de mí a un elegido de Saule con una enorme y fabulosa... lanza -canturreó riendo-. Y me bendice con su poder, con su calor y con su simiente. Así que no me he planteado el tipo de vida que llevo. Aún en el caso de que me quedase embarazada, cosa poco probable dada mi edad, los conjuros a los que he sido sometida y a que no soy especialmente fértil, lo recibiría con alegría. ¿Qué hay de ti? ¿No te gustaría tener descendencia? -volvió a sonreír.
Su indiferencia ante el tema parecía sincera. Nindra no había visto más mundo que su torre, una pequeña aldea y alguna que otra ciudad grande junto a sus compañeros. Siempre con la nariz metida en los libros y sus rollos de pergamino, apenas reaccionaba a la realidad del mundo, como tampoco se cuestionaba los peligros a los que se exponía.
-Yo fui una niña abandonada, ¿sabías? Mi padre, Mediocrus, no es tal; me recogió en un orfanato cuando yo tenía cinco años. Era un sitio espantoso, oscuro y horripilante. Cuando lo recuerdo me entran escalofríos. Los clérigos que nos cuidaban adoraban a un dios, estaba representado con la imagen de un hombre ahorcado, que colgaba de una soga con las manos atadas a la espalda. Por la noche, el viento movía la figura y a veces todavía recuerdo el sonido de la madera arañando la piedra-. Se estremeció visiblemente, su piel se puso de gallina-. No me gustaría que una niña mía pasase por eso, a decir verdad. Sola, asustada y pensando que nadie la quiere...
Guideon estuvo a punto de servirse un vaso de agua, llenarse la boca de líquido elemento y escupirla como un sifón para expresar su asombro. ¿Una criatura de otro plano? Prefería no preguntar más, por el momento...
—Los orfanatos deben ser lugares horribles —asintió Guideon—. A mi me recogieron unos cazadores del Templo de Seyran, recién nacido, de los brazos congelados de mi padre. Murieron tratando de escalar la montaña. Yo tampoco llegué a conocerlos, y aunque nunca encajé en la abadía... creo que tuve una infancia más feliz y más normal que la tuya.
»Algunas veces me he preguntado si sería un buen padre —confesó—. No tengo un modelo a seguir, si uno exceptúa la rígida disciplina de los templarios, pero lo que me preocupa ahora es que nuestra vida podría estar en peligro en un abrir y cerrar de ojos. Tu padre debe estar buscándote. Los templarios de Seyran quieren matarme, y Alderic también está en caza y captura. ¿Qué tipo de infancia podríamos ofrecer a una criatura, siempre huyendo, siempre mirando por encima del hombro, siempre con miedo de que nos encuentren y nos maten? El amor de unos padres no es suficiente, los niños necesitan más cosas.
-Supongo que tienes razón -accedió tras escucharle-. Sería una irresponsabilidad por nuestra parte que algo que de momento solo nos concierne a nosotros, trasciencia y provoque dolor en otra persona que está por venir. Lo que me has contado de tus padres es... horrible. Pero supongo que al menos ellos te querían, querían que estuvieses con ellos si murieron tratando de salvarte. Yo eso no lo podré saber...
Había algo de tristeza, pero también de resignación. A decir verdad, no se había parado a pensar en asuntos de amor hacia otra persona y en ese sentido, Nindra no había querido nunca a nadie porque nadie la había querido a ella. Si sus padres no la habían amado, ¿por qué habría de hacerlo alguien que no era ni de su sangre, como su padrastro? Era extraño que él quisiera cuidarla para luego acabar con su vida, ella misma, a la fuerza, había llegado a tenerle cariño. Pero la traición dolía bastante.
-No entiendo todavía por qué os persiguen -dijo Nindra al rato, dejándose caer en la cama con pereza-. ¿Sois delincuentes? Oh, vaya, ¿he estado viajando con delincuentes todo este tiempo -comento riéndose-. ¿He dejado que un delincuente me seduzca y me lleve por el camino de la perdición? -dramatizó exageradamente y se llevó una mano al pecho y la otra a la cabeza, como había visto hacer en los teatros de la aldea-. Oh, ¿qué será de mí? Yo solo era una doncella en una torre y ahora soy la amante de un peligroso criminal. Venga, ¿de qué se trata? No puede ser peor que a mí me quieran utilizar como parte de un conjuro para lograr la vida eterna... O que convocara a una criatura planaria para mantener relaciones sexuales. Va, cuenta, ¿a quién le clavaste tu lanza?
Le clavó el dedito en el brazo para pincharlo, aunque el tono en que lo preguntaba seguía siendo en broma. Ya habían hablado de ello, pero por un lado, Nindra no sabía los detalles y, por otro, tampoco le interesaba demasiado preguntarlo porque confiaba en que él se lo contaría cuando se sintiera preparado. Sabía, en lo más hondo, que si perseguían a Gideon era por una buena razón y no porque esta fuera equivocada. Él no era en absoluto una persona malvada, así que no se trataba de ningún delincuente. Y Alderic, a pesar de su mala actitud, era un buen compañero. ¿Dónde estaría ahora? ¿Perdido entre los muslos de la jovencita de la taberna o con la prostituta sin dientes?
Guideon lanzó un hondo suspiro.
—No me corresponde discutir la historia de Alderic pero en lo que a mi respecta: sí, soy un criminal, un asesino y un hereje. Maté a los ancianos del templo de Seyran que me acogió y me crió, y también a la capitana de los templarios que me enseñó a blandir la lanza. Puedo decirte que era mi vida o la de ellos, puedo contarte mis motivos, pero al final siempre estamos solos frente a nuestros actos, ¿verdad? —preguntó Guideon sin esperar respuesta, consuelo o confort—. Con el paso del tiempo supe que la opción más sabia hubiera sido no contarle a nadie nada de lo que vi y sentí en la cima de la montaña. Marcharme muy lejos. Nadie habría sufrido ningún daño así. Me prometí a mi mismo que nunca contaría mi historia a nadie, y he cumplido mi promesa, hasta ahora. Ni siquiera Alderic sabe esto, y así debe seguir siendo...
Entonces miró a Nindra con ojos febriles.
—... pero creo que tú podrías comprender, incluso si tu fe no es la misma que la mía.
Los ojos del clérigo contemplaron el pasado mientras se perdían en los ojos de Nindra. La verdad empezó a brotar de sus labios, arrolladora, desbordante.
—Mis padres murieron escalando la montaña, y yo heredé su deseo de escalar las faldas de la montaña. Era como un picor que nunca se iba, pero todo lo que me habían enseñado en el Templo de Seyran me advertía que la montaña se cobraría algo más que mi vida si alguna vez llegaba a intentarlo. Solo los más valientes y capaces se atrevían a una subida semejante. La montaña era solo para los que fueran dignos de ella, y nadie nunca me había hecho sentir merecedor de nada. No fue su culpa —explicó rapidamente—, sino mía. Yo era un joven impertinente y mordaz, que siempre discutía con los ancianos, siempre cuestionando sus enseñanzas como si hubiera algo que no nos estuvieran diciendo. Con cada día que pasaba, más solo me sentía entre los muros del templo, más seguro de que había algún aspecto esencial de mi vida que no quedaba satisfecho. Yo era el único idiota que, en un templo de adoradores del sol, se marchaba de los aposentos de los aprendices para ver cómo los frescos manantiales que rodeaban la montaña se volvían plateados a la luz del Cinturón de Saule.
Negó con la cabeza.
—Una noche sin luna, cuando el Cinturón de Saule brillaba en el cielo con todo su esplendor encontré a un anciana envuelta en un mano de piel de oso, caminando fatigosamente por el largo camino que llevaba a la cima. Sí, ese manto de oso —asintió, dando un cabeceo en dirección a la silla en cuyo respaldo habían dejado las sirvientas el manto—. Me pidió ayuda. Me dijo que tenía que quería alcanzar lo alto de la montaña antes de que llegase la mañana, cosa que yo sabía imposible. Aún así, salté por encima del muro y cogí a la mujer del brazo, y la guié montaña arriba, asombrado de que alguien de su edad hubiese podido llegar tan lejos. Ascendimos durante horas, por encima de las nubes y a través del aire frío. A pesar de su edad, la mujer seguía subiendo y me rogaba que siguiese adelante cuando daba un traspié o cuando el aire se volvió cortante y frío.
»A medida que pasaba la noche, perdí la noción del tiempo mientras las estrellas giraban en lo alto y todo excepto la montaña desaparecía de mi vista. Cada vez que mis pasos vacilaban, sacaba fuerzas del pálido brillo del Cinturón de Saule. Finalmente, caí de rodillas, exhausto, agotado más allá de lo imaginable. Mi cuerpo había llegado al límite de sus fuerzas. Cuando alcé la vista, vi que, de alguna manera, habíamos conseguido llegar a la cima de la montaña, una hazaña que no podría haber sido posible en una sola noche. La cima estaba envuelta en torrentes de luz fantasmal, velos de luz radiante, y espirales de vivos colores. El brillo fantasmal de una ciudad enorme de plata y oro se cernía en el aire.
»Busqué a mi compañera, pero la anciana no se encontraba por ningún lado. La única prueba de que estuvo allí era el manto de piel de oso que ahora cubría mis hombros. Al mirar hacia la luz —casi exhaló Guideon, anhelante— vi la promesa de que ese vacío que siempre había sentido en mi interior se llenaría; la aceptación y la oportunidad de ser parte de algo más grande de lo que nunca había podido imaginar. Era lo que había deseado durante toda mi vida sin llegar siquiera a saberlo. Una vitalidad renovada me recorrió cuando me puse de pie. Di un paso vacilante hacia el increíble panorama. Con cada respiración, mi determinación se volvía más firme.
»Entonces a luz se intensificó y grité cuando me inundó; sentí una unión con algo inmenso e inhumano, sumamente ancestral y poderoso. La sensación fue dolorosa, pero también gozosa. Un momento o una eternidad que fue tan reveladora como ilusoria. Cuando la luz se desvaneció, la sensación de pérdida me produjo un dolor que nunca antes había sentido.
Guideon soltó todo el aire que había estado conteniendo mientras narraba la escena. Contempló los ojos de Nindra, que no podían estar más abiertos, un momento antes de continuar.
—Bajé de la montaña a trompicones en un estado de fuga, ajeno a mi alrededor, hasta que me encontré ante una grieta en la ladera de la montaña. Era la boca de una cueva que hubiese sido invisible de no ser por las sombras de la luz del Cinturón de Saule. Muerto de frío y necesitado de un refugio para pasar la noche, me adentré en la cueva en busca de cobijo. En el interior, encontré las ruinas derruidas de lo que antaño debió ser un templo, o quizá una amplia cámara de audiencias. Sus agrietados muros estaban cubiertos de frescos descoloridos que representaban guerreros plateados y dorados, y unos monjes de túnicas negras luchando para defenderse de una horda interminable de monstruos grotescos mientras cometas de luz abrasadora caían del cielo.
»En el centro de la cámara se alzaba una lanza y una armadura —dijo, señalando ahora su armadura y su lanza—. Reflejado en el brillo de la armadura, vi que una runa refulgía en mi frente con una luz incandescente. Reconocí el símbolo de forma inmediata: era el mismo símbolo que aparecía en las páginas de un manuscrito quemado que había encontrado en la biblioteca, uno que hablaba de una fe casi extinta que hablaba de una segunda deidad solar, Saule. Era mi momento. Podía darle la espalda a mi destino o decidir aceptarlo.
»Alargué el brazo, y cuando mis dedos tocaron el frío acero de la armadura, apareció en mi mente un estallido de imágenes de vidas que nunca había vivido, recuerdos que nunca había tenido y sensaciones que nunca había experimentado. Los vestigios de una historia antigua sacudían mi mente como si fuesen una ventisca; secretos que escapaban a mi comprensión e innumerables porvenires dispersados como polvo llevado por el viento.
»Cuando las visiones se desvanecieron, descubrí que estaba ataviado con la armadura plateada. Tan bien me quedaba que parecía que había sido forjada especialmente para mi. Los conocimientos recién adquiridos seguían aflorando en mi mente, pero la mayor parte seguía siendo inalcanzable, como una imagen dividida entre la luz y la sombra. Seguía siendo yo, pero también era algo más, algo eterno —examinó el efecto que aquella revelación tenía en su amante antes de continuar. No le extrañaría que lo rechazara cuando supiera que era algo más que un humano—. Abandoné la cueva de la montaña y me abrí paso con decisión hacia el templo de Seyran. Sabía que tenía que decir a los ancianos lo que había descubierto.
»Helvia, la capitana y mejor guerrera de templarios de Seyran, salió a mi encuentro a las puertas del templo. Fui conducido ante los ancianos del templo, que escucharon con un pavor creciente lo que había aprendido sobre Seyran y Saule. Cuando finalicé mi historia, los ancianos me tacharon inmediatamente de hereje, blasfemo y divulgador de dioses falsos. Había solo un castigo que podía enmendar un crimen tan horrendo: la muerte.
Cerró los ojos.
—Lo demás ya lo sabes.
Motivo: Saber (Planos)
Tirada: 1d20
Resultado: 5(+9)=14
Fue Nindra la que estuvo a punto de caerse de la cama. Al principio había pensado que él no le contaría nada, no tenía por qué hacerlo y ella no se lo exigía, solo estaba bromeando. Sin embargo, a medida que hablaba, y por las miradas que le dirigía de tanto en tanto, estaba claro que se lo iba a contar todo. Y no iba a escatimar en detalles. Nindra no lo quería escuchar, le parecía algo demasiado íntimo, demasiado violento. Por todos los demonios, habían compartido la cama, había dejado que él entrase en ella de todas las formas posibles y ella lo había aceptado con agrado y con total confianza. ¿Y ahora le daba miedo escuchar lo que tenía que decir? Sí, porque presentía lo que le iba a contar. No tanto los detalles en sí mismos ni por la historia, sino por la carga emocional que eso iba a tener en él y en ella. A medida que él revelaba cosas, ella se iba sintiendo cada vez más... insignificante. La situación era tremendamente irónica, ella frivolizaba sobre una estúpida relación sexual con una criatura extraplanaria y él le contaba como había tenido una revelación divina hasta entrar en comunión con su diosa, llevándose por delante media docena de vidas.
Quería ponerse a llorar. Si en lugar de apoyar a Gideon se autocompadecía de sí misma, haría el ridículo por varios motivos, principalmente porque él se lo estaba contando para compartir el peso de algo que lo atormentaba. La inseguridad comenzó a hacer de las suyas, una inseguridad que creía ya desterrada para siempre; pero no, ahí estaba para recordarle con contundecia divina que ella era insignificante. Que su vida no valía nada, que solo era una personita totalmente prescindible, que su única valía residía en lo que un mago podía extraer de ella. Nindra no tenía más convicciones que las que ella se había buscado por su cuenta y no tenía fe, no tenía una deidad que la protegiera, la guiara o le diera fuerzas cuando se sentía como se sentía ahora. Totalmente perdida. Aún así, se esforzó porque no se le notara demasiado, Gideon le estaba contando algo de gran importancia y ella tenía que escucharle aunque no quisiera.
Al final del relato se hizo el silencio, un silencio molesto e incómodo. Nindra, todavía sentada, cogió las manos de Gideon y giró para observarlas largo rato, siguiendo las líneas con los dedos, acariciando las callosidades y las cicatrices. Pero a él no lo miró en ningún momento. Parpadeó para apartar las lágrimas antes de que florecieran e hizo lo de costumbre: tragárselo y guardarlo para sí. ¿Qué podía responderle? ¿Qué podía decirle? Cualquier cosa que dijera sería absurda, estaba en la cama con algo parecido a un dios entre mortales. Su poder era mucho más fuerte que el suyo. Ella podía convocar bichitos, crear ráfagas de aire o calentar un plato de comida. Podía encencer lucecitas de colores o barrer el polvo de una habitación con un movimiento de la mano.
¿Y él? Él podía dar vida igual que podía dar muerte. Su historia era terrible y había sufrido mucho. Había cometido errores muy graves, pero estaba arrepentido. Ella, en cambio, no había cometido ningún error. Apoyó la mejilla en su mano y cerró los ojos. Mejor no decir nada; mejor, simplemente, estar ahí. Porque era el único consuelo que le podía ofrecer, si eso era lo que necesitaba. Porque era él quién necesitaba su apoyo y no al revés; ella era intrascendente, él estaba tocado por los dioses. Ahora se trataba de la Historia de Gideon, la de Nindra no le importaba a nadie.
-Yo nunca he matado a nadie -comentó cuando pensó que ya había pasado un tiempo prudencial. Tenía la voz un poco extraña, no era la alegre melodía de costumbre. Y había dicho una estúpidez. Nindra nunca decía estupideces.
Se levantó de la cama sin saber muy bien qué hacer. Se aproximó a la armadura y la observó con cierto recelo. La tocó y, antes de que él hiciera o dijera nada, trató de leer la magia que había en ella. No había nada más que emanaciones que confirmaban que estaba imbuida en poder mágico, pero no encontró nada significativo.
-Es curioso... -murmuró apartando las manos de la coraza y sin girarse hacia él. Seguía desnuda y ahora tenía frío. Antes le habría apetecido ponerse la piel de lobo por encima de los hombros, ahora no le hacía mucha gracia-. ¿Sabes que lo más interesante que yo he hecho en mi vida ha sido follar con un demonio y ahora... con un semidiós?
Sí, desde luego que frivolizar se le daba de lujo. En su broma no había diversión, solo resignación.
Guideon llegó a una súbita realización: haberse convertido en algo más que un hombre lo hacía también menos que un hombre. Ahora Nindra no lo veía como hombre, sino como un símbolo. El clérigo temía haber abierto un abismo entre ellos, apenas un instante antes de haber estado tan unidos.
Guideon no sabía lo que era, exactamente, pero tenía claro que no era un semidiós. Era tan mortal como cualquiera: si le pinchaban, sangraba. Si le golpeaban, le dolía, pero la expresión desvalida de Nindra dejaba a las claras que había terminado el momento de hablar de si mismo. De hecho, temía haber abusado de la confianza y complicidad que daba la alcoba.
Guideon se levantó de la cama y estrechó a Nindra entre sus brazos, tan fuerte como si quisiera que su cuerpo y el de ella se fundieran en uno sólo, esta vez de manera diferente.
—Dijiste que lo convocaste por error, porque estabas enfadada. Cuéntame qué trajiste al plano material y qué paso.
Nindra aceptó el abrazo y se agarró de sus brazos. Los brazos de un hombre que estaba más allá de este mundo. No quería su compasión, pero la necesitaba. Nadie se había compadecido de ella o la había consolado. Nadie la había abrazado por que sí para hacer que se sintiera mejor o no tuviera miedo. Ella no lo había querido tampoco, pero a veces, era bonito que alguien te quisiera hacer sentir bien.
-Fue una tontería -dijo. Al clérigo no le hizo falta mirarla a la cara para saber que estaba llorando-. La torre donde me encontrasteis estaba antes en otra ciudad... Yo conocí a alguien allí, en ese pueblo. Solo quería... divertirme-. Apretó los labios para no sollozar, pero por la forma en que temblaba, él ya lo tenía que estar notando. Se sentía como una tonta, así que empezó a hablar muy deprisa-. Crecí sola con mi padre, en la torre, de la que nunca me dejaba salir. Como no tenía mis propios amigos, los convocaba, pero o se morían o desaparecían a los pocos minutos. Ni siquiera tuve mascotas, todas se escapaban de la torre y nunca volvía a verlas. Cuando por fin me dejó salir al pueblo, se me hizo tarde a la hora de regresar y él se enfadó conmigo. Estuve una semana castigada. Después me dejó ir al pueblo y llegamos al acuerdo de que estaría en la aldea al menos durante dos horas, no más, si realizaba todos sus encargos. Ese fue el trato. Entonces conocí a Jesen... yo era ya muy mayor así que me dije "¿Por qué no? Él solo querrá acostarse contigo una vez y ya está, luego buscará otra conquista con la que divertirse". Fue bueno conmigo y resultó que yo le gustaba y volvimos a vernos.
Se aferró más fuerte a los brazos de Gideon. Estaba siendo demasiado sincera y no se merecía que lo aburriera con sus historias tontas y mundanas.
-Mi padre se enteró... y movió la torre de lugar. La puso en la puñetera cima de la montaña dónde me encontrasteis vosotros. Se enfadó y cuanto más enfadado estaba, más me reía de él, porque era ridículo, parecía una vieja ofendida, como si hubiese hecho algo malo. Decía no sé qué estupideces sobre mi pureza... Y mi virginidad. Tonterías, ni siquiera sabía explicarme lo que me sucedía cuando sangraba todos los meses, tuve que enterarme por las mujeres de la aldea. En la aldea tenía cosas pero en la montaña ya no había nada. Empezamos a pelearnos con mucha frecuencia, no me dejaba salir de la torre y un día que no estaba me colé en su estudio para fastidiarlo, estuve a punto de quemar sus investigaciones. Encontré libros y pergaminos con hechizos diabólicos y uno de ellos parecía estar relacionado con la convocación de un demonio. Así que lo leí, no pensé que conseguiría hacerlo funcionar y durante un momento, cuando se abrió el portal, pensé que acabaría muerta... Pero al otro lado apareció un... íncubo... O algo, no sé lo que era, pero era un demonio. Y era... era precioso. No había visto nada tan hermoso en mi vida. Supongo que estaba imbuido en algún tipo de magia para que su apariencia me hechizase, pero es que me dio igual. Él me... propuso, bueno, no sé si proponer es la palabra... pero yo le dije que sí. Estuvo conmigo hasta que el portal comenzó a desvanecerse y entonces se marchó. Y ya está -dijo, tragando saliva-. Eso es todo. Eso es todo lo que hay de mí.
¿Un íncubo?
De pronto no se sintió un amante tan hábil y atento, pero lo último que necesitaba Nindra era reafirmar su virilidad y capacidad amatoria.
Tampoco es que tuviera mucha idea de qué hacer con una mujer llorando entre sus brazos, aparte de sentirse terriblemente culpable. De modo que la estrechó entre sus brazos y, simplemente, escuchó su historia en silencio y con atención. No sabía qué decirle para animarla, así que empezó a hablar sin ton ni son para llenar el silencio, sin saber realmente qué es lo que estaba diciendo o a dónde quería llegar con el razonamiento.
—Ves el fluir de los acontecimientos, y eres capaz de darte cuenta de cuál sería la forma más sencilla de encontrar tu sitio en él, pero te atreves a hacerle frente. Lo miras y dices "ese destino no se ajusta a mí, no permitiré que me suceda".
Tomó la cara entre sus manos y le depositó un beso en sus cabellos.
—Pocas personas son capaces de hacer eso. La mayoría de la gente despotrican y reniegan de la tela que les ha tejido el destino, pero aún así la cogen y se la ponen, y la mayoría la viste hasta el fin de sus días. Tú... tú preferirías adentrarte desnuda en la tormenta.
Le repartió besos por toda la cara, saboreando el gusto salado de sus lágrimas. Cuando terminó acarició su nariz con la suya propia.
—Y no voy a permitir que lo hagas sola. Te acompañaré hasta el ojo de la tormenta y allí encontraremos la paz.
-Ay, Gideon -suspiró ella, sorbiendo graciosamente por la nariz.
Le acarició la cara, el cuello y los brazos. El tacto se había vuelto muy importante para Nindra, el hecho de poder tener la presencia de alguien cerca a quién poder tocar era algo vital. Temía que fuera a desaparecer en cualquier momento, por cualquier acontecimiento del destino. Gideon era una persona muy querida, igual que Alderic, pero ahora lo era más. Nindra necesitaba compañeros, personas que estuvieran con ella, que quisieran quererla al menos una parte de lo que ella los quería. No sabía muy bien si eso era egoísta, pero se esforzaría en que valiera la pena.
Gideon, como de costumbre más sabio y sereno que ella, le dio ánimos. Vaya tontería, el que necesitaba ánimo era él tras revelarle su cruel pasado, el que lo atormentaba y el que no le había contado ni siquiera a su amigo. Debería sentirse orgullosa, pero le daba pena no poder estar a la altura. Ella le había contado el único secreto que tenía y ahora era totalmente transparente para él. No tenía nada que esconder.
-Ay, Gideon -suspiró de nuevo-. Vamos a la cama, por favor.
No quería seguir hablando. Se sentía un poco triste, pero tenía que celebrar los besos de Gideon y aprovechar al máximo ese momento. Era como sus dos horas diarias en la aldea, horas que aprovechaba porque después se perderían. Vendrían otros momentos, pero nunca mejores. Una vez volvieran al camino, ¿quién sabía si podrían volver a disfrutar de la intimidad?
-Ay, Gideon, ay... -susurró cuando él la tumbó sobre el colchón con reverencia para hacer de nuevo el amor.
Iban a desatar otra tormenta en el interior de la habitación. ¿Acaso tenían algo mejor que hacer que complacerse el uno al otro? Puede que sí, pero ese momento era de ellos y de nadie más.