Jillip miró a Filbert esperanzado. Aquel mediano solía llevar bastantes cosas encima. Desde la más vulgar hasta la más inverosímil.
- Por una de esas casualidades... - Hizo una breve pausa en la cual no se causó la expectación que pretendía. - ¿No tendrás pegamento?
El mediano sonrió complacido. Mantuvo su carismática mirada fija sobre el desaguisado que representaba ahora aquel torso que se arrastraba por el suelo, que otrora perteneciera a un gnomo que se creía enano y que ahora era nada más y nada menos que un no vivo o un no muerto. Se dio la vuelta, descolgó su mochila, hurgó en su interior y extrajo un bote que elevó hacia el cielo.
- Hecho con las mejores pezuñas de asno de todo Riobajo. - Declaró enseñándole al ingeniero gno muerto, el bote de pegamento.
- No me llamo Gili Pollas, desde que le diste a este mi salchicha solo soy Gili... - Bromeó. Todo momento era bueno para bromear. Incluso cuando a uno acababan de lanzarle desmembrado salvo por un brazo, por la borda de un ingenio mecánico volador.
Y fue cuando de nuevo a Tahtorn le entraron ganas de mear. Y meó, pues su próstata no podía esperar. Y llovió sobre las cabezas del gno muerto y del mediano, aunque por suerte, otra de las propiedades mágicas del sombrero era que actuaba a modo de paraguas. Inisitió mucho en ello cuando lo compró, pues conocía bien al enano gruñón con el que viajaba y conocía bien sus manías a la hora de vacíar la vejiga. El gno muerto si se empapó de orín, pues correr lo que se dice correr, no podía tampoco.
- Hazme un favor y pégame las piernas. Y no te hagas el gracioso pegándolas al revés como lo hizo Imbécil la última vez. - Dijo malhumorado y empapado.
- ¿Los gnomos sois telépatas? - Preguntó sorprendido mientras comenzaba a pegar las piernas del gno muerto.
No era tarea fácil, sobre todo por el olor. ¿Cómo podía oler tan mal un muerto? Era algo que se le escapaba, aunque pensándolo bien... ya... la putrefacción. Quizás debieran comprar un ambientador o mil la próxima vez que parasen en un área de servicio.
¿A qué venía aquella pregunta? Pocos son los que lo saben, pero lo cierto era que rondaba por la cabeza del mediano desde hacía algún tiempo y no encontró mejor ocasión para formularla que en ese preciso instante. Tanta era la expectación depositada en aquella respuesta, que el mediano pegó las piernas al revés y el pegamento empezaba a escasear si tenía que despegarlas y volverlas a pegar. Y el primero en darse cuenta no fue el gnomo precisamente, sino el bueno de Tarhorn.
- ¡Jajaja! - Río con ganas. - ¡Te las ha pegado lo de atrás adelante! - Se escuchó la voz del enano desde arriba
- No soy gnomo, soy enano. - Dijo el gno muerto en tono ofendido.
La identidad racial era algo muy serio para ese gnomonano. Más incluso que el hecho de que ahora tuviera las piernas al revés y no encontrara por ningún lado su otro brazo y su deprimente pichita.
- ¿Y que he dicho yo? - Preguntó Filbert.
Sabía que ese era un tema delicado. No quería ofender a Jillip Ollas. Si hubiera querido ofenderle, lo hubiera hecho mucho mejor. Podía permitirse el lujo de ponerse en contra al gno muerto, pero lo que era totalmente inadmisible era que lo hiciera por un insulto tan vago. Tenía que arreglarlo.
Jillip se miró las piernas tratando de deducir si el señor Imbécil tenía razón, y por desgracia la tenía. No obstante eso no era ahora lo más importante, sino saber porqué demonios el mediano le había llamado gnomo.
- Me has llamado gnomo, y no soy telépata. - Aprovechó una misma frase para aclarar ambas cosas
- No no, os he llamado enano... - Aclaró el mediano, que mintió como un bellaco. - Deben ser vuestras orejas de gnomo las que fallan. - Y posiblemente fallaran, porque a parte de muertas, estaban sucias como alcantarillas, llenas de largas y rizadas hebras de pelo y podridas. Por supuesto que estaban podridas...
- Vale, seguramente he escuchado mal... ¿Habéis visto mi otro brazo? - Jillip tenía que recuperar sus extremidades. Eso era algo bastante necesario.
Fue entonces cuando Misty regresó a la cubierta con la panza llena y vio el espectáculo dantesco que se estaba produciendo allí afuera. Era el momento de poner los cojones sobre la mesa y precisamente cojones a Misty, no le faltaban.
-Pero ¿qué esta pasando aquí? -gritó la capitana desde lo alto del puente de mando, subida a la barandilla, con las manos en las torneadas caderas y cara de pocos amigos-. Me despisto y perdéis el rumbo. Y el del barco también.
Se había puesto cómoda para echarse una siesta después de comer, a través de la camisa holgada al trasluz de la luz del sol se la podía ver como si estuviera completamente desnuda. Se había trenzado la barba junto con el pelo y lo tenía recogido en lo alto de la cabeza en un moñete muy moderno. A la capitana le gustaba ir a la última moda, siempre. Y desnuda cuando se iba a dormir, pero como la tripulación era muy susceptible a sus encantos, se tenía que cubrir para que no tuvieran pesadillas.
-Tathtorn, abajo. Sube a los demás a cubierta. Os habéis desviado tres grados a estribor y nos vamos a estampar contra ese nido de cigüeñas en menos de diez minutos. Quiero llegar a destino antes de que se haga de noche, quiero poner los pies en tierra firme, necesito un baño... y una lanza.
La tripulación ya conocía la insaciabilidad de la capitana, así que no había más que discutir.
—Está bien, capitana —gruñó Tathtorn, lo cierto es que ya se había divertido bastante.
El enano cogió una escoba y un recogedor y se zambulló en el aire, trazando gráciles e intricadas curvas en el aire que le hacían parecer un hipopótamo bailando ballet. Cuando llegó al suelo, recogió con diligencia los pedazos de Jilip Ollas que había desperdigados por el suelo antes de decirle a sus compañeros de tripulación:
—Agarraos a mi —dijo, y como conocía bien a aquel par de bastardos añadió rápidamente:—. De las hombreras de la armadura, que nos conocemos.
Cuando Jilip Ollas y Filbert se agarraron a él cumpliendo las normativas de seguridad en vuelo mágico, aerolíneas Tathtorn despegó del suelo llevándoles de nuevo hacia el barco volador.
—Cuando lleguemos arriba te daré una galletita de esas que tanto te gustan —le murmuró al mediano en un tono cargado de cariño enano-canino.
El Gnomuerto enano se agarró con su único brazo de la bota de Tathorn, único saliente a su alcance, ya que las piernas no le respondían en esa posición. Sabía que tendría una tarde complicada por delante, tendría que deconstruirse y volver a poner todas sus piezas en su lugar si quería encajar en la pequeña sociedad que le había tocado en suerte.
Meneó la cabeza ante la oferta de Tato al Lengualarga, en algún momento el mediano aceptaría y luego pasaría semanas en su barril, llorando por la galletita pedida. Cuando su cabeza finalmente asonó por el horizonte de la cubierta su sol personal lo deslumbró, Misty la capitana, su salvadora, su todo... y con esa camisa sintió que algo amenazaba despertar en su entrepierna, algo que despertó en algún otro lugar del barco.
Refunfuñó ante su suerte y entonces lo decidió, si su apellido no aparecía durante el día pasaría a llamarse Jillil Anza.
-¡Que yo no como galletas, a no ser que sean de avena con pasas, señor!-replicó indignado mientras colgaba de la barba como si de una miga de pan del bocadillo de media mañana se tratase.
-¡Oh, enano volador, de blanca barba
Que en un suspiro al barco se enarba
¡Oh, Gentil enano, llévame con la capitana
¡Para que pueda pegarme a ella cual sargantana!
¡Oh, capitana de barba cual helechos!
¡Deja que este bardo se arrime a tus pechos!
Con una voz realmente bella entonaba una rítmica canción llena de ritmo y sentimiento. De haber sido escuchada por oídos más amables a la música, era probable que aquella composición hubiese sido considerada un clásico instantáneo, pero para desgracia del cantautor, un enano sordo y un gnomuerto dificilmente iban a ser buenos valedores de su música