En ese momento el señor Pritchett cae de culo, parece que ha tocado al extraterrestre y está sufriendo un pequeño ataque.
-No, no, no... no es posible...- musita en el suelo entre convulsiones no demasiado violentas. Aunque la reacción es lo suficiente impresionante como para hacer a su mujer bajar corriendo las escaleras.
Los Pritchett no tardaban ni 10 segundos en mezclar hechos con desvaríos indescifrables. Antes de poder responderles, al padre le pasó algo y Nix se agachó con él.
—¿Qué? ¿Qué te pasa ahora?
Intentó sujetarlo contra el suelo para controlar las convulsiones.
—¡Perkins!
La situación parecía empeorar por momentos. Miro a Pritchett con alarma cuando su cuerpo comienza a convulsionar, aparentemente tras cosa a aquella cosa.
- Joder - musito, enervada por la tensión y también por el miedo. La historia que había contado su mujer, real o no, era inquietante. Aunque renegara de ello, yo también había nacido en este pueblucho, y crecido con historias de superstición que me helaban la sangre cuando era niña.
Me acerco rápido también para auxiliar a Pritchett, ayudando a Nix.
- Quizá debemos alejarlo de la jaula. - digo con nerviosismo- No se que coño hacer, Nix. - y esa afirmación podía joderla, pero era la pura verdad. Después de todo lo que habia visto, los protocolos no servían aquí. Miro a Pritchett, para acabar hablándole - ¿Qué pasa? ¿Qué no es posible?
Trevon sujeta al señor Pritchett, aunque no necesita ser sujetado en sí. Sus ojos están en blanco, aunque los mueve como si estuviera vislumbrando algo. Y así es, toda su vida estaba pasando ante sus ojos, como podría pasar cuando esta está a punto de acabar, o esa sensación tenía Trevon que estaba en primera fila. El hombre se revolvía y luchaba contra lo que fuera que estuviera viendo, hasta que volvió en sí. Posa su mirada lunática en el federal primero y busca rápido a su mujer después.
-Oh, Dios mío...- comienza a decirle a su mujer. -Yo, yo... Soy yo. Lo siento, no sabía Maria. Soy como ellos, soy ellos- señala la cosa de la jaula. -Por eso buscan a Jonah...
Después sus ojos van a buscar con la mirada a la agente Perkins.
-Jonah es un híbrido, lo quieren de vuelta porque quieren hacer más cómo él. O mi pobre Jonah...
Maria da algunos pasos hacia atrás al escuchar eso, con disgusto y algo de asco, al tiempo que el hombre se incorpora.
Alguien quería al niño. Nix, también. El resto del desvarío de Pritchett era contingente.
-¿Y dónde está? ¿Dónde está el niño?
¿No se lo había llevado no sé quién gente mágica? ¿La misma que lo busca?
Me empezaba a sentir un poco sobre pasada. Si no era suficiente lo que estábamos viendo, ahora venía Pritchett con esto... Le miro un poco sin palabras y luego a Nix. ¿De pronto aparecería alguien diciendo que era una maldita cámara oculta? Ni se aparta del señor, ni le mira con ninguna forma que no sea cierta incredulidad por el momento, estaba asimilando.
Además, el tipo había dicho antes que el niño lo tenían "ellos".
- Eso ¿donde coño está el niño? Decías que lo tenían ellos... - ahora si que no sabia que hacer - ¿qué coño hacemos?
Los Pritchett se miran entre ellos sin tener respuestas a dónde está Jonah, al menos no una directa. La mirada de la señora Pritchett se dirige al cielo y en ese momento comienza a desencadenarse otra tormenta. Las luces de la casa parpadean de nuevo ante un rayo que se oye caer no demasiado lejos de la casa.
-Están aquí...- musita Maria y comienza a subir las escaleras despacio, asustada, volviendo del sótano a la cocina para ver si de verdad eran ellos que volvían.
Simplemente no sabía qué decir. No hay protocolos para algo así. Miro a Nix y después procedo a seguir a la mujer, aún armada. El hedor, aquella cosa que seguía enjaulada, la tormenta, los delirios... Todo contribuyó a salir del sótano, dirección a la cocina a la zaga de la señora Pritchett.
Del todo drogados no estaban, de eso estaba segura. El bicho de la jaula no tenía explicación alguna, así que ahora solo quería conocer la verdad. Verla con mis propios ojos.
Nix dejó levantarse al palurdo, al que miraba con fascinación. ¿Qué estaba pasando? La mujer subió y Perkins la siguió.
—Sí, arriba. Arriba, todos.
Agarró a Jackson del brazo y lo empujó a la escalera.
—Tú, arriba, joder ya. ¡Perkins, atenta con este!
Miró a la persona de la jaula. ¿Qué debía hacer con ella? ¿Había muerto o agonizaba? ¿Podía ayudarla? Pritchett había tenido un ataque... ¿al tocarla? ¿O fue casualidad? ¿O fue sugestión?
Había una escoba vieja. La cogió y tanteó a darle toquecitos con el palo al prisionero. Se sentía ridículo haciendo eso. Hacía mucho que debían estar de vuelta al pueblo para llevarle a un hospital.
—¡Eh! ¡Oye! ¿Estás ahí? ¿Puedes oírme?
Mientras Perkins corre escaleras arriba parece oír una tormenta que rodea a la casa, donde los truenos amenazan con partir la misma en dos. Sin embarogno hay lluvia voto consecuencia. Por las ventanas tapiadas puede ver como la electricidad da aquellos fogonazos al tocar el suelo, iluminando parcialmente las oscuras estancias del hogar.
Una tormenta extraña, pero lo más extraño es que aquellos rayos al caer confluyen en el mismo lugar. A unos seis o siete metros de la puerta principal de la casa.
Mientas Nix trata de ayudar a aquella persona enjaulado. El palo se clava en la carne, como si estuviera empujando un trozo de plastilina. El olor es más concentrado al acercarse y le hace tener que reprimir una arcada reflejo. Cuando retira la escoba, la piel o lo que fuera aquello se queda parcialmente adherida. Le hace pensar en un momento en aquel juego para niños que parecía mocos. Incluso habían hecho aquella película llamada flubber en la época en la que se hizo ese juguete famoso.
Las ventanas tapiadas no dejaban ver del todo claro que estaba pasando fuera. También temía acercarme demasiado a una de ellas, por si aquellos rayos me alcanzaban. Pero no puedo evitar abrir la puerta de la casa, atraída por el extraño fenómeno que frente a ella ocurría.
Quizá la curiosidad mató al gato, pero la extrañeza resulta como un imán para la naturaleza humana. Atrás quedaban las órdenes de Nix, como un eco lejano.
Se enderezó, dio un paso atrás, resopló y se rascó la nuca, mentalmente atorado. Ya no estaba muy claro dónde se había torcido todo. ¿No día ser un secuestro infantil normal, de los de toda la vida? ¿Tenía que caerle a él aquella mierda?
Miró el móvil. Seguía sin señal.
—Pues así estamos.
Aquel era el plan. O montaba a todos en el coche y se piraban, o los dejaba esposados y él o la detective iba al pueblo a por refuerzos y médicos. No había otra. El interrogatorio, o lo que fuera aquello, tendría que seguir en la comisaría y mandarían a alguien a la zona a buscar huellas y restos. El niño aparecería descuartizado en un pajar o algo así. O escondido en un armario. Y la cosa-moco aquella, bueno, que se las arreglaran los sanitarios. Sin duda estaba fuera de su alcance.
—Traeremos ayuda —prometió. Y subió corriendo con los demás. Había que acabar con esa locura.
Fuera hay un flash y se puede ver bien poco con aquel fogonazo de luz. Cuando Nix llega a la planta baja, subiendo del sótano, puede ver como la señora Pritchett sale como loca hacia el exterior. Aquello parecía una tormenta eléctrica y ella elegía salir cuando los rayos estaban cayendo a escasos metros de la casa.
El señor Pritchett trató de sujetar a su mujer en vano, se le escapó entre los dedos. Y cuando los tres asomasteis para ver qué sería de la integridad física de aquella mujer, visteis entre relámpagos que abrazaba una figura infantil. Ahí estaba Jonah.