Los muchachos estaban allí, quietos, apretados unos contra los otros. No podían ver bien el cadáver desde allí. Fue Ramón el primero que se acercó. Ya sabíais que él era el más avezado de los tres, el más inteligente tal vez. Los otros dos (Guillén con el saco de liebre desolladas), se acercaron detrás de él, para no quedarse rezagados y solos en aquel claro. Ramón miró entonces al cadáver (no sin tragar saliva). Entonces apretó los ojos en señal de extrañeza y sorpresa.
Es... Gurén. Es él -giró su testa para mirar a su compañeros, invitándoles a asomarse junto a vosotros-. Así lo confirmaron los otros tres.
-Esas son sus prendas, es él -repitió Xurio-.
Será mejor que dejes la ofrenda en la orilla y nos vayamos de aquí -comentó Ramón a Guillén-.
Guillén asintió y agarró con fuerza el saco, y entonces dio unos pasos más allá del cadáver de la bestia. En una zona libre de rocas, dejó el saco sobre la hierba húmeda, junto al sonido del Cascarejo. Se agachó y lo abrió, y allí mismo volcó el interior. Las piezas de liebre fueron vertidas allí. No tardó el joven más que unos instantes en regresar ante vosotros.
-Ya está -dijo Guillén-. Deberíamos irnos, ya esta hecho. Ningún anciano de Riveras creería lo que hay aquí... -añadió, mirando los restos de la bestia-.
-Sí, vámonos, este sitio da muy mala espina -dijo Xurio-. Me... menos mal que habéis venido con nosotros -el joven reconocía vuestro buen hacer-. Estaba claro que ninguno de ellos hubiera luchado como lo habíais hecho vosotros.d
¿Qué hacemos con este cuerpo? -preguntó Ramón-.
Queda poca aventura. Con vuestro siguiente post haced una tirada d100 de Descubrir (difícil -25%).
Gurén. El vecino desaparecido. Gutierre masticó mentalmente la información. ¿Qué le había ocurrido a ese hombre? Era un cazador de un pequeño pueblo, conocido por sus vecinos. Alimentaba a tres lebreles para que le acompañaran en sus partidas de caza. Un tipo normal que se ganaba la vida vendiendo pieles y parte de la carne que se cobraba en sus cacerías. Un tipo como su padre, Gonzalo, o como él mismo. Y en un mes desaparecido, se había convertido en una bestia semihumana que devoraba a cualquier alimaña que se cruzara en su camino, que atacaba a sus iguales sin piedad y sin razón.
—Este ya no es Gurén, Ramón —le respondió al muchacho, todavía arrodillado junto al cadáver—. Ya no es un hombre. Tampoco es un animal. Es una bestia maldita y blasfema. No tocaré su cuerpo. Si queréis enterrarlo o llevároslo al pueblo, sois tres hombres jóvenes y fuertes. Cargad con él. Por mi parte, mi hermana y yo ya hemos hecho más que suficiente.
Se incorporó y echó un vistazo a su alrededor: el arroyo Cascarejo estaba cogiendo fuerza, alimentado por el agua que se escurría desde el hayedo; la línea de árboles al otro lado de la estrecha corriente se veía desdibujada por la lluvia. El joven cazador entrecerró los ojos y alzó una mano hasta la frente para protegerlos del chaparrón. Si alguien les estaba observando desde las sombras bajo esos árboles, no sería fácil de distinguir.
—Oliva... Oli... —Llamó a su hermana con media voz, acercándose a ella—. Será mejor que nos vayamos de aquí. Cuando lleguemos a Rivera curaremos esa herida. —Posó una mano en el delgado hombro de la muchacha y le dio un suave apretón—. Vamos, Oli, tenemos que irnos.
Motivo: Descubrir
Tirada: 1d100
Dificultad: 35-
Resultado: 81 (Fracaso) [81]
La tirada de Descubrir ha sido un fiasco. Ni gastando toda la Suerte podría conseguirlo.
El último aliento de la bestia mitad hombre, mitad lobo, se escapó en una bocanada de desdicha y liberación.
Oliva sintió el abrazo intenso de su hermano, consolándola, dándole espacio también para su propio dolor y manteniéndose todavía en alerta. Era un hombre fuerte de espíritu. Sintió que siempre cuidaría de ella y pudo así cesar su llanto.
Aquella noche habían cruzado su mirada con la misma muerte y ésta les había devuelto una sonrisa, mostrándoles que aún no era el momento.
Los chicos hablaban con Gutierre, pero la muchacha seguía dejándose limpiar por la lluvia, como si necesitara purificar su alma asesina. De pronto se volvió hacia el grupo, resguardado en la espesura del bosque para no calarse. Se acercó a ellos, pero siguió dejando que el agua resbalara sobre su cabeza y su cuerpo. Su ropa rasgada eran ya una segunda piel, pegada a ella hasta no dejar secretos de su delgadez.
—Este no es el final. Hasta donde sé, alguien podría haber hechizado a Gurén para convertirlo en... en algo que ni es hombre ni es lobo, al menos él todavía no lo era. Algo que vive hambriento y desesperado, si es a eso se le puede llamar vida. Quien lo haya hecho, estará en este bosque.
Miró hacia atrás, donde el Cascarejo sonaba guerrero, alimentado por la llovida.
—Un día conocí a una mujer, mi mentora, amante de la naturaleza, los animales y las plantas. Más sabia que cien hombres juntos. Ella me contó sobre la maldición del hombre lupus —hablaba con seguridad, aunque sabía que sus palabras podían ser tomadas como una herejía, mas después de lo vivido, la sinceridad era lo único que podía mantenerlos vivos.— Podéis creerme o no, pero alguien muy poderoso vive en este lugar y no creo que lo abandone. Si nos marchamos al pueblo, a la cabaña de Ramón o a cualquier sitio cercano, ese ser seguirá haciendo cosas como la que hemos vivido esta noche.
Oliva calló. Con semblante serio y preocupado llevó la mirada hacia su hermano. Quería disculparse por no haberle contado nada hasta ahora, delante de aquellos muchachos, pero no había tenido tiempo para hacerlo de otra forma.
—¿Había ocurrido algo por aquí antes de nuestra llegada, a parte de la desaparición de Gurén? —Se volvió hacia los chicos. Necesitaba saber desde hacía cuánto esa criatura mágica se escondía en aquel hayedo.
Se preguntaba si podría haber estado en letargo. Tal vez Bárbara existía y había decidido vengarse, pero ¿por qué ahora? Y por un segundo pensó en Loba.
Se apartó unos pasos en dirección al río. Sin esperar respuesta. Desconsolada. Miró de nuevo el aguacero caer desde el cielo y rogó sucumbiendo ante su peso.
—Loba, ojalá estuvieras aquí para ayudarme. Nunca debí dejarte...
El humo que desprendían las piedras, le musgo, las hojas muertas; todo se fundió en un único latido. El latido de un bosque que albergaba un oscuro secreto.
—¿Y si hubiera un modo de parar todo esto? —sentenció, poniéndose en pie, con el ceño fruncido, esquivando así la lluvia en sus ojos.— Nunca viviré tranquila en esta tierra, ¿vosotros podréis?
Motivo: Descubrir Difícil
Tirada: 1d100
Dificultad: 30-
Resultado: 17 (Exito) [17]
Si tenía que acertar algo en toda la partida, me alegro que sea esto. ¿Qué descubrimos?, porque estoy decidida a acabar con lo que sea si existe la posibilidad de hacerlo. ¿Cómo vivir tranquilo después de esta noche?
Espero que ese "difícil" sea porque merece muuucho la pena (cruzando dedos y piernas)
¿Cargar con él? -se preguntó Xurio, incrédulo-. No pienso tocar a esa bestia... tienes razón, ya no es el cazador.
Los muchachos no estaban por la labor de cargar aquel infame cuerpo por el bosque, pues demasiado les había costado llegar allí (casi se vuelven para atrás), como para ahora regresar con un cuerpo quemado a la aldea.
Lo mejor será prenderlo, que no sea ni alimento de las alimañas -opinó Ramón-. Si me permites, Oliva, lo haré yo... -extendió la mano el muchacho para tomar la antorcha de la joven*-.
Justo entonces contó Oliva sobre su relación con la Loba, su mentra, y mencionó a quien parecía queda en ese bosque.
-Ya os lo dijimos, es Bárbara. Os estáis refiriendo a ella... -concluyó Guillén, una vez hubo dejado las piezas desolladas como ofrendas-. No sabemos si algo ha ocurrido antes, seguro que si preguntas a los ancianos de Riveras algo de sus viejas cabezas podrán contarte. No sé si hay algo que pueda parar esto, Olivia, o si realmente existe Bárbara -miró a Xurio, con quien no compartía opinión en ello-, pero lo hecho, hecho está. Yo lo que quiero es irme ya de aquí...
*Puedes dársela o no, lo que tu quieras.
La joven curandera señaló entonces con su dedo, hacia delante. El agua del arroyo corriendo apenas se veía con los ínfimos rayos de la antorcha (ya que no estábais justo en su orilla, sino más atrás); y ver más allá del agua, en el otro extremo, parecía harto imposible. Sin embargo, fue entonces cuando la vio. Olivia señaló allá adelante, en la orilla opuesta. Había advertido algo, escudriñando la eterna negrura de aquella lluviosa noche.
Era apenas perceptible para el resto, imposible, más bien.
Y lo que vio fue una figura aterradora, que tenía, al mismo tiempo, una oscuridad y una palidez sobre su piel. A trozos se contrastaba su extraña silueta con la noche, y a partes se mimetizaba con la oscuridad nocturna. Alertados, todos miránsteis hacia donde Oliva apuntaba con el dedo.
Entonces escuchásteis un crepitar rápido.
Un estallido.
Unas pisadas, como el crujir de la hojarasca, de una rama seca pisándose. ¡¡¡CLACCKKK!!! Aquel sonido asemejaba a com cuando alguien saltaba, como cuando alguien tomaba impulso y trataba de alcanzar una distancia. Algo había saltado desde más allá del río, desde la otra orilla. Un par de segundos despues (segundos que parecieron eternos), algo apareció ante vosotros...:
Vuestros ojos comprendieron entonces algo incomprensible: y era que las historias y leyenda que se contaban eran, en al menos algunas ocasiones, totalmente verdad. Lo que antes había perceptivo Oliva ahora había aterrizado, tras aquel salto, delante de vosotros, justo en el claro donde Guillén había dejado instantes antes la bolsa.
Una mujer, o más bien una bestia, que tenía a partes iguales cuerpo de fémina y patas de araña. Su tamaño era gigante, como cuatro o cinco monturas colocadas unas sobre otra. A tal tamaño una vivienda de Riveras no podría superarla. La criatura, cuyas asquerosas patas eran peludas pero acababan en manos con dedos humanos, cogió con las manos las piezas las comenzó a olisquear. Aquel rostro de mujer, además, llevaba los ojos tapados con un velo o algo parecido, y su cabellera era negra y rizadas. Después comenzó a devorar las liebres.
Sin embargo, un instante después, mientras estaba en pleno almuerzo levantó la cabeza y os miró. Ahora la veíais todos, iluminada por la antorcha de Olivia. La criatura os miraba, y estaba estática... hasta que comenzó a moverse muy lentamente hacia vosotros.
Los tres muchachos no dijeron nada. Xurio, en ese momento, se desmayó. Ahora, lejos de quedarse petrificados, tanto Guillén como Ramón se agacharon y cogieron del brazo a su amigo. Ambos comenzaron a arrastrar hacia atrás al joven, para tratar de alejarlo y alejarse de allí. Aquello era demasiado.
Con vuestro siguiente post, haced una tirada de IRRacionalidad (sin usar suerte). Si no la superáis, ganaréis 1d10 de IRR y el mismo valor ganaréis en RAC. Ello es debido a la visión de las dos criaturas (El "lobo" y la "araña").
Si la superáis puede considerarse que no os ha afectado la visión de aquellas dos criaturas, y que vuestros pilares de la razón y lo empírico (si puede llamarse así), quedan inquebrantables. Pero en caso de fallar y ganar IRR, digamos que aceptáis un poquito más, la existencia de seres sobrenaturales.
¡Oliva! ¡Oliva! Márchate de ahí... ¡Huye con tu hermano! ¡Huid sin mirar atrás! ¡Yo te protegeré! -la voz que antes habías escuchado volvía a advertirte-. ¡No mires atrás!
Tras aquella aparición, notaste algo extraño en tu hermana. Quedó absorta unos instantes, ¿qué le pasaba? ¿qué estaba pensando?
Gutierre siguió la mirada de su hermana, pero por más que se esforzaba, no conseguía distinguir nada. La lluvia desdibujaba la linde contraria del hayedo, convirtiéndola en una masa amorfa y oscura. Oliva continuaba con una mano alzada, señalando en silencio hacia los árboles de la otra orilla.
—¿Qué ves? —susurró sin dejar de estudiar la arboleda.
El chubasco hacía que los árboles parecieran el dibujo de un niño hecho a carboncillo: líneas gruesas y toscas coronadas de masas oscuras. Aquí y allá se percibían zonas más claras, donde un peñasco desnudo se alzaba a los pies de una haya. Gutierre se esforzó en focalizar todos sus sentidos , tal y como le había enseñado su padre cuando salían de cacería. «Siente el pulso del bosque, hijo».
Y escuchó el chasquido de una rama.
Yo no he sido.
El joven cazador agarró una flecha del carcaj, la colocó en el arco, pero no tensó la cuerda. Continuó escuchando. Sintiendo el latido de la naturaleza a su alrededor. Nada.
Y entonces la noche dio a luz a un demonio imposible.
Una terrible criatura de tamaño descomunal cayó sobre el río, justo en el lugar donde los muchachos de Rivera habían dejado la ofrenda para Bárbara. Aterrizó con un tremendo impacto que hizo que a Gutierre le castañearan los dientes. El cazador quedó tan impresionado y horrorizado que dejó caer al suelo la saeta y poco faltó para que su mandíbula inferior no corriera el mismo destino. Era un monstruo. Una bestia titánica; mitad araña, mitad mujer. Sus patas peludas eran más gruesas que los muslos de Gutierre, y estaban recubiertas de un vello negro y espeso. El tórax femenino que nacía de ese abdomen de pesadilla era ya de por si casi más alto que dos hombres. Lo coronaba una rotunda cabeza de mujer con los ojos inexplicablemente vendados.
—Oli... Oli... —logró murmurar, en un desesperado intento de arrancar a su hermana del trance con el que contemplaba a esa abominación, que había empezado a devorar las liebres despellejadas de Guillén.
La grotesca visión dejó a Gutierre sin aliento y casi sin consciencia. Las rodillas le temblequearon y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no desplomarse ahí mismo. Se dio la vuelta un instante al escuchar cómo dos de los jóvenes de Rivera arrastraban al tercero que había caído derrumbado. Al volver la vista al frente, comprobó horrorizado que la criatura había dejado de comer. Y les miraba.
Con una delicadeza y una suavidad que parecían impropias de un ser de tal envergadura, el leviatán comenzó a remontar la cuesta hacia ellos. Poco a poco. Paso a paso.
—Oli... —gimoteó Gutierre, agarrando a su hermana de la manga de la camisa y tirando de ella hacia atrás.
El cazador empezó a retroceder hacia la incierta seguridad del hayedo, remolcando a su hermana sin dejar de mirar aterrorizado a la gigantesca quimera que se les acercaba. Sabiendo la distancia que era capaz de saltar ese engendro, era más que posible que tal movimiento les sirviera para nada...
Motivo: Irracionalidad
Tirada: 1d100
Dificultad: 25-
Resultado: 30 (Fracaso) [30]
Motivo: Gananzia de IRR
Tirada: 1d10
Resultado: 6 [6]
¡Oliva! ¡Oliva! Márchate de ahí... ¡Huye con tu hermano! ¡Huid sin mirar atrás! ¡Yo te protegeré! ¡No mires atrás!
La voz de Loba resonó dentro del cuerpo de Oliva. Tumbó las paredes de su dolor y destrozó las puertas de su mente entrando en ella como un viento fuerte atravesando una ventana entreabierta.
La criatura que tenían delante avanzaba hacia ellos, despacio, haciendo imprevisible cualquier movimiento. Parecía querer jugar con presas vivas. Su descomunal tamaño dejó a todos sumidos en una profunda oscuridad de miedo. Era rápida. Sus patas de araña saltaban distancias incomprensibles, y su cuerpo de mujer se erguía mostrando todo su poder. No había mirada que tantear pues un velo negro cubría sus ojos.
¿Cómo se guiaba? ¿Por los sonidos? ¿Las vibraciones de la tierra? ¿Cuánto podría seguir su rastro y alcanzarlos?
Mientras su hermano tiraba despacio de ella, la cabeza de la joven pensaba qué podría serles útil, pero las palabras de Loba volvían nítidas a sus oídos. Tal vez no importara nada. Solo correr.
—Hermano. —se volvió para mirarle sujetándole los brazos.— Corre, corre cuanto puedas y no mires atrás, hay que adentrarse en la espesura del bosque. ¡Ahora!
Oliva agarró con fuerza la mano de Gutierre, como cuando eran niños y él la llevaba entre los árboles de raíces gigantes con las que ella solía tropezaba. Un lugar escondido entre las colinas que rodeaban su casa. Allí descubrían los sonidos del bosque y Gutierre le enseñaba a ser ágil y sigilosa, para que su padre no pudiera pillarla cuando les seguía o cuando salía de casa en plena noche. Caminando por aquel paraje de trampas naturales, Oliva nunca se hizo una rasguño ni se lastimó. Él jamás la dejó caer. Ahora ella había matado a una criatura, antaño un hombre, para salvarlos a ambos. Una mujer tímida pero decidida habitaba dentro de ella, en parte gracias a su hermano y sobre todo a Loba. La fuerza de cien hombres recorría implacable su sangre. Sentía que si se mantenían juntos, podrían hacer frente a cualquier demonio. Pero Loba nunca se equivocaba, era el momento de huir. Con suerte ganarían algo de tiempo para pensar en algo que les diera una mínima esperanza de sobrevivir. Lo primero era escapar hasta dejar de escuchar las ramas partidas a sus espaldas, aunque les sangraran los pies y les pesara el alma.
—Loba nos protegerá... —dejó caer en un susurro antes de echar a correr en dirección al interior del hayedo, con la mano de Gutierre entrelazada entre sus dedos.
Motivo: Irracionalidad
Tirada: 1d100
Dificultad: 40-
Resultado: 45 (Fracaso) [45]
Motivo: Ganancia IRR
Tirada: 1d10
Resultado: 7 [7]
El cazador tiró de la camisilla a su hermana, en un movimiento tan lento que pareció casi imperceptible. Aquel nuevo terror jamás lo había encontrado en sus cuantiosa jornadas en el bosque, y entendió que aquel podía ser su final, y el de su hermana. Sin embargo nada dijo, e hizo ademán de ir hacia atrás, tratando de salvar la cuesta arriba para alejarse del claro y del arroyo.
Por su parte, Olivia apretó la mano de su hermano, y como otras tantas veces, no hizo si no recordar otras ocasiones en las que habían recorrido un bosquecillo juntos. Estaba convencida que la loba estaba allí, o que de alguna forma lo protegería, ¿acaso estaba delirando la joven curandera? Su mentora quedó atrás hace ya un tiempo, y desde entonces no había tenido ningún contacto con ella.
Guillén y Ramón estaban consiguiendo su cometido, alejarse de allí. Las hojas del hayedo eran arrastradas y golpeadas por el cuerpo inconsciente de Xurio, desmayado por la impresión. Oliva volvió a percibir esa voz en su cabeza mientras parecía que dar un paso en falso fuera la última de sus aventuras.
La criatura estaba estática, con la mirada perdida en vosotros (aunque no podíais verle sus ojos). Era como ese depredador que alza una pata, queda inmóvil cual estatua y se lanza violentamente contra su confiada presa. Aquello lo sabía Gutierre, quien intuyó el comportamiento del depredador, pues ahora vosótros érais la presa...
Fue entonces que, en una fracción de segundo, la araña saltó por los aire. Esta vez apenas tomó impulso, sino más bien flexionó sus asquerosas patas y se perdió en las alturas, invisibles ni tan siquiera con la luz de la antorcha.
Entonces supísties que teníais que echar a correr. Y así lo hicísteis.
Tomados de la mano, os girásteis y comenzásteis a sobrepasar rocas y ramas, raíces y peñascos del lecho del río. Subíais la inclinación del terreno para alejaros cuanto antes de allí. ¿Habría más criaturas como esa? ¿Podría alcanzaros? ¿Porqué estábais en aquel lugar? Mil preguntas llegaron a vuestras mentes, y algunas ni tan siquiera érais capaces de procesas, pues estábais centrados en huir....
Tras unos segundos vísteis a los dos jóvenes de Riveras tirando de su amigo. En pocos instanes llegaríais a su altura...
¡¡¡¡¡ZAAAAASSSSSSSSSSSSSSSS!!
Aquel espeluznante ser descendió de las alturas, posándose y aterrizando con aquel chirriantes y demoníaco estruendo. Estaba ahora justo delante de vosotros, y tal vez fruto de la impresión Oliva se tropezó y cayó al suelo. Gutierre no la soltó, pero un haz de desolación invadió su corazón; supo que tenía el final, el final de sus vidas allí delante. Ni tan siquiera sus manos pudieron sujetar otra flecha y disparar a la desesperada, pues no iba a soltar a su hermana... por nada del mundo.
La criatura, entones, quedo a dos patas, extendiendo el resto por las alturas. Aquella gran mole, tan alta como dos alcornoques, extendió el resto de las mismas formando una especie de estrella, de forma de copo de nieve. Todo el impulso, al parecer, iba a dejar caerlo sobre vosotros (tal vez por entero sobre Oliva).
Sin embargo, antes de hacerlo, ella apareció.
Pelo negro y gris, cardado y voluminoso, y ropas de cuero. Parecía un vestido de antaño, compuesto por gasas negras y hebras teñidas, de época de vuestros abuelos y sus abuelos. Una mujer se interpuso delante de vosotros.
Enseguida, Oliva la reconoció. Era ella, su amiga, su mentora, su talismán, su protección: la Loba.
Guillén y Ramón miraron un instante hacia atrás, mientras aún seguían arrastrando como podían el cuerpo de Xurio. No sabían ahora si aquella nueva aparición, invitada del evento del infierno, era realmente la Bárbara, y o si Bárabara era la criatura que parecía querer devoraros.
¡¡ATRÁS!! -gritó Loba, extendiendo los brazos, dirigiéndose a la terrible criatura arácnida-. ¡No mancharás esta tierra con la sangre! ¡ATRÁS! -entonces se giró un instante y miró a Olivia-. Gutierre la levantó tirando de su brazo. Querida, siempre estaré contigo, ¡no lo olvides!
Y en ese preciso instante la criaturas se abalanzó sobre Loba, echándo todo su peso encima y abrazándola entre sus patas hasta tal punto que no se pudo ver. Aquello fue tal y como si cualquiera tomara un huevo entre sus manos, y tratara de ocultarlo bajo las palmas de sus manos. Quizá la araña gigante quería apresar a la Loba en vez de devorala allí misma.
¡Jamás lo olvides! -la voz de la mentora de Oliva resonó en las cabezas de ambos-. Y entonces ocurrió otro hecho sin precedentes: el demoníaco ser, quien estaba agazapado encima de la Loba, comenzó a arder espontáneamente. Un ingente grito de terror azotó el bosque; las alimañas callaron, y hasta el rumor del Cascarejo pareció disminuir. Sentíais el dolor ade la criatura, pues ahora estaba envuelta en una gran llamarada, un conjunto de lenguas de fuego que ni hizo sino que vuestros cuellos se alzaran para arriba.
Al parecer (o así le pareció a Oliva), la Loba había causado ese espontáneo fuego, como si se hubiera inmolado al estar presa de la criatura para hacer que las llamas se extendiesen sobre ella. Entendísteis que aquel era el momento de correr, pues aquella extrañísima mujer os había dado un tiempo precioso (e iluminado en plena noche) para poner pies en polvororsa...
Al final me ha dado tiempo a escribir. Pues eso, delante la criatura comienza a arder. El fuego se extiende muchas varas por encima de los árboles del hayedo...
Cuando Oliva cruzó su mirada con Loba, el asombro y la ternura se escaparon a través de sus ojos.
—Loba...
La joven se sumió en un escenario donde no había sonidos, ni olores, ni viento. Como si una ola gigante la hubiera tragado, solo podía ver, en absoluto silencio, cómo Loba les defendía enfrentándose a aquella criatura inmensa.
Querida, siempre estaré contigo, ¡no lo olvides!
Oliva quiso acercarse hasta ella, pararla, pues sabía lo que sus palabras significaban.
—¡No! ¡Espera! ¡No lo hagas! ¡¡Loba!!
En aquel instante el arácnido ser se abalanzó sobre la mujer, que desapareció entre sus peludas patas.
Oliva echó a correr hacia ella con el cuchillo en alto. No podía dejar que Loba muriera sin hacer nada por ello pero justo cuando iba a llegar hasta ambas, una serpiente de fuego estalló, creciendo hacia el cielo entre gritos de dolor que inundaron el bosque.
La chica se detuvo en seco. Con las manos extendidas a lo largo de su cuerpo, miró hacia arriba. Las llamas enrojecidas parecían vivas. Desprendían terror entre alaridos y sonidos jamás escuchados. Pero en los oídos de Oliva solo resonaba la voz de su amada Loba:
¡Jamás lo olvides!
El pecho de Oliva sostenía un centenar de piedras que le cortaban la respiración. De pronto se rompió su burbuja de agua y volvió a escuchar los sonidos: el crepitar de unas llamas enfurecidas, el dolor de unos gritos de angustia, la noche cerniéndose sobre ella, estrechando su luz, apretando su cuerpo como si fuera a quebrarle todos los huesos.
Dolor. El alma podía doler como puñales afilados clavándose y atravesando su carne, retorciéndose hasta desgarrar sus músculos pero sin un gota de sangre. La muchacha cayó de rodillas en el suelo, con los ojos abiertos, mirando la tierra. Apretó sus dedos y recogió pedazos de hierba que dejó prisioneros en sus puños cerrados. El aire caliente de las llamas era casi irrespirable y empezó a sentir la falta de oxígeno en sus pulmones, pero no podía levantarse. La pena la había abatido de un disparo certero, en pleno corazón, que seguía latiendo, pero yacía muerto dentro de su propio cuerpo.
Agachó la cabeza. Una respiración agitada se percibía en unos hombros que subía y bajaban, como si fuera lo único que pudiera mover.
Le pareció oír la voz de su hermano, lejos, muy lejos de allí. Ella solo deseaba arder, entrar en aquel palacio ardiente y sacar a Loba, una fantasía imposible, un hecho que jamás ocurriría. Entonces comprendió lo que ocurría. Se llamaba muerte y se había llevado al ser más querido que tenía. Ahí despertó, se sacudió en negaciones que movían todo su cuerpo. Y lloró un grito que enmudeció el bosque entero y partió su propia voz.
—¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
La inmensa bola de fuego convirtió la noche en día. Gutierre retrocedió un par de pasos con los brazos alzados, hasta que sus talones encontraron una ladina raíz que le hizo caer de culo. Y ahí quedó, contemplando sin aliento ese castillo de llamas que había nacido en medio del hayedo, como en los cuentos de hadas que les contaba su madre hacía tantos años ya. No había príncipes ni caballeros que combatieran al monstruo de este cuento. Pero sí había una bruja. Y curiosamente, a diferencia de las brujas de las historias de mamá, había sido esa bruja quien les había salvado de las garras del dragón.
Entre el restallido de las salvajes llamaradas, alcanzó a escuchar a Oliva llamando a la mujer que se había sacrificado por ellos. Loba... ¿Quién era esa mujer? ¿De dónde había salido? ¿De qué conocía a su hermana? A medida que las preguntas se agolpaban en la mente del joven cazador, algunas respuestas salían a flote como nenúfares en medio de un lago. Se trataba de respuestas con cierto aroma a recuerdo. Un conocimiento que siempre ha estado ahí, oculto a simple vista, como una piedra recubierta de musgo. ¿Adónde va Oli cuando se escapa de noche al bosque? Loba... ¿Dónde ha aprendido Oli a cocinar el brebaje con el que ha conseguido bajarme la fiebre? Loba... ¿De dónde ha sacado la pequeña Oli la fuerza para sustituir a mamá sin venirse abajo como hizo padre? Loba...
Oliva poseía un alma voraz y llena de curiosidad. Quería cazar, no coser. Quería vagar por los bosques, no barrer y cocinar. Quería aprender y saber y conocer, no asentir con la mirada baja. ¿Cómo había sobrevivido todos estos años sin marchitarse, encerrada en una cabaña y aislada de todo? La respuesta estaba ahí mismo, ardiendo entre las garras de una araña demoníaca. Esa mujer que acababa de entregar su vida a cambio de la de los dos hermanos. Loba, que de alguna manera había abierto para la niña Oliva una puerta hacia un mundo secreto, salvándola así de una existencia que la habría marchitado hasta matarla.
Gutierre se incorporó y luchó por acercarse al furioso incendio que amenazaba con devorar todo el hayedo. Agachado, tosiendo y con los ojos anegados en lágrimas por el humo, llegó hasta su hermana. Oliva yacía arrodillada frente a la pira gigantesca, llorando y lanzando alaridos de dolor. La agarró por la espalda y, suavemente pero con firmeza, la apartó poco a poco del fuego. Le susurró palabras de ánimo, te quieros y varios estás a salvo, pero nada parecía funcionar. Cuando murió Gonzalo, ¿quién consiguió aliviar tu dolor?, se preguntó Gutierre. Nadie... Todavía sigue doliendo. Solo el silencio del bosque me alivia. Y el cariño y la ternura que entreveo a veces en los ojos de Oliva.
La abrazó y la dejó llorar. Porque nada puede aligerar el dolor de la pérdida. No hay palabras ni soluciones mágicas que sirvan de bálsamo a la muerte de un ser querido. Llora, mi pequeña Oli, llora cuanto necesites. Me quedaré aquí contigo mientras lloras. Te acompañaré en tu dolor. Y cuando me necesites, estaré siempre aquí.
Aquel abrazo, en medio del humo y las lágrimas, no hizo que parara de llorar, pero al menos no se sintió sola haciéndolo.
Sabía que Gutierre la entendía incluso con su comportamiento tímido y aislado. Todos estos años la había cuidado pero lo más importante es que le había dejado ser ella misma, sin reproches ni malas caras. Aquel niño con el que jugaba, aquel adolescente que le enseñó a moverse por los bosques, aquel hombre que ahora la abrazaba, había estado siempre con ella.
Siempre estaré contigo había sentenciado Loba. Y así sería. La guardaría en todo lo que ahora era, en pasión por las plantas y su amor a la naturaleza. Estaría en todos y cada uno de los lugares donde la tierra dejara brotar la hierba. Pero no podía arriesgar la vida de su hermano. Tenían que salir de ahí.
Oliva se dio la vuelta y abrazó a su hermano con intensidad. Nunca antes lo había hecho, pero nunca más sería "antes" sino ahora.
—Te quiero, hermano mío. Vayámonos de aquí, sin detenernos, hacia lo más profundo del bosque.
Ambos se levantaron. Se miraron un segundo y después observaron la pira ardiente una última vez.
Los muchachos trataban de espabilar a Xurio, al que arrastraban entre la maleza del hayedo. Oliva se detuvo y sacó un trozo de raíz de jengibre de su bolsa, mojada y rasgada.
—Que lo mastique. Su sabor le hará volver en sí y el mareo pasará. Vamos, no hay tiempo que perder. —Abrió la boca del chico y le metió un pedazo de raíz.— Tenemos que ir hacia el interior el bosque, cuanto más cerrado sea el espacio más a salvo estaremos.
Aquella muchacha que partía las ramas y se tropezaba con los troncos había quedado atrás, en algún lugar del tiempo donde no volvería pisar nunca.
Parecía que Gutierre se había dado cuenta de que todo en lo que su hermana destacaba habia tenido algo que ver esa figura a la qie veneraba. Quien fuera esa Loba habia servido como otra madre o una abuela para la joven curandera desde bien pequeña. El cazador no dudó en abrazar a Oliva, pues sabia que aquellas llamas transformaban en cenizas su alma antes que el cuerpo de aquella criatura.
La bestia, por cierto, no tardo en corromperse con el fuego, transformándose en carne quemada, y dejando en mitad del bosque un hedor a vísceras muy indeseable.
Cuando Oliva dejo un pedazo de jengibre en la boca de Xurio, Ramón trató de colocárselo bajo la lengua para que le hiciera el efecto deseado cuanto antes. No volvieron a arrastrar al chico, sino que, tras descansar un poco para cambiar el aceite del candil, el campesino desmayado despertó.
Estaba débil, pero lo suficientemente activo como para caminar y tratar de regresar a Riveras. De todos los presentes, sería el único cuyo corazón no albergaría el recuerdo de lo indeseable, del horror cometido esa noche en ese hayedo.
Poco después, aun con lágrimas en los ojos, Oliva caminó junto a su hermano, tomándole del brazo. Al parecer Xurio habia reconocido el camino de vuelta a Riveras, y no dudásteis en poner camino hacia allí.
* * *
Una media hora despues salisteis del hayedo. La antorcha que llevábais ya se habia extinguido, y solo os quedaba la luz del candil oara guiaros hacia Riveras. Un vientecillo helado sopló entonces, recordándoos que vuestra piel era frágil, pero aun estábais vivos.
Un conjunto de unas treinta viviendas de piedra y tejado en madera a dos aguas se estructuraba en torno a una iglesia pequeña, con una bonita espadaña sobre su tejado. Aún no habia amanecido, pero poco le quedaba. Mientras recorríais un sendero Xurio y Guillén se despidieron de vosotros, alegando que iban a ver a Petra, una mujer que, del mismo oficio que Oliva, habría de tratar los rasguños ocasionados en la noche de multiples aventuras.
Ramón quedó con vosotros, y como prometió nada mas veros, os ofreció su hogar para pasar la noche. Al fin y al cabo, lo qie mas necesitaba vuestro cuerpo era dormir, y tranquilizarse a ye los sucesos de los que habíais sido testigos.
Escribo desde el móvil.
Estais en la la aldea de Riveras. Haced un ultimo post, luego añadiré un pequeño epilogo.
Ramón les hizo pasar a una casita de piedra, con una pequeña chimenea que ya había encendido para que entraran en calor. El chico les miró, sonrió y giró un pilar de adobe donde Oliva supuso que se encontraba su lecho. Les había dejado una manta de lana junto la hoguera y una taza de algo caliente que olía a hogar. Los hermanos agradecieron su hospitalidad y le dejaron ir a su descanso. Había sido una noche larga y enferma, con horrores de los que no volverían a hablar.
Gutierre y ella se sentaron frente a la chimenea, tratando de calentar sus extremidades. Gutierre colocó la manta sobre ellos y ambos miraron las llamas, en silencio.
Oliva se acurruco, abrazando las rodillas que pegó contra su pecho. Observar la viveza del fuego le recordaba inevitablemente a Loba, aquella gran mujer a la que jamás olvidaría. Tal vez el destino les había llevado hasta allí para sacar de ellos todo lo que llevaban dentro. Había muchas cosas que Oliva desconocía de sí misma y de su hermano y que entre el horror vivido, se hicieron presentes: su valentía, el amor de su fraternidad, los secretos comprendidos, el aprendizaje que por fin vio la luz...
La vida. La muerte. Había una línea tan frágil entre lo real y lo desconocido que la curandera nunca volvería a ser a misma. La madurez la alcanzó esa noche, la abrazó y le hizo recordar que era una mujer con sueños que cumplir. No más secretos, ni más temor. Había tenido suficiente para el resto de su vida.
—¿Qué te parecería construir una casita a las afueras cuando consigamos trabajo? Yo ofreceré mis servicios de curandera, o podría limpiar cuadras...siempre me gustaron los caballos. Esos de patas peludas y barrigas redondas que veíamos pasar, de críos, por los caminos cercanos al pueblo ¿recuerdas?
La chica sonrió despacio y se dejó caer con suavidad, reposando la cabeza en el hombro de su hermano. Cerró los ojos e inspiró profundo aquel aroma a cuero que le hacía sentir la presencia de su amado hermano más allá de lo corpóreo, conectado a ella.
—Prométeme que siempre seré tu pequeña Oli, pase lo que pase. Nuestra unión siempre irá más allá de este mundo, de la propia naturaleza, así me lo transmitió Loba y ahora yo te lo cuento a ti. Lo creo de verdad. Lo sé porque ella está aquí ahora, reavivando el fuego. Hará que crezca madreselva en nuestro jardín y hiedras en cada piedra de nuestra casa. Todo irá bien, ¿verdad?
Se acurrucó, haciéndose una pequeña bola, tumbándose en las piernas de su hermano. Estaba cansada, dolorida, pero con la esperanza de una nueva vida, reposando serena, en su renovado corazón.
—Te lo prometo, Oli —susurró Gutierre como respuesta.
El muchacho posó una mano sobre el hombro de su hermana y con la otra, le acarició el largo cabello negro. Y así continuó, sin desviar la mirada de las bailarinas llamas, hasta que la tranquila respiración de Oliva le contó que se había rendido al fin al sueño.
El fuego crepitaba a sus pies, calentándole las piernas cansadas. La cabeza de Oli reposaba en su regazo, así que se tumbó lentamente para no despertarla. Con cuidado recogió la manta y se la echó por encima del pecho. Quedó tendido ante el fuego del hogar de Ramón, con los ojos fijos en las vigas. La luz de la hoguera danzaba en el techo, dibujando sombras que se movían furtivas entre las telarañas. Sombras huidizas, fantásticas, quiméricas...
Gutierre no pudo evitar volver a pensar en lo acaecido en el hayedo cercano a Rivera. El sacrificio de esa mujer —Loba...— les había salvado de morir bajo las viles garras de una criatura de pesadilla. Pero después de presenciar lo imposible, el joven cazador se preguntaba qué parte de las fábulas que había escuchado desde niño eran reales y cual sólo supersticiones. Bajo el mundo de los hombres se ocultaba otro más oscuro y primordial, entretejido en las costuras de la realidad mundana, rezumando por sus resquicios. En las más profundas hondonadas de los bosques sobrevivían seres que desafiaban la mente racional. Entes primigenios, más antiguos que la palabra, que ya eran viejos cuando la humanidad se erigió ingenuamente como la reina de la creación. Ni siquiera el dios de los hombres, ese dios que sólo habitaba en las páginas de sus libros sagrados, tenía poder sobre esas bestias. Su naturaleza era totalmente ajena a la cuadriculada mente del hombre.
Pero... Loba... se enfrentó a esa cosa. Ella no tenía miedo. La conocía. La entendía...
Los hombres continuarían avanzando, extendiéndose como una plaga, ciegos y sordos ante las señales y los avisos. Devorarían insaciables los bosques, para tener pastos para el ganado, y matarían a todos los lobos, osos y zorros a los que habían robado su hogar. Siempre en nombre del progreso. ¿El progreso de quién? De los reyes, los nobles y los curas, que engordaban obscenamente bajo el peso de las sedas y las alhajas, mientras el pueblo languidecía en la inmundicia. A eso le llamaban poder. Pero ningún cetro enjoyado, ningún gabán de terciopelo blasonado, ninguna sotana entreverada de hilo de oro, podía sostener el auténtico Poder que esa noche había visto brillar en los ojos de Loba.
Una casita en las afueras... Conseguir trabajo... Limpiar cuadras... Gutierre negó con la cabeza. Nunca debería haber arrancado a Oliva de esos bosques que fueron su hogar. Ahora se daba cuenta. Ella tenía un destino mucho más importante que el de preparar bálsamos para tratar las ingles escocidas de los granjeros o pociones para solventar los deslices carnales de algún señor con sus doncellas.
«Nuestra unión siempre irá más allá de este mundo, de la propia naturaleza, así me lo transmitió Loba y ahora yo te lo cuento a ti», le había dicho su hermana antes de caer dormida. Gutierre asintió en silencio hacia la oscuridad. Ese sería pues su camino: buscar las sendas que se escapan del mundo de los hombres, de la naturaleza encadenada por la humanidad vanidosa y estúpida, para conocer y entender el Poder que Loba les había mostrado. El auténtico Poder. El Poder al que su pequeña Oli estaba destinada y que les haría al fin libres.
Olivia se durmió al calor del fuego, y Gutierre a su lado aguantaba la mirada al fuego, recordando las mismas lenguas doradas y rojizas que horas antes había presenciado. Ramón era un buen anfitrión, un muchacho de paz y con buen razonamiento, y os ofreció el tiempo que necesitárais para marchar, o para quedaros allí. Esa noche pudísteis dormir un poco, aunque en vuestro sueños emanaron retazos de miradas oscuras, pasos aproximándose y árboles en mitad de la oscuridad.
* * *
El día siguiente amaneció soleado, aunque frío. Tras desayunar algunas viandas fuísteis a ver a Xurio. El muchacho estaba bien, en compañía de Petra, la curandera local. El joven estaba pálido, fruto de un bebedizo que, según la mujer, le había proporcionado horas antes. Sin embargo no lograba recuperar la memoria de lo acontecido horas atrás.
Después todos fuísteis a visitar a Guillén, que vivía no mucho más allá. No estaba, por lo que fuísteis a visitarlo a una cabaña junto a la iglesia, donde vivía su futura (en breves) esposa Alba. Andábase Guillén preocupado, mucho, pues aunque habíais regresado de una pieza aún quedaba el asunto de Gurén.
El joven os dijo que la noche anterior, nada más llegar a Riveras, había acudido a la casa don Manuel, el sacerdote local, y había aporreado su puerta. Después, tras saludarle, le había contado del asunto. Éste se lo transmitiría al señor de estas tierras para que indagara en el asunto, pero Guillén había omitido todo detalle sobre la criatura de varias patas del hayedo.
* * *
Un sencillo enlace se celebró en la pequeña Aldea de Riveros. Manuel ofició la ceremonia, y vosotros acudísetis a ella también. En vuestra mente aún seguía marchar después para encontrar a vuestra tía, aunque las intenciones de Gutierre eran, seguramente, acompañar a su hermana en esa búsqueda de conocimiento más allá de atender a cuantos necesitaran de su ayuda. Aún no se lo había dicho de tal manera, pero el cazador parecía decidido a desvivirse por su hermana pequeña.
De lo que aconteció después aún no podemos hablar, aunque en los días sucesivos a estos hechos (una vez marchásteis de la aldea) los habitantes de Riveras aseguraron ver a una mujer de cabellos grisáceos y prendas oscuras deambulando por el hayedo donde, por cierto, se recuperó el cuerpo del cazador Gurén y de sus malogrados canes.
Olivia no lo supo, ni tampoco Gutierre, pero la Loba no pereció aquella noche; el fuego era un arma que podía controlar y manejar a su antojo, pero ello no quería decir que su carne y sus huesos se tornaran en cenizas en su presencia.
Tiempo después la Loba se reencontraría con los dos hermanos, pero eso es ya otra historia que bien merece ser contada más adelante.
BREVE EPÍLOGO
En otro orden de cosas, cabe decir que, por supuesto, "Bárbara" existía. Su verdadero nombre era Ameztia (quien sabe si una bruja, una meiga o una criatura deforme fruto del deseo de algún demonio). Resultó ser que desde tiempos remotos Ameztia sólo era capaz de materializarse ciertas noches cerca del arroyo Cascarejo.
Un mes antes de los hechos vividos por Gutierre y Oliva, la criatura embrujó a Gurén, el cazador, y desde entonces hasta su muerte se convirtió en su segunda (y fiel) mascota. Ameztia ya contaba con otro animal antes que él (una criatura cuadrúpeda de piel grisácea, la cual devoraba alimañas en una cabaña del bosque, cuyos huesos enterraba como si de un cánido se tratase. El cazador y el devorador servían a Bárbara en aquel hayedo, dando caza a todo lo que se moviera y apareciera por tal lugar.
Resulta que el rito de paso llevado a cabo por los tres jóvenes vecinos de Riveras era más peligroso de lo que parecía.
En cuanto a Loba, como puede deducirse, no dejó de acompañar a la joven Oliva, ni siquiera cuando salieron de su hogar, con el único afán de protegerla.
FIN