Enrielle se acercó con cautela al goblin desmayado, o la goblin más concretamente, pues si bien todos le parecían iguales, la mayoría de los que había visto y asesinado no tenían esos pechos prominentes. Miró con desconfianza el cuerpecito y pisó con su nota el montículo de barro seco del que había salido. Vacío. El cuerpo de Kylian había desaparecido y en su lugar estaba esa piltrafilla verde.
Tras acuclillarse para husmearla un poco, finalmente le pareció seguro cargar con la criatura e hizo caso a la petición de Lluvia Estelar, recogiéndola del suelo y colocándola debajo del brazo, como un pequeño fardo. Pesaba menos de lo que parecía.
—Estoy de acuerdo. —respondió Enrielle.— Yo me encargaré de cavar las tumbas, pero antes llevaré a... hmmm... a quien quiera que sea esta cosa ahí dentro.
Enrielle depositó al goblin dentro y regresó con la carretilla que había empleado Lluvia Estelar para sacar cadáveres con los restos mortales de Lizbet y su dragón azul. Había decidido dejar a Lowen en último lugar por si Lluvias Estelar quería pasar un último momento con su cuerpo antes de darle sepultura. Ella misma, viendo cómo había resultado la recuperación de Kylian, había perdido las esperanzas de recuperar a Lowen de algún modo.
Sirviéndose de uno de los rudimentarios escudos bakali que habían quedado tirados por la barbacana, Enrielle cavó como pudo una tumba para la bruja y su mascota, y otra para Lowen. Sudando y resoplando por el esfuerzo bajo el sol veraniego, Enrielle volcó la carretilla, haciendo que Lizbet y su dragón azul cayeran pesadamente al agujero, quedando entremezclados. La cara de Lizbet, medio embarrada y abotargada, parecía mirarla con una mueca, como si estuviera escandalizada por lo que había hecho con su tridente.
Tras un momento mirándola y recuperando el aliento apoyada en el escudo, Enrielle se enderezó y empezó a echar paladas de barro sobre el rostro de la que había acabado con sus dos compañeros, llenando el agujero.
Dejo a Lluvia Estelar que esté un momento más con Lowen, y tras eso supongo que lo envolvemos en la sábana y lo enterramos.
¿Deberíamos quedarnos con su sobrevesta solámnica para devolverla a su familia o la enterramos con él? Enrielle la guardaría para llevarla a la familia, que tuvieran el recuerdo.
Cuando el espíritu-vengativo renacido emergió del barro, Klunurig lo contempló con estupefacción. ¿Qué era aquello? ¡Una hembra de la plaga que infestaba el pantano! ¿Qué cruel broma enviaba el pájaro-de-llamas-azules? ¿Acaso había hecho algo mal?
- ¡Humph! ¡Huuuuuumph!
Lanzó un gruñido al ver cómo los miembros del vendaval sacaban el cuerpo de entre el barro, aún medio desmayado. El bakali respiraba entrecortadamente, con los ojos hinchados por la rabia y la frustración que sentía. No podía ser cierto, el espíritu del pantano no podía querer que aquella plaga pestilente siguiese infectándolo. Y sin embargo allí estaba, el ejemplar perfecto.
- Algo ha salido mal. Humph. Deberíamos arrojar a ese pestilente goblin al pantano y dejar que se ahogue allí. ¡Humph! Sí, los cocodrilos se lo comerán. ¡Huuuumph!
Quiso pedirle al pantano que los enviase, pero al pensar en ello sintió una comezón en la nuca.
- No has comprendido tu papel, y el pájaro-de-llamas-azules te ha enviado una señal. - parecía decir la voz de Tzuga Chanti en su cabeza - Debes aceptar el mensaje del pájaro-de-llamas-azules. ¡El es más sabio que tú! - le pareció sentir el golpe seco de un cayado en su dura cabeza.
No había aprendido nada. Debía escuchar al espíritu del pantano, pues le había enviado una señal.
- Eres el sabio barbudo. No eres como los bakali, pero eres un bakali.
A él le había pasado. Y aquella asquerosa goblin sin duda era otra señal. Claro, ella sería la bakali-de-piel-amarilla. Tal vez pudiese criar otros bakali como ella. De su vientre nacería un pueblo hermano del suyo que acabaría con el alimento de los goblins y terminaría por extinguirlos. Sin mediar explicación alguna, sin desgranar para quienes se hallaban junto a él los extraños pensamientos que pasaban por su retorcida mente, Klunurig pasó de la ira al éxtasis, y alzó los brazos al cielo.
- ¡Bakali-de-piel-amarilla! - soltó una carcajada enloquecida - ¡Ella acabará con la plaga del pantano! ¡Humph! ¡Humph!
Observo el cadáver que yace en el fondo de la zanja que la esforzada Enrielle ha excavado para él y no siento nada.
No reconozco en ese cuerpo hinchado y de venas negras al Lowenherz del que me enamoré meses atrás. Ni siquiera lo reconozco como el fanático caballero de Solamnia que murió hace apenas dos días entre mis brazos. No, esta es una tercera versión de ese mismo hombre, grisácea y corrompida por el insoportable calor húmedo del pantano y los insectos que moran en él.
Ese cascarón vacío que con tanto esfuerzo hemos conseguido sacar de la fortaleza no es mi Lowen. Mi Lowen se fue de mi lado hace semanas, pero vive en mi corazón y mi memoria. Intento recordar cuándo me estrechó por última vez entre sus brazos y cuándo me miró con ojos amorosos. Creo que fue en El Susurro de la Ciénaga, en Robann, justo antes de que Kylian desapareciera en el pantano. Sí, creo que ahí fue cuando le perdí realmente aunque entonces no me di cuenta. Le pedí que creyera en que el clérigo no nos traicionaría y aquello marcó de forma irrevocable nuestra relación. Tal vez él tuviera razón y fuera yo quien se equivocaba. Tal vez no. ¿Quién sabe?
Kylian se ha esforzado tantas veces en demostrarnos que no es de fiar y que Lowen estaba en lo cierto... Y sin embargo, pese a todo, pese a sí mismo, yo sigo creyendo en él. Incluso bajo su actual forma de goblin, que invita tan poco a la confianza. Sí, tal vez yo sea una loca soñadora y por eso Lowenherz me apartó de su lado. Tal vez. ¿Es tan terrible tener el loco sueño de confiar en tus amigos? Quizá sí lo sea, pero no quiero cambiar. El mundo necesita más gente dispuesta a confiar en los demás.
Inconscientemente me llevo una mano al medallón que cuelga de mi cuello y que una vez le regalé a Lowenherz.
«Siempre seré tuya —le prometo en silencio a su recuerdo, sin un solo gemido, mientras las lágrimas resbalan por mis mejillas—. Pero siempre seré también una loca soñadora.»
Enrielle se había detenido unos instantes cuando escuchó a Klunurig decir que había que lanzar la goblin al río. Quizás no estuviera tan equivocado y en algún momento tuvieran que pasarla a cuchillo, pero antes habría que ver qué había pasado realmente con Kylian y por qué había aparecido aquel bicho en su lugar. Era muy raro, pero era verdad que Kylian había desaparecido sospechosamente durante el ritual. Por suerte, pronto la mente desequilibrada del enano bakali debió hacer algún tipo de conexión y súbitamente empezó a bailar extasiado alrededor de una confusa Enrielle llevando a la goblin en brazos que lo miraba emitir sus característicos gruñidos y dar saltitos en cuclillas.
—No lo dejes solo con la goblin. Por si acaso. —había susurrado a Thorwyn antes de llevar a cabo las labores de sepulturera.
Ya había pasado un buen rato desde que dejara a la goblin en el interior de la barbacana. Cavar tumbas era duro y deprimente, más cuando era para un amigo. Permanecía junto a Lluvia Estelar, sucia de barro y sudor y oliendo a cadáver, con la mirada clavada en el cuerpo de Lowen. El muchacho había encontrado un final indigno para un caballero de Solamnia. Tan indigno como el de Sir Kragger. Se preguntó cuánto tiempo le quedaría a ella misma, si la muerte la sorprendería en algún momento próximo y si tendría una tumba ella también.
Miró a Lluvia Estelar. No emitía ningún sonido, pero pudo ver las lágrimas. Con un nudo en el estómago y notando ella misma sus ojos húmedos, Enrielle empezó a dar paletadas de tierra con el escudo bakali, sepultando los restos mortales del valiente caballero de Solamnia. No conocía más que su nombre y apellido, pero en silencio, entre palada y palada, juró que se encargaría personalmente de entregar su sobrevesta a la familia cuando regresaran a Kalaman, junto con la noticia.
Como sepulturera oficial entierro a Lowen con su capa y su ropa. Las armas que figuran entre sus pertenencias van a la armería, y su sobrevesta la guardo para cuando volvamos a Kalaman devolverla a su gente.
Los rituales humanos a veces se le escapaban todavía a Thorwyn, a pesar de haber convivido con ellos durante años. Los entierros eran tristes, solemnes, carentes de alegría y bebida. Por supuesto que el sentimiento de vacío, de falta, la tristeza por no poder disfrutar más de la compañía o amante, eran naturales, también para los enanos. Pero aunque un enano pudiera enfurruñarse eternamente u obcecarse con un objetivo durante años o incluso décadas, todos los enanos eran conscientes de que incluso el más longevo de los suyos acabaría volviendo a la tierra. Cambiaba el sepulcro, tal vez, pero al final todos los cuerpos volvían a la tierra de la que eran originarios. La muerte no era tabú. La muerte era algo con lo que se coexistía todos los días y en lo que no hacía daño pensar. Los humanos condensaban todo el sufrimiento de los malos días, de pensar en la muerte y todas sus implicaciones, en sólo unos pocos días. No preparaban nada, luego todo era correr como un pollo descabezado preparando ataud, excavando tumbas... los enanos no actuaban así. Eran organizados. A menudo excavaban su propia tumba, pagaban poco a poco la piedra de su sepulcro, dejaban sus asuntos bien atados. Los notarios enanos eran muy escrupulosos, los testamentos podían sufrir cambios una y otra vez a lo largo de décadas (cambios que, por supuesto, cobraban religiosamente).
Y ahí estaban, la bárbara llorando como una magdalena, la legionaria sudando la gota gorda... No se quedó para verlo, había cosas más urgentes que hacer. Aunque brindaría a la salud de Lowenherth en cuanto tuviera oportunidad y una buena cerveza. Había sido un buen compañero, tal vez incluso un buen amigo. Pero ahora era el momento de seguir adelante, no de mirar atrás. Tal vez hubiera un ejército marchando ya hacia la fortaleza y no podrían contenerlo. Había que abandonar la zona. Con la fortaleza.
─¡No podemos quedarnos más, hay que intentar hacer volar esta cosa! ─gritó asomado desde la fortaleza a las chicas, que todavía quedaban fuera, rezagadas.
Las chicas, qué ironía, ahora tenían una más. Kylian. ¿Se cambiaría el nombre? Al menos si ahora elegía enamorarse de un hombre nadie la miraría mal. Salvo por lo de ser una goblin, claro. Seguramente tardaría en encontrar a alguien capaz de amarle. Amarla. A quien entregarle su amor. Sí, porque su cuerpo lo mismo lo mordisquea...
─Tengo que dejar de pensar en esas cosas y centrarme, si me desconcentro cuando esté tratando de hacer que la fortaleza se eleve puedo llevar a todos a la catástrofe... ─pensó para sí.
No era asunto baladí. El arcanista quería a todos en la sala, con él, para ayudarle si lo veía necesario. Para salvarlos si no quedaba otro remedio y podía lanzar algún hechizo. Caída de pluma lo podría lanzar 2 veces.
─Tal vez debiérais traer unas sillas y unas cuerdas, por lo que pudiera ser... ─sugirió cuando ya estaban todos con él, dispuestos para inciar el vuelo.
Y entonces Kylian despertó. Notó que tenía cuerpo de nuevo, aunque no tenía miembro viril y en cambio si tenía dos turgentes pechos de piel verde-amarillenta. Sin embargo, aquellas dos protuberancias le importaban menos que le rajita verde que tenía entre sus piernas.
Alzó la mirada buscando a alguien, pero estaba solo... O sola... Al menos no le habían dejado para que se lo comieran los buitres. Miró de nuevo a ambos lados y entonces examinó su nuevo cuerpo. Sus manos verdosas y de largos y afilados dedos eran horribles. Su cuerpo... Muy pequeño, aunque bastante ágil a decir verdad. Sus senos... Eran incómodos. No entendía como las mujeres podían vivir con aquello por delante de sus ojos.
Y la vagina... Nunca había visto una. No al menos de tan cerca. ¿Cómo hacían pipí las mujeres? Evidentemente sentadas. La tocó. Estaba húmeda y caliente. Eso le extraño, aunque luego pensó que aquel agujero se abría paso hacia el interior de su cuerpo y los cuerpos estaban más calientes por dentro que a flor de piel.
- Que... Curioso. - Se dijo a si mismo bastante más tranquilo o tranquila de lo que debiera. - Debo acostumbrarme supongo. - Se encogió de hombros y sonrió. - ¡Qué gusto! - Exclamó aún con las manos examinando su vulva, aunque no fue por tocarse las partes íntimas, sino por el hecho de poder gesticular. - ¡Ja, ja, ja! - Rió de forma alocada por sus propias elucubraciones.
Kylian se puso en pie, estiró los músculos y se puso en marcha. Había renacido desnuda y debía tapar su pequeño y verduzco cuerpo. Su vieja ropa ya no le serviría, pero esperaba que si su armadura. Al menos después de unos pequeños arreglos a cargo del bueno de Thorwyn.
- Mis cosas... - Frunció el ceño y de nuevo sonrió entusiasmado y aliviada por ello. - Tengo que recuperar mis cosas. - Asintió saliendo de la habitación totalmente desnuda y en busca de sus compañeros de aventuras.
- He vuelto. - Dijo nada más salir al pasillo. - No es lo que esperaba, pero heme aquí de nuevo. - Apretó los puños con decisión. - Sólo queda descubrir, porqué en este cuerpo. - Y bajó correteando las escaleras en busca de los agentes de la Neutralidad.
Después de la inquietante vuelta a la vida de Kylian, que no os ha dejado indiferente a ninguno, y del apresurado funeral de Lowen tras dos días de demora, estáis tan decididos como es posible a poner a prueba la magia latente que embuye a la fortaleza.
Algunos pensáis que si el Túnica Gris no consiguió hacerla despegar tal vez vosotros tampoco lo logréis. Otros os mostráis más confiados y los hay que se preparan para lo peor en caso de que la ciudadela despegue para después estrellarse de forma inevitable. Pero ni siquiera los más pesimistas le pedís a Klunurig que intente reviviros en caso de que ocurra un accidente mortal.
Más pálido que de costumbre y protegido por toda suerte de sortilegios arcanos, veis a Thorwyn afianzar los pies en las oquedades de la plataforma dispuestas para tal fin.
El meticuloso arcanista enano se ha pasado horas descartando escritos de la biblioteca con la ayuda del bibliotecario de Palanthas sin encontrar instrucciones específicas acerca de cómo pilotar una ciudadela voladora. Sí ha encontrado algunas referencias al uso de uno de tales artefactos durante la Guerra de la Dama Azul y su uso más extendido durante los meses que precedieron al Segundo Cataclismo. Pero no indicaciones concretas de su manejo.
Cuando el arcanista theiwar coloca la esfera negra de Kylian sobre la palanca incompleta, ambos fragmentos se unen de manera mágica e indisociable, como si siempre hubieran sido un todo. Es entonces cuando Thorwyn coloca sus temblorosas y sudorosas manos sobre ambas esferas idénticas y, al instante, una zumbante barrera multicolor se materializa de la nada para aprisionarlo en su interior.
En el mismo momento en que Thorwyn queda atrapado dentro de la centelleante esfera mágica, toda la fortaleza comienza a temblar. Polvo y trozos de cascotes se desprenden de las paredes de la sala mientras fuera de ella se escucha el retumbar de piedras haciéndose pedazos.
Desde la única ventana de la habitación, Enrielle puede ver cómo secciones particularmente débiles de la muralla oeste se desmoronan y algunas tejas se desprenden del torreón suroeste. Pero afortunadamente, a pesar del pequeño terremoto, la fortaleza resiste.
Pero mientras la legionaria de acero observa el exterior, los demás podéis ver cómo el techo abovedado de la sala en la que os encontráis, ahora se encuentra mágicamente pintado con una réplica fidedigna de la fortaleza en la que os encontráis y del terreno circundante.
Cuando Thorwyn, sobresaltado aunque ileso, retira ambas manos de las esferas negras, la proyección en el techo desaparece y también lo hace el escudo multicolor alrededor del mago enano.
Otros os aventuráis a probar suerte después de que Thorwyn haya sido el pionero, siempre con idénticos resultados. La magia de la fortaleza no parece tener preferencia en cuanto a la elección del piloto. Cuando alguien se sitúa en su puesto y posa ambas manos en las dos esferas negras, tiembla, el mapa se proyecta en el techo y el escudo mágico rodea al piloto; y todo se detiene cuando alguna de las palancas se suelta.
La de la izquierda puede moverse en dirección "este-oeste", haciendo que la fortaleza gire lentamente en esa dirección. Algo que a punto está de terminar en un fatal accidente cuando empieza a moverse estando todavía firmemente sujeta al suelo. Profundas grietas se abren a lo largo del patio de armas aunque, a juzgar por el ruido que se escucha más allá del alcance de vuestra visión, es el ruinoso torreón noroeste el que se está llevando la peor parte. El piloto suelta de inmediato la palanca y esta vuelve por sí sola a su posición original, perpendicular a la plataforma, poniendo fin al giro de la fortaleza.
La segunda palanca puede moverse en dirección "norte-sur". Cuando el siguiente valiente de vuestro grupo tira de ella tiene suerte de hacerlo en dirección sur, hacia atrás, provocando que la fortaleza comience a elevarse muy lentamente del suelo embarrado en el que estaba asentada, con desagradables ruidos de succión. Un empujón de la palanca hacia adelante, en sentido contrario, hace que la fortaleza comience a flotar muy lentamente en la misma dirección que la palanca. Todos dais gracias de no haber echo avanzar a la fortaleza antes de hacerla despegar o hubiera tenido consecuencias dramáticas.
Os llama la atención que, en el techo, la representación de la ciudadela permanece en todo momento fija en el centro, mientras que es el paisaje circundante el que cambia a medida que esta se despleza. Y, cuando el piloto suelta los mandos, la fortaleza desciende de nuevo muy despacio hasta volver a posarse en el suelo.
Tras varios ensayos y algunos sustos chocando contra los árboles y las cabañas goblins en ruinas de las inmediaciones, os sentís moderadamente esperanzados de poder hacer funcionar los simples mecanismos de pilotaje. Atrás para despegar, adelante para avanzar e izquierda y derecha para hacer rotar a la fortaleza sobre su eje en esa dirección. Y, por suerte o por desgracia, ninguno de esos movimientos se producen de forma brusca. Su maniobrabilidad es bastante limitada y también lo es su velocidad de crucero, pero es un castillo volador y es todo vuestro.
Hasta el mismísimo Emperador de Solamnia daría cualquier cosa porque fuera suyo.