Klunurig seguía escuchando las palabras de unos y otros. Promesas y más promesas, siempre le decían que liberarían al pueblo bakali, pero solo avanzaban en direcciones cada vez más extrañas y desconocidas. Ahora querían entregar la pústula a los pustularios, a aquel pustulario-cuerpo-de-metal que los trataba con arrogancia y desprecio. Klunurig podía sentir la llamada del desafío, pero sabía que libraría esa batalla en solitario. No dijo nada más al espectro-vengativo. Se alejó rezongando entre gruñidos en su propia lengua, que podían significar muchas cosas, pero ninguna buena.
Bugambilia miró a Terciopelo, y ya se convenció de que aunque no sabía qué había pasado, no era malvado. Tal vez el señor elfo de verdad se confundiera al atraparlo.
—Eso dice muy convencido, no sé yo si funcionará. — se encogió de hombros. Después asintió, aunque con vacilación— Pero si Flechas de Muerte vuelve le contaré todo acerca de ese emperador tonto que se cree con derecho a todo. — dijo entre dientes — Ojalá que no le pase nada a ningún Hermano. No debería pasar nada de eso, en realidad. Los Hermanos ayudan a la gente de Solamnia... Es muy estúpido.
El Hermano de Flechas de Muerte le tocó el hombro y se terminó de despedir. Bugambilia asintió con algo más de convencimiento.
—Buena suerte para usted también, señor Terciopelo.
Volvería corriendo al interior del castillo, no fuera que se perdiese algo.
18 H'rarmont 433 AC
Un alarido desgarra el silencio de la noche, tan escalofriante que incluso los dragones Plateados y sus monturas se alteran al escucharlo. Sin embargo, ninguno de ellos se atreve a aterrizar en el patio del castillo para investigar su origen y prefieren quedarse sobrevolándolo desde una distancia prudencial.
Los que sí os dais cita en el patio de armas sois los habitantes de la fortaleza. Del primero al último, desde el singular Klunurig hasta el humilde Agapanto, todos os reunís frente al torreón de la biblioteca. Atemorizados algunos, esperanzados otros.
Llevabais horas esperando a que Kylian, encerrada en el primer nivel de la torre junto al cadáver de Flechas de Muerte, saliese para deciros algo. Lo que fuera. Pero hace ya rato que todos os habíais marchado a vuestros quehaceres temiendo que la muerte de vuestra amiga fuera irreversible, incluso para la poderosa sacerdotisa goblin.
Los que habéis tratado de entrar en el edificio para investigar el aullido nocturno y la escalofriante luz verdosa que se derrama desde las ventanas de la primera planta, os habéis encontrado con que la puerta de la biblioteca estaba cerrada desde dentro.
La somnolienta Bugambilia y Ulfgar, con su armadura completa a medio colocar, son los últimos en llegar al lugar. Pero no tienen tiempo de preguntar a los demás qué es lo que está ocurriendo antes de que la puerta se abra hacia el interior y por ella asome una triunfante Kylian seguida de una cambiada Enrielle.
La señal más evidente de su cambio son los gruesos mechones blancos que enmarcan su rostro, en claro contraste con los oscuros cabellos recogidos en su acostumbrada coleta. La más sutil, en la que muy pocos reparáis en un primer momento, es que sus negras pupilas ya no tienen forma circular, sino de punta de flecha.
Fieles a nuestra costumbre, a pesar de resultar innecesaria en estos momentos, Shilara y yo nos encontramos sobrevolando la fortaleza cuando escuchamos el sobrenatural chillido.
En un primer momento pienso que alguien ha usado de forma accidental o imprudente la campanilla de alarma y no le doy más importancia, hasta que veo que los Plateados baten sus alas para elevarse muy por encima de nuestra posición. Como espantados.
Mi fiel montura también parece nerviosa, algo nada propio de ella pues ha demostrado su valor en incontables ocasiones. Incluso frente al pavoroso dragón rojo de La Desolación. Así pues la insto gentilmente a aterrizar en el patio para, una vez me he apeado, dejarla marchar a donde le plazca.
Para entonces, la mitad de mis compatriotas ya se encuentran allí y los restantes no tardan en unírsenos, con las lanzas y los arcos preparados para hacer frente a una amenaza invisible. Unos y otros nos damos cita en este lugar mientras la luz verdosa se entremezcla con la rojiza de los rubíes encantados que sembré por el patio, dándole a la escena un malsano y antinatural tono ocre.
Soy el primero en tratar de abrir la puerta, genuinamente preocupado por la seguridad de Kylian. ¿Habrá bajado Gilean en persona a castigarla por su osada plegaria? Eso parece tan improbable como el regreso de Flechas de Muerte, pero quién sabe qué rituales estará llevando a cabo la curandera goblin allí dentro.
Cuando la puerta no cede, mi preocupación crece más todavía. Conozco un hechizo capaz de abrir cualquier puerta pero, lógicamente, no lo tenía preparado para afrontar la enloquecida jornada que hemos dejado atrás. Por eso me alegro cuando veo a Ulfgar acercarse, martillo en mano. Seguramente él no lo considere un uso decoroso para su arma sagrada, pero es la mejor herramienta que tenemos para echar la puerta abajo.
Estoy a punto de pedírselo cuando la puerta se abre y Flechas de Muerte aparece al otro lado. Caminando por su propio pie. ¡Viva!
Hasta ahora había luchado por mantenerme impasible. Frío. Silvanesti. Había tratado de aparentar que no me atormentaban los remordimientos. Unos remordimientos que Kylian había creado en mí al acusarme de ser el responsable de su muerte. Pero ahora las emociones son tan fuertes que no puedo contenerlas por más tiempo y se desbordan.
En el arranque más indecoroso de mis últimos cien años, avanzo hacia ella y la estrecho entre mis brazos sin importarme cuánto haya cambiado o las escandalizadas miradas de mis congéneres. ¡Está viva y eso es lo único que importa ahora mismo!
—Me alegro tanto... —es lo único que consigo articular antes de romper a llorar como un niño.
Enrielle cruzó el umbral llevada de la mano por Kylian. Caminaba con pasos vacilantes, como si sus piernas fuesen lo suficientemente fuertes como para sostenerla pero hubieran perdido práctica.
Observó aturdida a los allí congregados como si la última vez que los viera hubiese sido hacía décadas. Su rostro estaba mortalmente pálido, más incluso que antes. Los gruesos mechones blancos caían a ambos lados de su cara, y bajo los ojos unas oscuras ojeras que le daban un aspecto siniestro y cadavérico. Sus ojos verdes, cuya pupila era estrecha y puntiaguda en su parte inferior parecían a primera vista los de un felino, pero una observación más detenida permitía ver la verdadera forma que ahora tenían. Puntas de flecha.
No reaccionó inmediatamente al abrazo de Ailaserenth, sino que permaneció algunos segundos paralizada por la sorpresa y la confusión. Bruma Gris saltó del lado de Bugambilia hacia Enrielle y Ailaserenth moviendo la cola, pero se detuvo a unos centímetros como si olfatease algo y se apartó rápidamente, agachando la cola y emitiendo una mezcla de gruñidos bajos y gemidos de llanto canino.
Al notar la calidez del abrazo de él precisamente, el distante y gélido Ailaserenth Sëlanar hizo que Enrielle se rompiera en mil pedazos de nuevo y rompió a llorar, ahora estrechando con fuerza al elfo y empapando de lágrimas el hombro de su túnica blanca.
Las pierna le fallaron y de no ser por el abrazo hubiera caído al suelo. Ailaserenth la sostuvo hasta que sus piernas reaccionaron de nuevo, y entonces se obligó a separarse para mirarle a los ojos a él y al resto de sus amigos, uno por uno, clavando en ellos sus pupilas afiladas.
Bugambilia contemplaba la escena con los ojos como platos y acabó arrojándose a abrazar las piernas de Enrielle llorando escandalosamente.
—Yo... también me alegro de veros. — respondió con voz ronca y rota por el llanto — Estáis todos bien, gracias a los dioses. Los dioses... No lo entiendo. — cerró los ojos con fuerza y volvió a llorar aferrándose al elfo—¿Por qué, Ailas? Estaba... muerta, pero ahora estoy aquí, viva. No tiene sentido...— se separó de nuevo y se volvió a secar las lágrimas con la manga sucia de barro — ¿Qué día es hoy? ¿Cuánto tiempo he pasado... así?
Cuando Kylian inició el ritual y no quiso ayuda, Ulfgar se inquietó. Pero lo comprendió. O de eso quiso autoconvencerse el clérigo enano. Debían ser los conocimientos de algún mistérico ritual llevado a cabo en tiempos pretérritos, algo que sólo un gran estudioso de los libros como los miembros de la Iglesia de Gilean pudieran conocer. Él, como no iniciado en su fe, no debía conocerlo. Eso, o el ritual era tan peligroso que no quería poner a nadie más en peligro. Ambas excusas eran igualmente válidas y no necesariamente excluyentes entre sí.
De esta manera, inquieto como estaba, el Yunque Poderoso de Reorx se quedó a hacer guardia. Con toda su parafernalia preparada, incluyendo su armadura completa, su escudo pavés y su martillo consagrado. Hizo guardia. Pero incluso él acabó por rendirse. El ritual duraría lo que fuera necesario y, habiendo decidido respetarlo, nadie irrumpiría en la biblioteca sin su consentimiento. Así que se acabó retirando a su espartana habitación, decidido a dar una rápida cabezada y volver ante la puerta sin demorarse más de la cuenta.
El alarido le despertó, claro. Colocándose como pudo la armadura, se reunió con los demás ante la puerta, una puerta de la que salía una luz verdosa escalofriante, que, sin duda, no anunciaba nada bueno. Al parecer sus compañeros forcejeaban ya con la puerta para abrirla mientras él acababa de llegar, así que sin mediar palabra el enano bajó la visera de su pesado yelmo y se preparó para embestir con todo su peso contra la puerta... Para sorprenderse cuando, a media carrera, la puerta se abrió y de ella surgieron Kylian y Enrielle.
El enano, por supuesto, detuvo por completo su avance, los ojos abiertos como platos escondidos tras su visor. ¡Había funcionado! ¡Kylian lo había conseguido!
Y entonces cruzó la mirada con Flechas de muerte y se percató de que su nombre había traspasado las fronteras de la muerte, arrastrándola de vuelta con los vivos. No sólo eran aquellos mechones de pelo a ambos lados de su cara los que delataban el trauma por el que había pasado. Sus ojos, aquellos ojos humanos de chica dulce acostumbrada a mostrarse dura para hacerse valer, habían cambiado de una forma espeluznante. Sus ojos eran ahora herramientas de muerte, una clara representación de la misma aparecía dibujada en cada una de sus pupilas. Eso, las luces verdes, el secretismo... La duda no pudo sino asaltar el corazón del clérigo de Reorx.
─¿Qué... qué has hecho, Kylian? ─preguntó el enano mirando hacia la goblin haciendo caso omiso de todo lo demás y aferrando su martillo consagrado como acto reflejo.
- He hecho lo que dije que iba a hacer. - Respondió secamente a la pregunta de Ulfgar, que más parecía una amenaza que una verdadera inquietud. - Dije que traería de vuelta a Flechas de Muerte y aquí está. Evidentemente no es la misma persona que fue en vida. El trauma de la muerte y el regreso del río de las almas a Krynn no es plato de buen gusto. Volver a la vida tiene un coste en el alma, pero sólo si ella deseaba volver, podría haberla traído de vuelta. - Realizó una pausa para que asimilara aquello. - Estar aquí es decisión suya, yo y la intervención divina, sólo lo hemos hecho posible.
Era normal que hubiera suspicacias. Muy pocos habían cruzado la última frontera para regresar a la vida y seguramente, ninguno de los presentes había presenciado algo similar, salvo la propia Enrielle y el chamán bakali con ella misma.
- ¿Vas a golpearme con eso, Ulfgar? - Le preguntó señalando su martillo con la mirada. - ¿Sientes miedo? - Le preguntó. - Nada más debes tener hermano. Recorres la Senda correcta y yo seré tu guía... - Sentenció mostrando las manos desnudas.
Acaricio sus mechones prematuramente encanecidos y sus pálidas y heladas mejillas. El coste de traerla de vuelta para mí ha sido meramente económico, pero para ella ha sido invaluable. En cualquier caso, es un precio bien pagado por tenerla nuevamente con nosotros.
Me falla la voz cuando trato de contestar a las preguntas que me fórmula. Tampoco tengo respuestas para todas ellas, así que no tiene sentido intentarlo. Ya habrá tiempo para hablar largo y tendido.
Me he encariñado de una humana, quién iba a decirlo.
La miro temiendo que en cualquier momento vaya a desvanecerse. Parece tan frágil, tan irreal...
—Kylian, gracias por devolvérnosla. No lo olvidaré.
Clavo mis ojos en los de la legionaria y beso sus manos gélidas.
—Gracias por regresar.
El clérigo de Reorx quedó como alelado, sin acabar de creerse lo que había visto, lo que estaba contemplando.
─No, Reorx me perdone, no. No... no puedo... ─balbuceó en respuesta a Kylian.
Simplemente no podía contestar. No podía decir un "y sé que me arrepentiré, que tendrá consecuencias, que mi inacción costará cara... pero no soy capaz de acabar aquí y ahora contigo, que has llevado a cabo ese ritual, ni con la resurrecta Flechas, a pesar de que cada fibra de su cuerpo se lo pedía. Aquello estaba mal. Su propia inacción estaba mal.
Pero eran sus compañeros. Había convivido con ellos y superado pruebas como pocos. Eran héroes, por mucho que su forma de ser fuera tan diferente de la suya propia. No podía acabar con ellos simplemente porque el ritual que se había llevado a cabo rozase los límites de lo correcto o porque el resultado no le gustase. ¿No decían, acaso, que uno de los héroes de la lanza tenía las pupilas como relojes de arena?
¿Quién era él para juzgar? ¿O para ejecutar una pena contra ellas?
El enano, recio y duro como era, simplemente tuvo que retirarse a su forja, a orar, a tranquilizar su alma. No podía permanecer más tiempo allí, tras haber presenciado lo que había presenciado.