Xanhor se llevó algo de comida y de bebida a la boca. El sabor era normal, su olor también e incluso su textura. Sin duda alguna, a no ser que se tratara de un veneno el cual fuera completamente inoloro e insaboro, las ofrendas que el conde les había ofrecido no estaban envenenadas. Fuera como fuera, todas las señales de alarma que las historias sobre aquel conde despiadado, eran a tenor de lo que habían experimentado en su presencia, del todo infundadas.
Pese a todo, Xanhor sabía bien lo que había vivido en su infancia y en los primeros años de su adultez, cuando formaba parte de la patrulla fronteriza que vigilaba las zonas más rurales de aquellas tierras yermas. Sabía muy bien que aquel hombre, el Conde Zanjofer que le habían presentado, no era el mismo hombre sin corazón y sádico que había escuchado nombrar de niño. Y desde luego, la historia que había contado el abad acerca de un emir... seguía sonándole a trola.
Lo que estaba claro era que el conde se había portado con ellos de forma exquisita. Además les había proporcionado una nueva pista acerca del lugar donde podían encontrar a aquella mujer, motivo por el que se encontraban allí. Además, sin haberlo pedido, les había hecho entrega de un salvoconducto para que pudieran sacar a la joven del lugar donde la mantuvieran recluida, firmada de su puño y letra y sellada. ¿Qué más podían pedir?
Si alguien quiere añadir algo más, es el momento!