Partida Rol por web

Tal como sospechaba, mi táctica no había servido... Solo se me ocurría una cosa, a la desesperada. Teníamos que usar la maquinaria pesada.

¡Usad todos los explosivos que tengáis!- grité a mis soldados mientras yo seguía disparando.

Kurt termina de desenganchar lo que parecia un trozo de carne carbonizada que se habia quedado encasquillada en el expulsor de balas... Al ver que saltaba la siguiente bala grita... Morir con botas puestas... Ahhhhhhhhh...

En el fragor del combate con el super oficial de las SS, Edward recordó algo, se había hecho con uno de esos chutes tan buenos con el que los soldados traficaban. La mayoría los usaban para evitar el pánico, cagarse y/o mearse en los pantalones durante los cruces de disparos con el enemigo, pero el soldado británico, que era bastante temerario de por si se lo había llevado por los otros efectos.

Los más acostumbrados a aquella mierda y que habían sobrevivido a más combates decían que no solo te quitaba el miedo, sino que también te confería como poderes especiales, en concreto un chute de velocidad extra.

Edward no había escuchado nada sobre transformaciones monstruosas, ojos rojos, brazos ultradesarrollados, parecía que la jeringuilla que llevaba el inglés no sería tan espectacular como la de los nazis, pero confiaba plenamente en que la droga funcionase lo suficiente como para añadir salvas adicionales antes de que el superoficial volviera a abrir fuego.

De una pequeña bolsa de cuero que llevaba al cinto sacó la jeringuilla, apartó el tapón a la vez que la sacaba y se enchufaba la dosis clavándola en el brazo y apretando el émbolo para que el líquido saliera del tubo por la aguja introduciéndose en el sistema sanguíneo de Edward.

El efecto fue inmediato, Edward se sentía con energías renovadas, quizá por el efecto placebo. Asomó la Winchester de detrás de su cobertura, oculto también por el humo de la granada y ¡BAM, CLIC, BAM! dos disparos solamente sonaron en la estancia de parte del rifle del soldado, tras el primero, el arma no parecía estar preparada para tan velocidad de recarga y se encasquilló, Edward tuvo que recargar con más cuidado para volver a realizar un segundo disparo.

- ¡Traga plomo, cabrón! - dijo justo antes de volver a su cobertura.

Sus pesados pasos casi hacen temblar el suelo a medida que se acerca a vosotros, con aquel rostro monstruoso en el que podían notarse los músculos y las venas azules bombeando con rapidez, repartiendo aquella extraña sustancia por todo su cuerpo. Los impactos de las balas golpeaban su cuerpo como pequeñas pedradas, que se incrustaba en su carne y lo atravesaban, pero no detenían su avance, su ropa comenzaba a estar agujereada. Pero entre todo eso… podíais ver como algunas de sus heridas seguían todavía abiertas, aunque eran pocas, pero no conseguía regenerarse lo suficientemente rápido como para aguantar todo el daño.

- No sois más que sucias ratas, ¡ahora morid! – vociferó a medida que sus ametralladoras volvían a rugir.

Es vez sin el humo de la granada todo quedaba mucho más claro. Sus enormes ametralladoras barrieron el lugar sin descanso, agujereando y penetrando todo lo que se hallaba en su camino. Las astillas y los trozos de roca volaban por los aires, así como pequeños chispazos donde las balas entraban en contacto con las paredes. Pero esta vez sí alcanzó a los soldados, uno de los proyectiles volvió a herir a la francotiradora que intentaba ocultar su cuerpo tras una de las columnas, la cual cada vez comenzaba a ser más fina por los trozos que se desprendían ante los disparos. Le rozó el costado rasgando su uniforme al igual que su carne, tiñéndolo de rojo como la estrella comunista que portaba.

El soldado alemán no corrió la misma suerte. Mientras disparaba su MG una de las balas golpeó su pecho en todo el centro, atravesándole, creando una salpicadura en su espalda a medida que le hacía caer hacia detrás. Como bien rezaba en su grito, moría con las botas puestas.

Cuando de pronto, su cuerpo comenzó a cambiar de nuevo… todas aquellas heridas parecían hacerlo adaptarse, mutar y fortalecerse ante vuestros golpes. Sus músculos continuaron hinchándose y creciendo, rasgando las pocas partes del uniforme que todavía poseía, rompiendo aquellas dos armas bajo sus enormes manos. A su vez, nazis comenzaron a llegar por el pasillo que habían abierto, solo que al ver a semejante bestia se quedaron horrorizados por la aberración que acababan de contemplar. Comenzaron a gritar de estupor, de miedo, lo que hizo que la mayoría de ellos se diera la vuelta y comenzara a correr para huir del lugar. Aunque un par de ellos abrieron fuego contra su propio comandante.

- Was zum Teufel ist das für eine Kreatur? Schieß, schieß! – gritaba uno de los alemanes mientras descarga su arma sobre el enorme monstruo.

Era imposible hacer daño a aquella monstruosidad, por más que lo intentábamos, por más que nuestras balas impactaban en aquel cuerpo deformado por culpa de a saber qué aberrante poción, el puto nazi no parecía notar las heridas que le infligíamos, al contrario, el muy cabrón era capaz de regenerarse.

La nueva ráfaga de disparos de aquella increíbles armas volvieron a dejarnos sin poder actuar y, por mi parte, empezaba a encontrarme en una situación delicada ya que cada vez tenía menos columna detrás de la cual esconderme. Además, mientras intentaba protegerme, sentí de nuevo en mi carne la quemadura de otra bala y cómo la sangre caliente y viscosa recorría mi costado. Apreté de nuevo los dientes intentando aguantar el dolor y, sacando fuerzas de flaqueza, agarré la mina  que llevaba y esperé a que el alemán dejara de disparar. En el mismo instante en que cesó el tronar de los disparos, salí detrás de mi parapeto y lancé la mina contra el alemán. Sabía que debía disparar contra ella si la quería activar así que preparé de nuevo mi fusil y diparé dos veces intentando acertar a la mina, aunque empezaba a notar la debilidad por la pérdida de sangre y cómo mi vista se iba nublando poco a poco.

El británico estaba enchufado, al menos aquello era lo que decía la jeringuilla que rodaba de forma casi poética desde los pies del soldado hacia el centro de la sala, en una escena que probablemente haría las delicias de los directores de cine del futuro.

Volvió a asomar su arma y disparó.

La velocidad que había conseguido con las drogas le volvió a jugar una mala pasada al realizar el segundo disparo y tuvo que recargar de forma correcta para realizar el tercero.

Esto iba de mal en peor. Estábamos haciéndole daño al nazi, pero también estábamos cayendo. Anna le tiró una mina al engendro, pero falló los tiros para hacerla detonar, obviamente debido a las heridas que tenía. 

A la desesperada, William intentó algo que llevaba un rato rondando su cabeza. Corriendo, se colocó detrás del monstruo y lo sujetó como buenamente pudo, mientras intentaba cortarle el cuello con su cuchillo o, al menos, hacerle el mayor daño posible.

¡CONCENTRAOS EN LA MINA! ¡HACEDLO SALTAR POR LOS AIRES!-grité intentando inmovilizar al nazi.

La joven soldado rusa consiguió arrojar la mina bajo las piernas del colosal y deforme monstruo que se había formado ante ellos, pero las heridas hicieron errar sus tiros, viendo cómo impactaban en el suelo apenas a unos centímetros de distancia del objeto explosivo. Este sin ser armado manualmente no explotaría sin un detonante. Mientras que Edward por su parte usaba su escopeta para coser a la enrome masa de músculos a balazos, perdigones que se incrustaban en su carne y arrancaban parte de ella, viendo como la mayoría de las heridas comenzaban a regenerarse al momento. 

Gritó de dolor cuando el sargento se subió a su espalda y empezó a clavar su cuchillo en su carne, allí donde pillaba, cerca de donde debería estar su cuello. Solo que ahora no había nada que cortar, pues tal era su deformidad que parecía que su cabeza había empezado a duplicarse y regenerarse de nuevo de forma aberrante. Ya había perdido por completo su forma humana y debía medir más de tres metros, en la mitad de aquella capilla ya destruida. 

- Er stirbt nicht, wir müssen gehen! - gritó uno de los soldados alemanes, mientras disparaba su MP40 sin dar en el blanco, más preocupado por escapar de allí con vida.

El antiguo oficial de las SS se revolvió y tomó a William con su mano, alzándolo mientras apretaba su cuerpo y lo miraba con sus múltiples rostros. Sus dedos se clavaban en su cuerpo, notando como algunos huesos se partían y empezaba a sangrar por la boca. Hasta que finalmente lo arrojó sobre el soldado inglés que lo detuvo con su propio cuerpo precipitándose sobre él. Todos los soldados estaban muy malheridos, tan solo tenían una última oportunidad, la de acabar con todo o haber muerto intentándolo.

La situación cada vez se nos complicaba más y, por cada intento que hacíamos de acabar con la vida del asqueroso ser más parecía él aumentar de tamaño y fuerza. Tenía que hacer detonar la mina como fuera, tenía que sacar fuerzas de flaqueza y lograr un buen disparo, pero para ello tenía que concentrarme, olvidarme de todo a mi alrededor y centrarme exclusivamente en el punto que me interesaba.

Eso fue lo que hice. Respiré hondo, me armé de paciencia y mantuve mi pulso firme hasta que vi la oportunidad de disparar. Una sonrisa apareció en mis labios al ver que aquel tiro había dado en la diana pero aún así no me conformé. Al no estar segura si la mina lograría acabar con el nazi, seguí disparando sobre el cuerpo de la bestia con mejor o peor resultado.

—Bastarrdo asquerroso... —grité con furia mientras disparaba.

No nos quedaba tiempo. Era ahora o nunca. Haciendo acopio de las últimas fuerzas que me quedaban, disparé contra la mina para intentar hacer que explotara. Si lo conseguíamos, quizá acabásemos con el engendro. Si no... Era el fin.

Edward estaba tan obcecado debido a las drogas que no dudó en seguir disparando a la bestia que crecía delante de ellos.

Las balas de los soldados se entrecruzaban, aliados y nazis, disparando a la enorme aberración que se mostraba ya ante vosotros deforme y fuera de control. Su altura debía alcanzar casi los cuatro metros, con brazos como troncos de grandes, la piel roja como el músculo sin recubrir y unas venas azules que bombeaban con rapidez. El fuego era cada vez más intenso y las balas perforaban su cuerpo, arrancaban partes de carne y de hueso, mientras el monstruo continuaba su avance hacia vosotros. Cuando de pronto, el acertado disparo de la francotiradora rusa provocó una gran explosión que hizo temblar todo el castillo. Ya onda os sacudió y os empujó, mientras escuchabais los gritos alemanes de los nazis. Pero sobre todo pudisteis escuchar un fuerte rugido que provenía de los múltiples rostros de aquel engendro. 

Cuando os recuperasteis y alzasteis la vida, pudisteis ver los estragos que había hecho aquella explosión sobre su cuerpo. Se encontraba en el suelo con las dos piernas arrancadas, hechas un amasijo de músculos, carne y tendones que se había repartido por toda la habitación tiñéndola de rojo. Pero todavía seguía vivo. El tejado de la iglesia comenzó a caerse sobre vuestras cabezas, primero algunas piedras pequeñas y poco a poco aquel lugar comenzó a derrumbarse. El mutante nazi alargó su mano para tomar a Anna cuando un cascote aplastó su brazo haciendo que de nuevo gritara de placer. Un grito agudo y ensordecedor, mientras el techo seguía derrumbándose. 

- Du musst sie da rausholen! Das dach wird auf sie fallen! - gritaba uno de los nazis mientras hacía aspavientos con una de sus manos.

Las heridas casi no permitían que os movieseis para salir de allí, de entre los escombros que empezaban a caer sobre vosotros y a amontonarse a vuestro lados. Y de pronto los nazis aparecieron en vuestra búsqueda. Apenas un grupo de cuatro hombres se dirigió hacia vosotros, pasando junto al enorme monstruo todavía con vida que no paraba de gritar y retorcerse en su propia sangre. Os cargaron en los brazos, tiraron de vosotros a rastras mientras la capilla caía, mientras el Sol Negro se derrumbaba sobre su creación. 

Al final, incluso pudisteis ver cómo era sepultado por los trozos de ladrillo y roca, como aquella criatura alejada de la gracia divina quedaba oculta entre sangre y polvo. Mientras aquellos que eran vuestros enemigos, con los que habíais combatido hasta la muerte, ahora sacaban vuestros cuerpos heridos sin apenas fuerza.

Algunos de vosotros viviríais para luchar otro día.