El reloj sonó anunciando el nuevo día. Marcaba las 7:30am.
Ningún ruido llegaba hasta ella, todo era silencio absoluto. No porque fuera demasiado temprano, sino porque las ventanas de su dormitorio daban a la parte de atrás del edificio donde los ruidos de la calle principal no llegaban.
Pero si notó algo, no tuvo que estar despierta del todo para darse cuenta. El repiqueteo continuo en los cristales solo podía significar una cosa, llovía. Por una vez, parecía que la previsión meteorológica no había fallado.
Era lunes. Una nueva semana empezaba.
La alarma perpetua e insistente era el único ruido en el silencio casi absoluto del piso. Y la mano que emergió de entre medio de las cobijas fue el único indicio de la existencia de vida en los alrededores de aquel lugar.
Harriet cerró los ojos de nuevo, y volvió a taparse hasta las mejillas.
Hasta siete y treinta y cinco. Sí. Tengo tiempo de sobra.
Nunca era un mal momento para envidiar a aquellos que podían caer dormidos al siguiente instante de acomodarse, y menos en aquel instante. Para ella, como para todos los insómnicos, el acto natural de conciliar el sueño era más bien una proeza extraída directo de los anales de la Odisea, una lucha perpetua entre una mente que se niega a apagarse y un cuerpo que se niega a seguir. A veces, incluso, aquellos momentos pasados en la oscuridad rezando sin fe por caer en la inconsciencia se transformaban en épicas de terror, ansiedad, desasosiego; largos momentos de una autoreflexión obligada repasando todos y cada uno de los fracasos reales o ficticios de toda una vida, concibiendo un futuro signado por el prisma de la desesperación y la soledad.
Malditos fueran todos ellos y su sueño a demanda. Harriet se acomodó en la almohada, curvándose más sobre sí misma hasta hacerse una bola apretada de carne y extremidades bajo las mantas. Sin embargo, ni las tela ni su voluntad fueron suficientes para apagar de nuevo su consciencia, que siempre pasaba de cero a cien en el momento en que abría los ojos. La realidad comenzaba a permearse a cuentagotas a través de los hilos y de sus propios sentidos, tan gentilmente que parecía el abrazo de un amante generoso. Uno que por cierto nunca preguntaba qué había en su cabeza ni qué había en su sangre, ni le importaba qué había en su cuerpo o qué opinaba sobre la vida.
Harriet ya llevaba minutos con los ojos abiertos cuando la alarma volvió a activarse. La apagó y se tumbó de espaldas, mirando por un instante al cielorraso mientras escuchaba llover.
Same shit, pensó, sintiendo el cansancio y el deseo de no salir de la cama. Different day.
Sin embargo, con un suspiro se levantó al instante, y salió a paso recto en dirección hacia la ducha.
El baño no le llevó más de los cinco o seis minutos de siempre, y el vestirse le llevó los cuatro minutos restantes que faltaban para las siete y cuarenta y cinco. Tuvo que detenerse a mitad de abrochar los botones de los puños de su camisa para responder al concierto de maullidos desesperados que de pronto se habían apiñado en la única puerta cerrada del piso.
- Vale, vale - dijo Harriet, yendo a zancadas hacia la puerta del baño y abriéndola de par en par - Vamos, arriba, que no puedo dejar el agua corriendo todo el tiempo.
La pequeña gata blanca atigrada en beige trepó de un salto al lavabo y comenzó a tomar con desesperación del hilo de agua que salía del grifo. Harriet devolvió la mano desde la llave de paso hacia sus puños aún desabrochados, mientras echaba una mirada con aprehensión al plato metálico situado al otro lado del piso, donde el agua que había puesto la noche anterior se mantenía prístina e intocada. Con un suspiro, acarició a la gata vagamente, y dio un brusco paso hacia atrás cuando el animal intentó frotarse contra ella para devolver la atención.
- Joder, no hagas eso, querida - le reprochó, mientras cogía el cepillo de dientes y la pasta - Luego no sé cómo quitar tus pelos blancos de mi camisa negra, y parezco una alfombra.
Siete y cincuenta la encontró compartiendo aún el baño con la gata que, tras su frenética bebida, continuaba sentada en el lavabo mirando como Harriet terminaba de asearse y se cepillaba el cabello húmedo. La gata la siguió hasta la parte de la cocina, y permaneció allí hasta siete y cincuenta y cinco, momento en el cual Harriet terminaba su leche con café mientras echaba un vistazo por encima a los correos y a las noticias en su teléfono móvil. Las cuatro cuentas de correos de diferentes perfiles y sitios le proveían diferente información: una oficial por el trabajo en el NY Times, una oficial que mantenía por su vinculación con la universidad de Columbia, una extraoficial para sus actividades personales, y una última extraoficial para las actividades... menos legales. Y las cuatro estaban conectadas a diferentes alertas programadas, para recibir avisos por la publicación en la prensa de Internet de determinados términos marcadores (diferentes según qué cuenta), así como suscriptas a diferentes medios periodísticos.
La pantalla del móvil se oscureció a las ocho y Harriet insultó por lo bajo, volviendo a apagar la alarma que se había olvidado de desactivar. Aunque la interrupción, pensó mientras cogía su bolso de la silla en la cual lo había tirado anoche, era más que bienvenida. Mientras recorría en diagonal los correos y los titulares, había comenzado a formarse en la base de su cuerpo la misma sensación que lo había hecho el día anterior, y el otro, y el otro, y la otra semana, y el otro mes, y el otro año también. La sensación de por qué si tengo tantos recursos no he conseguido nada aún, la sensación sibilina de dónde está aquella inteligencia que se supone que tenías enfrentada a si realmente fueras inteligente no llevarías años esperando sino que ya habrías triunfado. La sensación helada de no puede sorprenderte que no hayas logrado aún nada, si desde el principio nunca fuiste buena ni lo que creías.
Mierda, pensó Harriet, mientras a ojos cerrados apretaba una mano contra el marco de la puerta ahora abierta. Mierda.
- Volveré en la noche - dijo, a la gata que la miraba ahora desde su cama - No me extrañes, gato.
Eran las ocho y seis minutos cuando llegó a la acera. Harriet se atravesó el morral sobre el pecho, sacó el móvil otra vez, y comenzó a caminar en la dirección correcta. Tenía un cierto tiempo de transporte público. Continuaría revisando las cosas desde allí, para saber si había algo interesante o urgente incluso antes de llegar a la oficina.
Cuando llegó a la estación de tren se percató de una cosa en la que no había caido. La lluvía volvía a la gente un poco tonta y parecía que la gente que decidía usar el transporte público como el tren, se duplicaba en los días como aquel. El andén estaba a rebosar de gente nerviosa porque llegaban tarde al trabajo, madres intentando controlar a los crios e, incluso, tres pirados que había decidido coger las bicicletas en un día como aquel y esperaban chorreando el tren.
La idea de coger un asiento libre durante el trayecto se desvaneció casi directamente de la mente de Harriet. Aquello podía ser casi un milagro. Por que el milagro sería que toda aquella gente entrara en el siguiente tren y quedara el mínimo sitio libre para que ella también entrara.
Mientras que terminaba de bajar las escaleras pudo leer el letrero que avisaba de las próximas llegadas. Su tren estaba a punto de entrar en la estación. Y entonces lo oyó. Y como ella, toda la gente que había esperando y que se movieron como una ola hacia el borde del andén.
Al llegar a la estación, Harriet echó un vistazo a su alrededor y suspiró. Otro nuevo día en el maravilloso mundo del transporte público... y otro día en el maravilloso mundo de gente huyéndole a las gotas como gatos hidrofóbicos ante el diluvio universal. A veces le resultaba totalmente inentendible por qué las grandes masas de seres humanos le huían a la lluvia como si fuera la peste líquida, y reaccionaban con el nerviosismo propio de estatuas de sal ante un final en apariencia inminente. Sus propios ojos dejaron por un instante al grupo humano enloquecido y se dirigieron al cielo, con cierta nostalgia. Hacía demasiado tiempo que no se daba el lujo de una buena caminata bajo la lluvia.
Se aseguró de que el paraguas estuviera bien cerrado y, apoyando la punta sobre el suelo, lo giró varias veces en uno y otro sentido, para desprender la mayor cantidad de humedad y llenar de agua lo menos posible la estación. Observó vagamente a la tela negra tornasolada, lustrosa y quizás demasiado cara en apariencia, hasta que estuvo suficientemente satisfecha como para terminar de cerrarlo del todo. Guardando el teléfono en un bolsillo con cierre, consciente que el aglomeramiento de gente no colaboraba con la seguridad de la propiedad privada, emprendió camino nuevamente hacia los andenes usando el paraguas como bastón. Al fin de cuentas le llegaba perfectamente a la cintura y, por historia y por estilo, el paraguas era para ella una extensión de su propio brazo.
Apenas sus ojos registraron las palabras en el letrero, su oído captó el sonido del tren haciendo entrada a la estación. La mente de Harriet hizo el salto de inmediato, dibujando varios cursos de acción como si estuvieran sucediendo. Se vio terminando de bajar a las corridas, patinando al final para caer rodando y, con suerte, golpeando su orgullo; con mala suerte, quebrándose la cabeza contra los escalones. Se vio llegando al andén y participando de aquella masa humana a los empujones, hasta aquel momento en el cual la palabra masa comenzaba a adquirir su verdadero significado y los conceptos de espacio personal, límite de la materia y decencia desaparecían como inexistentes entre gritos y peleas. Se vio de pie en el andén, junto con dos o tres personas más, a dientes apretados y resentidos, tras haber intentado entrar y que la masa humana y las mismísimas leyes de la física los hubieran rechazado para entrar en aquel espacio reducido. Se vio sentada en el banco de más allá, tras haber bajado la escalera con la mayor resignación de los últimos tiempos, esperando a un próximo tren donde la historia iba a volverse a repetir.
A la mierda con todo, pensó repentinamente Harriet, mientras buscaba sus auriculares. Siempre salgo temprano para cubrir todo problema.
Se los puso y accionó el Play del reproductor de música.
El mundo tiene que esperarme a mí por una jodida vez.
Tomada la decisión de dejar pasar este tren y esperar al siguiente, Harriet bajó el resto de la escalera a ceño fruncido, sintiéndose profundamente irresponsable pero, a la vez, profundamente harta y ligera. Sus ojos recorrieron el andén para esquivar a la gente, mientras tomaba nota de todo lo que sucedía a su alrededor.
Mientras caminaba por el andén, esquivando a unos y a otros, observando a toda persona que se cruzaba en su camino, no se daba cuenta de que ella misma estaba siendo observada. Había llamado la atención de alguien en el andén y poco a poco se acercaba a ella por detrás, lentamente, disimuladamente.
-¡Te pille!-la voz chillona de una mujer sorprendió a Harriet por detrás mientras que dos manos hacían un intento de hacerle cosquillas en los costados- ¡Otra a la que se le ha escapado el tren! Eso nos pasa por venir a plena hora punta a pillarlo en un dia de lluvia. ¡Tontas, que somos unas tontas!
Harriet no tardó en reconocer la voz. Era Kety, una de sus compañeras de oficina.
Mientras caminaba por el andén, esquivando a unos y a otros, observando a toda persona que se cruzaba en su camino, no se daba cuenta de que ella misma estaba siendo observada. Había llamado la atención de alguien en el andén y poco a poco se acercaba a ella por detrás, lentamente, disimuladamente.
-¡Te pille!-la voz chillona de una mujer sorprendió a Harriet por detrás mientras que dos manos hacían un intento de hacerle cosquillas en los costados- ¡Otra a la que se le ha escapado el tren! Eso nos pasa por venir a plena hora punta a pillarlo en un dia de lluvia. ¡Tontas, que somos unas tontas!
Harriet no tardó en reconocer la voz. Era Kety, una de sus compañeras de oficina.
Harriet reaccionó ante la aparición del modo en el cual reacciona toda persona que tiene anulado el oído, está cerca de unas vías de tren, y es cogida por los costados desde atrás: se tensó como una barra, se sacudió con un paso hacia atrás del agarre repentino, y aferró el paraguas dispuesta a usarlo como una lanza. La reacción lucha-o-huye se resolvió en un chasquido, en la base de su mente, decantándose sin ninguna duda hacia la agresión.
Fue una suerte que sus ojos se movieran más rápido que su cuerpo, sin duda, y le evitaran montar un espectáculo.
- ¡Kety, joder! - soltó Harriet, voz más tensa que sus nudillos blancos - ¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre venirme desde atrás de esa manera, aquí en el andén?
Uno, dos, tres. Exhaló largamente el aire que se había acumulado en sus pulmones, y de pronto empezó a reírse.
- Joder, lo único que le falta a este día es iniciarlo con una lucha a paraguazos al estilo Star Wars. Aunque en el auto de policía seguramente íbamos a ir más cómodas que en el próximo tren. Bueno, todavía estamos a tiempo, claro, si te prestas - agregó, levantando el paraguas con intención, y guiñándole un ojo.
Se quitó los auriculares y comenzó a enrollarlos con cuidado, con una sonrisa.
- Nah, no somos unas tontas. Quizás sólo animales de costumbre. Aunque, no sé tú, yo al menos prefiero viajar veinte minutos como una sardina que una hora y largo sentada - Harriet guardó los auriculares y aprovechó a echar una mirada a la pantalla del móvil, antes de guardarlo - ¿Qué tal todo, Kety? ¿Te espera un día agitado?
-¡Ey¡ ¡Ey! ¡Ey! -exclamó Kety, dando un paso para atrás cuando vio a Harriet agarrar el paraguas lista para defenderse- ¡Que soy yo! ¡Kety!
Cuando Harriet se volvió vio que, ahora, la que se había llevado el susto, había sido la propia Kety- ¡Mierda va! ¿qué haces con los auriculares puestos en una estación de tren? -preguntó dándose cuenta del susto que se podía haber llevado su compañera y sonriendo ante su propuesta, que no podía ser de otra forma- ¡Pequeño padaguan! ¡Listo para el combateeeee! -levantó igualmente su paraguas, lista para contienda, mientras ponía pose de jedai consumado. Pero miró a su paraguas, poniendose bizca al instante siguiente- ¡Tu ganas! ¡Este es plegable! ¡Una mierda de espada! Ja, ja, ja -rió con ganas ante la situación-Pues no se qué decirte. A mi me da un poco de grima cuando el tren va tan lleno, me da la sensación de que me van a intentar tocar el culo a la primera de cambio, y no me da seguridad. Pero hoy no me queda otra con lo que está cayendo...¿Hoy? Hoy será un maravilloso lunes -dijo con retintín. Tengo que entregar un reportaje sobre drones a las una en punto, porque quieren publicarlo el martes a primera hora. Solo me queda darle los últimos retoques a la maquetación, pero para mi eso es lo más coñazo. Me sigo sin hacer amiga del programa ese nuevo que nos han dado para maquetar y me cuesta la misma vida. ¿Y tú? ¿Algo importante para hoy?
Te abro la escena del periodico para que veas en qué trabajas y quien es tu querido jefazo.
Posteamos en ella cuando llegues al edificio después del salir del tren, ya te aviso.
Kety trabaja en la misma planta y departamento que tu, pero en otro grupo de trabajo por lo que no está sentada cerca tuya realmente ni coincidis mucho en temas laborales salvo cuando hay una emergencia y todo el departamento tiene que trabajar a una, cosa que raramente sucede.
;)
Harriet le guiñó un ojo, volviendo a agitar el paraguas en una promesa silenciosa. Luego, apoyó la punta sobre el suelo y recargó parte de su peso en éste, mientras escuchaba a Kety mirándola a los ojos y con la cabeza levemente inclinada. La sonrisa empática de sus labios –porque, quién no podía empatizar con el miedo a la famosa tocada de culo– acabó transformándose en una mezcla exacta de empatía y sarcasmo –porque, quién no podía empatizar con lunes, maravilloso lunes–.
- A mí me han tocado el culo tantas veces que prácticamente ya no lo siento más, la verdad – respondió Harriet, con un leve encogimiento de hombros – Es como decía una amiga mía, que iba y va a muchos conciertos masivos: Ya de tantas veces que me lo tocaron, tengo el culo totalmente insensibilizado – agregó, con una risa, para luego sonreír con cierto cinismo.
Miró un momento a las vías, esperando ver algún indicio del próximo tren, y movió la cabeza con cierta diversión.
- Maravilloso lunes, sí, veo. Además de un tema que no le interesa a nadie, ni está teniendo amplia relevancia en un mundo que cada vez entra en más guerras – apuntó, con el mismo retintín que Kety, y le guiñó un ojo. Luego, disolvió el gesto en una sonrisa auténtica – Avísame si necesitas ayuda con el programa. Creo que lo tengo dominado, y si tengo tiempo… lo cual dudo, pero si sucede el milagro, encantada de ayudarte. Además de leer el artículo – hizo una pausa y cambió el peso de un pie a otro, levantando el paraguas del piso – No sé qué me va a esperar este lunes, sinceramente. Lo que tenía pendiente el viernes lo terminé, y estoy esperando a llegar a ver con qué sale Adam hoy. Ya sabes cómo es: tengo algunos temas que le he sugerido para investigar y como idea para algunos artículos de medio a largos, pero a fin de cuentas Adam siempre termina saliendo con otra cosa.
Harriet sonrió, y su rostro no reflejó ni una gota del gusto agridulce que había en su boca. Aquel que decía: no importa lo que haga, nunca importe lo que le lleve. Siempre es otra cosa, o nunca es mi nombre.
Muy bien :)
-¿En serio? ¿Me ayudarias? ¡Eso es genial! Seguro que busco hoy mismo un momento libre, solo necesitaré unas nociones básicas y bueno... tengo varias preguntas que seguro que me sabes responder. ¡Genial! -dió una palmada de puro gusto al saberse salvada por una compañera de trabajo-¡No se que haría sin ti en más de una ocasión!
En aquel momento, pudieron escuchar como el siguiente tren hacia su entrada en la estación.
-¿Adam? ¡Pasa de él! Te lo digo yo, ya sabes... es adorable, buenorro como el solo, tiene que hacerlo superbien en la cama... peeeeeeeeeero... tiene dos problemas: esta casado y es nuestro jefe. Problemas insalvables para mi gusto. Bueno, eso y que es un poco sieso. Yo no se si podría trabajar tanto con él como tienes que hacerlo tu. A mi me gusta ir más por libre no estar tan pegada al jefe... ¡Venga! ¡Dejémosnos de tonterias que se nos escapa el tren!
El tren paró y abrió sus puertas y, como si una señal insconsciente se hubiera propagado entre las decenas de cerebros reunidos en la estación, empezó el eterno paso de baile que precedía la llegada del tren: puertas se abren, la gente sale, la gente entra, la gente se apelotona como sardinas en lata, las puertas se cierran y el tren se va, dejando de nuevo a un gran número de personas en el andén.
Kety saltó dentro del vagón que se había detenido más cerca y se volvió haciéndole rápidas señales a Harriet para que la siguiera.
¡No sé qué haría sin ti en más de una ocasión!, había dicho Kety. Conseguir ayuda en otro lado, sin duda, pensó Harriet mientras se encogía de hombros levemente, sin darle –ni darse– demasiada importancia. Al fin de cuentas, si tomamos en consideración mi trabajo es claro que nada de lo que haga o diga es suficientemente útil como para que se reconozca.
Sus ojos se desviaron hacia la masa de gente que comenzó a arremolinarse en el andén, y suspiró. Harriet cambió su bandolera de lugar para ponerla delante suyo, sobre su cadera, y aferró el paraguas contra su pecho para evitar que matara a alguien. Porque en lo que duró un parpadeo, Harriet pasó de estar en el andén a estar dentro del vagón, casi entrando en puntas de pie, y poniendo su cara de pasajero en un vagón lleno. O sea, aquella cara al borde de la inexpresiva que claramente decía no-jodas-conmigo-que-tengo-muy-pocas-pulgas-y-un-gran-paraguas.
- Todos los jefes ajenos son fantásticos, y los puestos ajenos la gloria, ¿eh? – dijo Harriet, sin dejar de mirar a sus alrededores, y movió la cabeza – No me pongas tu puesto en tan buena luz, Kety, que me veré obligada a decirle a Adam que estás muy interesada en trabajar con él y que eres mi mejor reemplazo – agregó, extendiendo una sonrisa que de tan solemne y seria era poderosamente divertida y cínica.
Aunque probablemente nadie le aceptaría las cosas que yo le acepto, pensó Harriet brevemente.
- Nah. A veces creo que no me pagan lo suficiente para lidiar con algunas de esas mierdas – comentó, con la misma sonrisa, antes de pasar a una sincera – Pero trabajar con Adam no es malo, al contrario. Es un privilegio trabajar con alguien que ha visto tan claramente cómo influyen los avances de la tecnología en los medios periodísticos, y ha logrado aggiornar a un gigante como el New York Times a los nuevos tiempos. Eso es un titánico, y no sólo hay que tener cojones para intentarlo. Hay que tener cerebro.
-Ya, cerebro y una buena planta, que ya sabemos que hoy en dia, si no uno no es agraciado físicamente no se come una rosca. Y bueno... ¿en serio? ¿se lo dirias? -dijo inocentemente- sería mi sueño trabajar con alguien tan guapo...
Su mirada era soñadora y su conversacion superficial, estaba claro que no lograba ver el esfuerzo titánico de Adam por sacar adelante el departamento, por hacerse un hueco a pulso y no por casua de su apellido en el periodico, sino que solo llegaba a ver su cara bonita y.... sus billetes.
No tardaron en llegar a su parada y descendieron del metro junto con decenas de personas más. Al salir a la superficie descubrieron que la lluvia les había dado un pequeño respiro, aunque mirando al cielo, se podría decir que quizás el respiro iba a ser lo justo para llegar al edificio del New York Times.
Si quieres postear algo por aqui, adelante.
Te paso en breve a la siguiente escena, al del New York Times ;)