-Maldita sea-Masculló el moro entre dientes mientras lanzaba una flecha tratando de acertar a uno de los agresores. Ni siquiera se detuvo a ver si había logrado herirlo si no que , colgándose el arco al hombro, fue corriendo a ayudar al caballero y tratar asi de rescatar al niño.
Motivo: Disparo
Tirada: 1d100
Dificultad: 70-
Resultado: 8 (Exito)
Motivo: Daño
Tirada: 1d10
Resultado: 7
Motivo: Daño
Tirada: 1d4
Resultado: 3
Motivo: localiz
Tirada: 1d10
Resultado: 5
Hago solo una tirada, por que voy a ayudar al crio. Aplícame el modificador de media distancia que no lo recuerdo.
10 de daño.
El moro bien que guiñó el ojo para disparar, pero aún mejor que efectuó el disparo: ¡¡BZZZZ!! La flecha silvó mientras viajaba monte arriba y en seguida se precipitó justo a la espalda del tipo que iba detrás, el encapuchado, que no hizo sino caerse hacia un lado y besar el suelo gravemente:
Daño: 10 (-1 por ropas gruesas): 9 puntos de daño.
El tipo tenía atravesado el diafragma, y en tanto que aún segúia despierto, estaba como inmóvil, pues el dolor era fruto del centro de su cuerpo y parecía como llegar al resto de sus partes ¿Cómo habríase de permanecer cabalgando en ese estado? Mientras tanto, la bruja tiró ipso facto de las riendas de la montura, se paró en seco y se bajó aceleradamente para asistir al hereje... Y no viste más, puesto que te giraste y marchaste corriendo hacia el borde del precipicio...
Motivo: Secuelas
Tirada: 1d10
Resultado: 7
A media distancia no hay ni malus ni bonus ;)
Secuelas: Daños Internos: El ataque provoca la rotura de huesos y músculos, que no consiguen curar de forma adecuada. Reduce en 1 punto la Resistencia del personaje.
Una vez en el borde del precipicio, junto a Diego, víste cómo este tenía medio cuerpo cayendo hacia afuera, y tenía agarrado el crío, que estaba enganchado en una especie de joven pino que allí, en el comienzo de la caída, había nacido. Aunque realmente el que había nacido era el recién nacido, valga la redundancia. Le sujetastes los pies al infanzón, no siendo tampoco necesario tirar de él, por el hecho de que no fuera a caer y ambos dos se perdieran.
Los llantos invandían la escena desde el momento de la caída, pero cada vez eran más fuertes, puesto que Diego lo elevaba poco a poco, cuidando en no caerle y tener una desgracias... Instatnes después, el pequeño crio fue puesto a salvo por vuestra aportación y Diego lo acurrucó un poco entre sus brazos... ¡El hijo de Blasco de Pomar había sido rescatado!
Acto seguido oísteis un traqueteo en la tierra, cuando aún ambo jadeábais por el esfuero y la enorme tensión al borde la muerte. Eran caballos. ¡¡Cascos de caballos acercándose cada vez más...!! Mirásteis entonces para ver la situación de los dos huídos, brujo y encapuchado, y os percatásteis que la mujer ya no se preocupaba por el hombre, sino que comenzaba a subir al caballo para huir sin él: Abdalá lo había herido gravemente. Fue en éstas que dichos sonidos ascendentes se convirtieron enseguida en el refulgir de (valga la contrariedad) los caballeros de negro que habían quedado abajo... ¡Y con qué fiereza que subían!
Azuzaban a los jamelgos espada en alto para que corrieran contra gravedad, piedras y peñas, pero en tanto que más lo hacían, más que parecían conseguirlo, y en cuestión de unos segundos, víendolos ya subir monte arriba tras la bruja (que había comenzado su reascenso otra vez), echaron mano de sus espadas y uno de ellos acuchillo las patas de la montura de Diego, haciendo relinchar de dolor al animal y propiciando su caida. Sus cuartos traseron pegaron un latigazo y se desplomaron, y la bruja cayó al suelo en una horrible parábola, haciendo que su cabeza se golpeara con una peña saliente (una gran roca que parecía que llevaba ahí miles de años). Su testa impactó tan fuerte que su cuello crujió, aunque eso no lo oísteis por la distancia, sino que vísteis el cuerpo de la bruja caer como un auténtico pelele de paja y convirtiéndose en cadáver un instante después...
A lo lejos, en la más alta cumbre del Monte Aio, los tres tipos se bajaron del caballo, miraron a la bruja para comprobar si estaba muerta, y aún asi le cortaron la cabeza, guardándosela en los fardos de su montura. Minutos después regresaron hacia abajo. Vosotros ya os habíais levantado y caminado hacia dentro, y los tipos cogieron al encapuchado y vieron el perfecto disparo de flecha. Se acercaron un poco a vosotros arrastrando al malogrado.
Buen disparo -dijo el jefe-, quien haya sido... ¡¡¡Vamos, habla, desgraciado!!! -gritó de repente éste al malherido, que escupía sangre-, pero éste no paraba de reírse, a lo cual, sin dilación alguna, mientras dos le sujetaban, segador de brujas despunto un fiero cuchillo y le rebanó el pescuezo. Su séquito hizo lo mismo con su cabeza.
¿Ya tenéis lo que buscábais? -dijo el cruento jefe de aquellos-. Nosotros... sí.
Abdalá sonrió al escuchar las palabras referidas al certero disparo que había propiciado con su arco. Asintió a los hombres con la cabeza y miró al niño, que estaba en brazos de Diego.
-Por fin hemos rescatado al ninio, se lo devolveremos a su padre. Muchas gracias por vuestra ayuda y por matar a esa bruhá maliciosa-dijo tratando de encontrar las palabras. Pero en verdad se sentía incómodo allí y quería ir cuanto antes a regresar al pequeño y olvidarse por fin de aquel percance.
¿Quién no diría que aquellos ajusticiaría al moro por cómplice... o tal vez por causante primigenio de todo el embrollo? El caso es que como los soldados, que eran miembros de la Vera Lucis, tenían ya sus deberes hechos (tanto lo de la bruja que buscaban como haber tomado la cabeza del ser que se encontraron, el que matásteis), y aparte como vieron vuestra participación contra los herejes, os dejaron ir sin problemas. Muy toscos en palabras y aún algo desconfiados, bajaron el monte Aio sin despedirse y desaparecieron de vuestra vista.
El niño no dejaba de llorar, ya que sentía miedo, frío, hambre y dolor (tenía muchos rasguños al haber quedado colgado por raíces y piedras rasposas), y en todo el descenso dejó de llorar, hasta el punto de casi deseseraros. Aún en la falda del Aio, veíais la aldea y el castillo del Alquézar, lugar de nacimiento del bebé. Tras bajar e internaros en el pueblo, aún cuando os miraba la gente, a causa del bebé, subísteis la cuesta que daba al castillo.
Desde las almenas, soldados de Blasco de Pomar veían vuestra llegada con un bebé en brazos. Enseguida vociferaron que abrieran la puerta, mientras otros llamaban desde las alturas y hacia el interior a don Blasco, para que saliese.
Si quieres decir algo y si no te actualizo a la noche o mañana, que he de salir.
¡¡Mi hijo!! -vísteis salir del pequeño castillo, ya en el patio de armas, a Blasco de Pomar. Detrás, su mujer corría también hacia vosotros con algunos criados y criadas. Enseguida el de Pomar lo tomó en brazos, lo miró un instante*...y se lo entregó a su madre enseguida. Marina lo cogió enseguida y lo abrazo con fuerza, mientras soldados y criados se regocijaban al ver a su señor muy contento.
¿Cómo podré agradeceros? -dijo Blasco-. Os daré el mando de una villa para cada uno, si lo deseáis, dentro del señorío de Alquézar, y cincuenta hombres a vuestro cargo... ¿o queréis algo que bien deseéis? -parecía que Blasco de Pomar podría tirar "el castillo por la ventana", y aunque fuera el hijo medio bastardo, bien que podría ser su sucesor y primogénito por todas las molestias de búsqueda ocasionadas.
*No sé porque se me ha ocurrido eso de: "¡pero si éste no es!" (jajajaja).
Bien querría cualquier hombre tener tierras et hombres para sí, y aún más un castillo para manejarlos -dijo Diego-, pero me conformo con que llenéis mi bolsa, no por avaricia, sino para poder viajar alegremente y sin penurias para deshacer más entuertos de éstos... ¡Ah sí! Y un buen caballo, el mio se lo llevó... ¡la bruja!
Eso le recordó a Blasco de Pomar algo acerca de dos habitantes de la aldea. Os dijo que la nueva sirvienta, una joven llegada hacía poco, raptó al niño, pues habían interrogado a todos los criados y soldados y ella no apareció (aparte que hubo indicios de ello), y tampoco se supo nada de un habitante que siempre suele estar en casa, y le dicen "el catalán". ¿Sería aquel encapuchado que disparó a Diego y que Abdalá se la devolvió con creces?
Sean quienes sean... -dijo Diego-, no volverán por aquí, ni a ningún otro sitio; habéis de creernos cuando os decimos que han muerto. Ahora preocúpese de su hijo, señor Blasco,pues si le decimos de dónde lo hemos rescatados, no dormiría vos hasta bien entrado el mes...
Dicho lo cual, ambos miraron a Abdalá, a la espera de su respuesta.
Lo dicho, haz tu último post y acabamos ;)
¡Una villa! ¡A un moro como él! Si cumpliera eso no tendría que andar de un lado para otro como un vagabundo y la gente dejaría de mirarle por encima del hombro. No todos, por supuesto, pero era algo. Y ya tenía edad de quedarse en algún sitio. estaba cansado de deambular cumpliendo recados para aquellos cristianos. Si, definitivamente esa era una gran propuesta.
-Mi siñior, estaré encantado de habitar en vuestras tierras si asi lo deseais. Sois un hombre amable y cuidare isas tierras con respeto-dijo el moro inclinando levemente la cabeza.
Guau, por fin una historia que acaba bien ^^
Don Blasco de Pomar no puso objeción alguna a las peticiones de Diego, y en cuanto estuvo listo su caballo y su recompensa marchó de allí ese mismo día, tras haber descansado y comido lo suficiente. En cuanto a Abdalá, estuvo varios días en la fortaleza de Alquézar, viviendo en la misma habitación que había dormido la noche anterior. De la noche a la mañana, y por un trágico suceso que bien había acabado en satisfacción, habíase convertido en señor de una pequeña aldea al norte de ese lugar, muy cerca del Pirineo.
Desde luego no era frecuente que un moro tuviese tratos de superioridad con soldados cristianos y más estando éstos a su cargo, pero asi fue. Pronto a Abdalá se le proporcionó una buena mujer, cristiana, por mandato del de Pomar, puesto que al menos debía haber de descendencia católica y romana por eso de la sangre, pese a que el padre era quien era. Cuando éste hubo de adquirir las tierras y un pequeño castillo, montó una pequeña arquería, noble arte del que Il Curuuchi era sever experto, y numerosos hombres de bien hicieron de ese tiempo a ésta parte largos viajes hasta su acadamia para convertirse en tan buenos tiradores como él.
FIN