Año de Nuestro Señor de 1343.
Estando vos mucho más al sur de lo que uno pudiera esperar para sus requirimientos, como tantas veces, don Blasco de Pomar, Vizconde de Alquézar, requería de tus servicios. No te habló nunca directamente, a excepción de la primera vez que te vió, yendo él con harapos y escondido, en el contrato de servicios que precisaba. Pero eso hacía ya unos cuantos años. Pagaba bien, eso no había que dudarlo, y parecía que tu forma de trabajar le gustaba sobremanera, pues había repetido contigo en ocasiones.
Claro que había algo que te molestaba un poco, y era su exceso de precaución, su paranoia e inquietud en su persona, hasta en sus propios siervos y algunos amigos. Es por eso que sabías que de alguna u otra forma, siempre alguna mirada te perseguía, algún ojo te acechaba desde distancias prudenciales: los ojos de sus propios espías. Mientras estuvieses controlado, al menos, no te faltaría pan par comer, pero a ese precio, y el Vizconde se sentiría más seguro. Además, de esta forma te llegaban sus encargos... y lo hacía mediante misivas, pequeñas notas en las que te describía con todo detalle el objetivo de tus servicios, o, simplemente, como esta vez ocurrió, te ordenaba realizar algo o ir a cierto lugar que te llevaría a conocer luego más detalles. Esta vez, como decimos, fue así, y una misiva te llegó.
Sus palabras eran parcas, escasas, pues si caía en malas manos te emparentarían con él... y a él contigo, y un señor debe cuidar al máximo sus quehaceres. No se sabe si Abdalá, ese moro que andaba siempre de aquí para allá, sabía leer las propuestas de su señor, o si tal vez las daba a alguien para ello. El caso es que cuando éste llamaba, Abdalá acudía: el oro llamaba, y ésta era una de esas ocasiones. Sin nombre, firma ni sello, leíste lo siguiente; pero sabías que era suyo:
Año de Nuestro Señor de 1343.
Mucho tiempo ha que tuviste que rendir tu espada a don Blasco de Pomar, Vizconde de Alqueza; pero como tantos otros, tu valía se veía recompensada cada vez que lo hacíais, pues el oro y algún que otro favor en tierras o sirvientas nunca faltaba. Hacía un tiempo que no sabíais nada de él, excepto que seguía ostentando su título vizcondal y que andaba ahora de lealtades con Su Majestad don Pedro, en la guerra que tenía pensado librar en Mallorca.
Nada más ver a uno de sus mensajeros, supiste que lo más seguro es que te mandara llamar por esos asuntos. ¿Porqué lo haría si no? Y enseguida comprobaste lo que sospechabas, pues el mensajero no se fue hasta comprobar que leías su misiva, la cual llevaba el distintivo de Alquézar, hablando en nombre del Condado a su vez. Y decía así:
En cuestión de horas os pusísteis en camino, cada uno de vosotros por su cuenta, partiendo desde vuestros lugares. El viaje no parecía ser corto, pero la prisa, por lo visto, urgía, y llegar lo más brevemente posible no sería sino la primera petición de aquel gran señor. Entre una o dos semanas vuestros pasos os condujeron finalmente a Huesca, y desde allí, tras hacer noche obligada, tomásteis la ruta hacia Alquézar en la última jornada de viaje. Aún pensábais los motivos de vuestra llamada... ¿Qué querrá ahora? Sin duda que don Blasco debía estar muy mayor para tanto jolgorio de espadas, pero lo cierto es que aquello fuera lo usual, pues no era sino un hombre de armas: guerrero nacido y guerrero muerto por el hierro debía ser (o al menos ese era su deseo en caso de una muerte peligrosa e inevitable).
Por fin llegásteis a Alquézar. Era un pequeño pueblo de cuantiosas casas para ser aldea. Más que aldea, se había convertido ya en una plaza distinguida del Condado, ya que pese a ser homónima del territorio condal, no siempre había sido esplendorosa. Su emplazamiento era estratégico y era un buen lugar de abastecimiento en caso de guerras al norte, al este o al oeste (distaba bastante de los aljibes y las mezquitas meridionales...).
En la posada vuestros ojos se cruzaron. Uno veía a una especie de soldado de pro, bien vestido y gallardo, mientras el otro observaba con cierto desdén (quizá ésto sólo fuera suponer) a un tipo desarrapado, un moro, no entendiendo qué hacía tan al norte). Lo mismo se preguntaba el de la taberna, aunque ni el más pobre desperdicia el oro de una venta en una taberna... sea de quien sea.
Tras salir, os dísteis cuenta que subíais por el mismo camino polvoriento (uno delante y otro detrás) hacia la loma del imponente castillo de planta cuadrangular de don Blasco (ya habíais esado allí antes), y vuestras dudas se dispararon de nuevo, poco refrenadas y más ansiosas, acerca de qué estría tramando el Vizconde.
Podéis interactuar ya. Estáis en el camino que sube al castillo, que se alza sobre vuestar vista imponente y lúcido.
Mientras subía Abdalá escuchaba el sonido de las flechas que hacían en el carcaj cada vez que daba un paso. También escuchaba el trino de los pájaros y las pisadas de su acompañante. Desde luego aquel soldado no era un guardia como otro cualquiera, lo había visto en la posada y se había fijado en él. Llamaba la atención, no como él mismo que solo por la piel oscura desentonaba tan al norte, no, el guerrero desentonaba en aquel lugar. Había observado al llegar a los guardias de señor y ninguno vestía las ropas que portaba este hombre. Como siempre Abdalá quiso saber con quien trataba.
-Parece qui hace buen tiempo-dijo amable, con una leve sonrisa notándose un leve acento que claramente señalaba que no era de aquel lugar por si a alguien le hubiera quedado duda alguna- los paharillos pian al sol.
Si queda raro las pequeñas faltas ortográficas, decidmelo y escribo normal. Es para hacer notar el acento árabe.
Caballero ni más ni menos. Un López, había conocido más de uno y todos se encontraban entre gente de gran valía*. Y por suerte parecía no ser de esas personas que rechazaban al infiel lo cual facilitaba mucho las cosas.
-Asi es mi señor-dijo haciendo una reverencia- será para mi un placer acompañarlo. ¿Quí le trae por aquí? No me diga que que tan próxima istá la guerra.
* Yo me apellido López :)
Aquella situación parecía estrambótica, ridícula, rocambolesca y desmedida. Cuán ansioso andaba uno por oir palabras amables dirigidas un árabe "de los de Alláh" hechas por un noble caballero cristiano, tales como "vuestra merced", o tan siquiera ese "vos", y no el tratarle como perro comerciante o moro asqueroso tan eufemísticamente que no fuera daño alguno.
Por su parte, la fealdad del musulmán no hacía que su lengua no quedara prieta y bien guardada, sino que a malas cuentas de lo que pudieran pensar aquellos a los que se dirigían (o quizá a hacer con él), parecía saludar al bienhecho del caballero, no temiendo que una espada se le ahondara y saliera por su nuca por el hecho de dirigirse tan a la ligera al de la hermosa lanza.
Y esto no es que sea hablar por hablar de vuesas mercedes, créanmelo de veras; pues sino que ésto fue lo que pensaron dos de los guardias del castillo, que encontrábanse en las dos almenillas principales, y otros pocos que se encontraban andando entre los adarves contiguos interiores que se asomaron desde las alturas a fisgar quien hablaba allá en lo bajo.
¿Quiénes sois? -dijo una voz desde las alturasa-. ¡Hablad en nombre de la autoridad!
Abdalá pareció ahora mas retraido. Le encantaba hablar con la gente pues en parte aquel era su oficio y debía saber de que pie cojeaba cada uno. Pero aquellos soldados ya se habían descubierto y por lo tanto bajo la cabeza como había hecho anteriormente al descubrir la cuna de su acompañante.
-Mi nombre es Abdalá Ill Curuuchi, soy Muccadim y se me ha hecho llamar...-dijo temeroso de la reacción de aquellos guardias.
Ambos, tirada de Escuchar (PER) (voluntaria)
Motivo: Escuchar
Tirada: 1d100
Dificultad: 40-
Resultado: 71 (Fracaso)
Motivo: Escuchar
Tirada: 1d100
Dificultad: 10-
Resultado: 58 (Fracaso)
Los hombres se miraron entre sí, de almena en almena, y uno de ellos asintió al otro, ordenando con una severa voz que abrieran el portón ¿tan enclaustradamente misteriosas eran las razones de don Blasco como para tener cerrada la compuerta principal? Instantes después, el madero posterior fue retirado, y dos soldados uniformados y armados os abrieron. Dejaron que pasárais y apenas os dijeron nada, sino que parecían reconoceros (o al menos saber que vendrían visitas al emplazamiento).
El castillo había sido remodelado en la última década por el padre de don Blasco y antiguo Vizconde de Alquézar, don Manuel, pues principalmente la fortaleza eran en ralidad dos torres unidas entre sí, cada una más alta o baja que la otra, y una vivienda en medio de ellas, todo comunicado. En su remodelación no habíanse ampliado dichas zonas, sino que lo que había sido bien acondicionado había sido el patio de armas, la muralla, y la ampliación de las dos almenillas principales (desde las que os hablaron en las alturas) a cuatro almenas más, más una escalera interior que daba a una de las torres dentro del fortín. Claro que la magnanimidad de la muralla externa hacía parecer un gran castillo en realidad. Éstas obras de las zonas exteriores y no interiores fueron por la necesidad de guerras de antaño, donde lo que importaba era resistir, más que las instancias palaciegas de dentro.
Por todo ello, no había pérdida. Una gran caballeriza se mostraba bajo la muralla ya en el patio de armas, construida de maderos y paja, y situada en la zona de sombra (lugar donde enseguida atendieron la montura de don Diego), y algunos arqueros entrenaban con dianas mientras dos o tres espadachines entrenaban con espadas cortas de entrenamiento. Vosotros seguísteis el caminito de piedra blanca hasta la entrada de la pequeña vivienda interior, custodiada por las dos torres contiguas que la "apretujaban" (todo ello bajo la atenta mirada de los guardias de los adarves, que no os perdían de vista).
Nada más acceder acompañado de un criado al interior de la vivienda, llegásteis con pasos retumbantes a una sala bien dispuesta que parecía un despacho o una biblioteca. Alli aguardaba de espaldas un hombre, mirando a una chimenea (en la que no había ningún fuego ni lumbre) sentado en un cómodo sillón. La estancia tenía un escritorio, una silla delante de él, unas estanterías con puertas de rejillas colgadas a uno y otro lado de una pequeña saetera (ventanuco) y la propia chimenea. El sirviente se retiró.
Abdalá no quitaba ojo de cada rincón, de cada persona con la que se cruzaba pero aquel debía ser el señor de tan explendido castillo y por tanto la persona que lo había mandado llamar. Quedó callado, esperando que el señor o acaso el noble que lo acompañaba hablasen en primer lugar como muestra de respeto. Sabía que estaba en el castillo de una persona amiga pero mostrar cualquier falta de respeto lo ponía en una situación delicada por lo que permaneció en silencio
Don Blasco de Pomar se dio la vuelta, se levantó y os observó de pie durante unos segundos. Os miraba de abajo a arriba, y cualquiera que no lo conociera diría que estaba discerniendo vuestra silueta para saber si érais quien decíais que era o si simplemente le conocíais. No obstante, siempre había sido un tipo bastante peculiar, muy metódico y preciso. En esos momentos le vístes un poco desmejorado, más alicaída su cara (el rostro había notado el paso de los años), y aunque su vigorosidad parecía intacta, el largo tiempo sin oir su voz directamente habían hecho que notárais tal ausencia. Ya rozaba la cuarentena...
Bienvenidos -os dijo-. Levántate, querido Diego. Que no es menester oficialidad en este encuentro, pues no quiero oficialidad en lo que os voy a pedir. Saludos, Abdalá; tanto tiempo... espero que tu puntería no haya desmejorado.
Entonces el propio Vizconde dio la vuelta al sillón con sus propias manos, girándolo y haciéndolo mirar hacia la entrada, hacia donde estábais. Luego se sentó, tragó saliva y se mojó los labios con la lengua.
Supongo que sabéis lo que se dice por Aragón, aunque quizá no... ¿Acaso habéis estado por aquí? Supongo que vos sí, don Diego, ¿pero tú, Abdalá...? -parecía tratar con menos pomposidad al musulmán-. Sea como fuere, como ya os hice saber, necesitaba de vuestra presencia. Nadie más que los soldados de mi castillo conocen este encuentro. Ni tan siquiera el Conde de Alquézar, que no se encuentra en el condado. El rey de Aragón me ha enviado su propia palabra en escritura legible, y no hago sino cumplir lo que me pide: al menos sabe bien quiénes somos su verdaderos aliados. El Rey Jaime III ha de pagar, de una u otra forma, las infamias y las malas disposiciónes por las que está pasando Su Majestad. Aparte de la inminente lucha que está por venir, hemos de prepararle el terreno a la corona: y lo haréis vosotros...
Fue entonces que, aún haciendo que permaneciérais de pie, y dándoos poca tregua para preguntarle detalles de una u otra forma, os comentó que seríais algo así como espías, espías enviados a Formentera, una zona habitada por habitantes nativos desde hacia muy poco, donde los últimos ataques berberiscos habían sido del todo eliminado. Por lo visto, seríais algo asi como un comerciante de telas y su traductor. Abdalá procedería de la misma Gharnatah en la piel de un comerciante y don Diego sería su traductor, antiguo soldado retirado que había aprendido el idioma encerrado en las morerías años atrás. La coartada, sin entrar en demasiados detalles por el momento, apuntaba a que un feudatario del sur de Aragón os había contratado ir a la ciudad de Alguer, en Cerdeña, isla que estaba en poder de la Corona aragonesa, donde habríais de ir a importar el género de telas que llevaríais. La llegada a Formentera sería una parada puente para llegar, supuestamente, a dicho territorio, aunque en realidad os internaríais en Mallorca, hasta la espera de nuevas instrucciones, todo ello en un plan de captar información del entorno de Jaime III.
Y el primer paso era cruzar el ancho mar...
En todas éstas premisas, detalles y planificaciones anduvísteis metidos hasta bien entrada la noche (no sabíais si había sido una o dos horas de explicaciones), y pese a que aún no teníais del todo claro (o es que no lo veíais tan fácilmente como el Vizconde) el plan, aguardásteis hasta que acabó todo el despilfarro de explicaciones.
He de decir que ahora la cena nos espera -dijo levantándose del sillon-. Dormiréis aquí hasta la partida a la nueva empresa, durante unos días. Ahora hemos de comer en el salón, los criados nos atenderán. ¿queréis preguntarme algo? Os hago saber que esta disposición tan ardua procede de... la misma boca de Su Majestad don Pedro...
Aquel plan lo incomodaba sobremanera. El se dedicaba a aquello pero su compañero era un caballero, no un simple espia y no tenía muy claro aquello de rebajarse ante un moro. Desde luego las cosas eran complicadas antes de empezar. Además el objetivo no estaba claro, espiar a Jaime III, si... pero ¿qué era exactamente lo que quería saber su majestad? En cualquier caso eso no era motivo para importunar a Don Blasco, asi pues él iría hasta allí y recogería toda la información que pudiese obtener y ya su majestad decidiría si era de utilidad o no.
-Será como ordenáis-dijo el muccadim haciendo una reverencia.
Fuísteis conducido a un sobrio comedor (bastante pequeño, la verdad), donde al parecer el Vizconde hacía la comida y la cena. No tenía más familia, pues su padre tiempo ha que murió y no había hallado más familia que sus sirvientes y sus vasallos, aunque no por ello se descontentaba con las mujeres que desposaba al ser enviadas al castillo, o con alguna sirvienta...
Mientras Diego engullía carne bien asada, pinchos de tocino y demáas viandas propias de reyes, Abdalá se contentaba con legumbres, pan tostado con mantequilla y huevos, y un poco agua y zumos de ricas frutas. La comida estaba deliciosa, y durante la larga jornada de vuestro viaje hasta Alquézar no habías comido igual; digo más: hacía mucho tiempo que vuestro estómago no se saciaba tan bien.
Noto vuestra preocupación -dijo el Vizconde mientras comía-. Yo mismo pensé que sería harto precipitado cuando leía la misiva que Su Majestad me encomendó, aunque la situación tan inesperada lo requiere: ha sido todo muy repentino. Confío en que hagáis bien vuestro papel.
Dicho lo cual, vino el mozo a retirar la mesa. Después trajo un poco más de vino y ciertos licores de fabricación casera, por si Abdalá quería beber algo al no poder beber vino en su estado puro.
Es arriesgado, sí, pero una empresa que el mismo Rey os recompensará. Aunque tuviérais delitos no prescritos, aunque se que no los tenéis -se notaba que don Blasco os vigilaba de cerca en vuestra ausencia-, éstos quedarían inmediatamente destituidos. Tampoco el oro o favores serán problemas, pues esto es un asunto de la Corona... ¡La Corona! -hablaba efusivamente, queriendo otorgaros la total relevancia del asunto-. En fin... Supongo que estáis cansado del viaje. En la torre este se encuentra mi aposento, aquí abajo vengo a comer o a la biblioteca. Vosotros dormiréis en la torre oeste. Allí mis criados les tienen preparadas las alcobas, y las velas, por si gustan de leer.
El de Pomar cuidaba con detalle todo lo que le acontecía, todo lo que le rodeaba. Fuera ironía o no eso de las velas, el caso es que fue cierto, y mientras subíais las escaleras de la torre (las exteriores) una vez abandonado el comedor, veíais ya al entrar en ésta cómo cirios y palitos andaban encendidos y colgados en las paredes, también por los suelos.
Siendo ya de noche, la única habitación era compartida por un arquero y un señor de guerra. Mientras cambiábais vuestras ropas, aún os preguntábais cuan misteriosa y arriesgada empresa os habían preparado. Más que una misión, era como una trampa, ¡pues no era menester negar a tal compromiso despues de comer y dormi en la misma casa de un Vizconde!
Los criados esperaban en la puerta, dos, por si teníais alguna petición.
Haced un último post de esta escena introductoria. Estáis en una de las dos torres interiores en la habitación superior de la misma, que es como un tercer o cuarto piso de la actualidad. Ahí está vuestra habitación. Estáis ya en el interior.
-Señor...-Abdalá iba a decir algo. Quizás que no se preocupase, que él estaba a su servicio y no al reves o que iban a conseguir aquello. Peor no sabía que decir en tan extraña situación. Cuando comenzó a hablar se dio cuenta de que el caballero ni siquiera lo había mirado al escucharle y comprendió que no quería hablar así que se tumbó y trató de hacer lo propio durmiendo para descansar antes del viaje. Aquello iba a ser un trabajo muy largo.