Poco después, nuestros héroes llegaron a Koven... El lugar más sombrío que habían visto en su vida. Las chozas de aquel pueblo, con sus tejados de bálago daban la impresión de estar mal cuidadas y a punto de desmoronarse; las calles parecían vacías y amenazadoras, y cuando por fin lograron intimidar al borracho guardián de la puerta del poblado para que les dejara entrar, las viejas les habían observado desde las puertas de todas las casas. Era como si la totalidad del pueblo estuviese poseído por el pesar y la letargia.
De pronto, cuando llegaron a la plaza del pueblo, un anciano se detuvo extrañado, mientras la niña a la que habían salvado, ya despierta, se dirigió hacia él corriendo y gritando:
- ¡¡Tío, tío!!
El venerable campesino, aún con sus aperos al hombro le contestó:
- ¿Elizabet? ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué has vuelto?
- ¡¡Elizabet!! ¡¡Madre, es Elizabet!! - gritaron varios niños desarrapados. Algunas mujeres y un viejo achacoso salieron a las puertas de sus casas atraídos por el escándalo de la joven muchacha.
La madre de Elizabet estaba exultante de felicidad.
- Hija, creí que nunca más volvería a verte...
- El carruaje fue atacado por unos bandidos... y aquellas personas me salvaron la vida - dijo Elizabet con recobrado valor, señalando a sus rescatadores.
La familia de la muchacha no reparó en celebraciones, invitando a nuestros héroes a quedarse a descansar en su casa y a comer sus escasas provisiones, oferta que no se atrevieron a rechazar pese a la humildad del ofrecimiento. Poco después, junto al fuego, mientras terminaban su cena, el padre de Elizabet les puso al corriente sobre los últimos acontecimientos que habían golpeado a aquel lugar alejado de la mano de Dios:
- ¡La señora de estas tierras ha perdido el buen juicio!.Todo empezó hace diez años. En la batalla con los feudos cercanos de Goldar, Lady Margritte empaló a quinientos prisioneros en estacas de madera y los dejó en la frontera con el reino vecino. No había únicamente soldados, sino también mujeres, incluso niños y hasta clérigos. No dejó ningún superviviente. Aún hoy, después de diez años no permite descolgarlos y siguen en la llanura que da paso a la frontera para que sirvan como advertencia.
Pero aquella época era mejor que ahora...
Tras la muerte de su padre y a la ausencia de enemigos con los que enfrentarse, el carácter de la Señora empeoró, y no mucho después empezó a causar problemas a los pueblos bajo su dominio. Desde hace unos años, empezó a correr un rumor horrible... Dicen que nuestra señora secuestra a chicas jóvenes de sus tierras y por la noche las mata torturándolas en algún tipo de juego macabro. En realidad, la señora está reuniendo chicas jóvenes para que sean sus criadas... Algunas mujeres huyeron del pueblo, pero nadie las volvió a ver con vida. Pasado un tiempo, encontraron el cadáver de una joven en el río tras el castillo... ¡¡Tenía atravesada una estaca desde la cabeza hasta el tronco!! Al principio nadie lo creía, o nadie quería creerlo...
Durante el relato de la historia el rostro de Hanna fue cambiando de una alegría plácida a una gran tristeza, acabando en el horror absoluto. La Warlock se llevó la mano a la boca, asqueada por lo que le habían contado y negó con la cabeza, incapaz de procesarlo.
-¡No puede ser! No puede ser que haya gente tan mala... Chicos... ¿no creeis que hay que darle un merecido a esa mujer? ¡No puede seguir haciendo eso!
Atendió a la historia de su anfitrión a medias. Le bastó, de todos modos, para hacerse a la idea de que era una mujer diabólica. También era cierto que la gente hablaba mucho, y rara vez todas esas historias eran del todo ciertas.
Apartó lo que le quedaba de cena sin apetito ya y se quedó en silencio. No sabía cómo era la cosa en Moth, pero si era tan horrible como lo contaba, no creía que el príncipe se quedara de brazos cruzados si acudían a él. O sí. Tampoco sabía quién gobernaba en Moth.
Increíble, pensó Gauldoth al terminar de escuchar el relato del anciano: todavía tenían que darles alguna clase de retorcidas gracias a aquellos repugnantes bandidos por librar a la pequeña Elizabet de acabar en garras de aquella señora de Broqueta y llevarla a sus manos. Bueno, en cierto modo ya se las habían dado al matarles con rapidez y sin más crueldad que la necesaria. Contempló su comida, ya fría y a medio terminar; el relato del buen hombre le había recordado cómo se sintió al ver aquellas hileras de esqueletos extendiéndose hasta donde la vista alcanzaba, y le había proporcionado suficiente información adicional sobre las circunstancias en las que habían pasado a decorar las márgenes de aquel camino como para garantizarle una noche de angustiosas pesadillas.
Las caras de sus tres compañeros sugerían que escuchar aquello les había hecho sentirse igual. Pero en el rostro de Hanna el asco y el horror iban acompañados de indignación. No le sorprendió que se levantara y lanzara su ingenuo, pero sincero, llamamiento a involucrarse en esa historia. Era una actitud que él recordaba haber tenido al descubrir cómo era su rostro, con la diferencia de que la joven espadachina y maga tenía un objetivo mucho más claro y delimitado: la culpable de la desgracia era... humanoide y corpórea, al menos (alguien capaz de cometer atrocidades de aquel calibre no merecía el honor de que la denominaran "humana"). Pero Hanna, al igual que él, tenía que reconocer que esa indignación y sed de justicia era...
¿Inútil?
Por un instante le pareció estar de nuevo en la torre, mirando el ceño fruncido del Maestro después de quejarse de que nunca iba a poder completar el ejercicio que le estaba imponiendo. El maestro siempre guardaba silencio unos segundos, dejando caer sobre su temerosa persona el peso de su mirada acusadora antes de decirle:
- No quiero escuchar tus miserables excusas, Gauldoth. Eres uno de los privilegiados con el Don, pero también eres mucho más que eso. Para alguien como yo, casi nada es imposible, pero para alguien como tú, nada en absoluto lo es. Deja de gimotear, y vuelve a intentarlo. Puedes lograrlo, y lo harás.
Las voces de sus compañeros, que ahora le miraban algo alarmados, le sacaron de su ensoñación, y les observó aturdido mientras unas lágrimas extraviadas nublaban los ojos. Cogiendo un pañuelo de tela basta que el padre de Elizabet le tendía, hurgó en los huecos de su máscara para enjugarlas, y mirando uno por uno a sus compañeros les respondió.
- ¿Quiénes somos nosotros para enfrentarnos a la señora de esta tierra? No somos más que unos viajeros errantes, y ella tendrá a sus órdenes a una milicia de guardias armados, y seguramente vivirá bien defendida en su castillo.
Contuvo las ganas de sonreír al ver las expresiones de incredulidad, desagrado y decepción que mostraron Rolan y, sobre todo Hanna, que le miraba como si acabara de sugerir que ella era una dama de afecto negociable. La muchacha se mordió los labios, y a sus ojos asomaron lágrimas, pero justo cuando iba a responder él la cortó:
- POR ESO -Hanna se paró en seco, y a la cara de Rolan asomó la sorpresa -tenemos que enterarnos bien de cuántos guardias tiene en su nómina, de dónde está su palacio, de cuántas entradas tiene dicho palacio, y de cuáles son las más susceptibles de ser practicadas por un grupo de errantes con espadas y justa ira como para llenar un carruaje sin que sus defensores puedan detenerles antes de que lleguen a la susodicha señora de Broqueta y le pregunten qué es lo que pasa con las muchachas... a sangre y fuego, si preciso fuere.
El alivio de sus compañeros al escuchar aquello le supo a gloria.
En aquel momento, el brujo recordó lo que su Maestro le dijo en su carta de despedida: Educarte es lo más parecido a una buena acción que he hecho nunca. Era hora de que aquel sacrificio empezara a contar de verdad.
Pero lo primero era lo primero.
- Decía usted que encontraron el cadáver de una joven en el río tras el castillo. ¿Hay en esta villa alguien que lo viera, o que al menos nos pueda dirigir a alguien así?