Partida Rol por web

El País de los Sueños

Prólogo - A La Aventura

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28/10/2009, 16:55
Director

Notas de juego

No haremos una escena de prólogo propiamente dicha. Cada uno colgará un relato de cómo su personaje se embarcó en busca de aventuras, y luego yo haré uno de cómo os encontráis todos.

Así es más rápido, y vamos directamente a la aventura.

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28/10/2009, 17:42
Hanna Svensson

Lo más emocionante en la vida de Hanna era sacar a las vacas a pacer al prado. Desempeñaba esta tarea todas las tardes de una semana sí y la otra no. Su hermana Marja y ella habían llegado a este acuerdo después de muchas peleas, y era sagrado e irrompible. Su hermano Anders tenía que recoger leña, por ejemplo. Halsten debía ordeñar a las vacas y a las cabras. Daniel iba a vender la leche al pueblo. Incluso la pequeña Ase tenía como cometido recoger los huevos de las gallinas todos los días, pronto.

Increíblemente emocionante, ¿verdad? Sí, Hanna pensaba lo mismo. Ir a la escuela por la mañana y trabajar por la tarde, menudo rollo. Sus padres eran buenos pero no entendían que Krause era el lugar más aburrido de Gaïa. Mientras que en Du'Lucart construían edificios de muchos pisos y los zepelines recorrían los cielos, en Krause sólo había boñiga de vaca y una feria de primavera todos los años.

Padre siempre decía que sus hijos debían preocuparse por ser buenas personas y estudiar, ellos que podían. Que estudiasen, sí, pero que no albergasen deseos de irse del pueblo. La universidad no es sitio para los Svensson. Para ellos sólo está el prado y el bosque, y nada más.

Hanna deseaba otra cosa. Estaba en el colegio y su vista se perdía en el horizonte, imaginando cómo debían ser las escarpadas tierras de Galgados, los misterios de Moth, los peligros de Dwanholf. Quería ver con sus propios ojos las junglas de Nanwe y recorrer el Imperio de Abel. Quería ir a Gabriel y asistir a la ópera, aunque se aburriera. Quería subirse a un barco y recorrer las islas del Mar Interior, y luchar contra los Reyes Pirata.

A nadie debe extrañar que a Hanna la suspendiesen en el colegio continuamente.

Con una cabeza demasiado hueca para estudiar, dejó el colegio en cuanto le fue posible y trató de convertirse en guardia de la ciudad. Le gustaba la idea de blandir una espada, aunque le aterraba el hecho de tener que dañar a nadie. Pero en Krause nunca ocurría nada. La guardia era para prevenir, más que para otra cosa. Aquello se le daba bien. Había nacido para el esfuerzo físico y todo eso. Pero en casa no apreciaban sus esfuerzos o sus sueños. Padre y madre tenían que tirar de su familia, sacar adelante la granja y asegurarse de tener de todo para el fin del otoño.

Y todo empeoró cuando Hanna se dio cuenta de que era especial. Poseía el Don, aunque ella no lo llamó así al principio. Descubrió su afinidad hacia la luz y se entrenó en manejarla, pero sus esfuerzos, pese a ser grandes, no lograban fruto. Se sentía constreñida en Krause, y mortalmente aburrida. Fue a hablar con su padre para explicarle que necesitaba un cambio, que quería ver mundo y dejar aquella aburrida y primitiva aldea, pero él no lo entendió. Ridiculizó sus sueños y trató de hacerle ver que lo que quería era una tontería.

Así que Hanna cogió su escudo y su espada, metió algo de ropa en un petate y se marchó de casa. Sus padres se rieron de ella cuando los amenazó con no volver. ¿A dónde iría alguien como ella, tan boba y joven? Sólo tenía quince años. Antes de que se diese cuenta tendría que volver y entonces le enseñarían lo que era hacerse adulta.

Pero Hanna no tenía pensado regresar. Se marchó de Krause, fue a Du'Lucart y se topó con aventuras. Encontró a Eric, un joven hechicero que había huido a la capital para buscar refugio y poder practicar sus artes libremente. Le explicó a Hanna lo que podía hacer y le enseñó algunos hechizos. Pero entonces Eric se casó con una muchacha llamada Brigitte y adiós Hanna. La joven tuvo que dejar su casa y lanzarse de nuevo a los caminos, un poco más sabia pero apenas sin dinero ni nada de nada.

Descubrió que estar fuera de casa es duro, que echaba de menos a sus padres y a sus hermanos y que la lluvia, cuando no hay un techo sobre tu cabeza, puede ser un tormento. Pero Hanna era muy terca y se negó a regresar. Tomó un barco que la llevó al norte en su empeño por poner el mayor número de kilómetros posible entre ella y Krause y llegó a Moth. Aquel lugar era horrible, pero consiguió algunas monedas realizando recados y algunas misiones. Incluso consiguió entregar a un par de bandidos a la justicia, aunque aún recuerda con disgusto cómo tuvo que herir a uno para detenerlo.

Y así Hanna siguió su viaje, un poco más mayor pero igual de bajita.

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29/10/2009, 12:22
Kaia Narugi

Cuando a Kaia le insinuaron que era hora de casarse, casi pegó un grito. Por respeto a su abuelo no lo hizo, pues sabía que la quería y que le buscaría un buen marido. Pero su padre y su hermano… Después de lo de Leo parecía que tenían prisa por todo, de no ser por su extraña enfermedad, la habrían emparejado en cuanto despacharon al muchacho. Su madre se opuso, por supuesto (y miles de gracias que le dio) Pero tal vez la idea de que su hija se encontraba repuesta de aquello le hizo cambiar de opinión. Mentira cochina. Kaia había vuelto a callarse que los síntomas volvían. No quería preocupar a nadie (nunca nadie quiere preocupar a nadie y al final lo hacen), así que se dedicó a aumentar sus horas de meditación y reducir gradualmente las de entrenamiento. Funcionó durante unas semanas.

El caso es que durante una reunión familiar Takeda, su padre, anunció el interés de un hombre llegado desde Pahion por la mano de su hija de tan solo diecisiete años. Y la noticia fue acogida con muchas felicitaciones y aplausos por el resto de familiares, algo que solo hizo que Kaia se sintiera nerviosa y se viera obligada a sonreír de forma estúpida mientras en su interior maquinaba la idea de fugarse. ¿Por qué no se habría ido con Leo? Por lo menos él tenía idea de cómo sobrevivir sin la continua protección de la familia, algo a lo que ella estaba muy acostumbrada.

No se atrevió a hacerlo, pues la deshonra que sería para su familia le hacía imposible poder poner un pie fuera de casa. Una novia a la fuga… Inaudito. No mucha gente llegaba a comprender ese sentimiento de respeto, Leo nunca lo había entendido.

Quizás fuera por la mala noticia, o no. Pero ella se sentía más débil así que armándose de valor reunió a su abuelo, padre y dos tíos para comunicarles su estado y lo infructuoso que sería su casamiento. También dejó entrever sus ganas de ver mundo, aunque eso lo obviaron casi por completo, pero tras una hora y pico de debates, todos llegaron al acuerdo de que si Kaia no estaba mejor, no sería bueno para nadie. Pero todavía quedaba el hecho de que quería irse. Había pasado mucho tiempo fantaseando con la idea de coger un caballo y salir corriendo de casa como para no hacerlo. Pero el honor de la familia se interponía otra vez. Hija a la fuga… Inaudito. Si quería irse tendría que expresarlo abiertamente ante todos, cosa que sabía de ante mano que no saldría bien. Así que sencillamente lo hizo. Una noche, después de haberlo estado planeando semanas, agarró su mochila, el dinero que había recogido, sus sais y su caballo favorito, y se fue.  

Al principio todo fue de rosas, mientras el dinero tintineaba en la bolsa. Pero tras dos meses, cuando la bolsa dejó de tintinear, llegaron los problemas. El dormir al raso, cazar, soportar a gentuza para poder comer, los robos (gracias a dios al mamón que le intentó robar los sais lo interceptó pocas calles más adelante y le partió la mandíbula de una patada). Angustiada, enferma y aborrecida de aquella vida de mierda, Kaia ya había decidido volver a casa con el rabo entre las piernas y una larga excusa preparada. Por desgracia o por fortuna, se topó con Leo de nuevo y aquella idea se disipó al instante. Teniendo a Leo ¿cómo iban a ir mal las cosas?

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29/10/2009, 13:08
Leo Bukharin

 Era una noche oscura y silenciosa cuando Leo dejó la casa de los Narugi. No estaba enfadado. Aunque si dolido por no habersele dejado despedirse de Kaia. Su padre y su hermano, su maldito hermano mayor, parecían tener cierta prisa en que Leo abandonara la casa. Bueno. Visto desde un punto de vista positivo, Leo había aprendido mucho del abuelo Narugi y había enseñado mucho a Kaia. Había conseguido formarla en una jinete que supiera defenderse con un par de riendas. Ya no temía tanto a los caballos y había conseguido darle un poco más de fe en si misma. Se sentía orgulloso.

 Dicen que la vida te persigue. Aquello para lo que has nacido te persigue, aunque tu pongas tierra de por medio, aunque tú pases un tiempo alejado de aquella vida. El pasado siempre vuelve. Y ciertamente, Leo era un guerrero. Había nacido para luchar. Y la lucha es lo que volvió a Leo. Dejando atrás a los Narugi, la paz y la tranquilidad que aquella casa le reportaba, las largs y  divertidas conversaciones con Kaia, las horas de meditación y discusión con su abuelo. Todo eso había pasado a mejor vida. Leo volvía a las calles. Leo volvía a estar disponible en el sangriento mercado de la Guerra. Y a tal mercado se dedicó, pues de algo tenía que sobrevivir.

 Al principio podía permitirse tener un cierto código interno que acatar. No robaba. No asesinaba. Escoltaba familias en sus viajes, caravanas. Pero cuando hay auténticas empresas que se dedican a eso, no te contratan, y el dinero escasea, uno podria degollar a su vecino por un mendrugo de pan y unas monedas. Eso ha acarreado que Leo no sea bien visto en muchos pueblos y comunidades, y se le tenga como un mercenario, un cambia capas. En otros sitios, si bien no son autoridades los que no quieren ver a Leo, son pícaros, asesinos y bandas a las que alguna vez Leo asestó duros golpes trabajando con bandas enemigas.

 Marrullero, matón, asesino, ladrón y cazador de recompensas, Leo tuvo que poner tierra de por medio para no llegar a ser realmente conocido. Que le conocieran cuatro alguacilillos de mierda era una cosa con la que se podía vivir. Pero si te conoce un sherif, un barón, un duque o la madre del Emperador de Abel era otra cosa. Por suerte eso aún no había pasado, y sinceramente Leo no quería que pasase. Odiaba tener que trabajar rajando cuellos, o abriendo camino a una banda rival de otra para hacerse con un punto de comercio de una ciudad (para comerciar cosas que comercian las bandas de malhechores). Todo aquello iba en contra de la voluntad de Leo, lo que le enseñó su antiguo mentor, y lo que aprendió en la casa de los Narugi. Pero le daba de comer.

 Mas con el tiempo cambió de coto, cambió de presas. Por suerte, su resistencia física le hacía un enemigo dificil de abatir. Se dedicó a cazar monstruos, aberraciones, seres que daban por culo a la comunidad humana. Ya fueran grendels, trasgos, arañas, o cualquier bicho por el cual pagaban por su cabeza, allí estaba Leo para darle caza. Mejor era eso que no ser cómplice de las muchas fechorían que podían hacer sus patrones. Así fue que llegó a una aldea lindante a Moth y, como por obra de los dioses, volvió a encontrarse con Kaia. Aquello devolvió al muchacho la fe perdida. Y no dudó ni un segundo al formar grupo con un extraño grupo de personajillos, dentro del cual se encontraba Kaia.