Con una mezcla de sorpresa y enfado Martín vio alejarse al individuo con sus monedas a cambio de una información que él consideró insuficiente. Al menos no por el precio que había pagado. Allí, al igual que en tantos otros lugares, había sobreexceso de pillos y maleantes y él, por lo que acababa de comprobar, había caído en manos de uno de ellos.
Refunfuñando por haber consentido que le tomaran el pelo de aquella forma, Martín terminose lo que estaba comiendo y, tras un largo trago, decidió salir de la taberna. Pero no podía quitarse de la cabeza lo que el hombre habíale dicho... El tránsito de la Cruz de Ferro... Repetía una y otra vez para su fuero interno.
Decidió dar un paseo entre los puestos del mercado, no solo por si encontraba algo digno de ser comprado y que pudiera ayudarle en el resto del camino, sino también buscando a alguien que pudiera decirle si lo que el hombre habíale dicho era cierto o solo una trampa para incautos y así poder robarles todo lo que llevaban encima.
Caminó entre los puestos observando las mercancías que ofrecíanse en los distintos tenderetes, parándose principalmente en aquellos que pudiéranle ofrecer algún alimento que aguantara durante varias jornadas de viaje. Sin conocer el camino y sin saber si tendría muchos sitios adelante donde pararse a descansar y comer, llevar alimentos parecíale lógico e importante.
—¿Cuántas monedas por esas tiras de cerdo curado? —preguntó a uno de los mercaderes mientras ojeaba qué más podía interesarle—. ¿Sóis de la zona o venís de fuera? ¿Os suena el tránsito de la Cruz de Ferro? —lanzose a preguntar directamente.
3
Aquel ambiente animado te invitaba a recorrer los puestos allí organizados, y por eso te tomaste un rato para ello. Los tenderetes más sofisticados estaban dispuestos con varias estacas verticales que sujetaban sobre sí una tela y ofrecían sombra al vendedor y su mercancía. Otros simplemente se componían de sacos y alguna alfombra colocados en el suelo donde había sobre sí distintos enseres. Todos ellos se agolpaban en la calle principal de Foncebadón, y en la zona más cercana a la entrada del pueblo se encontraban pequeños rediles donde había ovejas, carneros, gallinas y hasta un par de mulas. El típico hedor de esos animales contrastaba con el de la carne ahumada y otros productos que podían encontrarse en otros puestos: los carniceros cortaban y exhibían muslos, tocinos y cecinas de varias clases, siendo de vaca la más abundante; los codiciosos buhoneros mostraban objetos pequeños, tales como pellizas de vino, lanas de cierta calidad, tijeras, yesqueros, cajas de clavos e incluso algún que otro candelabro; otros tantos, colocados al final del pueblo (casi saliendo de él por el otro extremo), exponían aperos de labranza, tijeras y palas.
La gran cantidad de gente que visitaba aquel día el mercado hacía que caminar fuese una tarea afanosa, sobre todo porque muchos de ellos se agolpaban delante de cada puesto con la única intención de ojear lo que allí había; y otros tantos practicaban el trueque doquier, delante de los que vendían y compraban. Entonces te acordaste de aquella caja dorada que guardabas en tu zurrón. Seguramente era más valiosa que todo aquel mercado junto.
¡Seis dineros! ¡Cinco de ellas! -gritó el vendedor, respondiéndote, pero no le dio tiempo a seguir charlando contigo, pues el trasiego de clientes le hacía estar atentos también a ellos, a sus preguntas, y a los tenderetes en sí (no fuera a producirse algún robo...)
Con tu interpretación haz tirada de Descubrir con el d100 (recuerda que puedes declarar Suerte para "tratar" de asegurarte el éxito... tratar...).
Si tienes éxito pasa al 8.
Si no, pasa al 18.
Doblemente bufó Martín ante la respuesta del comerciante. Una por lo caro que le parecieron las tiras de carne y otro al no obtener respuesta a su pregunta. Mas había demasiada gente en el mercado y estaba claro que el vendedor no iba a prestarle el caso que él requería.
Pagó a regañadientes la carne y apartose de aquel puesto, pensando al mirar a su alrededor y en todos lo que allí se vendia y compraba que su caja, esa dorada que había aparecido de manera tan sorprendente en su zurrón, valdría mucho más que todo lo allí expuesto.
Y con ese pensamiento en mente sintiose algo más animado.
Poco más podía hacer en aquel mercado pues la mercancía expuesta no era en ese momento de su interés. Además, tanta gente a su alrededor hacíale temer en un más que posible robo por parte de algún pilluelo, que de esos en todas partes abundaban demasiado.
Fue alejándose poco a poco del bullicio y el gentío, meditando si sería mejor avanzar algo más o simplemente pasar el resto del día en Foncebadón y buscar una habitación o, al menos, un camastro. Mas mirando al cielo y comprobando que aún había unas cuantas horas de luz, decidió que lo mejor sería emprender de nuevo el camino en dirección al destino que ya se había marcado.
No era cuestión de andar perdiendo el tiempo a tontas y a locas, pues cuanto antes llegara ante el Apóstol antes acabaríanse los males que asolaban sus tierras.
Motivo: Descubrir
Tirada: 1d100
Dificultad: 45-
Resultado: 65 (Fracaso) [65]
Paso al 18
18
Mientras observabas un pequeño puesto de calzado (no sin antes tener tu mente en el castillo de Calmenor y dejar aquella parada cuanto antes), tuviste el tiempo suficiente para decidirte por adquirir aquellas botas. Parecían de buena calidad, y el camino aún sería largo, por lo que tal vez no volvieras a toparte con mercado en varios días. Decidido a adquirirlas, cuando fuiste a echar mano de la bolsa de cuero donde guardabas tu dinero no la encontraste. Siempre la llevabas bien anudada a tu cinto, pero ya no estaba allí.
Palpaste el resto de tu cintura...
Absolutamente nada.
Supiste entonces que te habían robado, y te giraste en redondo, intentando otear en todas direcciones. Sin ningún culpable al que echar mano y castigar allí mismo, y tampoco autoridad valedera a la que informar de los hechos, dejaste allí las botas y decidiste, malhumorado, largarte de aquel pueblo infestado de maleantes. Parecía que el Apóstol te estaba probando en el camino hacia su visita en la Ciudad Santa de Compostela...
15
Continuaste tu camino, dejando a un lado el pueblo de Foncebadón, abandonando también aquel tumulto de gentes cuyo trasiego, en sus idas y venidas, era constante. Tras caminar unas doscientas varas apareció ante ti el linde de una arboleda de hayas, y el camino principal la atravesaba. Aquella vegetación se extendía por toda la sierra y no había otra razón que atravesarla.
Esparcidos aquí y allá, podías ver también bastantes enebros y una invasión casi completa de matorral bajo. En ese tramo, el encuentro con peregrinos o comerciantes era claramente muy escaso.
Haz una tirada de D100.
Si sacas entre 1 y 40, pasa a 6.
Si sacas entre 41 y 70, pasa a 17.
Si sacas entre 71 y 90 pasa a 31.
Si sacas entre 91 y 100 pasa a 34.
Soltando sapos y culebras por su boca, maldiciendo en voz baja a todos los maleantes de aquel pueblo y sus alrededores, despotricando con improperios poco apropiados a un devoto peregrino, Martín abandonó botas y pueblo jurando no volver a poner un pie en aquel lugar. A no ser que la buena fortuna, de la que últimamente parecía carecer, pusiera en su camino al ladrón de sus monedas para que la justicia, humana o divina, cayera sobre él.
Al menos aún tenía la caja...
Con la mosca tras la oreja, pues habíase dado cuenta que el camino estaba lleno de toda clase de pillastres, Martín llegó al hayedo. Receloso, ya que temía una emboscada que pudiera arrebatarle todo lo que le quedaba incluída la vida, atravesó entre los árboles dándose cuenta que el camino era poco concurrido.
Empezó a darle vueltas a los motivos por los que ni comerciantes ni peregrinos parecieran coger aquella ruta e, intranquilo, siguió caminando sin perder detalle de cualquier movimiento sospechoso que pudiera agitar la quietud que se respiraba.
Motivo: ¿Pa dónde voy?
Tirada: 1d100
Resultado: 6 [6]
Paso a 6
Tras adentrarte en aquel mar de árboles en medio del terreno ladeado, echaste mano al pomo de tu espada, que descansaba en la vaina que colgaba de tu talabarte. No sabía uno ya qué pensar, que los caminos se antojaban difíciles y cuajados de bandidos aun estando en el sendero santo hacia Compostela. Volvió a tu pensamiento aquella pequeña caja dorada, y transitando aquel paraje te preguntabas si el haberla encontrado había sido fruto de buen o mal augurio.
Sea como fuere, rezaste porque aquel tramo no fuera complicado, y Dios pareció escucharte: a poco menos de un cuarto de legua, el bosquecillo se abrió, dejando paso en tu horizonte al fondo de la sierra, y al castillo de Calmenor en un altillo.
Junto a este descubrimiento también viste una columna de humo que se alzaba a varias decenas monte abajo, en el comienzo de un pequeño recodo descendente, elevándose el humo detrás de unas rocas altas.
Si decides investigar la columna de humo, pasa al 29.
Si prefieres pasar de largo y dirigirte al castillo, pasa al 41.
Tras la mala experiencia vivida en Foncebadón, Martín no podía bajar la guardia y por eso caminaba por aquella espesura temiéndose ser asaltado por toda una banda de maleantes. Espada en mano y mirando en derredor, el hombre no veía el momento de salir de allí.
Una y otra vez no dejaba de recordar la caja dorada que guardaba en su bolsa. Empezaba a sospechar que en lugar de la buena fortuna al encontrarla lo que había conseguido era una serie de desdichas que en la hora solo habían comenzado. Pero rápidamente desechó la idea pues los males de su tierra en nada tenían que ver con la caja.
Pero precisamente llevar encima esa posesión, que los truhanes por fortuna no habían conseguido robar, le obligaba a mostrarse más cauteloso aún mientras atravesaba el bosque. Y, al igual que había hecho cuando los males se cebaron con él y los suyos así como con sus tierras, rezó para salir de allí ileso y sin encontrarse percance alguno. No veía el momento de poder llegar al castillo y así poder pasar la noche tranquilo.
Y el Altísimo pareció escuchar sus ruegos y, quizás como compensación por lo acaecido en el pueblo, le mostró el final de aquel camino recorrido entre las sombras de los árboles. Ante él, a tiro de piedra, podía verse su destino... El castillo de Calmenor al fin.
Recuperando el ánimo comenzó a apurar el paso con mayores bríos; pero ese mismo paso quedó detenido en seco al observar el humo que ascendía hacia el cielo. Por un instante Martín dudó de cual camino tomar. Estaba cansado, furioso y frustrado y lo único que deseaba era llegar al castillo para poder tener unas horas de paz. Sin embargo por su cabeza cruzó la idea de que alguien pudiera estar en peligro y, ¿de qué serviría aquella perigranación buscando el perdón del Apóstol si dejaba a los desvalidos sin atender?
Con un suspiro de resignación y echando un último vistazo al castillo, Martín emprendió el descenso en dirección a aquella columna de humo. Mas en ningún momento dejó de asir la espada por si de alguna celada pudiera tratarse.
Paso al 29
Tuvo la curiosidad a bien (o tal ve tu sentido de la justicia) hacerte descender la pequeña hondonada en dirección al origen del humo. El camino se terciaba empedrado y algo resbaladizo, y los arbustos bajos copaban la escena. Enseguida pasaste delante de dos rocas de unas cinco varas de altura que confrontaban con un viejo roble retorcido junto a ellas.
¡¡Aaaaahh!! -enseguida después oíste un grito desconcertante, como alguien pidiendo ayuda, y tu olfato e intuición sobre los desvalidos parecían tener razón-.
Sin embargo, aquel sollozo enseguida se ahogó, y avanzaste alertado hacia la columna de humo, lugar de su procedencia. Allí, dos hombres de aspecto huraño y desaliñados habían atado a un arriero a un árbol. Cabizbajo y semidesnudo, su camisa blanca presentar empapada en rojo denotaba herida mortal, por lo que ahora yacía junto al tronco. Su mula había sido descuartizada por aquellos dos infames, y ambos estaban quemando las pertenencias de la víctima en una hoguera con la intención de hacer desaparecer cualquier indicio de su existencia.
Entonces se giraron, te miraron y corrieron hacia ti.
Uno portaba un cuchillo, y otro una azada, y ambos querían procurarte un destino similar que el de aquel hombre. Corroboraste pues aquellos chismes que habías oído en Astorga días atrás: debían ser “la gente extraña y peligrosa” que habitaban estas tierras, según se decía.
Motivo: Ini Martín
Tirada: 1d10
Resultado: 6(+15)=21 [6]
Motivo: Atacantes
Tirada: 2d10
Resultado: 9(+15)=24, 1(+15)=16 (Suma: 40)
Es un combate.
Iniciativas
Atac1: 24 Ataque con cuchillo y esquiva
Martín: 21 -->declara dos acciones normales o una extendida (recuerda que tenemos una escena de "acciones de combate"). De momento sólo declara, yo me encargo de hacer todas las tiradas en un solo post.
Atac2: 16 Ataque con cuchillo y esquiva.
A pesar del mal presentimiento que no dejaba de rondar su cabeza, Martín descendió con cuidado por el resbaladizo camino. Aún no era capaz de ver qué estaba sucediendo ni el origen de aquella humareda pero sí consiguió escuchar un lamento que, de manera bastante abrupta, se cortó.
Por un instante se le cruzó el pensamiento de que debería haber continuado su viaje hacia el castillo sin interferir en lo que allí pudiera estar pasando, pero el recuerdo de aquel lamento le hizo darse cuenta de que alguien estaba en apuros. Y poco cristiano sería, más aún estando en peregrinación como estaba, abandonar a aquellos que pudieran estar sufriendo.
Mas la sorpresa se reflejó en su cara al ser observador de lo que estaba sucediendo. Aquellos dos tipos más que hombres parecían alimañas despiadadas pues habían descuartizado a una mula y atado y herido de muerte a su dueño. No contentos con aquel terrible acto, los dos desalmados intentaban borrar cualquier prueba de su fechoría y de ahí el humo que había visto desde lo alto.
No dudó en desenvainar raudo la espada al ver como los dos malhechores se echaban sobre él, dispuestos a acabar con su vida al igual que lo habían hecho con aquel pobre desgraciado atado al árbol. Él no tendría piedad con aquellas dos bestias.
Ataque con espada y ataque con espada.
Turno 1:
Estabas tu pendiente de aquellos dos truhanes mal avenidos y peor vestidos, que desenvainaste rápido mientras acudían a tí. El primero de ellos trató de segarte con su cuchillo, sin poder; y luego le diste su merecido enarbolando tu espada y dedicándole un par de mandobles de buen acero:
Daño1 (a Atac1): 9 (-1 por Ropas gruesas): 8 puntos de vida.
Daño2 (a Atac2): 10 (-1 por Ropas gruesas) (/2 por brazo): 5 puntos de vida
Dos espadazos, uno en el abdomen y otro en un brazo, hicieron que a aquel tipo se le qutaran las ganas de seguir molestando, o eso parecía...
Acto seguido, el otro trató de hacer justicia de su vil compañero, pero fuera tal vez de la impresión que aunque empuñó fuerte el cuchillo ni tan siquiera éste te rozó.
Motivo: Atacante1 cuchillo
Tirada: 1d100
Dificultad: 45-
Resultado: 66 (Fracaso) [66]
Motivo: Martín Espadazos
Tirada: 2d100
Dificultad: 70-
Resultado: 50, 8 (Suma: 58)
Exitos: 2
Motivo: Esquiva A1
Tirada: 1d100
Dificultad: 12-
Resultado: 76 (Fracaso) [76]
Motivo: Daño1 a A1
Tirada: 1d8
Resultado: 5(+1)=6 [5]
Motivo: Daño2 a A1
Tirada: 1d8
Resultado: 8(+1)=9 [8]
Motivo: Bonus1 a A1
Tirada: 1d4
Resultado: 3 [3]
Motivo: Bonus2 a A1
Tirada: 1d4
Resultado: 1 [1]
Motivo: Localiz1 a A1
Tirada: 1d10
Resultado: 8 [8]
Motivo: Localiz2 a A1
Tirada: 1d10
Resultado: 3 [3]
Motivo: Secuelas A1
Tirada: 1d10
Resultado: 3 [3]
Motivo: Atacante 2 cuchillo
Tirada: 1d100
Dificultad: 45-
Resultado: 60 (Fracaso) [60]
Motivo: Iniciativa atacantes
Tirada: 2d10
Resultado: 3(+15)=18, 7(+15)=22 (Suma: 40)
Motivo: Ini Martín
Tirada: 1d10
Resultado: 1(+15)=16 [1]
Sigue el combate.
Estados:
Atac1: -13pv
Atac2: ileso
Martín: ileso
Iniciativas
Atac1: 18 Ataque preciso (+25% pero mitad de daño )y esquiva
Atac2: 21 Ataque con cuchillo y esquiva.
Martín: 16 -->declara dos acciones normales o una extendida (recuerda que tenemos una escena de "acciones de combate"). De momento sólo declara, yo me encargo de hacer todas las tiradas en un solo post.
Que fueran unos pobres desgraciados sin un ápice de destreza en sus burdos ataques no los convertía en menos peligrosos. De todas formas, la mano de Martín no tembló cuando la espada atravesó la carne de uno de ellos. Pero aún no había terminado con los dos maleantes así que, cuando vio que ambos disponíanse a atacar de nuevo, preparose para recibirlos, esperando que aquella pelea no durase demasiado.
Barrido
Turno 2:
Pareciera que ambos dos rivales no tuvieran a bien continuar con vida, pues a pesar de que uno se llevaba las manos al vientre y otro al brazo, no cejaban en su empeño de enviarte al cielo o el infierno, tal vez con ellos por delante. Ambos trataron una vez más de acuchillarte.
El primero de ellos, quien tenía el vientre abierto y sangrante, trató de acuchillarte el mejor momento, y así lo consiguió, cortándote en el brazo.
Daño (a tí): 6 (-3 por Gambesón reforzado) (/2 por brazo) (/2 por At. preciso): 1 punto.
La suerte quiso que sólo te hiciera un leve corte, aunque escocía; mientras tanto, el otro sí que te hizo un corte algo más grave en el pecho, casi a la altura del cuello...
Daño (a tí): 7 (-3 por Gambesón): 4 puntos de daño.
Tras un grito de dolor, enarbolaste tu espada e hiciste un vuelo horizontal con ella entre las manos. Trataste de barrerlos para quitártelos momentáneamente de encima, e incluso herirlos, claro.
La hoja, entonces, cortó el aire, y también los cuerpos de aquellos dos malnacidos...
Daño (a At1): 6 (-1 por ropas gruesas): 5 puntos de daño.
Daño (a At2): 10 (-1 por ropas gruesas): 9 puntos de daño.
La hoja cortó los cuerpos de ambos dos, a la altura del corazón. Notaste el poder entre tus manos, aquello hoja que había segado la vida, en aquel instante, de los dos tunantes. Los habías matado en el acto, y pareció que la defensa de aquella afrenta había sido guiada como por el Apóstol al que ibas a visitar, pues sino no habría tal otra explicación...
Sea como fuere, los cuerpos cayeron al instante al suelo, desplomados a tus suelos, y tu rostro se llenó de su infame sangre.
Motivo: Atacanta 1 ataque preciso +25
Tirada: 1d100
Dificultad: 70-
Resultado: 26 (Exito) [26]
Motivo: Daño (mitad)
Tirada: 1d6
Resultado: 4 [4]
Motivo: Bonus (mitad, y nueva mitad por estado de herido)
Tirada: 1d4
Resultado: 4 [4]
Motivo: Localización
Tirada: 1d10
Resultado: 3 [3]
Motivo: Atacante 2
Tirada: 1d100
Dificultad: 45-
Resultado: 17 (Exito) [17]
Motivo: Daño
Tirada: 1d6
Resultado: 5 [5]
Motivo: Bonus
Tirada: 1d4
Resultado: 2 [2]
Motivo: Localiz
Tirada: 1d10
Resultado: 4 [4]
Motivo: Barrido de Martín (-20% por dos enemigos)
Tirada: 1d100
Dificultad: 50-
Resultado: 5 (Exito) [5]
Motivo: ¿Esquiva At2? Necesita también crítico
Tirada: 1d100
Dificultad: 5-
Resultado: 38 (Fracaso) [38]
Motivo: Localización Conjunta del barrido
Tirada: 1d10
Resultado: 5 [5]
Motivo: Daño a At1
Tirada: 1d8
Resultado: 2(+1)=3 [2]
Motivo: Daño a At2
Tirada: 1d8
Resultado: 8(+1)=9 [8]
Motivo: Bonus a At1
Tirada: 1d4
Resultado: 3 [3]
Motivo: Bonus a At2
Tirada: 1d4
Resultado: 1 [1]
Fin del combate.
Te han quitado 5 pv, pero los dos tipos han muerto con el barrido. Enhorabuena.
Una cabellera rubia, pero corta; aquel hombre gritaba, pero ahora callaba al ver que habías matado a sus captores.
¡Ayuda! -te gritó, desesperado-. ¡De... desatadme! -te pidió-.
Aquellos malnacidos habían conseguido herir a Martín pero, aparte de la aparatosidad de las heridas y el escozor de éstas, por lo menos no parecían ser graves. Al menos no tanto como las que él les había infligido a ellos; tanto como para dejarlos inertes a sus pies.
Con un grito eufórico, con el cual descargó toda la adrenalina del combate, Martín miró los cuerpos de los dos bandidos sin percatarse de la sangre que salpicaba su propio rostro.
Fue la voz del hombre atado en el árbol la que lo sacó de aquel estado y, tras envainar la espada, dirigióse hacia él con la intención de desatarlo, no sin antes comprobar que el corte en su pecho no fuera demasiado profundo. Lo último que quería era desangrarse allí mismo.
—¿Estáis bien? —preguntó, a la vez que sus dedos manchados de sangre se peleaban con las cuerdas que mantenían sujeto al hombre contra el árbol.
El tipo, aún atado, te miraba nervioso, pues ahora tu rostro era un campo de sudor y sangre. Sabía que no eras otro bandido de tres al cuarto, pero no sabía tampoco qué podía esperar de tí.
S... sí... -respondió con voz baja-. Gracias.
Tras unos segundos estuvo desatado. Mi nombre es Pere -continuó-. Si no es por vos, ahora mismo estaría muerto...
Mientras se frotaba las muñecas, enrojecidas por las sogas, dio unos pasos hacia los restos de su montura, tomando aire resignado. Escuchaste exclamar algo en voz baja, como maldiciendo aquella fechoría. Acto seguido le dio una patada a cada uno de ellos, y tomó un madero ardiente de la gran hoguera y comenzó a prender los cuerpos.
Ni un entierro os merecéis... -les dijo, escupiéndo sus cadáveres mientras éstos ardían-.
Después te contó que se dirigía al castillo de Calmenor, según él "un buen lugar para el descanso". Decía ser arriero, y llevar provisiones al castillo de vez en cuando. El dueño y señor del mismo, un tal Tomé de Aranda, era por lo visto un hombre apacible y sensato, noble de los pocos que quedaban.
Y aquello te regocijó el corazón, puesto que tras limpiarte el rostro y las prendas como pudíste, ambos pusísteis rumbo al castillo de Calmenor, pues el destino parecía haberos juntado.
Apúntate otra X en tu casillero de puntos.
41
Finalmente, avanzaste por el camino que ascendía a la sierra frente a ti, mostrándote tu inmediato destino de descanso. El castillo de Calmenor sería un buen lugar para poner tus ideas en orden y asimilar todo lo que te había ocurrido. Enseguida viste una pequeña aldea situada al borde de un arroyo, antesala de la fortaleza construida muchas varas más arriba. Te encaminaste hasta allí, sin saber lo que aún te deparaba el último tramo de tu viaje.
Fin de la aventura. Comprueba ahora tus puntos de experiencia en el apartado “Puntuación y Experiencia”:
Puntuación y Experiencia
Si has llegado a la página 41 Martín habrá llegado al castillo de Calmenor. Por ello gana automáticamente 40 p. Ap. Además, por cada “X” marcada en el casillero de puntos obtienes 5 P.Ap adicionales. Gástalos para tus próxima aventura si vuelves a encarnar a Martín.
Pues hemos terminado aquí tu juego Eyra. Aunque el espíritu de un librojuego es leer, leer y releer hasta saber el mejor camino, en esta web tal vez sean un poco cortas las partidas de este tipo, pero espero que lo hayas pasado bien. Sólo uno de tus compañeros sigue jugando (está en la recta final, vislumbrando el humo del arriero, e incluso hubo otro jugador que se retiró). En breves compondré un final explicativo para todos de lo que era la caja, y lo colgaré en vuestras escenas.
¿Qué había en el interior de aquella caja dorada?
Allí dentro no había oro, ni piedras preciosas. No era sino el habitáculo de una entidad... de infierno.
Algunos demonios le daban el nombre de Ecznor, y decían que, habiendo habitado en los Infiernos, en esos momentos no era sino lo más parecido a un alma errante y arrepentida, salida directamente de los fuegos del Abismo. Su intención no era sino viajar hasta la Catedral de Santiago para solicitar al Apóstol que intercediera por él en el Cielo, y recuperar la forma que divina que antaño tuvo.
Por supuesto, él no podía acceder por sí mismo en el templo santo, por lo que necesitaba de la ayuda de un artefacto que guardara su esencia. Por ello, contactó en secreto con el demonio Artet, siervo de Abigor (uno de los generales infernales), cuyo cuerpo fue destruido en una revuelta celestial, y para sobrevivir su espíritu y existencia quedaron atados a una espada. De la misma manera, Artet logró ligar su esencia a la de un pequeño baúl dorado y lanzarlo sobre el mundo, a la espera que alguien lo encontrara. Sólo quedaba que un devoto peregrino lo encontrase, entrase en la catedrán como polizón y, tal vez, se lo ofreciera al Santo Apóstol. Así Ecznor podría estar cara a cara junto a él y requerir "el perdón del Apóstol".
Aquella criatura infernal, por tanto, mantenía un arrepentimiento digno de contar. Atravesar el Pórtico de la Gloria con ese baúl en el zurrón significaba acercar el mal a la casa de Dios, aunque sólo fuera para pedir perdón. De la misma manera, Martín peregrinaba por el mismo motivo y diferentes razones. Quién sabe qué hubiera pasado si Ecznor se hubiera encontrado cara a cara con la imagen del Santo Apóstol
FIN