¿Qué había en el interior de aquella caja dorada?
Allí dentro no había oro, ni piedras preciosas. No era sino el habitáculo de una entidad... de infierno.
Algunos demonios le daban el nombre de Ecznor, y decían que, habiendo habitado en los Infiernos, en esos momentos no era sino lo más parecido a un alma errante y arrepentida, salida directamente de los fuegos del Abismo. Su intención no era sino viajar hasta la Catedral de Santiago para solicitar al Apóstol que intercediera por él en el Cielo, y recuperar la forma que divina que antaño tuvo.
Por supuesto, él no podía acceder por sí mismo en el templo santo, por lo que necesitaba de la ayuda de un artefacto que guardara su esencia. Por ello, contactó en secreto con el demonio Artet, siervo de Abigor (uno de los generales infernales), cuyo cuerpo fue destruido en una revuelta celestial, y para sobrevivir su espíritu y existencia quedaron atados a una espada. De la misma manera, Artet logró ligar su esencia a la de un pequeño baúl dorado y lanzarlo sobre el mundo, a la espera que alguien lo encontrara. Sólo quedaba que un devoto peregrino lo encontrase, entrase en la catedrán como polizón y, tal vez, se lo ofreciera al Santo Apóstol. Así Ecznor podría estar cara a cara junto a él y requerir "el perdón del Apóstol".
Aquella criatura infernal, por tanto, mantenía un arrepentimiento digno de contar. Atravesar el Pórtico de la Gloria con ese baúl en el zurrón significaba acercar el mal a la casa de Dios, aunque sólo fuera para pedir perdón. De la misma manera, Martín peregrinaba por el mismo motivo y diferentes razones. Quién sabe qué hubiera pasado si Ecznor se hubiera encontrado cara a cara con la imagen del Santo Apóstol
FIN