Mientras Fadrique examina los cuerpos sigo apuntando con mi arma al bandido restante.
- Pues vámonos. ¿Qué hacemos con este?
Ni harto ni perezoso, sabiendo que vuestro siguiente destino era Buñol, el propio Librado no hizo sino tomar una de las lanzas que había por allí, arrojadas de algún soldado herido de muerte, y entonces, delante de la mirada de su hermano y Cebrián, remató al bandido que había tratado con él. El tipo agonizó unos instantes antes de perder la vida definitivamente.
-Ya no habrá más contratiempos -señaló Librado-. Vengaremos a don Tomén, pero antes veo bien el regresar -dijo finalmente-.
Entonces os pusísteis en marcha. Dejásteis todo aquel campo de lentisco, el cual era testigo de la terrible matanza de los soldados de Buñol, y pusístes rumbo al castillo desde el que habíais acudido a la llamada del encuentro en la ermita. A todo ésto, que debían ser ya las dos de la tarde, y el calor y el hambre apretaba bastante, pero no habia tiempo de regocijarse en quedar a ambos atrás. Cruzásteis un páramo frondoso, un arroyo sobre puente de piedra y luego atravesásteis durante una media hora una explanada donde los cerros ondeaban el plano terreno. Sabíais que una vez vencido ese tramo, el castillo de Buñol apuntaría ya en el horizonte cercano.
El caso es que cuando subísteis una de estas pequeñas colinas se os cruzó una sombra fugaz y veloz, procedente del otro lado de la misma. Era un caballo negro con su jinete, vestido con prendas de cuero. Por poco no se os echa encima, sino fuera porque os hicísteis a un lado, y el jinete con la montura con otro. El tipo se os quedó mirando fijamente, y por su aspecto era soldado (aunque no se le veía lanza o espada sobre sí).
-¡Es un rastreador! -gritó Librado-. ¡De las tropas valencianas! -concretó señalándole con el dedo incrédulo-. El jinete, entonces, espoleó su caballo para dar la vuelta sobre sí enseguida.
Fadrique estaba inquieto y pensativo. Seguía pensando en los extraños sucesos que habían presenciado en la ermita. Seguramente la falta de sueño y el cansancio le habían pasado una mala pasada. Estaba claro que los hombres de Don Tomén no habían estado allí. Avanzaban a paso ligero entre las colinas camino del castillo. Iba tan ensimismado en sus pensamientos que no fue arrollado por aquel caballo de milagro.
— ¿Que haces librado? Cállate.
Pero estaba claro que ya era demasiado tarde. Aquel caballero había vuelto grupas y se dirigía de nuevo a su encuentro. Sabía que lo mas seguro era pasar desapercibidos y acelerar el paso para llegar al castillo. Sin embargo, el jinete ya se había percatado de su presencia y era mejor no dejar testigos. Fadrique saco su ballesta y preparo un virote para disparar cuanto tuviera un objetivo limpio.
Acabo de caer en el título de la partida jejeje
Preparo la ballesta.
PNJOTIZADO
Traté pues de tomar mi lanza tan pronto como pude, y tras sopesarla un instante la lancé con fuerza hacia adelante, intentando hacer caer al jinete. La lanza, pues, pareció volar por encima de la cabeza del rastreador, pues erré en el intento.
Motivo: Lanzar
Tirada: 1d100
Dificultad: 15-
Resultado: 60 (Fracaso) [60]
Pnjotizo. Lanzar la lanza.
Fadrique, puedes lanzar la el virote.
Motivo: Ballesta
Tirada: 1d100
Dificultad: 55-
Resultado: 89 (Fracaso) [89]
Creo que esta bien tirado, pero....
Fue en éstas que Fadrique, habiendo Cebrián errado en su lanzada, que disparó la ballesta que había preparado instantes antes. Levantó el arma, apuntó y apretó el alargado gatillo, pero el virote se fue irremediablmente hacia un lado, y el tino del soldado le tambaleó lo justo para no acertar. Se escuchó a Librado exclamar un ¡maldito sea!, refiriéndose al jinete, y éste no hizo sino jalear a su caballo, espolearlo con fuerza para huir de tal lugar lo más aprisa que pudo, en dirección a Buñol, precisamente. Poco a poco vísteis al susodicho alejarse de allí, transformándose gradualmente en una silueta cada vez más pequeña en el horizonte cercano. Pronto dobló un recodo y una loma, y lo perdísteis de vista entre una arboleda.
Fadrique, pensé en aplicarte el +20 por cercanía a la dificultad (ya que es lo correcto y no lo habías hecho, y tampoco yo te lo había especificado, claro), pero ni aún así logras acertar :(
-¡Se ha escapado! ¡Si hay un rastreador por aquí...! -suspiró Librado-, signifnica que el resto de las tropas a las que pertenezca deben estar cerca...
La tensión de todo lo ocurrido aquel día hacía que sus nervios no estuvieran templados. Esta tensión unida al cansancio hizo que su disparo no acertará. Librado tenía razón las tropas valencianas no andaría lejos, había que desaparecer rápido.
— Tienes razón hermano, hay que darse prisa. Las tropas valencianas estarán cerca. Refugiémonos en el castillo antes de que sea demasiado tarde. Hay que apretar el paso.
No había tiempo para lamentarse por su fallo. Aligero el paso y casi corriendo continuo su marcha hacia el castillo.
- Malhallado sea el demonio - maldije después de que el jinete se escapara de nuestro alcance y me dispuse a seguir a Fadrique camino del castillo
En éstas que decidísteis regresar a Buñol lo antes posibles. El castillo estaba a menos de media hora de paso ligero, y en realidad no estábais heridos como para lastraros en tal ritmo (ni tan siquiera Librado, que sólo estaba magullado). El caso es que tras atravesar las estepas onduladas y algunos sotomontes, oísteis a una partida de cascos de bestia trotar cada vez más cerca. No había opción posible de escondida, ya que el lugar donde ahora pisábais contaba con apenas árboles y ninguna roca. Tras la colina aparecieron siete jinetes procedentes de la dirección a la que íbais, y vinieron pues a rodearos. Acto seguido, por el mismo lugar apareció una ristra de soldados de a pie, con ballestas todos en las suyas manos. Un par de nuevos jinetes avanzaron también hacia vosotros, pero de manera más pausada. Uno de ellos se detuvo, entonces, frente a vosotros, en medio del círculo de hombres que os rodeaba. Y os habló.
-¡Soldados de a pié! -os dijo- ¿Cuáles son vuestros nombres y a quién debéis la vuestra lealtad? -preguntó el tipo, que vestía cota de malla y una celada abierta sobre su cabeza, y su mirada parecía impasible y penetrante-.
Nos vemos rodeados sin tiempo a responder y en franca minoría. Quedamos de pie frente al caballero y con voz firme respondo a sus requerimientos. Miro a los alrededores para averiguar si el explorador con el que acabamos de cruzarnos esta presente entre los hombres presentes.
— Buenos días buen señor, yo soy Fadrique y estos que me acompañan son Cebrián y mi hermano Librado. — Dijo señalando a sus compañeros. — Somos soldados del castillo de Buñol y venimos de recoger a mi hermano de tierras de Xátiva. Para que pase a formar parte de la guardia del castillo. Hace dos semanas que partimos para visitar a mi familia y recoger a mi hermano.
Me mantengo firme frente al caballero sin mirar directamente a los ojos a mi interlocutor. Estoy atento de los hombres de mi alrededor para salvar mi vida pero sin desencadenar una lucha en tan amplia minoría.
El tipo bien guarecido de malla y celada, sentado desde lo alto de su caballo, miró a Fadrique, primero en responder, luego a Cebrián y finalmente a Librado. Quedó pues, observando al joven un pequeño rato. Allí estaba, como bien comprobó Fadrique, el rastreador de a caballo que había esquivado vuestro intento de detención. El de la malla luego devolvió la mirada a Fadrique.
- ¡Mentís, soldado! -le respondió-. En busca de una hueste, y no de la familia, es por lo que venís... Y por eso regresáis, con el rabo entre las piernas, a un lugar a punto de ser tomad o-añadió, sabiendo que vuestra empresa de encontrar a don Tomén había sido en vano-. Este imberbe estaba cuando maté a su señor, un mal rebelde, en un campo una legua más allá, y los ballesteros asaetearon a todos los suyos-señalando con la cabeza el lugar de vuestra dirección de procedencia. Entonces Librado bajó la cabeza, pues le habían reconocido, y el joven además se mordió los labios-. Y que no hay más tiempo que perder, que Su Majestad Fernando procura no perder el tiempo, y tampoco nosotros. Tenéis dos opciones, os digo.
El tipo hizo una señal, y cuatro de los ballestero que tenía más cerca cargaron con el cranequín (una especie de manivela para tensar cuerdas) sus ballestas, colocando en ellas un virote puntiagudo.
- La primera es la muerte. Rápida, más no indolora -decía, muy serio-. Y la siguiente es servir, desde ahora a la comandancia que hay en esta hueste, al servicio del verdadero Rey, Su Majestad Fernando, y negar a ese Jaime levantado e imprudente.
El tipo os miró, esperando una respuesta, mientras cuatro de los ballesteros os apuntaban ya.
Haced un último post de partida.
Fadrique ve rápidamente que su estratagema no va a surtir efecto y que no van a poder salir de allí tan fácilmente. En ese momento alza la cabeza y mirando directamente a los ojos de Escribá le dice.
— Nosotros somos simples soldados. No conocemos de traiciones y majestades. Solo obedecemos ordenes de aquellos quienes nos proporcionan el sustento. Si vos estáis dispuesto a proporcionarnos un jornal, por mi parte al menos estoy dispuesto a unirme a vuestra hueste y luchar junto a vos hasta que no quede una gota de sangre en mi cuerpo.
Tras decir estas palabras Fadrique se inclino haciendo una reverencia y mirando a su hermano Librado para que siguiera su ejemplo dijo.
— A sus ordenes mi señor.
La vida de Cebrián estaba en sus manos. Fadrique reconocía que no había mas que hacer en aquella situación y no estaba dispuesto a perder la vida en aquella situación. Al fin y al cabo él era un mercenario al servicio del mejor postor en cada momento. Las lealtades iban y venían en aquellos tiempos.
Aquel capitán sonreía, asintiendo por el buen tino en la decisión del soldado Fadrique. Poco o nada debían interesar a la soldada los asuntos de guerra en las altas esferas, que lo suyo era el campo de batalla (y las más veces no debían servir ni al mismo líder ni al mejor o más honrado).
-Ponte en el grupo -dijo Escribá asintiendo-. Se te proporcionará jornal, ropa y armas. ¿Y vosotros? -le preguntó a los hermanos Cebrián y Librado-. El joven escudero se estaba mordiendo los labios, pues habían matado a don Tomén en una emboscada, como para unirse ahora a los enemigos. Sin embargo, la relación que le unía al noble era sólo de aprendizaje de la caballería y las armas. Cebrián agarró a su hermano para que no hiciera o dijera alguna tontería.
PNJOTIZADO.
-Igual que Fadrique. Por el jornal y el sustento lucharemos por vos o el rey que sea -añadió el soldado-, y he aquí mi hermano, escudero y pupilo, que también lo hará. Bajé entonces la cabeza, aceptando el precio por la vida, que era la traición a los nuestros y a Buñol
En tanto así que una vez unidos los tres a las huestes procedentes de la ciudad de Valencia, pusísteis rumbo al asedio de Buñol. Éste, como en realidad así ocurrió, se completó en unos días, y el castillo fue tomado para la desgracia del Conde de Urgel. De no haber aceptado la rendición ahora mismo estarías probablemente muertos.
EPÍLOGO. El último rezo de don Tomén.
Tomén Raymundo, quien era leal al Conde de Urgel Jaime II en su lucha de levantamientos por la Corona, era un hombre guerrero, pero muy piadoso. Hacía tiempo que no cumplía con su promesa de visitar la ermita de San Cebrián (lugar donde presenciásteis su comitiva) muy venerada por las localidades de Chiva, Buñol y otras a la redonda. Por eso, tuvo la idea de reunirse allí con vosotros, aprovechando así la visita que le debía al santo. En el camino sufrió una terrible emboscada por parte de las tropas de José Estribá (leal a Fernando de Antequera), y todos los ballesteros terminaron con la vida de los soldados de la comitiva y de don Tomén (excepto lo ya sabido con Librado).
Tras la emboscada, y siendo su fervor tan fuerte, el espíritu de don Tomén trascendió a su cadáver, y tal que así que las almas de éste y sus soldados cabalgaron hasta el lugar santo para ofrecer su último rezo a San Cebrián. De esta manera, su espíritu no faltó a su palabra en vida. Por ello, tanto Fadrique como Cebrián vio la fantasmal comitiva entrando en la ermita y, una vez dentro (terminado su último rezo), ésta desapareció para siempre (cumpliendo el voto de fe).
FIN