─Yo que sé, Bet, pensé que te habrían asignado una tarea a dedo. Los Mins son así... ─se disculpó el enorme ingeniero por su fallo de apreciación respecto de la nueva ocupación de la émpata.
Cuando finalmente llegaron a la zona residencial de la nave (o al menos a la de los Fics), el mundo se volvió patas arriba, difícil de asimilar para la mente todavía en proceso de reactivación de Elisabet.
─Es Giovanni Rosso, el ingeniero de casco. No sé qué rollo místico se trae con el nudismo. Para mí que pasa demasiado tiempo enfundado en un traje espacial y cuando no está de servicio lo compensa. Yo no aguantaría enfundado en un traje de esos más de 20 min. ─dijo Josephus con cierta sorna, eligiendo explicar lo más obvio de todo cuanto podría haber aclarado─ Me resulta complicado una visión de conjunto, me tengo que concentrar para no considerar que todo lo que ves es normal. Ya sabes, lo de los árboles ocultando el bosque. Supongo que sí, tienes razón, todo está hecho un desastre. Y tiene difícil arreglo. Al menos los Fics tratamos de hacer algo. Los Mins, en cambio, son unos cabrones acaparadores...
Sin hacer mucho caso más, Josephus prosiguió el trayecto por el pasillo bajo el escrutinio (ahora acompañado de susurros) de los lugareños. Tardaron apenas un minuto en llegar a dondequiera que le estuviera conduciendo el ingeniero: sin detalle identificativo alguno (lo que era en sí todo un detalle), aquella puerta no presentaba dibujos, pinturas, grabados o elementos decorativos. Funcional y limpia. Tampoco había ni rastro del código alfanumérico. Una mujer se introdujo por la puerta antes de que llegásemos. Sin duda informaría a quien hubiera en el interior de la sala la llegada de la pareja.
El ingeniero llamó a la puerta y ésta se abrió con el típico sonido pneumático. La sala estaba pobremente iluminada, o al menos eso parecía a primera vista. Antaño un almacén multiusos ubicado en el corazón de la zona de camarotes, había sido habilitada para acoger varias mesas apartadas entre sí. Cuando uno se daba cuenta de la intención de convertir cada una de las mesas en un espacio reservado entonces te percatabas que la suave iluminación daba intimidad, no era problema de eficiencia. Unas telas plásticas dividían la sala, ayudando a esa compartimentación en la que tanto se habían esforzado. En las paredes se podían atisbar las formas vagas de zonas de Europa, mosaicos confeccionados con pequeñas teselas de materiales, colores y tamaños diversos.
Había sólo dos mesas ocupadas, ambas en un reservado, lo que impedía identificar a sus ocupantes. La misma mujer que se había adelantado a los visitantes les acompañó al otro reservado, ocupado sólo por una mujer: Alice. Estaba en el reservado con la península escandinava de la que era originaria. Su larga melena de pelo rubio platino de antaño se había convertido en apenas una sombra gris sobre un cráneo salpicado de manchas. Su piel lechosa se había cubierto de islas de color, pecas y pequeñas cicatrices. Siempre delgada, ahora sus marcados pómulos dejaban patente que su cuerpo apenas si retenía los nutrientes necesarios para continuar funcionando. Ni siquiera su mirada llegaba a algo más que un lejano recuerdo de sus ojos grises llenos de energía y determinación. Estaba crónicamente cansada y hastiada en grado superlativo, pero todavía continuaba adelante, aunque tal vez más por costumbre que por convicción.
─Acercaros. ─dijo en el tono propio de aquellos acostumbrados a mandar.
Alice Karlsson, aquella señora ajada por el paso de los años había sido antaño, además de toda una belleza nórdica, una gran estrella de la sociología, una con mal encuadre. Aunque su campo de estudio se consideraba científico, su aplicación era eminentemente práctica. En aquella nave oscura y maltrecha Alice parecía haber ocupado un puesto en las sombras, sin quedar muy claro si su mediación era clandestina o tolerada por la todopoderosa Administración de la Éxodus. En potencia podía convertirse en protectora de Elisabet, pero ¿a qué precio? O tal vez pudiera utilizarla como una cortina de humo. O poner a prueba su posición para asegurarse de si iba a serle "fiel" o traicionarla a la primera de cambio...
Íbamos de mal en peor, tanto por lo que hacía a lo que nos rodeaba al ir atravesando pasadizos y rincones, como por las explicaciones pobres y ancladas en la impotencia de mi buen amigo Jos.
Pero, de pronto, algo distinto nos esperaba, algo neutro, aséptico. Una puerta, sólo eso, de acuerdo, pero después del panorama atravesado era una nota completamente discordante. La mujer se adelantó, y cuando entramos aquella estancia me recordó un templo ancestral, un lugar de paz y recogimiento, con una gran carga de trascendencia. A lo que ayudó la representación más o menos gráfica de los lugares de Europa que pude ir reconociendo en los sombreados cubículos.
No tuve tiempo de entretenerme admirando y sintiendo, porque pronto la vi allí, como una versión en cera cuarteada de lo que había sido. Alice.
La miré, la evalué a mi pesar, la escuché. Su tono no había variado, pero era lo único. Todo lo demás era una burda secuela de una desgracia, de un cataclismo. Una gran pena mezclada de indignación me alcanzó, me atravesó de parte a parte, como una andanada enérgica y dolorosa.
-Alice. -Fue cuanto pude responder mientras avanzaba, acercándome como acababa de ordenarnos. -Alice... -repetí como una boba.
─Elisabet, que visita tan... inesperada –dijo ella, haciendo seña para que se sentaran, pero sin levantarse para recibirles y con un tono ligeramente más frío de lo que hubiera resultado cordial. Tanto su lenguaje corporal como lo poco que lograba la émpata atisbar de su psique sugerían que realmente no había visto venir aquella reunión.
Por otro lado Alice exudaba un aura de autoridad innegable, pese a lo frágil de su cuerpo. O tal vez, de alguna extraña manera, reforzado por ello. Las miradas de ambas mujeres se encontraron y Josephus sonrió, obviando el haber sido completamente ignorado, sintiéndose feliz de no participar de la conversación/batalla verbal. El silencio descendió sobre la mesa y por un instante asemejaron reptiles, obcecadas como estaban en no parpadear.
─¿Cómo es que se ha decidido a venir aquí en vez de ir con Administración, señorita Hansen? –dijo ella rompiendo el silencio─ Si me va a pedir protección contra la Administración...
Ahora Elisabet podía verlo claro: Alice estaba en una situación tan privilegiada como incómoda, mediando entre Mins y Fics, protegiendo a los Fics de los Mins a cambio de paz social, mientras los Mins hacían la vista gorda y transigían con su existencia. Pero vivía en un difícil equilibrio. Aquella visita podía suponer un grave problema para Alice... u obligarle a mover pieza, haciendo decantarse la balanza a un lado o al otro. Y eso también explicaba el porqué Josephus le había traído hasta allí.
Esperó, no quería decir nada que rompiera el frágil equilibrio que había entre las dos. No había llegado de un modo habitual, sino sin aviso, la había sorprendido, y esa sorpresa había sido percibida como una amenaza.
Sonrió, conciliadora, y levantó las manos en inequívoca señal de paz.
-Alice, yo... no quiero ser un problema, vengo a buscar ayuda, ayuda para entender. Y para colaborar a mejorar esta desgracia. Lo poco que he visto hasta ahora me ha dado una idea bastante clara de que no, no quiero ir de cabeza a alinearme en las filas de la Administración. Tampoco he venido para pedir protección, sino consejo. No sabía que estuvieras aquí, pero me alegro de verte, sobre todo después de haber visto a alguno de quien no me alegro tanto. Pero Joseph me conoce muy bien, y cuando le he dicho que quiero ayudar, que quiero hacer que la Exodus se recupere, me ha traído a ti.
Miró hacia su grueso y enfermo amigo, y luego hacia su delgada y enferma antigua compañera.
-Estoy bien, aún no me he extenuado, aún tengo energía. No sé lo que va a durar, pero estoy aquí, quiero arreglar las cosas. Aprovechadla.
Alice dirigió la mirada hacia el orondo ingeniero, comenzando un escrutinio que poco tenía que envidiar al que podía hacer la émpata. Rápidamente supo la verdad: Josephus le había traído ante ella para probarla, o, incluso, para probar que no estaba del lado de los Fics. Elisabet lo percibió simultáneamente.
─Elisabeth, querida, me temo que no tienes ni idea de las implicaciones de esta visita ─comenzó ella, más preocupada por ella misma de lo que nunca estaría dispuesta a admitir─ Administración va tras de mi para encontrar cualquier excusa por la que retirarme los privilegios con los que puedo escudar a la tripulación, a mi gente. Si mi palabra se pone en entredicho, por ejemplo por aliarme con una "busca-problemas", mucha gente podría sufrir. No puedo permitirlo. Espero que lo entiendas ─se excusó la escandinava poniéndose de pie y dando la conversación por zanjada.
Aquella mujer escuálida y decrépita no tenía intención alguna de ayudarle. A la vez, podía sentirse la animadversión mutua que se tenían Josephus y ella. Si a todo aquello se le sumaba el clima de evidente tensión entre una Administración todopoderosa (o casi) y una tripulación que debía ceder ante ella so pena de pasar penurias o incluso peor, todo apuntaba a que sucedería esto.
Alice no les ayudaría. Hacía falta una maniobra antes que seguridad diera con Elisabeth. ¿Tal vez una huida hacia delante?