Partida Rol por web

Cuando te diriges a tu contramaestre, te das cuenta de que en realidad no está en la empalizada; os separasteis cuado bajasteis del barco, y él se dirigió hacia el astillero, desde donde debía volver con herramientas y material para una reparación para la que, ahora, es muy posible que no exista tiempo. Ahora algunos de los aldeanos se dirigen hacia allí a toda velocidad, pensando que has dado tu consentimiento para llevarles embarcados. Otros permanecen a tu lado, espectantes.

El orco frunce su congestionado rostro porcino, pateando y resoplando por los ollares de su hocico porcino.

(Sigue...)

"¿Qué decir?, ¿donde estar?, ¡No andar lejos¡, ¡antes ahí¡, ¡abrid puertas y nosotros buscar, no hacer daño a blandos campesinos¡", dice de una forma no demasiado convincente.

(Sigue...)

El conde, entonces, sale de la piña de guardias que están protegiendo su integridad y se dirige a sus hombres; "Tenemos que encontrar a esa mujer... ¡claro¡, si la encontramos esos monstruos se marcharán, y yo podré gobernar soberano... ¡buscadla¡, ¡vamos¡, ¡buscadla por toda la ciudad¡", exclama encabezando la marcha, y buscando a Moriela junto a media docena de hombres.

"Está bien, tenemos un trato. Yo debo terminar algunos asuntos antes de marcharme, pero te diré que hay una salida, según los planos de la fundación de la villa, en el cementerio. Un túnel oculto en el panteón familiar de los Terrón, que el cabeza de familia utilizaba para enviar correos hace cien años sin que éstos pudieran ser vigilados. Hace más de sesenta años que no se utiliza, pero debería desembocar en un claro del bosque... ahora debo marcharme. Tú y tus amigos podéis huir por allí".

Acompañado por sus matones, el agente se marcha tranquilamente entre el caos de la plaza.

Cuando llegais al puerto, parece que es tarde para coger un bote. Todas las barcas de pesca han sido botadas al río, y, llenas de desesperados aldeanos, se adentran corriente abajo para huir del ataque.

El único navío que podéis ver atracado en el muelle es el de los piratas; Ripps está frente a él, en el muelle, con dos piratas y un carro de mano lleno de material para las reparaciones. Cuando os ve a lo lejos os grita agitando la mano. "¿Qué pasa aquí?, ¿por qué se marcha todo el mundo?".

Las calles están bastante vacías, y los pocos viandantes que caminan por la zona se apartan ante la figura amenazante de Intisaar. Aunque no visteis montura alguna en vuestro periplo hasta aquí, ahora véis a dos caballos percherones, seguramente liberados de su carromato por accidente en medio del caos, que trotan tranquilos entre las calles.

¿Buscaréis algún posible bote que haya quedado en seco u oculto?. ¿Os dirigiréis al barco?. ¿Buscaréis los caballos?. Es vuestro turno ;)

Me acerco al conde y le abofeteo la cara de forma bastante sonora.

*Plaf!!!*

-Pero que estás diciendo?! Se fué hace horas, y éstos orcos, no van a pasar por aqui sin quemar y destrozar ésto. Deja las negociaciones para los profesionales...-

Luego me vuelvo a dirigir al lider orco.

-Como bien te he dicho, no está; y bien puedes entrar y arrasar ésta aldea, pero no encontrarás nada, y si no sigues mis instrucciones; bien podrás matarme, y tampoco conseguirás nada.... Asi que, o me haces caso y sacamos todos tajada, o nos matas a todos y te tiras media vida para encontrar a la mujer.... Tú decides... Pero conmigo acabarás antes esa ardua tarea...-

Asiento a lo que me dice distraídamente y me marcho. No tengo más remedio que buscarlos... ¿pero por dónde empezar? Intento recordar dónde estaban, o si los he visto en alguna parte del pueblo.

Ni corto ni perezoso, comienzo a recorrer la villa a paso rápido con la esperanza de que Rapaz no haya sido destripado y que haya logrado contener a los orcos durante un tiempo más.

-Mierda... ¿dónde estáis? -murmuro.

En cuestión de segundos Intisaar se hizo cargo de la situación. Apretando la mandíbula contrariado ante la imagen que se desplegaba ante él en el puerto lanzó un juramento en su idioma natal mientras se volvía hacia su hermana.

-Layla...ve al Cuervo e intenta averiguar si esos piratas tienen alguna forma de cruzar el río...- espetó con voz seria antes de girarse hacia la veneta- No-Halibe, ved si podéis encontrar un bote que no haya sido usado todavía. Cruzar ese río es nuestra única esperanza- añadió para acto seguido dirigirse a largas zancadas hacia los dos percherones que andaban allí cerca caminando medio perdidos. Todavía no tenía claro si lograrían cruzar o no el río y si por alguna razón debían salir finalmente a la carrera en dirección al bosque mejor tener alguna montura.

   —No he visto demasiados barcos como el Cuervo en mi vida... —empezó diciendo Moriela, aunque era consciente que en el desértico paraje del que provenían los khemitas habrían visto muchos menos—, pero tengo entendido que siempre tienen pequeños botes a bordo para evacuar a la tripulación si es preciso, o para acceder a aquellas zonas donde de otra manera el barco quedara encallado en algún bajío. Espero que el capitán Rapaz sea lo suficientemente previsor como para tener alguno. Si lo encuentras, Layla, silba como un milano... —la druida se interrumpió. Probablemente, la khemita no habría visto un milano en su vida, y menos sabría imitar su chillido—. Bueno, avísanos como puedas.

   Mostrando más valor del que verdaderamente sentía, Moriela echó a correr para ver si encontraba algún otro bote por el muelle. No le gustaba la idea de separarse de la protección de los khemitas, pero no quería pasar por cobarde.

La situación a su alrededor comenzaba a decantarse por el característico caos que solía acompañar a las situaciones de guerra en las poblaciones poco preparadas para la guerra. Aldeanos, soldados, marineros, poco importaba la procedencia pues la mayoría corría hacia una salvación imposible. Layla, entrenada en los oscuros templos de su tierra continuó corriendo hacia su objetivo, el maltrecho barco en el que habían arribado allí. Los piratas, prácticamente ajenos a lo que les rodeaba se dedicaban a asegurar los aparejos y anudar los cabos en los mastelerillos mientras verificaban los daños que habían sufrido.  La sacerdotisa observó cómo su hermano y Moriella se afanaban por encontrar algo en el puerto que les sirviera de transporte, pero ella recordaba haber visto algo durante el viaje. Cuando llegó hacia el barco una sonrisa afloró a sus labios, frente a ella, colgando por la armura de popa, una chalupa se mecía suavemente ante el bamboleo de las aguas - ¡Mediopalmo! Necesitamos la chalupa para atravesar el río. Los orcos se acercan moved el barco lo mas rápido que podáis o no contaremos con ver el nuevo amanecer- dijo con la voz cargada de los matices de liderazgo con los que acostumbraba a dar órdenes en el desierto de Khemet.