Partida Rol por web

Aunque Grigor estaba acostumbrado a pasar desapercibido y había espectáculo de sobras para ocultar su discreta presencia (las distracciones de Chuma eran muy similares a cuando intentaba ser discreto, a cuando lanzaba un ataque frontal o quería quemar un sitio hasta los cimientos), prefirió acercarse por un lateral saliendo desde un callejón entre dos puestos. 

Se detuvo un instante cuando oyó las respuestas demoníacas. No había oraciones que pudieran salvar eso.

Una hoz de mango tallado y filo oxidado se elevó en el aire sin causa aparente y se acercó flotando hacia la parte trasera del hongo gigante. 

Chuma y Liza montaron una escena digna del mejor western americano, intercambiando insultos y lindezas, mientras empezaban a empujarse y amenazando con ir a más. Pronto se hizo un corro de gente alrededor suyo, curiosos que no querían perderse la pelea, pero que se quedaban a una distancia prudencial para que no les salpicara la sangre.

Los cuidadores del hongo también parecían mirar en aquella dirección, aunque con la misma pasmosa indiferencia con la que lo hacían todo. Grigor aprovechó el momento para sacar su vieja hoz, y se acercó hasta la seta para empezar con su trabajo.

El tronco era fibroso y estaba duro, con lo que era difícil arrancar pedazos. Lo único que podía hacer era ir fileteando lonchas no demasiado gruesas, y así iba a tardar un buen rato en sacar dos kilos de carne de seta.

Cuando llevaba ya un rato, y la escena de la pelea parecía estar a punto de llegar a las manos, Grigor vio que de la seta empezaba a salir una ligera nubecilla de esporas, como si estuviera reaccionando al ataque. Uno de los cuidadores pareció darse cuenta y dejó de mirar la pelea para acercarse más a la seta.

Diablos, aquello no parecía ir tan rápido como él había esperado. Grigor no había dado ninguna señal de vida (O muerte, si se terciaba más en su caso) así que no debía de haber terminado con su labor (Si es que realmente lo estaba haciendo, con la adrenalina del espectáculo Chuma no era muy consciente de qué pasaba a su alrededor, más allá del remolino de rostros de faees y cultistas del hongo que parecían mirarles desde todos los ángulos, algunos incluso volando por encima de sus cabezas. O dejaba que Liz le siguiese zurrando hasta matarlo o no sabía cómo más ganar tiempo, aun así la cosa se había salido tanto de madre que tal vez pudiesen aprovechar el calentón para ponerse en guardia, en caso de que algo saliese mal y tuviesen que optar por una huida por la fuerza o por zurrar a los zombgos.  

- ME ESTÁS HARTANDO, LADRONA INSOPORTABLE, DEVUÉLVEME MI COLGANTE O TE JURO... TE JURO QUE... TERMINARÁS HACIENDO QUE LIBERE MI AZOTE DEMONÍACO...- El cazador esperaba que Liza entendiese su puntualización, ya que él no tenía tal lado demoníaco, pero si ella volvía a hacer aquella cosa repugnante, aparte de llamar la atención un rato más con todos los fuegos de artificio y la peste a azufre y carne quemada que la caracterizaba, tal vez también podría protegerse de daños más mundanos, como el efecto de aquellas esporas a las que había hecho referencia el otro comerciante.

Mientras, él había terminado por desenvolver su cadena, aprovechando la confusión reinante, y trataba de deslizar su camiseta para poder cubrirse las vías respiratorias, como ensayara antes de meterse en aquella vorágine de sinsentidos.

Liza sonrió con demencia exagerada.

—¿POR QUÉ NO LO INTENTAS, CHICO LISTO?— grito la corrompida, mientras su voz se deformaba en un ronquido infernal. 

Liza sintió el calor crecer debajo de su piel, y el cráneo encendérsele en una pira como siempre, pero esta vez había algo... diferente. Las llamas eran menos intensas, la transformación un poco más lenta y dolorosa, como si algo la estuviera sofrenando... y cuando los ganchos eternamente incrustados en su espalda aparecieron ya no eran los 3 de siempre sino 4, uno en cada hombro y uno por lado bajo el último par de costillas.

Una repentina idea asaltó su mente, y no estaba segura de ser ella quien la había tenido.
Estaban en los límites de Arcadia, y como buen comerciante y diplomático, Chemosh también trataba con las hadas. Durante un instante Liza sintió que se le erizaba el vello de la nuca, o lo habría hecho de no ser porque su nuca ahora consistía de un par de vértebras llameantes.
Chemosh nunca diría que no, pero Liza estaba abusando de sus poderes frente a gente en la que su Jefe estaba interesado, eso traía un pequeño castigo, y un gran precio.

Su piel se endureció como el asfalto, y las llamas apestaban a carne, llantas y kerosene como siempre, pero su cadena no se puso al rojo y no podía sentir aquella tenue conexión que le indicaba dónde estaba su moto.

Liza levantó los puños en gesto de pelea y rezó porque la cadena de Chuma solo tuviera hierro frío, y que no la hubiera lavado con agua bendita.
La corrompida podía aguantar unos golpes, pero hacer algo más que abofetear al cazador como lo había hecho hasta ahora podía dejarlo lastimado por largo tiempo.

Con un gesto inconsciente, Grigor se sacudió las esporas de encima con la mano. No tenía pulmones que pudieran verse afectados pero los viejos hábitos tardaban en morir. 

Clavó la hoz profundamente en el tallo e hizo palanca. Si lograba desgajar aquel pedazo deberían tener suficiente...

Ajeno al barullo, Grigor siguió sajando al hongo aplicadamente. Solo se detuvo momentáneamente ciando vio aproximarse a uno de aquellos tipos. El adorador de la seta que se había acercado a investigar dio una vuelta por la zona, pero al no ver a nadie, acabó por volverse por donde había venido.

Calculando que ya tendría la cantidad necesaria, Grigor guardó la hoz y fue disimuladamente a la zona donde una Liza transformada le estaba dando a base de bien a Chuma (quizá se había dejado llevar un poco), que aguantaba el tipo como podía, y devolvía algún golpe de vez en cuando.

- Lo tengo, vámonos.- susurró el espectro.

Mientras tanto, de la seta gigante empezaba a emanar una nube de esporas cada vez más espesa. Ahora incluso el resto de hadas que había por allí empezaban a notarlo, señalando el extraño fenómeno.

Para evitar que la gente viera un montón de filetes de hongo flotando, Grigor se hizo visible tras una esquina y los guardó bajo su hábito de monje. Con el paisanaje que rondaba aquel lugar dejado de la mano de Dios, una figura encapuchada no llamaba demasiado la atención. 

Con un gesto largamente practicado de "fantasma que da advertencias", Grigor trató de llamar la atención de sus compañeros. 

—¿¡Sabes qué?!— gritó Liza, parando un puñetazo de Chuma— ¡Quédate el puto collar! ¡No valía tanto tampoco!— la corrompida tomó la chuchería, la arrojó con furia actoral a los pies del cazador y salió corriendo, dando empujones y codazos a la pequeña multitud cuando hacía falta, y buscando un rincón reservado dónde poder asumir su forma humana para luego retornar al puestito del medallón.

Chuma escupió un coágulo en el terreno, fruto de la última caricia que Liza le propinó antes de tirar la baratija, y lo esquivó mientras avanzaba a cuatro patas hasta el colgante, que tomó y volvió a ponerse mientras seguía interpretando su papel de apaleado, mientras trataba de alejarse, en dirección al comerciante, peor sin tomar el mismo camino que su compañera, por si alguien tenía demasiada curiosidad al respecto. Diablos, la yegua daba unas coces para el recuerdo. Cuando vio la nube de esporas que se formaba sobre el dios seta, se remangó la camiseta e improvisó una mascarilla, bastante precaria con ella, tratando de poner tierra de por medio. Esperaba que el comerciante cumpliese y pudiesen salir de allí cagando leches.

Los tres plegaron velas, y por caminos diferentes, fueron hacia donde les esperaba el vendedor con el medallón mágico. La nube de esporas seguía flotando y creciendo en progresión, como una esfera cuyo centro fuera la seta. Al cabo de unos segundos, cuando ya habían puesto algunos metros de tierra de por medio, oyeron un grito a sus espaldas.

- ¡Han mancillado a la Seta! ¡Herejes, insensatos! ¡Aaaahhh!

Los servidores de la seta debían haber descubierto el trozo que faltaba. A Chuma, Liza y Grigor no les hacía falta oír el "a por ellos" que hubiese sonado si esto fuera una película barata para saber que probablemente corrían detrás de ellos. En el mercado se estaba empezando a montar un buen follón, la gente empezaba a toser incómoda por culpa de las esporas, y nadie sabía muy bien qué estaba pasando. En un par de sitios se empezaron a formar peleas.

Llegaron corriendo al tenderete del vendedor, y para su sorpresa, vieron que este había recogido todo, y estaba listo para marcharse, con una mochila al hombro. Seguramente sabía como iba a acabar todo aquello cuando les mandó el "recado"

- Vaya, parece que lo habéis conseguido.- dijo, con una sonrisa, estirando la mano para que Grigor le entregara los trozos de seta.

- Bien, con esto creo que bastará. Aquí tenéis vuestro talismán. Para activar su poder, tenéis que llevarlo al cuello, cogerlo en vuestro puño derecho y pronunciar la palabra Rahelios.- les dijo, tendiéndoles el medallón.- Y ahora, os recomendaría salir de aquí lo antes posible. ¡Hasta otra!

Una vez que consiguieron el amuleto, viendo cómo el caos se desataba a su alrededor y teniendo poder ser la próxima víctima de aquellas esporas zombificantes, el cazador apretó el paso en dirección hacia la puerta por la que habían cruzado, con la esperanza de que no necesitasen a otro chivo expiatorio para poder volver por ella. Esperaba que fuese como una simple salida de emergencia de un simple centro comercial del tres al cuarto.

- Creo que no se nos pierde nada aquí, jovenzuelos.- Comento, con la cara hinchada como una boya de pan tras el tratamiento especial intensivo de Liz, que le impedía sonreír con propiedad. - Y muchas gracias, mortaja, eres un gran jugador de equipo.- Comento antes de escupir un trozo de empaste.

Liza tomó el medallón, lo guardó en un bolsillo con cierre y encaró hacia la salida

—Tenga buen día— saludó de forma un tanto automática, como quien saluda a un cajero en una gasolinera— vámonos, que tenemos cosas que hacer.

—Y perdona, Chuma. Estaba esperando que comenzaras tú los golpes, pero te vi vacilante de más y no sabía como seguir escalando la situación para que la gente no se dispersara. Ya te lo pagaré cuando terminemos con esto.

Dejaron que el vendedor se marchara, y se pusieron a buscar la puerta por la que habían entrado. Apartando a las turbas de hadas que huían de la nube de esporas, fueron abriéndose camino hacia donde creían que estaba el portal. De vez en cuando, veían asomar la cabeza de alguno de los servidores de la seta, que los buscaban con ahínco.

En una de estas, Chuma se vio separado de Liza. Seguramente estaban cerca de la salida, porque en aquella zona se acumulaba mucha gente, y el río de hadas que quería salir los mandó por caminos separados. Estaban rodeados de hadas por todas partes, en lo que parecía un embudo... Los trolls y hadas más corpulentas empezaban a apartar a la gente de su camino, y las más pequeñas eran directamente aplastadas. El pánico se adueñaba de todo.

Grigor por su parte se limitaba a atravesar la marea de cuerpos, buscando la salida y tratando no perder de vista a sus dos compañeros.

Invisible de nuevo, Grigor seguía a Chuma de cerca como un ángel de la guarda. 

A pesar de la impiedad de aquellos seres, no dejaba de sentir una punzada de remordimiento por lo que acababa de hacer: robar estaba mal.

-Espera-le dijo al cazador poniendo una helada mano en su hombro. 

Un troll pasó corriendo entre los dos, y la marabunta de fatas se abrió paso tras él, separando a Liza de Chuma cada vez más.

Liza sabía que todo este pánico era en buena parte culpa suya, pero no podía darse el lujo de quedarse atrás ¿Y si intentaban hacer una cuarentena, cerrando la entrada para que no salieran las esporas del hongo? Ella no podía arriesgarse a quedarse atrás.

Chuma detestaba las hadas, y probablemente llevara encima hierro, plata y una variedad de otras debilidades del folklore. El cazador estaba equipado para abrirse paso solo ¿Pero ella? Ella tendría que recurrir a la violencia. No se animaba a tentar nuevamente la suerte llamando sus poderes, así que le tocaría dar y recibir los golpes a través de su piel humana, en lugar de aquella costra de asfalto que no solamente mantenía a salvo su cuerpo, sino que la ayudaba a poner aunque fuera unos pocos milímetros de distancia entre los huesos rotos y su propia conciencia. Ahora no tendría ese lujo.

Sería brutal, cruel y agotador, pero Liza iba a abrirse paso entre la multitud a mordiscos si hacía falta.

Chuma notó la mano espectral de Grigor en su hombro mientras trotaba (O tal vez solo había notado su gelidez ultraterrena) hinchado, sudando, sangrando y ante una marabunta de fatas desatadas, como si estuviesen representando un lienzo viviente de la Caza Salvaje (Una vez más).

- Si los muertos tenéis algún túnel de fuga de lugares como este, te agradecería millón que me indicases la dirección, Grigor.- Chuma sabía que eso es lo que quería decir, peor no sabía si su boca le había respondido como era debido. Él se oía bien, aun así.

El Mercado Flotante pareció desvanecerse en torno a Chuma como una foto borrosa. Un jinete siniestro en una montura esquelética les tendió una mano enguantada. 

-¿Sabes montar, sacerdote? -preguntó el Cosaco. 

-Tú muéstrame el camino, soldado del zar-respondió Grigor-¡Yo te seguiré!

El monje espectral cambió de forma y se convirtió en una bandada de cuervos que arrastró al atónito Chuma en pos del jinete fantasma. Notó como se le iba empapando la camiseta de sangre que no era suya...

Chuma pensó que quizá sí que había acabado inspirando algunas de esas esporas. Estar puesto de hongos hasta arriba era la única explicación para el viaje que estaba experimentando, en el que un soldado espectral a caballo los guiaba por entre una multitud de fatas enloquecidas, mientras el propio Chuma era arrastrado por una bandada de cuervos.

Sin ver muy bien hacia donde se dirigían, confundiendo la realidad con sueño, finalmente dio con su culo en el duro suelo de cerámica. Abrió los ojos para ver que estaba de nuevo en la estación de metro, en el “lado mortal”. Grigor estaba a su lado, resollando por el esfuerzo y no con demasiada buena pinta.

- Adiós, fraile. Hasta que nos volvamos a encontrar.- oyeron la voz espectral sin ver a nadie, y acto seguido, el ruido de unos cascos de caballo alejándose.

*  *  *  *  *

Liza se abrió paso con uñas y dientes, apartando a toda hada que se puso en su camino, rodeando a las más grandes, y pisoteando a las pequeñas. No había tiempo para contemplaciones, era sobrevivir ella o los demás. En una ocasión, notó como alguien le cogía de un tobillo, intentando auparse para coger aire. Sin pensarlo, le dio una patada sin mirar, tragó saliva y siguió adelante. No tenía tiempo de preocuparse por la moral en aquellos momentos.

Fue caótico y desagradable, pero consiguió salir por una puerta. Pero no era la misma por la que habían entrado. Al salir, aquella puerta daba a un túnel del metro. Por lo abandonado del sitio, se diría que era un túnel que no estaba en servicio, así que se paró unos segundos a recuperar el aliento. Unos minutos después, oyó unos pasos por el túnel, y vio una figura con traje que se acercaba en la oscuridad, iluminada únicamente por el brillo del cigarrillo que fumaba.

- Liza, Liza, Liza... Últimamente estás un poco díscola. No haces más que meterte en extraños líos, y tienes el negocio muy descuidado.- dijo Chemosh, en la forma mortal que asumía normalmente cuando se dignaba a visitarla en el mundo terrenal. Visitas que, por experiencia propia, sabía que nunca eran sinónimo de buenas noticias. Liza miró a su patrón infernal, pero por lo visto él estaba esperando algún tipo de respuesta.