Cuando terminaron de reír, César se levantó con una cerveza en la mano, poniéndose serio.
-Bueno, ya que estamos todos juntos. Y todavía no estamos borrachos o emporrados... Quiero aprovechar para saludar a nuestra mijita. A Choi. Se que la saludamos antes, pero el retorno fue frío. Ahora estamos acá juntos y eso es lo importante. Vuelve a haber buena vibra entre nosotros, formamos un buen equipo. Son ellos los que deben cagarse en los pantalones.
Propuso un brindis.
-Por nuestra familia.
-¡Por nuestra familia!
Los botellines chocaron en el aire.
-Y ahora, que hable Choi.
"Si, eso, que hable" dijeron desde el puff.
-Se llama Pungsu* abuelo ¡Eh! No uses mis bragas de tirachinas!- obviamente esas bragas pasaron de mano en mano, de leopardo con encaje rosa, minúsculas, el choteo fue instantáneo, sobre todo cuando intentaron ponérselas en la cabeza y de chicas que eran no entraban. Excusa perfecta para empezar a llamarse cabezones. Al final acabaron entre las tetas de la hija de César y no se atrevió a cogerlas.
Ni siquiera tragando como tragaba paraba de reir, hostia puta que gracia tenía Mary contando historias, había veces que creía que se herniaba la boca del estómago de las carcajadas.
Raúl era el tema de la noche, entre lo que contaba Mary y la montaña de ropa tenían cuerda para rato. Mejor reírse que pensar en que todos habían sido jodidos de uno u otro modo por ese capullo.
Los “chopsticks” aportaron el tema alternativo, por que ver a esos tiarrones con sus dedos como porras intentando comer con ellos no tenía precio, y dio lugar a unas cuantas fotos y videos humillantes.
En un inpass Cesar propuso el brindis y pidieron que hablara
-Noooooooooooooooooooo- rechistaba mientras Mary le hacía cosquillas para que no le quedara más remedio que levantarse. Iba a echar la comida por las narices así que claudicó –Vaaale vaaale, ya voy-. Botella en mano carrapeó
-Hmmm, a ver… hablar se me da como el culo, ya lo sabeis, yo soy más de acción…- volvió a carraspear, joder hasta se estaba poniendo nerviosa –Bueno…- se puso seria pensando –pufff… que quereis que os diga… sabeis?... en Corea me compré una brújula, con una aplicación del móvil saqué las coordenadas del taller y rasqué el canto de la brújula para, cuando me sentía mal, sola, triste o cansada, mirar en dirección hacia donde estabais vosotros al otro lado del océano y según la hora pensaba que estaríais haciendo.
Allí no he parado quieta, ya sabeis que tengo azogue, he estudiado, he vivido, incluso me he divertido, pero mi corazón estaba aquí. Si soy lo que soy es por vosotros. Cuando andaba más perdida que un hijoputa el día del padre me enseñasteis un oficio, a ser constante, trabajar duro, a aspirar a ser la mejor en aquello que me propusiera, a beber, a escupir, a fumar… a follar no, que eso me enseñé yo sola, bueno sola del todo no…- se rió –me enseñasteis lo que era sentirse querido y valorado, me enseñasteis humanidad, a no perder el norte. Y eso vale más que todos los títulos y el dinero del mundo, y quien no quiera verlo pues que le den por el culo -referencia directa a Raúl –no podría soñar tener mejores amigos, padres y maestros- sonrió –y no me dará la vida suficiente para agradeceroslo. Os quiero, con todo mi corazón, y ojalá, ahora que he vuelto nos queden por delante muchos años de coches y cerveza- le habían sacado la vena tierna, levantó otra vez la cerveza –Por vosotros, mi familia, incluido tú Zero, aunque a veces seas un poco rancio ¡Kong gang ul wi ha yo!!!!!!!!*- sacó la lengua, bromista, luego finiquitó la cerveza de un espectacular trago –Ahhhh que rica... ¡Otra!... Ohhhh un momento un momento un momentoooooo- meneó las manos como loca, como si se acabara de acordar de algo -Momento foto! Juntaos venga- sacó el movil, lo programó para hacer una tanda de fotos, lo apoyó en una repisa y saltó sobre el conjunto para salir con ellos -Cheeeeeeeeeeeeeese-
*Feng Shui coreano
*Brindis en coreano
Mientras, en Las Venturas
El casino Emperador era la joya de la corona. Era el antiguo Four Dragons, ampliado, remozado. Tras una obra de reestructuración y amplicación era, junto al Belagio, uno de los casinos más grandes, lujosos y famosos de la ciudad que nunca duerme.
La gente acudía allí a gastarse el dinero como locos en las tragaperras, los juegos de cartas y los de azar. Incluía juegos típicamente orientales, lo que atraía a magnates y turistas asiáticos. Como buen casino, ofrecía otros muchos servicios: restaurantes, cafés, suites a alto precio, prostitutas bajo cuerda, fiestas salvajes y jornadas de tortura y extorsión cuando tenías una racha de suerte sorprendentemente buena.
La policía apenas entraba allí. Y si entraba, lo hacía para cosas tremendamente puntuales, que la ley obligaba, o para el disfrute de los policías corruptos que los Mountain Cloud Boys, la organización que controlaba todo el recinto, tenían comprados.
En las dos últimas plantas del edificio estaban los aposentos de Woozie y de su séquito. Dos plantas enteras, con una seguridad férrea. Era un espacio lujoso, generalmente diáfano. En él, había un sancta sanctorum: el despacho del magnate, en la última planta. Una silla, o más bien un trono, tras la elegante mesa que había pertenecido, y no era broma, a un emperador de la dinastía ming.
Desde éste lugar, el ciego más rico de la costa oeste dirigía sus negocios, seguro de su triunfo. Le acompañaban en todo momento dos siniestras, bellas y enigmáticas gemelas que no llegarían a los treinta años. Ellas se ocupaban de todas sus necesidades, de ayudarle a caminar, a conducir, a lo que hiciera falta. Y todo lo hacían con elegancia, devoción y un semblante grave. Como si todo aquello fuera un tremendo honor.
Las puertas labradas en madera, oro y jade se abrieron para dejar pasar a un hombre. Un hombre que, sin necesidad de ver, Wu Zi Mu podía sentir.
En ese momento, Wu Zi Mu no hacía cosa más destacable que disfrutar de un poco de música, mientras las chicas le hacían la manicura. Él entró, así que hizo un gesto con la mano, y una de las gemelas apagó el reproductor de música. Entonces él se acercó, como hacía cada mañana, a darle el parte de los diversos asuntos que concernían a su imperio.
-Buenos días, maestro -dijo con una pequeña reverencia.
Se incorporó en el respaldo de la silla e hizo un gesto a las chicas para que se retiraran unos pasos. Allí, en la intimidad, no solía usar las gafas, así que sus ojos blancos eran bien visibles. Y con ellos miró en su dirección.
-Fa, ¿Alguna noticia sobre los cargamentos de San Fierro?
Parpadeó.
-Sin novedad. Solo hay que lamentar la pérdida de parte del cargamento de unas naves, debido a una tormenta en el Pacífico. Pero los daños son menores. La mercancía más cara ha llegado a su destino, intacta.
Parecía que se referían a televisores o coches deportivos. Pero hablaban de personas. Concretamente, de mujeres que terminarían sus días repartidas por Estados Unidos y el resto del continente americano, como prostitutas forzosas.
Asintió, despacio. Siempre había pequeños contratiempos. Pero servían para limar asperezas. Asperezas que hacían rodar alguna que otra cabeza entre sus subordinados. Así sabían que todo aquello iba en serio. Muy en serio.
-Excelente. He sido invitado a un congreso en Liberty City, dentro de tres días. Haz todos los arreglos oportunos en mi ausencia.
Hizo un gesto con la mano, que quería decir que podía retirarse. Pero él no lo hizo.
-¿Algo más?
Hacía mucho tiempo que Woozie se había acostumbrado a recibir noticias buenas. Las noticias malas siempre eran nimiedades, o asuntos que podían resolverse con un poco de dinero o un poco de extorsión. El arroz de cada día. Por eso, cuando algo era preocupante, el viejo Fa se detenía un rato. Sabía que la ira de su señor era algo de temer.
-Es sobre los Choi... Concretamente, sobre la hija de Jon-Hoo. Ha regresado a San Fierro, y se está moviendo deprisa. Es cuestión de tiempo que averigue lo que teníamos preparado... el asunto de su madre. El asunto de las acciones... El asunto de Gozushi, y el de Gun.
Hizo una pausa.
-Parece que es tan peligrosa como antes. Si no más. Y no solo ella... vuestros antiguos asociados en Wang Cars la apoyan. Creo que plantearán una defensa a la desesperada.
Aquello eran sin duda malas noticias. Pero no excesivamente preocupantes. Se había cerciorado de pisar bien el cuello de sus enemigos. Les había hecho la cama. Si ahora querían pelear, solo precipitarían su caída, como el agua que sale con fuerza cuando se abre la compuerta de una presa.
Sonrió para tranquilizarle, alzando una mano.
-Bien, dejemos que caven su propia tumba. Creo que ha llegado el momento de darle a mi hijo la cuota de responsabilidad que merece. Llámale, que se encargue de todo. Vivos, muertos... traicionados. Me da igual. Pero quiero esa empresa, quiero ese garaje y quiero ese puerto. Y los quiero cuanto antes.
Ahora sudaba. Las gemelas le miraron con extraña fijeza. Titubeaba. Eso nunca había pasado.
-¿Vuestro hijo, maestro? No sabe cuando parar, es muy violento... Nuestras alianzas con la policía y los poderes en San Fierro pueden peligrar...
Levantó la mano, como sentenciando. Estaba decidido. Mano dura querían, mano dura es lo que tendrían.
-Basta. Tu te encargarás de que arreglar lo que él rompa. Pero quiero que mi hijo intervenga. Por que... Fa...
Sonrió.
-No quiero derrotarles. Quiero humillarles. Quiero aplastarles. Quiero borrarles de la faz de la tierra. Largo tiempo se han opuesto a mi. Y ahora mandaremos un mensaje claro. Los que estén contra nosotros... morirán.
Le despidió con un gesto, y las chicas volvieron a sus quehaceres. Nada sexual. No hacía falta. Para ellas, Wu Zi era como su dios.
Era un día soleado en aquella propiedad de la Isla Catalina. La escalera ascendía desde el embarcadero privado, en una cala rocosa con un espigón ganado al mar. La impresionante mansión era un lugar donde la fiesta nunca terminaba. Cuerpos esculturales en bikini y gafas de sol paseaban a la vista de los guardias de seguridad, tomando el sol, bebiendo combinados.
Aquellas eran las chicas de la casa, que disfrutaban los invitados del joven dueño, y aquellos a los que recompensaba. Por eso, cuando el hombre musculoso y de aspecto fiero fue arrastrado hacia la zona de la piscina, él disfrutaba de un masaje bajo la sombrilla. Un masaje que habría terminado en felación, de no ser por aquella molesta interrupción.
El hombre, que parecía duro, había sido torturado durante días. Ya no se podía tener en pie. Los guardias lo arrastraron hacia una pequeña piscina, junto a la principal. Frente a ella, un estanque con fauna marina, que mantenían viva con oscuros propósitos.
El joven asiático se puso una camisa de manga corta, pero no la abrochó. Y con las manos en los muslos, se acercó a aquel hombre con una sonrisa.
-Ha cantado, jefe. Es un mercenario, le habían contratado para destruir varios de nuestros buques en el puerto, con cargas explosivas.
El joven asintió, levantando la mano. Su sonrisa era ciertamente inquietante.
-¿Merryweather? -preguntó.
No hizo falta respuesta. La mirada de desafío respondía por si sola.
-Ésto les mandará un mensaje claro.
Hizo un gesto, y unos trabajadores comenzaron a lanzar a la piscina unos peces abiertos en canal, colas sangrientas, tripas. Carnada, que lo manchó todo de rojo.
El teléfono sonó, y al otro lado, la voz de Fa. El joven le escuchó tras sus gafas de sol, de espaldas a la escena, mientras fumaba un cigarrillo con la otra mano. Abrieron unas compuertas.
-Tu padre quiere que vuelvas al ruedo -dijo la voz por teléfono.
-Vaya... ¿No estaba tan disgustado por mis métodos?
-Tus métodos son necesarios.
El mercenario comenzó a gritar, mientras los hombres a su espalda lo arrastraban al borde de la piscina. Un hombre tan grande, tan firme, ahora estaba cagado de miedo.
-¿Cual es el objetivo? -preguntó, apurando el cigarrillo.
-Gozushi.
Lanzaron al hombre a la piscina. Con los piernas inservibles, apenas podía nadar. El macabro joven se complacía con los gritos histéricos que sonaban tras de si. Las chicas parecían totalmente ajenas a la escena, como si estuvieran acostumbradas. Aquello, quizá, era lo más inquietante.
-Será un auténtico placer...
Tiró la colilla hacia atrás, sin volverse. Estaba dispuesto a disfrutar de su felación interrumpida, así que se llevó a dos de las chicas al interior de la casa.
Los gritos cesaron, y entre la sangre que cubría gran parte del agua, se definieron unas aletas. Había tiburones en la piscina.