Un terrible golpe por parte de aquella bestia que se alimentaba de cadáveres, sumado a la hemorragia que me habían provocado hace un momento, me dejó de rodillas en el suelo, vomitando sangre debido al daño.
Miré hacia mi izquierda para ver como Colde y su enorme garrote caían al suelo tras un virotazo en la cabeza que lo dejó tieso, miré entonces hacia mi derecha, viendo como mi espada yacía en el suelo alejada de mí, cubierta en mi propia sangre.
Empecé a cerrar los ojos, me sentía demasiado cansada, sentía también cierta paz ¿era la muerte abrazándome? Por fin se acababa la lucha, por fin podía descansar, dejar de huir...
No.
Miré mis manos, cubiertas aún hasta los nudillos por mi armadura, pero me fijé en especial en mis dedos, llenos de cicatrices de tantas batallas, manchados con la sangre de varios de los presentes, algo alejada de mí, sentí una voz que me susurraba a pesar de la distancia, que me pedía levantarme una vez más y luchara.
Me alcé con esfuerzo y alcé mis puños, entrecruzando mis manose y con un golpe hacia abajo, golpeé como pude aquél macabro ser que tanta muerte había traído a este mundo.
— ¡Alll-Mer está conmigo, mi sangre es su sangre, siente su poder!
Si bien el primer golpe no había sido muy fuerte, me había servido para tumbarle al suelo, hecho que aproveché para ponerme encima suya y seguir golpeando su cara.
— ¡Esta es por Aidan! — le espeté con gran puñetazo, hundiendo su nariz. — ¡Esta por Mishka! — el siguiente golpe, directo en su ojo derecho, lo metió dentro de su cuenca. — ¡Esta por usar cadáveres para tus macabras mierdas! — le di en la mandíbula, descolocándosela hacia la derecha y haciendo que un par de dientes saltaran hacia fuera. — ¡Por Colde, por Severn, por toda la gente que has matado! — grité durante una sucesión de golpes que deformaron su rostro hasta volverlo prácticamente irreconocible. — ¡Y por Alll-Mer, quien me ayudará a lograr un futuro mejor! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! — grité llena de furia, con un último golpe que replicó al primero, entrelazando las dos manos y aplastando su cráneo contra el suelo, haciendo que este se fracturara en pedazos y saltaran por doquier fragmentos de hueso, sangre y vísceras.
Me miré las manos tras aquél arrebato, estaba cubierta de sangre, malherida, pero aún a pesar de todo, viva. Me caí hacia un lateral y empecé a respirar con dificultad. Sentía que no estaba en las últimas, pero no me quedaba tampoco demasiado para llegar a un estado de moribunda. Había cumplido la voluntad de Alll-Mer, pero ¿aquello había acabado? Estaba casi segura de que no...
Motivo: ¡Violencia!
Tirada: 2d6
Dificultad: 8+
Resultado: 10(+2)=12 (Exito) [5, 5]
Motivo: ¡Daño!
Tirada: 1d6
Resultado: 2(+2)=4 [2]
Motivo: ¡Daño 2!
Tirada: 1d4
Resultado: 1(+2)=3 [1]
Motivo: ¡Daño 2!
Tirada: 1d4
Resultado: 4(+2)=6 [4]
Bueno, es la hora de ver en que desemboca ese 12 >:)
Puesto que no ataco con la espada, ignorad la tirada que pone "¡Daño!" y tomad en cuenta solo la de "¡Daño 2!"
Lucrecia observó sus manos. No eran las delicadas y suaves manos de una mujer. Eran callosas, temblorosas, con los nudillos descarnados, bañadas de sangre y astilladas por las deformes piezas dentales que una vez pertenecieron a Kyril, el nigromante.
Contempló asqueada su propia obra: una cabeza humana casi reducida a pulpa, el hueso machacado entre una negruzca madeja de pelo, antes de un gris ceniza, ahora cubierto de inmundicia y sangre. El cuerpo del sacerdote negro emitía débiles espasmos mientras sus marionetas se desmoronaban viendo cortados los hilos que las ataban a la no muerte.
Se puso de pie con dificultad, espoleada por la necesidad de escapar de aquella macabra y sangrienta carnicería. Sintió que alguien había intercambiado su cabeza por una enorme bola de acero. Las sienes le palpitaban como si un maléfico duendecillo verdoso estuviese golpeándolas con una cadencia frenética. Buscó a su alrededor, clavando sus ojos en la puerta que daba al Salón del Trono. Recogió su espada, tragó sangre y posando su mano en el portón, descargó su peso para ayudarse a abrirlo...
Ni en sus sueños más salvajes habría podido imaginar lo que el destino le preparaba.
La Criatura se giró sobre sus talones, mirándola directamente a la cara, sosteniendo la cabeza del tirano en una de sus manitas. La había arrancado de cuajo, lo que confería a la decapitación un toque menos sofisticado, más aterrador, definitivamente más genuino.
Parecía una niña de unos diez o doce años, muy fibrosa, con una melena oscura y salvaje. Sus ojos ambarinos ya advertían de su carácter sobrenatural. El hecho de que hubiese decapitado a un hombre adulto y de una complexión fornida como Raedric era un sucio detallito sin importancia. Que estuviese bañada en la sangre del déspota y su guardia pretoriana de pies a cabeza era una decisión estética de origen divino. Y Lucrecia se sentía reluctante a cuestionarla en ese preciso instante.
La Primogénita atisbó la cicatriz abierta en la frente, la sangre dibujando en el ceniciento rostro de Lucrecia un tatuaje arcano.
—¿HAS MATADO A MADRE…? —dijo con una voz que aunaba la tonalidad de un varón y una hembra.
Admiró su obra: escudriñó los ojos muertos del señor de La Ciudad, como tratando de acceder a un conocimiento prohibido.
—HE MATADO A PADRE… YA NO TENGO MIEDO. SOLO… TENGO… HAMBRE. ¿POR QUÉ NO DEJO DE SENTIR HAMBRE?
La Primogénita estaba ahí, mirándola a los ojos a escasos pasos de distancia. Le había tomado un parpadeo alcanzarla. Lucrecia se tapó la boca al comprobar que la cabeza de Raedric arrastraba parte de la espina dorsal.
—DIME, HERMANA… ¿POR QUÉ TENGO TANTA HAMBRE? ¿POR QUÉ SOLO ANSÍO LAS VÍSCERAS Y LA CARNE DE LOS HOMBRES? ¿CÓMO LOGRAS CONTENER ESTE INCESANTE APETITO?
La Criatura lloraba desconsolada, diríase aterrada, presa de su propia incomprensión.
Tras Lucrecia, una voz aterciopelada, meliflua, pronuncia unas palabras revestidas de un halo profético:
—Cuando la ley y el poder instauran y perpetúan la injusticia, la rebelión no es sino un deber cívico. Pero… ¿Qué clase de rebelión concibes para este mundo, Lucrecia?
Emergiendo de la oscuridad, acechante como un gato, Quaxo se acaricia su fino bigotito, su estrafalario atuendo de un amarillo inmaculado ajeno a toda mancha de sangre.
—Elige sabiamente.
Vamos a hacerlo bonito.
Antes de desfallecer por causa de la hemorragia, Rumi puede deleitarnos con un mensaje final en el que puede:
a) Apagar el Hambre de La Primogénita.
b) Encender el fuego de la venganza de La Primogénita. Quedan más malvados a los que devorar.
c) Preguntar a Quaxo quién es realmente.
Según la opción que elijas, cambio el final. Así de simple.
Estoy preparado. Aguardo tu señal.
Cada paso que daba era una dolorosa tortura, la sangre brotaba de mi cuerpo con cada movimiento. Miré la estancia y la cabeza del tirano, colgando de la pequeña mano de aquella criatura que ahora lloraba desconsolada. Le dediqué una mirada muerta a Quaxo y sin dedicarle una sola palabra, le lancé hacia el pecho, sin violencia y con poca fuerza, la moneda que él antes me había dado.
Mi vista estaba puesta en la pequeña y cuanto estuve frente a ella, colapsé, cayendo de rodillas.
— Tienes hambre, porque te han obligado a tener hambre. Solo has sido un peón en este horrible juego de ajedrez, pero la partida ya ha terminado. — le puse una mano en la cabeza y la acaricié con ternura, dedicándole una sonrisa como buenamente pude.
— Ya no tienes que comer ni matar a nadie, eres libre, al igual que yo lo he sido en las últimas horas. — le enseñé mi marca de los viejos Dioses, tapada por la cruz de Alll-Mer. — Y ha sido ahora, por primera vez en mi vida, que no he sentido miedo y gracias a ello, he resistido el hambre. — aunque era un hambre metafórica, esperaba que aquella criatura me entendiera.
La abracé y apoyé mi cabeza sobre su hombro. — Líbrate de las cadenas que te han impuesto, pues solo tu voluntad te librará del hambre que te han obligado a sentir. Solo tu voluntad te librará del miedo. — cada vez me costaba más hablar. — Nunca más vuelvas a dejar que nada ni nadie te obligue a hacer nada. — caí hacia atrás.
La estancia poco a poco se estaba tornando negra, sentía la fría muerte abrazándome, por lo que con un último suspiro, pronuncié mis últimas palabras. — Sé feliz.
Elijo la opción A.
¿Puedo usar "Dura de Matar" (Cuando tu Vida llegue a 0, ponte en pie con 1 de Vida; solo una vez por aventura) para levantarme más adelante y ver las consecuencias de mi elección?
Quaxo atrapó la moneda al aire.
—Siempre fue mi segunda opción. Je. Buenas noches, princesa. Volveremos a encontrarnos —replicó al tiempo que esbozaba su característica e inimitable sonrisa.
Mientras se desvanecía y el telón de la noche se cernía sobre sus cansados párpados, Lucrecia alcanzó a escuchar la petulante risa del hombre-gato, apagándose como la llama de su propia existencia. Quaxo se fundió con la oscuridad, y al hacerlo, solo sus ojos dorados y su dentadura resplandeciente pervivieron como un eco en la penumbra.
Hora de morir.
Despertó en brazos de Ser Elfrid, cobijada en su regazo como un caballero herido de muerte en batalla. A su alrededor árboles vestidos de otoño, la tierra regada de hojarasca barrida por una suave brisa. Aunque sabía que debía tener mucho frío -había perdido muchísima sangre-, el abrazo de su amado la reconfortaba, alejándola del recuerdo de ese mundo hostil y tenebroso que había transitado durante su vida.
—Shhhh… Tranquila. Estás a salvo. Conmigo —dijo el caballero sonriéndole con su mirada.
—Tu misión ha acabado. Ahora, el descanso del guerrero te aguarda.
Pero los ojos de Lucrecia habían navegado las procelosas aguas de la locura onírica, y tras la máscara vieron el rostro inerte y esos inolvidables e inexpresivos ojos alienígenas.
—Me traicionaste. En el último momento, elegiste traicionarme. Debería matarte… pero no puedo. No alcancé a entender tus motivos, pero he logrado comprender que eres una parte inescindible del Cambio.
Acarició su rostro moribundo, besó su cicatriz como una tortuosa penitencia.
—Alll Mer late en tu interior. No lo creí posible… Ahora sé que es tu Destino. No puedo sanar tus heridas, pero sí puedo aliviar tu dolor, tal y como prometí que haría.
Extendió sus dedos hacia sus párpados, cerrándolos lentamente.
—Ahora, duerme. Duerme. Comienza una nueva Era. Cuidaré de la Primogénita. Le enseñaré que hay un mundo más allá del hambre, más allá del miedo. Y me encargaré de que todos, absolutamente todos, conozcan tu nombre.
» Lucrecia… La Espada de Alll Mer.
FIN