Es la Era del Hombre.
De las múltiples criaturas que pueblan este tenebroso mundo, el Hombre aúna ciertas cualidades que le hacen prevalecer, sin importar la dificultad, sin importar el cómo.
Su extraordinaria capacidad de adaptación y supervivencia, unidas a su inteligencia e imaginación y una infinita crueldad le han convertido en la Plaga Definitiva enviada por los Dioses sobre esta tierra.
El Hombre es Legión. Se ha erigido soberano de la superficie, opresor de todo lo que odia y de todo lo que teme. En su infinita avaricia, ha devenido tirano incluso del propio Hombre, traicionando y repudiando a su propia sangre. Y si lo ha hecho sin oposición, ha sido porque el Hombre… Sufre de una terrible atrición.
El Hombre teme a los Viejos Dioses, un panteón de oscuros y enigmáticos seres de ascendencia ignota, más antiguos que el mundo mismo. Y estos observan en silencio, titiriteros de una función teatral macabra cuyo desenlace depende de sus propias intrigas. Un libro llamado Destino en el que el hombre es siervo, nunca señor de sus propios designios. Un tablero de ajedrez de dimensiones planetarias en el que se dirime el sino de la Humanidad al son que marcan deidades arbitrarias.
El resto de seres mortales que pueblan este mundo son un vacuo recuerdo de un pasado estéril y un futuro sin esperanza. El Viento de los Tiempos los barrerá de la memoria del mundo. Y, cuando la tormenta amaine, solo quedará el Hombre, pues así han hablado los Dioses.
El Hombre, solo él, tiene acceso a la Verdadera Divinidad. Sin embargo, aunque la Fe es el escudo de la humanidad y lejana queda la Hora Más Oscura, hay hambre, angustiosa e imperiosa hambre, pues los Viejos Dioses trajeron un mensaje al Hombre:
SOMOS GUERRA.
Y el Hombre se consagró a este mensaje y a su paso dejó Muerte, Sangre y Lágrimas, pero no Pan, Cebada o Trigo.
Sí, hay hambre. Enloquecedora, terrible hambre. Y hay algo más…
Hay miedo.
Miedo de que los corderos han muerto degollados uno a uno, y ahora, en el crepúsculo, la famélica manada de lobos que es la Humanidad contempla en silencio los roídos huesos de sus presas, preguntándose con cautela a quién devorar cuando, oh, no queda nadie a quien devorar.
* * *
Hay algo más.
El mundo alberga un secreto siniestro.
La realidad es frágil.
El Hombre no es -nunca lo ha sido- el último eslabón de la cadena alimenticia.
Hay algo que mora más allá del umbral de la percepción.
Algo que repta en la oscuridad, acechante y sigiloso.
Temed a los Viejos Dioses.
Robar, follar, y el día acabar. Repíte conmigo: Robar, follar, y el día acabar.
La primera vez no fue tan especial. Debía ser yo un criajo precoz, ella otra criaja precoz... Si os pensáis que los niños y niñas de las calles son inocentes y no saben un moco de pavo de la vida estáis muy equivocados. Más en estos tiempos de mierda que corren... con las calles llenas del vómito y la sangre de los enfermos de peste. Ella y yo sabíamos lo que queríamos y también cómo conseguirlo.
Así que lo hicimos. Pero no fue nada especial, nada del otro mundo. Robamos la caja y nos repartimos los beneficios.
¿Ah? ¿Que creíais que hablaba de mi otro vicio? ¡Eso no es un vicio, hombre! Es uno de los pocos placeres de esta vida. Pero sí, sí, ¡pues claro que lo hicimos después! Después del robo, para celebrar la victoria. Nuestros cuerpos estaban todo sudados por la carrera y los nervios, y nuestros corazones latían tan fuerte que el sexo casi que vino solo. Pero no fue nada especial, no. Bueno, sí. Qué demonios, que sí que lo fue. Especialmente porque en mitad del folleteo sus gemidos alertaron la guardia de nuestro escondite, y yo me subí los pantalones, cogí sus cosas, las mías, y me largué cagando leches. Pero lo dicho tíos, no fue la mejor de las veces. Además, no la volví a ver porque la pillaron. Heh, pues mira, no podemos decir que la criaja quedara insatisfecha, si la guardia la encontró desnuda, sonrojada y jadeante. ...¡El que quedó insatisfecho fui yo, joder!
Y por eso la primera vez, amigos míos, no fue tan especial. Y es que, para que un buen polvo se convierta en EL POLVO de vuestras vidas necesitáis darle emoción, sentir. Joder, obvio que tirarte a la ramera más buenorra del burdel con el dinero sacado de un honrado y sacrificado trabajo (el de otro, no el mío, aunque podríamos decir que el mío es igual de honrado y sacrificado si al final es por una chica ¿no? O dos. O varias) está de puta madre, pero lo que de verdad te va a dejar bien lleno (o vacío, tanto de bolsillos como de zumo...) es si hay sentimiento por medio. Como la primera a la que me tiré. ...¡Es brooooma! No fue nada especial y no me arrepiento de nada, no señor. Bueno, como decía, tiene que haber sentimiento. ¿Sabéis?
Imagínatelo. Tirarte a una mujer (da igual si es prostituta o no) después de conocerla bien: sus flores favoritas, qué dulce de la panadería de al lado es su favorito, qué parte de su cuerpo es su favorita para tener más placer... Algunos dicen que el gusto está más en la conquista que en el final, y yo les digo que y una mierda frita, lo que mola es tirartela con gusto después muchas veces. Si por mi fuera, sería tan rico que compraría un burdel entero para mí. Bueno no, para mí solo no, que hay que sacarle rentabilidad y todo eso... Y joder, no me hables de los impuestos, que me pongo negro. No hay nada que corte el punto más que el que venga la guardia a joderte, joder a tu chica favorita, y luego que no vuelvas a verla. A tu chica favorita de turno, quiero decir, obviamente, no me refiero a la primera. No fue nada especial. Ya se me ha olvidado hasta su cara, ¡heh! Esos ojos azul celeste, como su nombre, Celeste, y ese cabello plateado... esos rasgos, esa sonrisa... y el rostro de decepción cuando salí pitando y la dejé ahi tirada... Menos mal que no me acuerdo ¿eeeeh? ¡Joder, estaría deprimido todo el día! Y aquí me ves, alegre como un rosal. ¡Toma, bebe un poco, brindemos!
...
Lo dicho, se le llama hacer el amor por algo, y si no pillas eso es que no has conocido a la mujer correcta. Así que prueba con otra. Y otra. Y otra más. Joder, hazte un harén. Si por mi fuera, me haría uno, me compraría un burdel y... ¡tío! ¡Tu bolsa! ¿¡Te han robado!? ¡A mi no me mires! ¡Los cojones en vinagre, yo no he sido! ¡Llevo todo el rato parloteando! ¿Me has visto robarte? ¡Pues claro que no! ¿Y por qué iría yo a avisarte si te he robado, tontaina? ¡Habrá sido el tío de la barba de antes! ¡El que se chocó contigo! ¡Corre, joder, avisa a la guardia! ¡Venga! ¡VE, VE!
Que yo mientras... voy a gastarme mi honradamente ganada pasta... en una o dos chicas... Como esa ahí delante. Cindy, querida... tengo una violeta para tí, sé que te gustan, por lo de tu padre... ¿Hum? ¿Que las flores que dejas en su tumba están desapareciendo? ¿Quién habrá sido el desalmado que roba flores a un muerto? Ah, sí, sí, está un poco marchita, es que era la última que le quedaba a la florista... tremendos pístilos que se estiraba la chica... ¡Jajaja! ¡Oh, vamos! ¡Ya sabes que sólo tengo ojos para ti y la florista! Oye, ¿has pensado en teñirte el pelo de rubio? Así, como plateado...
¿Has bailado alguna vez con los muertos? Si lo hubieras hecho, entenderías por qué hacerlo con los vivos pierde rápidamente el interés. Si lo hubieras hecho, entenderías por qué la vida es tan solo una ilusión, un fogonazo a merced de quien está dispuesto a detentar el poder sobre la miseria material. Si lo hubieras hecho, entenderías que no eres más que un manojo de polvo listo para ser utilizado por Lÿn y su Sacerdote Negro.
Lebu ka lebu, cantan las mil gargantas de Lÿn. Lebu ka lebu, mortales. Polvo al polvo, pues nada más que eso eres. Lebu ka lebu. Solo quienes hemos visto los secretos que esconden los mil corazones marchitos de Lÿn nos alzamos por encima del polvo y hacemos con él las mil formas de la vida mortal, como muñecos de barro que movemos a nuestro antojo. Lebu ka lebu, canta el Sacerdote Negro de Lÿn, como si fuera solo una garganta más de la Señora de la Muerte.
Mis padres me trajeron al mundo para ver la debilidad rota de esta carcasa que llamamos cuerpo. Una polvorienta caja de resonancia dentro de la cual, encerrada como en una cárcel putrefacta e infecta, está nuestro verdadero poder, el numen que algunos llaman alma con una palabra tan ridícula como pequeña. Numen, digo yo, pues es un espíritu que trasciende más allá de lo que el cuerpo miserable y la persona misma puede llegar a ser. Numen, porque nos conecta con un poder trascendente mucho más allá de cada miserable y ruin individuo. Numen, porque solo algunos somos capaz de verlo y entenderlo.
Mis padres me trajeron al mundo para ver la debilidad del polvo. Lebu ka lebu. Con mi nacimiento, di muerte. Sé ahora que fue la furia despiadada de Lÿn la que me hizo rasgar el útero de mi madre hasta abrirla en dos y desangrarla. La llegada al mundo del Sacerdote Negro de Lÿn no cabía en un cuerpo marchito y degradado como el de mi madre. Y el cuerpo ajado y mísero de mi padre me lo recordó cada día y cada noche durante muchos años a base de mostrarme la dureza de sus huesos y la fragilidad de los míos.
Pero sus huesos no eran más polvo que los míos y cada noche aprendí a rezarle a Lÿn, aunque todavía no conocía su nombre. No conocía su nombre, pero le rogaba cada noche. No conocía su rostro, pero lo buscaba en la oscuridad. No conocía su poder, pero lo sentía crecer dentro de mí. Una nube oscura que algunos llamarían rabia y odio y que yo llamé simplemente mi única amiga.
Esa amiga que habitaba en mi interior fue la que poco a poco, con una lengua secreta para todos salvo para mí mismo y para Lÿn, empecé a invocar el polvo de los cadáveres. Con mis propias manos agarraba a un ratón y le retorcía el cuello hasta escucharlo crujir, para después salmodiar los cantos de esa lengua ignota que había nacido de mi propia oscuridad. Y ese ratón empezaba a moverse de nuevo, arrastrándose como polvo decrépito en movimiento. El poder anidaba en mí, por obra y desgracia de Lÿn.
Después llegaron los sucios y miserables libros. Esos libros putrefactos guardados en las bibliotecas prohibidas, salvaguardadas por seres tan abyectos que, para tener acceso a ellos, uno mismo debe degradar el polvo de su cuerpo en tareas que provocarían la repulsa de quienes todavía piensan que el mundo es un lugar de luz. Pero para el Sacerdote Negro de Lÿn solo eran pruebas de su superioridad, de su capacidad de sobreponerse a los maltratos y sufrimientos a los que otros lo sometían: de nada hubiera valido el conocimiento obtenido sin el sacrificio de la propia integridad. Acceder a las bibliotecas de conocimientos arcanos y oscuros debía hacerse al precio adecuado: al de la degeneración y la corrupción.
El delicioso y repugnante conocimiento de la oscuridad, de la muerte, de la degradación me esperaba en esos libros de los cuales bebí el néctar negro y espeso como si hubiera sido la más dulce miel. La miel de la depravación, que dejé que embadurnara cada rincón de mi interior como una brea espesa y magnífica. Los cementerios se volvieron mis amigos, los cadáveres mis amantes, los sepultureros mis compinches y, luego, también mis sujetos de experimentación.
Lebu ka lebu. Y los muertos se alzaron, mortales, porque en realidad… siempre habían estado muertos. Lebu ka lebu, mortales. ¿Crees que eres más que un pedazo de polvo ordenado y listo para ser utilizado? Tu vida no es tal, sino solo una degradación: desde que naciste estás muerto, pero solo te darás cuenta el día en que ese proceso se haya completado. Lebu ka lebu. Solo polvo al polvo. Y ese polvo se levantó de nuevo, llamado por la lengua oscura que mi amiga interior había creado, conectada desde lo eterno con la Señora de la Muerte. Míralos, mis niños. De pie, buscándote, recordándote lo que tú también eres realmente: polvo miserable animado.
Y luego simplemente le llegó el turno a los guardianes. Primero, a los guardianes de la biblioteca. Mis niños se encargaron de ellos. Mis niños del polvo se alzaron contra ellos. Esos guardianes guardaban los secretos más sórdidos que la letra humana jamás había creado y por obra y desgracia de esos secretos ellos también debían ir a conocer el polvo que son. Lebu ka lebu.
Finalmente, al guardián supremo de mi vida. Aquel guardián miserable que me mostró sus brazos cuando entré por la puerta del útero materno al mundo. Aquel guardián despreciable que me mostró sus puños y sus pies cuando cada noche decidía que yo no era más que un saco con el que sacudirse las míseras frustraciones de su insignificante vida. Mi padre.
Pero a él no le mandaría a mis niños, pues debían ser mis manos las que sintieran el polvo de ese ajado y maloliente cuerpo resquebrajándose. Aproveché la noche, pues para mí la noche ya no es nada más que un cobijo en el que mis propias pesadillas me asaltan y el sueño ya ha perdido sentido para mí; cuando los demás duermen, yo escucho los susurros de las mil gargantas de Lÿn, que tú nunca podrías comprender. Mientras ese ruidoso homúnculo soltaba su fétido aliento a alcohol en ronquidos decrépitos, llegué hasta su habitación con la daga en mis manos. Y, mientras hundía muy lentamente el frío acero en su rechoncho cuello, lo miré a los ojos, que se abrieron confusos. Bebí de su confusión, reflejada en unas pupilas que fueron perdiendo la luz poco a poco, reflejada en los gorgoteos insulsos de su garganta atravesada, reflejada en los manoteos de trucha arrojada en un suelo seco. Y, por supuesto, bebí su sangre esa noche, acercando mis labios a su sudoroso y áspero cuello.
Lebu ka lebu, mortales. Es llegada la hora de Lÿn. Lebu ka lebu, infames criaturas. Las mil gargantas de Lÿn os devorarán.
Nacemos por el deseo egoísta de otras personas, pues nunca nadie pidió nacer.
Vivimos para soportar el horrible mundo creado por nuestros antepasados y sus aún más egoístas ambiciones.
No solo el pasado ha hecho que este mundo sea así, pues cada persona solo busca empeorarlo a costa de su propio bien estar.
Y si alguien cree que los Dioses se preocupan mínimamente por nosotros, no podría estar más equivocado. Ellos son los peores de todos, los más egoístas, los que nos han creado, los que gozan con nuestro sufrimiento, nos que nos incitan a traicionar, matar, sacrificar... Yo solo soy un sacrificio.
Y solo en la muerte, alcanzamos la paz.
Al menos así pensaba desde que tengo consciencia, al menos hasta que llegó Él. Ser Elfrid, mi amor, mi tutor, mi luz, mi todo. No fue hasta que lo conocí, que experimenté lo que era sonreír, lo que era dormir plácidamente sin miedo a saber si era mi último día, con la paz de no tener que cumplir con las exigencias de los demás. Mi oasis, mi salvador, mi mesías.
Gracias a él aprendí a ser fuerte y a luchar contra todo aquello con lo que no estaba conforme. Aunque mi problema siempre fue el mundo entero, no estaba conforme con nadie ni con nada, solo con él, solo con la persona que siempre tendrá mi corazón, la persona que pensé que llegaría a ser el próximo humano que llegaría a ascender a Dios, tal y como hizo Alll-Mer en el pasado.
Pero como era de esperar, los Dioses nos ven en todo momento, saben donde estamos, quieren seguir viéndonos sufrir y es por ello que nos dan periodos de felicidad, para arrebatarlos de la peor forma posible. Nunca había llorado, nunca había sentido tristeza, nunca había sentido que mi corazón se rompía en mil pedazos, nunca hasta que vi morir a mi amado a manos de mi familia.
Mi último recuerdo son sus gritos agónicos, mientras huía despavorida entre lágrimas, escuchando como mi familia me maldecía y se regocijaba al cumplir la voluntad de los Dioses antiguos.
Solo dos cosas me motivan a vivir. Una es mantener vivo el recuerdo de Ser Elfrid, la única luz en este mundo que fue apagada tan injustamente. La otra, acabar con la voluntad de los Dioses antiguos. Gro-goroth, Sylvian, Rher y Vinushka, todos y sus malvadas creaciones, nosotros, los humanos, a través de los cuales personifican sus terribles intenciones.
Alll-mer, el único Dios que antes fue humano, en ti me amparo, pues tú conoces el sufrimiento humano, la injusticia de los antiguos Dioses y el único que mostró la voluntad de cambiar el mundo. Muchos te llaman "El Falso Dios", pero para mí, eres el único a quien rendir culto. Más aún, cuando me brindaste una de tus encarnaciones, o al menos, Ser Elfrid era tan bueno que está a tu mismo nivel.
Dame fuerzas, porque no pienso parar hasta acabar con cada uno de ellos y en este mundo en el que los hombres se han beneficiado especialmente de los caprichos de los antiguos Dioses, solo una mujer como yo, que ha visto todos los horrores a los que se nos somete a diario solo por carecer de un aparato masculino, tiene la determinación suficiente para aguantar cualquier batalla e inconveniente.
Periculum, inimicus maleficus veteranus, periculum...
Los Viejos Dioses
Nombre - El Padre o El Demente. El Que Acecha Entre La Niebla.
Filiación en el Panteón - El Progenitor.
Iconografía - Hay muy pocas representaciones de El Padre. En las pocas que se conocen, aparece como un hombrecillo de piel oscura y viscosa, oculto bajo una túnica blanca, mudando constantemente de rostro, como si de una máscara se tratase.
Culto - El Padre está en las plegarias de prácticamente cualquier Hombre. Él es el Alfa y el Omega. El mundo en el que transcurre toda esta historia está hecho a su imagen y semejanza. Él es el miedo atávico a lo desconocido que subyace en todo Hombre. Los imperios nacen, crecen y se marchitan bajo su vigilante mirada. Sus designios, no obstante, son un misterio incognoscible.
Nombre - La Madre. Señora del Hambre, Madre de los Famélicos.
Filiación en el Panteón - Consorte del Padre.
Iconografía - Una mujer de rostro hierático y misterioso, de facciones salvajes y cabello castaño, cubierta únicamente por la piel moteada y hedionda de una hiena. Ella es la única entre los Viejos Dioses que es representada con un arma, a veces una lanza, otras un hacha. Su boca siempre está húmeda, regada de una sangre que no es la suya. A veces se la ha representado apareándose con animales, engendrando criaturas imposibles y monstruos que vagan por las pesadillas del Hombre.
Culto - La Madre es una diosa cruel y rencorosa. Sus fieles son hombres y mujeres solitarios, nómadas acostumbrados a la penuria y a las austeridad. Todos ellos son fuertes, inusualmente fieros y supervivientes contra todo pronóstico. La Madre, dicen, concibe en su vientre grandes camadas de hijos, pero desecha sin atisbo de piedad a los que a sus ojos no sobrevivirán al Invierno del Mundo. Sus elegidos siempre devoran al resto, de un modo u otro.
Nombre - El Juez o El Albino. Señor de la Larga Guerra, Amante de la Barbarie.
Filiación en el Panteón - Hermano de El Padre.
Iconografía - Aparece como un hombre altísimo de piel de un blanco enfermizo, diríase como si estuviese bañado en cal viva. Carece de todo vello corporal, observando a sus fieles con una mirada desquiciada en su insoportable lucidez, su rostro congelado en una mueca sonriente e inhumana. Porta una túnica negra con ribetes de plata, la Toga del Juicio Definitivo. A su paso resuenan tambores a un ritmo enajenante. Algunas imágenes le muestran caminando entre matanzas, tocando un instrumento musical y bailando con los contendientes. Otras, más dantescas, le muestran bañándose en la sangre de los vencidos, rematándoles y cortándoles miembros como trofeos que exhibe para delirio de sus creyentes.
Culto - De un modo u otro, todo aquel que entrega su alma al Juez enloquece ante sus revelaciones. Sus más devotos fieles acostumbran a ser señores de la guerra que, tras acometer con éxito sus conquistas, no tardan en sumirse en la paranoia, pues el favor del Juez jamás perdura en el tiempo, tendente a estimular una sempiterna espiral de conflictos y muerte.
Nombre - El Hermano, El Gusano que Camina, El Príncipe de Amarillo
Filiación en el Panteón - Primogénito del Gran Padre.
Iconografía - Con frecuencia se le ve representado como un hombre increíblemente alto y de miembros inquietantemente desproporcionados cubierto con ropajes andrajosos y amarillentos. Su cuerpo, salvo su cabeza, bien podría estar cubierto por cientos de larvas de mosca o estar compuesto en su totalidad por éstas. Sobre su testa descansa una corona oxidada que a su vez es una jaula que encierra el cráneo del viejo dios: la Corona Ardiente. Dicen que su voz es un susurro que lleva a la locura y que su presencia marchita la esperanza de aquellos que posan sus ojos sobre él.
Culto - Los seguidores del Hermano viven ocultos entre la población, actúan en contra de los designios de otros dioses y buscan el advenimiento de su señor quien, según creen, se erigirá algún día como el único dios sobre la Tierra, purgándola de toda podredumbre. Entre los pueblos nómadas que visitan la Ciudad suelen referirse a él "orinándose" en el resto del panteón, tradición que suele generar descontento y desconfianza entre la población.
Nombre - Madre Nÿl, Señora de la Vida, Amante de la Humanidad.
Filiación en el Panteón - Primera hija del Gran Padre, Hermana gemela de Lÿn.
Iconografía - Hay diversas representaciones, desde las más elegantes, que la representan igual que a su hermana Lÿn, desnuda, piel nívea, pero de cabellos rojos y ojos dorados, rodeada de parejas besándose... hasta representaciones mucho más burdas, tachadas de mal gusto, como la de una mujer desnuda abierta de piernas e intimidad y con el clítoris erecto.
Culto - Nÿl es una de las pocas deidades que aman la Humanidad. A nivel local, el culto a 'La Madre que nos parió' puede llevarlo cualquiera: desde una comadrona hasta una madre y un padre criando hijos como conejos. A nivel más grupal, es común celebrar fiestas de orgías. Toda promiscuidad conlleva su adoración y respeto, sea para dar vida o por el mero placer, incluyendo exploraciones personales y el sexo con miembros de cualquier género y especie. Su Iglesia da cobijo a individuos de todo tipo, lo cual está muy mal visto porque también incluye a adictos, zoofílicos y violadores. Estos cultistas extremos de Nÿl han de cuidarse de ser perseguidos y entregados a su hermana Lÿn de manera prácticamente legal 'en nombre de la decencia'. Es por ello que como cualquier burdel, su culto es público y privado, está al mismo tiempo bien visto y mal visto, aceptado por la sociedad y al mismo tiempo tabú. Al mismo tiempo inofensivo y peligroso. Nÿl bendice a sus adoradores con buena salud y felicidad, y se dice que algunos milagros suyos han sanado enfermedades, provocado rejuvenecimiento e incluso la regeneración de miembros perdidos. Sin embargo, sus maldiciones pueden incluir orgías sin pausa hasta la muerte por extenuación. Aunque los malditos nunca dirían ni reconocerían estarlo.
Nombre - Madre Lÿn, La Noche de los Tiempos, Señora de la Muerte.
Filiación en el Panteón - Segunda hija del Gran Padre.
Iconografía - Suele ser representada como una mujer adulta de piel nívea, cabellos de un color dorado y ojos de un rojo sanguíneo, con el rostro en actitud solemne, siempre misteriosa, rodeada de cadáveres en diferentes estados de descomposición con los que practica rituales macabros, muy perturbadores. Acostumbra a aparecerse ante sus fieles desnuda, solo cubierta por una larga capa negra con la que cubre su cuerpo y una capucha que le da un aire enigmático e inquietante. Nadie la escucha llegar.
Culto - Los Sacerdotes Negros de Lÿn están entregados al estudio de la magia nigromántica. Acostumbran a ser implacables en la búsqueda de los saberes prohibidos y al ocultismo, despertando las suspicacias de todos aquellos que se cruzan en su camino.
Nombre - Alll-mer, El falso Dios.
Filiación en el Panteón - El hijo bastardo del Gran Padre.
Iconografía - Nacido de una mujer virgen, suele ser representado con la cruz en la que murió, aunque algunos pocos fervientes creyentes se ponen la enorme corona de espinas en la cabeza en su nombre, provocando así que esta los aplaste y los mate.
Culto - Los muy escasos seguidores de Alll-mer son perseguidos en todas partes, puesto que tienen como objetivo acabar con los ideales del resto de Dioses antiguos ya que el mensaje inicial de Alll-mer, estaba basado en la paz y el amor entre los hombres, pero tras ser crucificado, volvió a la vida como un Dios al tercer día, reuniéndose con sus apóstoles y acabando con todos aquellos que no le veneraran. Una vez logró acabar con los cabecillas, su espíritu ascendió a los cielos dejando su cuerpo inerte entre los mortales. Como era de esperar, no tardaron mucho en volver a aparecer aquellos que querían reestablecer el status quo y por ello masacraron casi en su totalidad a sus seguidores.
Nombre - El Malnacido, La Fruta Podrida, El Extraño Color
Filiación en el Panteón - Aborto del Gran Padre.
Iconografía - En los márgenes de los vitrales, en los recovecos de los frescos, escondido en las páginas iluminadas puede verse una mancha negruzca de forma vagamente humanoide. Sólo en las escenas en las que se representa "La Fauce tras el Vientre" puede distinguirse la verdadera forma del primero de los hijos del Padre. Fruto de la Primera Gran Violación, quien estaba destinado a ser heredero del Reino fue apuñalado por su propia madre en el seno materno. Sin embargo, de la herida nació —maltrecho, roto y deforme— el primero de la progenie. Y de su meconio nació la humanidad que se arrastra por el lodo de este mundo.
Culto - No existe un culto al Malnacido. No se menciona al Malnacido. Aquel que menta al Malnacido es apedreado por los demás, pues se dice que esto puede atraer su torva mirada. Al fin y al cabo los hombres son sus hijos ¿y no es el deber de un padre escarmentarlos? ¿no tiene acaso poder sobre ellos? No hables de él si no quieres enfrentarte a la ira de dioses y hombres por igual.
Brainstorming de ideas para el panteón.
Panteón actualizado con el Primogénito y el Malnacido.